El enredo nacionalista
Una pregunta que llevo haciéndome durante lustros, y que me agobia, es por qué la idea nacionalista -¿cuál es ésta?- tiene tanto arraigo en Cataluña y País Vasco.
Sin incluir el factor educativo –adoctrinamiento- como elemento importantísimo de la construcción del gregarismo sociocultural, me atrevo a hacer una incursión en otras variables.
Es muy gracioso observar el comportamiento de los montañeros.
Suelo ir con relativa frecuencia a hacer montaña, como forma de practicar deporte, relacionarme con el entorno natural, buscar la paz que me inspira la masa arbórea y, al mismo tiempo, convivir con mis amigos que calzan botas.
Cada vez que nos cruzamos con otros amantes de las pendientes se suscita la misma situación cómica: el saludo. Unos cumplen con sus buenos usos sociales pronunciando un “egun on” o “kaixo” a lo que si les contestas con un “buenos días” u “hola” te miran con un extrañado recelo. Algo así como si te hubieras embozado en la bandera roji-gualda o llevaras una montera de sombrero. Puede, con un poco de suerte que el interlocutor te responda en perfecto castellano con una observación sobre el buen o mal tiempo, o sobre lo embarrado del terreno, pero es algo muy improbable. Otros, para evitar el mal trago te saludan con un “Epa…”, que es la forma de esquivar la embarazosa situación de tener que saludar a alguien sin quedar en evidencia, ni por ser de los “hunos” o de los “otros”.
Esto, que entre los montañeros es una experiencia muy común, se puede aplicar a la vida corriente.
El nacionalismo, sea vasco, catalán, o falangista, se ha caracterizado por crear lo que se puede llamar “caldo de cultivo sociológico”, es decir, un ambiente cerrado, etiquetado, repleto de tópicos y frases hechas, de léxicos adulterados de su significación original, para excluir al no adscrito a la tribu. Con ello, al que se salga del redil, se le pone una señal indeleble que por muy intangible o imperceptible para nuestros sentidos que sea, cala profundamente en el subconsciente colectivo, de tal manera que produce el mismo efecto que la estrella de David en los que lo padecen por su capacidad de resistencia o de contestación, o simplemente por su empeño en individualizar su conducta.
Recuerdo otra experiencia que para mí divertida, aunque no exenta de riesgo personal y profesional.
Cuando en mi etapa activa en la docencia me “liberé” (vaya término más estúpido para significar el paso por el embudo de la imposición nacionalista) para estudiar euskera, en Irale, había siempre un “irakasle” en la puerta de salida ofreciéndote el Egunkaria. Recuerdo que el periódico Egunkaria estuvo incurso en una imputación por algún grado de colaboración con el entramado de ETA.
Yo creo que era el único “profe” que pasaba ante esa especie de comisariado político sin tomar mi correspondiente ejemplar, con lo que las miradas hacia mi persona no solamente delataban extrañeza, sino algo más indescriptible. Casualmente ese año de mi bautizo en la euskaldunización forzada coincidió con un comisionado del Foro Ermua en el que participé para denunciar la situación de los vascos no nacionalistas, de la persecución ambiental, de la extorsión y el asesinato y de la connivencia nacionalista con el terror.
Ni que decir hay que desde ese momento me convertí en un proscrito y terminado el curso –ya que no se me podía expulsar antes- la dirección de IRALE me comunicó que “debido a mis precarias habilidades lingüísticas se daba por terminado mi proceso de euskaldunización” eso sí, sin ningún tipo de certificación ni evaluación objetivable.
Evidentemente, el temor al aislamiento, a la exclusión, al señalamiento, al etiquetado como “antivasco”, “españolista”, y por tanto, facha de mierda…, implicaba un esfuerzo sobreañadido de quedar bien con la grey, de no diferenciarse, y diluir cualquier rasgo de individualidad.
Hablando de etiquetaciones varias, no solamente en el entorno sociológico ligado al nacionalismo se produce el señalamiento. Recuerdo en mi antigua militancia en el Partido Socialista que había una señora procedente de la extinta Euskadiko Eskerra que cada vez que hacía alguna de mis observaciones referidas a España y no al “Estado” (como si los ciudadanos perteneciéramos a la Administración y no a un espacio común de convivencia y vida) me llamaba “antivasco”. Y es curioso, yo me ponía a penar en el calificativo y no acertaba a vislumbrar cómo se puede ser anti uno mismo. Si soy vasco no puedo estar contra mí. Yo no elegí el lugar donde me parió mi buena madre. Es una de las taras y deformidades que han llevado al socialismo al borde de la marginalidad.
En su La psychologie des foules (La psicología de las masas) que data de 1895, y que es, seguramente, la obra más conocida de Gustave Le Bon, – establece y describe los fenómenos básicos relacionados con el comportamiento de las muchedumbres estableciendo las reglas fundamentales de esta conducta: pérdida temporal de la personalidad individual conciente del individuo, su suplantación por la “mente colectiva” de la masa, acciones y reacciones dominadas por la unanimidad, la emocionalidad y la irracionalidad.
Le Bon analizaba las características de la “masa”: “La peculiaridad más sobresaliente que presenta una masa psicológica es la siguiente: sean quienes fueren los individuos que la componen, más allá de semejanzas o diferencias en los modos de vida, las ocupaciones, los caracteres o la inteligencia de estos individuos, el hecho de que han sido transformados en una masa los pone en posesión de una especie de mente colectiva que los hace sentir, pensar y actuar de una manera bastante distinta de la que cada individuo sentiría, pensaría y actuaría si estuviese aislado. Hay ciertas ideas y sentimientos que no surgen, o no se traducen en acción, excepto cuando los individuos forman una masa. La masa psicológica es un ser provisorio formado por elementos heterogéneos que se combinan por un momento, exactamente como las células que constituyen un cuerpo viviente forman por su reunión un nuevo ser que exhibe características muy diferentes de las que posee cada célula en forma individual.”
Gustave habla del contagio y de la sugestibilidad como factores impulsores de la adscripción al rebaño. Comenta que “Tal es también, aproximadamente, el estado del individuo que forma parte de una masa psicológica. Ya no es consciente de sus actos. En su caso, como en el del sujeto hipnotizado, al tiempo que algunas facultades son destruidas, otras pueden ser llevadas a un alto grado de exaltación. Bajo la influencia de una sugestión, la persona acometerá la realización de actos con una impetuosidad irresistible. Esta impetuosidad es tanto más irresistible en el caso de las masas que en el del sujeto hipnotizado, cuanto que, siendo la sugestión la misma para todos los miembros de la masa, gana en fuerza por reciprocidad. Los individuos en la masa que quizás posean una personalidad suficientemente fuerte como para resistir la sugestión son demasiado escasos en número como para luchar contra la corriente. A lo sumo podrán intentar desviarla por medio de sugestiones distintas. Es de esta manera, por ejemplo, que una expresión feliz, una imagen oportunamente evocada, ocasionalmente ha disuadido a una masa de los actos más sangrientos.” Y, lo que es más preocupante, afirma que “Más aún; por el simple hecho de formar parte de una masa organizada, un hombre desciende varios peldaños en la escala de la civilización. Aislado, es posible que sea un individuo cultivado; en una masa será un bárbaro – esto es: una criatura que actúa por instintos. Poseerá la espontaneidad, la violencia, la ferocidad y también el entusiasmo y el heroísmo de los seres primitivos a los que tenderá a parecerse cada vez más por la facilidad con la que se dejará impresionar a través de palabras e imágenes – que no provocarían acción alguna en cada uno de los individuos aislados que componen la masa – y a ser inducido a cometer acciones contrarias a sus más evidentes intereses y sus hábitos mejor conocidos. Un individuo en una masa es un grano de arena entre otros granos de arena que el viento arremolina a su voluntad.”
Nos guste o no, ese es el principal principio de la psicología social que forma el sustrato cultural inducido por sistemas que tienen en su composición una alta dosis de estructura cerrada, coercitiva incluso.
De ahí que podamos entender por qué un cuerpo social tan numeroso, incluso mayoritario –ahí yo lo pongo con interrogantes- se suma a aventuras que analizadas desde un punto de racionalidad y de sensatez en ningún caso asumirían individuos en su plena capacidad de pensar y de actuar de forma autónoma. En este momento, el caso más paradigmático es el catalán, pero no estamos muy lejos de ello los vascos, si no lo hemos estado ya.
www.educacionynacionalismo.com
Una pregunta que llevo haciéndome durante lustros, y que me agobia, es por qué la idea nacionalista -¿cuál es ésta?- tiene tanto arraigo en Cataluña y País Vasco.
Sin incluir el factor educativo –adoctrinamiento- como elemento importantísimo de la construcción del gregarismo sociocultural, me atrevo a hacer una incursión en otras variables.
Es muy gracioso observar el comportamiento de los montañeros.
Suelo ir con relativa frecuencia a hacer montaña, como forma de practicar deporte, relacionarme con el entorno natural, buscar la paz que me inspira la masa arbórea y, al mismo tiempo, convivir con mis amigos que calzan botas.
Cada vez que nos cruzamos con otros amantes de las pendientes se suscita la misma situación cómica: el saludo. Unos cumplen con sus buenos usos sociales pronunciando un “egun on” o “kaixo” a lo que si les contestas con un “buenos días” u “hola” te miran con un extrañado recelo. Algo así como si te hubieras embozado en la bandera roji-gualda o llevaras una montera de sombrero. Puede, con un poco de suerte que el interlocutor te responda en perfecto castellano con una observación sobre el buen o mal tiempo, o sobre lo embarrado del terreno, pero es algo muy improbable. Otros, para evitar el mal trago te saludan con un “Epa…”, que es la forma de esquivar la embarazosa situación de tener que saludar a alguien sin quedar en evidencia, ni por ser de los “hunos” o de los “otros”.
Esto, que entre los montañeros es una experiencia muy común, se puede aplicar a la vida corriente.
El nacionalismo, sea vasco, catalán, o falangista, se ha caracterizado por crear lo que se puede llamar “caldo de cultivo sociológico”, es decir, un ambiente cerrado, etiquetado, repleto de tópicos y frases hechas, de léxicos adulterados de su significación original, para excluir al no adscrito a la tribu. Con ello, al que se salga del redil, se le pone una señal indeleble que por muy intangible o imperceptible para nuestros sentidos que sea, cala profundamente en el subconsciente colectivo, de tal manera que produce el mismo efecto que la estrella de David en los que lo padecen por su capacidad de resistencia o de contestación, o simplemente por su empeño en individualizar su conducta.
Recuerdo otra experiencia que para mí divertida, aunque no exenta de riesgo personal y profesional.
Cuando en mi etapa activa en la docencia me “liberé” (vaya término más estúpido para significar el paso por el embudo de la imposición nacionalista) para estudiar euskera, en Irale, había siempre un “irakasle” en la puerta de salida ofreciéndote el Egunkaria. Recuerdo que el periódico Egunkaria estuvo incurso en una imputación por algún grado de colaboración con el entramado de ETA.
Yo creo que era el único “profe” que pasaba ante esa especie de comisariado político sin tomar mi correspondiente ejemplar, con lo que las miradas hacia mi persona no solamente delataban extrañeza, sino algo más indescriptible. Casualmente ese año de mi bautizo en la euskaldunización forzada coincidió con un comisionado del Foro Ermua en el que participé para denunciar la situación de los vascos no nacionalistas, de la persecución ambiental, de la extorsión y el asesinato y de la connivencia nacionalista con el terror.
Ni que decir hay que desde ese momento me convertí en un proscrito y terminado el curso –ya que no se me podía expulsar antes- la dirección de IRALE me comunicó que “debido a mis precarias habilidades lingüísticas se daba por terminado mi proceso de euskaldunización” eso sí, sin ningún tipo de certificación ni evaluación objetivable.
Evidentemente, el temor al aislamiento, a la exclusión, al señalamiento, al etiquetado como “antivasco”, “españolista”, y por tanto, facha de mierda…, implicaba un esfuerzo sobreañadido de quedar bien con la grey, de no diferenciarse, y diluir cualquier rasgo de individualidad.
Hablando de etiquetaciones varias, no solamente en el entorno sociológico ligado al nacionalismo se produce el señalamiento. Recuerdo en mi antigua militancia en el Partido Socialista que había una señora procedente de la extinta Euskadiko Eskerra que cada vez que hacía alguna de mis observaciones referidas a España y no al “Estado” (como si los ciudadanos perteneciéramos a la Administración y no a un espacio común de convivencia y vida) me llamaba “antivasco”. Y es curioso, yo me ponía a penar en el calificativo y no acertaba a vislumbrar cómo se puede ser anti uno mismo. Si soy vasco no puedo estar contra mí. Yo no elegí el lugar donde me parió mi buena madre. Es una de las taras y deformidades que han llevado al socialismo al borde de la marginalidad.
En su La psychologie des foules (La psicología de las masas) que data de 1895, y que es, seguramente, la obra más conocida de Gustave Le Bon, – establece y describe los fenómenos básicos relacionados con el comportamiento de las muchedumbres estableciendo las reglas fundamentales de esta conducta: pérdida temporal de la personalidad individual conciente del individuo, su suplantación por la “mente colectiva” de la masa, acciones y reacciones dominadas por la unanimidad, la emocionalidad y la irracionalidad.
Le Bon analizaba las características de la “masa”: “La peculiaridad más sobresaliente que presenta una masa psicológica es la siguiente: sean quienes fueren los individuos que la componen, más allá de semejanzas o diferencias en los modos de vida, las ocupaciones, los caracteres o la inteligencia de estos individuos, el hecho de que han sido transformados en una masa los pone en posesión de una especie de mente colectiva que los hace sentir, pensar y actuar de una manera bastante distinta de la que cada individuo sentiría, pensaría y actuaría si estuviese aislado. Hay ciertas ideas y sentimientos que no surgen, o no se traducen en acción, excepto cuando los individuos forman una masa. La masa psicológica es un ser provisorio formado por elementos heterogéneos que se combinan por un momento, exactamente como las células que constituyen un cuerpo viviente forman por su reunión un nuevo ser que exhibe características muy diferentes de las que posee cada célula en forma individual.”
Gustave habla del contagio y de la sugestibilidad como factores impulsores de la adscripción al rebaño. Comenta que “Tal es también, aproximadamente, el estado del individuo que forma parte de una masa psicológica. Ya no es consciente de sus actos. En su caso, como en el del sujeto hipnotizado, al tiempo que algunas facultades son destruidas, otras pueden ser llevadas a un alto grado de exaltación. Bajo la influencia de una sugestión, la persona acometerá la realización de actos con una impetuosidad irresistible. Esta impetuosidad es tanto más irresistible en el caso de las masas que en el del sujeto hipnotizado, cuanto que, siendo la sugestión la misma para todos los miembros de la masa, gana en fuerza por reciprocidad. Los individuos en la masa que quizás posean una personalidad suficientemente fuerte como para resistir la sugestión son demasiado escasos en número como para luchar contra la corriente. A lo sumo podrán intentar desviarla por medio de sugestiones distintas. Es de esta manera, por ejemplo, que una expresión feliz, una imagen oportunamente evocada, ocasionalmente ha disuadido a una masa de los actos más sangrientos.” Y, lo que es más preocupante, afirma que “Más aún; por el simple hecho de formar parte de una masa organizada, un hombre desciende varios peldaños en la escala de la civilización. Aislado, es posible que sea un individuo cultivado; en una masa será un bárbaro – esto es: una criatura que actúa por instintos. Poseerá la espontaneidad, la violencia, la ferocidad y también el entusiasmo y el heroísmo de los seres primitivos a los que tenderá a parecerse cada vez más por la facilidad con la que se dejará impresionar a través de palabras e imágenes – que no provocarían acción alguna en cada uno de los individuos aislados que componen la masa – y a ser inducido a cometer acciones contrarias a sus más evidentes intereses y sus hábitos mejor conocidos. Un individuo en una masa es un grano de arena entre otros granos de arena que el viento arremolina a su voluntad.”
Nos guste o no, ese es el principal principio de la psicología social que forma el sustrato cultural inducido por sistemas que tienen en su composición una alta dosis de estructura cerrada, coercitiva incluso.
De ahí que podamos entender por qué un cuerpo social tan numeroso, incluso mayoritario –ahí yo lo pongo con interrogantes- se suma a aventuras que analizadas desde un punto de racionalidad y de sensatez en ningún caso asumirían individuos en su plena capacidad de pensar y de actuar de forma autónoma. En este momento, el caso más paradigmático es el catalán, pero no estamos muy lejos de ello los vascos, si no lo hemos estado ya.
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