Urcullu / Urkullu
El apellido Urkullu del actual Lehendakari, no hace mucho –pongamos algo más de medio siglo, algo más de la propia edad del lehendakari, por ejemplo–, solo se escribía Urcullu. Si nos fijamos en los datos del INE, Urcullu, con “c”, lo portan 53 personas como primer apellido y 78 como segundo. Y la mayor parte están en Vizcaya, pero también hay portadores como primer apellido en Barcelona y como segundo en Madrid. Un apellido con pocos portadores, menos de cien, que es lo usual en muchísimos apellidos vascos. Fíjense que del registro de apellidos vascos de Euskaltzaindia, que presenta un total de 11.000 apellidos en números redondos, nada menos que 4.930, o sea casi 5.000, solo tienen cuatro o menos de cuatro portadores, sea de primer o de segundo apellido. Debido al secreto estadístico, que impide dar ubicación de apellidos con cuatro o menos de cuatro portadores, no podemos saber a ciencia cierta cuántos portadores tienen estos apellidos. Muchos de ellos no tendrán ningún portador, eso está claro. Pero no podemos saber cuántos. Lo que sí podemos afirmar, cuando menos, es que son apellidos en vías de consunción. Casi la mitad del total de apellidos eusquéricos registrados en el Nomenclátor de Euskaltzaindia, que se dice pronto, están en fase verdaderamente agónica. Y luego, del resto de apellidos eusquéricos, esto es de los 6.000 que tienen más de cuatro portadores, tanto de primer apellido como de segundo, 2.500, o sea casi la mitad, tienen menos de 100 portadores. Urcullu sería uno de estos.
Ahora vayamos al Urkullu con grafía eusquérica, con la “k” en lugar de la “c”. Resulta que de estos hay menos todavía que Urcullus. En concreto, 43 como primer apellido y 26 como segundo. Todos están en Vizcaya. Y aquí llaman la atención dos cosas. La primera, el hecho de que a los Urcullu o no les da la gana o les da pereza, a una mayoría de ellos, ir a cambiarse la “c” por la “k” al Registro Civil. Esto último es comprensible, porque el papeleo es engorroso, ya que se trata de cambiar todos los documentos donde aparece el apellido: propiedades, cuentas bancarias, títulos universitarios, direcciones postales, etc. Lo cierto es que, una vez que te lo cambias, tus descendientes pueden registrarse con el apellido eusquerizado. Pero el caso es que muchos Urcullus, más de los que ya son Urkullus, siguen sin cambiarse la grafía. Y ya me fastidiaría que, entre estos renuentes, los hubiera nacionalistas “amorratuak” pero perezosos, que piden que se cambien los rótulos de las calles, pueblos, provincias, ríos y montañas del País Vasco e incluso que les hablen en eusquera cuando acuden a la administración. O sea, que exijan a los demás, pero no a sí mismos, y se dejen su apellido en grafía castellana. Incluso los habrá que no se cambien el apellido y luego cuando utilizan su nombre de manera oficiosa se lo pongan en grafía eusquérica, que de todo hay. Del mismo modo que también los hay –los más– que pasan olímpicamente de esta historia y se dejan su apellido como lo recibieron de sus padres.
La otra cosa que llama la atención es que, entre los que se cambian Urcullu por Urkullu, son más o muchos más los que tienen Urcullu de primer apellido y se lo cambian a grafía eusquérica, que los que tienen Urcullu de segundo apellido, que se lo dejan en mayor proporción en grafía castellana. Recordemos, Urcullus hay 53 personas que lo tienen de primero y 78 de segundo, mientras que Urkullus hay 43 de primero y 23 de segundo. Dato curioso que obviamente tiene que ver con que el primer apellido es el que más usamos, el que más expuesto está y, sobre todo, el que se transmite a nuestros hijos. Esta desproporción se repite con la mayoría de apellidos eusquéricos, aunque también hay excepciones.
Y pasamos a comentar algunos Urcullus conocidos, que nacieron cuando el nacionalismo ni siquiera existía y que, por tanto, no tuvieron ninguna necesidad de cambiarse su apellido. «En atención al celo con que he contribuido a la prosperidad de mi nación, al mismo tiempo que he procurado adelantar mi fortuna, como al desempeño del empleo de cónsul, espero que el Gobierno español, por un efecto de su justificado generoso proceder, y del amor que profesa a los vasallos que promueven la industria y el comercio, me atenderá con preferencia para todas las comisiones que pendan del real servicio». Así se expresaba en 1786, dirigiéndose al rey Carlos III, solicitando su favor ya en los últimos años de su reinado, el cónsul español en Hamburgo entre los años 1777 y 1793, don Manuel Urcullu y Murrieta (en el Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia pone Nurrieta, pero es una errata. El apellido es Murrieta que, dicho sea de paso, no está recogido por Euskaltzaindia).
La historia del nacionalismo vasco es tan reciente respecto de la historia general de España que estas cosas son habituales. Que antiespañolistas confesos como todo un lehendakari nacionalista vasco tengan entre sus antepasados a personajes como este, patriota español al servicio del rey de España, es lo normal. Manuel Urcullu tradujo en 1788, siendo cónsul, la obra Cartas críticas para servir de suplemento al discurso sobre la pregunta ¿Qué se debe a la España?, del que desgraciadamente no hemos podido encontrar su contenido.
Pero no es el único Urcullu conocido que se concebía a sí mismo solo en relación a su patria española. Como la historia de España es tan ancha y tan profunda, encontramos otro Urcullu: José Urcullu Baterruri (por cierto, el apellido Baterruri ni está recogido en Euskaltzaindia ni tiene presencia en el INE, lo cual quiere decir que es otro apellido vasco extinguido o en vías de extinción), nacido en Bilbao en 1790 y fallecido en Lisboa en 1852, fue un liberal que tuvo que salir de España, como tantos otros en la época, perseguido tras la vuelta al trono de Fernando VII y que no volvió hasta que este hubo fallecido en 1833. Publicó manuales didácticos y hasta once novelas históricas sobre el reinado de los Reyes Católicos. Estando en Londres tradujo algunas obras inglesas al español, entre ellas un tratado de gastronomía y un libro titulado “Cuentos de duendes y aparecidos” en cuyo prólogo escribe, refiriéndose a Feijoo, personaje clave de la primera Ilustración en España: «Muy agradecidos le debemos estar todos los Españoles por haber dispuesto con sus escritos los ánimos a recibir de lleno la luz de otras muchas verdades que él conocía pero que no se hallaba en circunstancias de presentar a sus compatriotas».
Y por último tenemos que referirnos a Félix María Urcullu y Zulueta, nacido en Bilbao en 1835 y fallecido en Madrid en 1903, abogado y archivero-bibliotecario en Barcelona y luego en Madrid. Escribió algunas novelas y un diccionario vasco-castellano. También un libro de relatos titulado Mis amores, publicado en 1869, del que rescatamos estas líneas: «Los españoles somos muy valientes. Nuestra historia se remonta allá a los tiempos anticristianos, a la edad semi-mitológica en que los fenicios, los cartagineses y los romanos, los invencibles romanos, se detuvieron ante la honda de nuestros campesinos y el garrote de nuestros primitivos padres». Y más adelante dice: «No es tampoco mi objeto describir pueblos aborígenes; mi propósito es simplemente afirmar que el primer español fue un valiente. La historia nos ha demostrado que los demás españoles han sido como el primero». En fin, otro patriota español, al igual que los dos Urcullus anteriores, que muestran cómo el nacionalismo es una invención ajena a la historia, sin sustrato real, sin antecedentes conocidos, basada únicamente en el odio a lo español, un odio sin justificación posible, puesto que los propios antepasados de los nacionalistas vascos actuales eran y se sentían españoles, profundamente españoles, como acabamos de ver.
El apellido Urkullu del actual Lehendakari, no hace mucho –pongamos algo más de medio siglo, algo más de la propia edad del lehendakari, por ejemplo–, solo se escribía Urcullu. Si nos fijamos en los datos del INE, Urcullu, con “c”, lo portan 53 personas como primer apellido y 78 como segundo. Y la mayor parte están en Vizcaya, pero también hay portadores como primer apellido en Barcelona y como segundo en Madrid. Un apellido con pocos portadores, menos de cien, que es lo usual en muchísimos apellidos vascos. Fíjense que del registro de apellidos vascos de Euskaltzaindia, que presenta un total de 11.000 apellidos en números redondos, nada menos que 4.930, o sea casi 5.000, solo tienen cuatro o menos de cuatro portadores, sea de primer o de segundo apellido. Debido al secreto estadístico, que impide dar ubicación de apellidos con cuatro o menos de cuatro portadores, no podemos saber a ciencia cierta cuántos portadores tienen estos apellidos. Muchos de ellos no tendrán ningún portador, eso está claro. Pero no podemos saber cuántos. Lo que sí podemos afirmar, cuando menos, es que son apellidos en vías de consunción. Casi la mitad del total de apellidos eusquéricos registrados en el Nomenclátor de Euskaltzaindia, que se dice pronto, están en fase verdaderamente agónica. Y luego, del resto de apellidos eusquéricos, esto es de los 6.000 que tienen más de cuatro portadores, tanto de primer apellido como de segundo, 2.500, o sea casi la mitad, tienen menos de 100 portadores. Urcullu sería uno de estos.
Ahora vayamos al Urkullu con grafía eusquérica, con la “k” en lugar de la “c”. Resulta que de estos hay menos todavía que Urcullus. En concreto, 43 como primer apellido y 26 como segundo. Todos están en Vizcaya. Y aquí llaman la atención dos cosas. La primera, el hecho de que a los Urcullu o no les da la gana o les da pereza, a una mayoría de ellos, ir a cambiarse la “c” por la “k” al Registro Civil. Esto último es comprensible, porque el papeleo es engorroso, ya que se trata de cambiar todos los documentos donde aparece el apellido: propiedades, cuentas bancarias, títulos universitarios, direcciones postales, etc. Lo cierto es que, una vez que te lo cambias, tus descendientes pueden registrarse con el apellido eusquerizado. Pero el caso es que muchos Urcullus, más de los que ya son Urkullus, siguen sin cambiarse la grafía. Y ya me fastidiaría que, entre estos renuentes, los hubiera nacionalistas “amorratuak” pero perezosos, que piden que se cambien los rótulos de las calles, pueblos, provincias, ríos y montañas del País Vasco e incluso que les hablen en eusquera cuando acuden a la administración. O sea, que exijan a los demás, pero no a sí mismos, y se dejen su apellido en grafía castellana. Incluso los habrá que no se cambien el apellido y luego cuando utilizan su nombre de manera oficiosa se lo pongan en grafía eusquérica, que de todo hay. Del mismo modo que también los hay –los más– que pasan olímpicamente de esta historia y se dejan su apellido como lo recibieron de sus padres.
La otra cosa que llama la atención es que, entre los que se cambian Urcullu por Urkullu, son más o muchos más los que tienen Urcullu de primer apellido y se lo cambian a grafía eusquérica, que los que tienen Urcullu de segundo apellido, que se lo dejan en mayor proporción en grafía castellana. Recordemos, Urcullus hay 53 personas que lo tienen de primero y 78 de segundo, mientras que Urkullus hay 43 de primero y 23 de segundo. Dato curioso que obviamente tiene que ver con que el primer apellido es el que más usamos, el que más expuesto está y, sobre todo, el que se transmite a nuestros hijos. Esta desproporción se repite con la mayoría de apellidos eusquéricos, aunque también hay excepciones.
Y pasamos a comentar algunos Urcullus conocidos, que nacieron cuando el nacionalismo ni siquiera existía y que, por tanto, no tuvieron ninguna necesidad de cambiarse su apellido. «En atención al celo con que he contribuido a la prosperidad de mi nación, al mismo tiempo que he procurado adelantar mi fortuna, como al desempeño del empleo de cónsul, espero que el Gobierno español, por un efecto de su justificado generoso proceder, y del amor que profesa a los vasallos que promueven la industria y el comercio, me atenderá con preferencia para todas las comisiones que pendan del real servicio». Así se expresaba en 1786, dirigiéndose al rey Carlos III, solicitando su favor ya en los últimos años de su reinado, el cónsul español en Hamburgo entre los años 1777 y 1793, don Manuel Urcullu y Murrieta (en el Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia pone Nurrieta, pero es una errata. El apellido es Murrieta que, dicho sea de paso, no está recogido por Euskaltzaindia).
La historia del nacionalismo vasco es tan reciente respecto de la historia general de España que estas cosas son habituales. Que antiespañolistas confesos como todo un lehendakari nacionalista vasco tengan entre sus antepasados a personajes como este, patriota español al servicio del rey de España, es lo normal. Manuel Urcullu tradujo en 1788, siendo cónsul, la obra Cartas críticas para servir de suplemento al discurso sobre la pregunta ¿Qué se debe a la España?, del que desgraciadamente no hemos podido encontrar su contenido.
Pero no es el único Urcullu conocido que se concebía a sí mismo solo en relación a su patria española. Como la historia de España es tan ancha y tan profunda, encontramos otro Urcullu: José Urcullu Baterruri (por cierto, el apellido Baterruri ni está recogido en Euskaltzaindia ni tiene presencia en el INE, lo cual quiere decir que es otro apellido vasco extinguido o en vías de extinción), nacido en Bilbao en 1790 y fallecido en Lisboa en 1852, fue un liberal que tuvo que salir de España, como tantos otros en la época, perseguido tras la vuelta al trono de Fernando VII y que no volvió hasta que este hubo fallecido en 1833. Publicó manuales didácticos y hasta once novelas históricas sobre el reinado de los Reyes Católicos. Estando en Londres tradujo algunas obras inglesas al español, entre ellas un tratado de gastronomía y un libro titulado “Cuentos de duendes y aparecidos” en cuyo prólogo escribe, refiriéndose a Feijoo, personaje clave de la primera Ilustración en España: «Muy agradecidos le debemos estar todos los Españoles por haber dispuesto con sus escritos los ánimos a recibir de lleno la luz de otras muchas verdades que él conocía pero que no se hallaba en circunstancias de presentar a sus compatriotas».
Y por último tenemos que referirnos a Félix María Urcullu y Zulueta, nacido en Bilbao en 1835 y fallecido en Madrid en 1903, abogado y archivero-bibliotecario en Barcelona y luego en Madrid. Escribió algunas novelas y un diccionario vasco-castellano. También un libro de relatos titulado Mis amores, publicado en 1869, del que rescatamos estas líneas: «Los españoles somos muy valientes. Nuestra historia se remonta allá a los tiempos anticristianos, a la edad semi-mitológica en que los fenicios, los cartagineses y los romanos, los invencibles romanos, se detuvieron ante la honda de nuestros campesinos y el garrote de nuestros primitivos padres». Y más adelante dice: «No es tampoco mi objeto describir pueblos aborígenes; mi propósito es simplemente afirmar que el primer español fue un valiente. La historia nos ha demostrado que los demás españoles han sido como el primero». En fin, otro patriota español, al igual que los dos Urcullus anteriores, que muestran cómo el nacionalismo es una invención ajena a la historia, sin sustrato real, sin antecedentes conocidos, basada únicamente en el odio a lo español, un odio sin justificación posible, puesto que los propios antepasados de los nacionalistas vascos actuales eran y se sentían españoles, profundamente españoles, como acabamos de ver.