El próximo 4 de mayo será un 2 de mayo
La soberbia es un pecado capital. Cuando se une a la ambición y al resentimiento, el cóctel es corrosivo. A veces, explota en las manos, como una bomba, a los que manejan el artefacto. Es una forma de justicia no divina pero sí sarcástica que, como no podía ser de otra manera, provoca en los antagonistas una evidente satisfacción.
A los manejos antidemocráticos habituales de la izquierda, llevados al extremo por este Gobierno patético, se ha añadido la soberbia de intentar el golpe definitivo a la derecha a través de la traición de un partidito nacido socialdemócrata, devenido falsamente liberal, surgido de una segregación del socialismo catalán y que durante un tiempo engañó a muchos que creían ver en Ciudadanos ese partido "progresista" pero alejado de la inveterada y tradicional corrupción del PSOE, que podía colmar sus ansias de progresismo sin la suciedad del PSOE.
Dirigido de forma personalista por Albert Rivera dio durante un tiempo la sensación de que realmente podría convertirse en un partido de Estado, de los que usan su ubicación entre los grandes bloques para moderar a unos y para coadyuvar a otros a estabilizar una línea política sensata y razonable (no muy avanzada, pues sus postulados eran y son esencialmente socialdemócratas y poco liberales, pero al menos podía proponer cierta sensatez y moderar al PSOE, que había dejado de ser socialdemócrata desde Zapatero). Ciudadanos era aún más necesario ahora que el PSOE ha dejado incluso de ser un partido político para convertirse en una organización delictiva, aunque utilice su historia mal contada y las políticas populistas de izquierda como coartada para captar el voto.
Se culpa a Rivera de no haber llegado a un acuerdo de Gobierno con Sánchez después de las elecciones de abril de 2019, pero no lo creo cierto. Al contrario, Sánchez utilizó el periodo de abril a noviembre de 2019 para escenificar que C's no quería acuerdos con el PSOE y para ir limando a Podemos para convertirse en el voto útil de la izquierda, incluso de la radical. Su plan de apoyarse en toda la putrefacción del arco político español estaba tomada desde la moción de censura que lo aupó al Gobierno. No quería otra opción el PSOE, pues ello hubiera supuesto alejarse de las políticas populistas, las únicas que le acercaban de una forma permanente al poder. Caer en manos de C's hubiera supuesto renunciar a los apoyos de toda la izquierda y de los nacionalismos, lo que no se contemplaba pues ello hubiera sido beneficioso para el país, pero perjudicial para su proyecto a medio y largo plazo. Recuérdese su actuación desde la moción de censura hasta las elecciones de abril de 2019 para comprobarlo. Sólo se trataba de aparentar el desprecio de C's e ir alimentando la sensación de que caía en manos de comunistas, golpistas, proetarras y demás basura política al no tener otra opción. Puro teatro, que es lo único que es el PSOE actualmente: en esencia, una banda facinerosa, en apariencia un teatro permanente.
Sánchez jamás hubiera aceptado el acuerdo con C's por mucho que mienta al respecto. De hecho, repitió las elecciones porque pensaba acoger voto útil de Podemos y crecer y encontrarse en una posición más ventajosa para entonces hacer lo que más le conviniera, que no era sino apoyarse en un Podemos debilitado para formar el Gobierno que realmente quería. De ahí que el acuerdo con Podemos tardara menos de cuarenta y ocho horas en materializarse tras las elecciones de noviembre de 2019, lo que sería inaudito si no estuviera preparado de antemano. El declive brutal de Ciudadanos ayudó a la jugada, pues ya no había opción a la moderación, lo que servía de coartada a Sánchez para aplicar las políticas que se corresponden con su ideología.
Si, encima, se produce una pandemia mundial que se evita combatir deliberadamente cuando se observan las posibilidades de Gobierno dictatorial que favorece, el cuadro es una ensoñación para un presidente sin escrúpulos al que no le importan ni el sufrimiento ni la muerte ni la ruina de los ciudadanos de su país. Es más, podemos decir, tras un año de sufrir a este Gobierno en plena pandemia, que el Gobierno de España ha favorecido las consecuencias catastróficas de la pandemia aposta para reafirmar en esta situación excepcional su poder, un poder que se parece cada vez más al de Estados fallidos como el de Argentina camino de una venezolización cada vez más acelerada.
Pero en su camino había varias chinas en el zapato: Murcia, Castilla-León, Andalucía y, especialmente, Madrid (Galicia se da por perdida tras las elecciones autonómicas del verano pasado en las que Feijoó logró mayoría absoluta). Si podía robar tal poder autonómico al PP, la jugada maestra era definitiva: conseguir todo el poder estatal y autonómico en la práctica y anular el ejemplo de eficacia en la gestión del gobierno de la Comunidad de Madrid, que es una bofetada diaria al contraponerse al desastre del Gobierno central.
Urdió con la nueva dirección de Ciudadanos la jugada, que finalmente salió mal porque Arrimadas no controla su partido. Ésta, que pasará a la memoria de la política española como la autora de la traición más vil y carroñera de la historia reciente, provocó una cascada de mociones de censura ¡¡¡contra sus propios Gobiernos!!!, esto es, mociones de censura contra Gobiernos de los que formaba parte, lo que es insólito.
El fracaso de la operación se achaca por los medios gubernamentales de compra de votos por el PP cuando es al contrario: compra de voluntades por el Gobierno de Sánchez fallida, pues muchos diputados de C's se han negado a secundar las órdenes de su presidenta.
Fracasadas las mociones de censura en todas las comunidades, sólo ha tenido éxito en el ayuntamiento de Murcia. Pan para hoy y hambre para mañana si alguien conoce a los murcianos. Que se esperen a las próximas elecciones municipales y verán el resultado de sus geniales estratagemas.
Sospechosa la actitud del PP en la comunidad de Murcia, que no forzó una convocatoria de elecciones ante la perspectiva de perderlas frente a Vox y sí la admite en Madrid, lo que nos lleva a pensar que la decisión de convocar elecciones en Madrid no partió de Génova precisamente.
Lo cierto es que el fracaso rotundo de las arteras artimañas de Sánchez con la sucia complicidad de Arrimadas pone de manifiesto algo que todo el mundo sabe: la incompetencia de Sánchez y de su valido Redondo, y del patibulario PSOE, es proverbial y debería trasladarse a los libros de política como ejemplo perfecto de que la mezcla de soberbia, ambición y resentimiento conducen indefectiblemente a la estupidez.
Nos han vendido a Redondo como un ejemplo perfecto de maquiavélica precisión, de rigurosa capacidad de análisis, que dirige una máquina perfecta de asesores (690) y analiza miles de datos a diario para proponer a su jefe las mejores jugadas que sólo tienen un objetivo: permanecer en la Moncloa al coste que sea.
Algunos sospechábamos que Redondo no era sino el típico listillo que ha aprendido en alguna universidad americana a despreciar la verdad, la realidad y la democracia para manipular la información en favor de quien le pague. Ahora también sabemos que no es más que otro idiota que aprende más de las series de televisión que de los libros de historia y al que mantienen en el poder los mecanismos de siempre: la compra de voluntades periodísticas para falsear la realidad y ocultar la verdad por los métodos habituales: el uso de los perros de la desinformación y la propaganda. Nada nuevo bajo el sol. Un aprendiz de Goebbels de la más baja estofa. Al nivel, ni más ni menos, que su jefe.
Tras el fracaso, las risotadas de toda España han sido antológicas y es posible que se haya convertido su traspiés en el principio del fin de los inmorales que nos gobiernan.
Nadie puede negar que la audacia de Ayuso, convocando inmediatamente elecciones en Madrid, los ha pillado con el paso cambiado. Hay que ser muy necio para no haberlo previsto, por cierto. Y que no lo esperaban es evidente: su candidato es la nada convertida en fotografía. Porque mejor que no hable. Gabilondo debe ser el único político socialista del país que no sabe mentir.
La cascada de consecuencias no termina en el PSOE. La cara de idiota que se le ha quedado a Iglesias es de portada de El Jueves. Seguro que no le habían dicho ni media palabra de la jugada, porque a Podemos la convocatoria de elecciones en Madrid también se le ha atragantado. Ha tenido que venir el pequeño Lenin a ponerse al frente del ejército rojo de gandules a ver si rascan algo para poder seguir viviendo del cuento a costa de los españoles.
Estas elecciones han provocado otra consecuencia que puede ser demoledora para la izquierda: ahora el peor enemigo del partido de los gandules es el propio PSOE. Con riesgo de no salir en la foto, Unidas Ganduleamos tendrá que apartarse del PSOE como de la peste para recuperar parte de su electorado con vistas a las próximas generales. Les va la vida en ello, y nunca mejor dicho, porque si no viven de nuestros impuestos y de nuestra deuda, ¿de qué van a vivir?
Ayuso ha provocado que el PSOE esté rezando para no perder lo que tiene haciendo pasear por las televisiones pagadas a ese candidato de cartón piedra como si fuera un paso decrépito de la Semana Santa que nos vuelven a robar. Errejón, la mascota de Sánchez, peleará por no perder su rinconcito y su sueldo ahora que el pequeño Lenin va a competir con él. Y el pequeño Lenin rezará a sus santos: Lenin, Stalin, Chávez, Maduro, para rascar ese voto que le permita tomar aire ahora que está sumergido hasta el cuello en lo que ustedes ya saben y que empieza por m.
Todas las encuestas aseguran un gran resultado para el PP de la mano de Ayuso. Ésta, lo que menos necesita es ayuda de Génova, pues la dirección del partido resta más que suma. Pero es prácticamente imposible que consiga la mayoría absoluta por su cuenta y sin apoyos externos. Lo ha comprendido perfectamente cuando ha dicho que ella no hará campaña contra Vox, demostrando que sabe dónde está realmente el enemigo.
Por su parte, Vox se hace ahora más necesario que nunca. Aglutina a los que jamás volverán a votar al PP por las traiciones a sus propios votantes y a sus principios (la de Rajoy y ahora la de Casado) y porque el punto populista que despliega puede ayudar a recoger voto de los cinturones obreros pues es el único partido que puede convencer a los trabajadores de que su verdadero enemigo son las políticas de izquierdas. No es sencillo, pero es posible, convencer a muchos trabajadores de dos cosas: que es idiota para un obrero votar a la izquierda, pues se votan las políticas que más daño hacen a los productores de menor capacidad económica, y que sólo hay dos clases sociales en nuestra sociedad: los productores (desde empresarios a obreros) que trabajan y producen, y los parásitos (los que viven de la industria política a costa de los demás), y que tales trabajadores son el chivo sacrificial que la izquierda consagra en el altar de su impostura para satisfacción de la caterva de gandules que parasitan al resto (si alguien duda de esto, que vea los cuadros de PSOE y Podemos y Más Madrid y compruebe quiénes han trabajado alguna vez), parásitos que necesitan el sacrificio y el dinero de los productores para vivir y para pagar los votos de la muchedumbre que necesitan para mantenerse en el poder cambiando la democracia por una oclocracia pestilente.
También Vox es el único partido que puede hacerle comprender a los productores más proclives a la izquierda que el supuesto amor de la izquierda por los pobres no es más que un pretexto para llegar al poder y que una vez en el poder no van a cambiar las políticas que permiten que los pobres que los han votado sigan siendo pobres para que, permaneciendo permanentemente engañados, continúen votándoles al venderles los mismos cuentos de siempre, y que la inmigración ilegal alentada por esa izquierda es a esos trabajadores menos favorecidos a quienes más perjudica. Si Vox hace bien su trabajo, puede ser un dolor de muelas para la izquierda en ámbitos que tradicionalmente le son propicios.
Todo el mundo da por hecho un Gobierno de la derecha con la suma de los votos de PP y Vox, pero si algo ha demostrado la izquierda es que jamás se la puede dar por muerta. Nadie debe caer en el triunfalismo, pues no se puede menospreciar al votante de la izquierda: por muy carente de sentido común que nos pueda parecer que continúen votando al pequeño Lenin o al podrido Sánchez hemos de saber que los votantes de izquierda no se mueven por decencia, sentido común o razón. Son mucho más parecidos a los fanáticos de un equipo de fútbol, que verán penalti en una falta en el medio del campo si es a favor de su equipo. Seguirán votando a su partido sencillamente porque es de izquierdas, y da igual lo que hagan o el candidato que presenten, da igual que arrasen el país o que perviertan la democracia hasta límites intolerables. Para ellos, lo que haga la izquierda está bien hecho o es inevitable y siempre será culpable de todo la derecha.
La prueba es que las encuestas no reflejan desgaste electoral para el Gobierno de Sánchez a pesar de la muerte y la ruina que va dejando a su paso, pues por donde pisa no crece la hierba. Los votantes de izquierda no son sólo votantes, son cómplices de esas políticas y, aunque cueste creerlo, muchos las comparten. Cuenta, además, con los medios que ocultarán cualquier información negativa para la izquierda y pasarán horas analizando las maldades de la derecha. Para eso pagan y para eso son de izquierdas. Esos votantes a los que nos referimos jamás han votado otra cosa, jamás votarán otra cosa, jamás se han educado en algo que no sea las proclamas de la izquierda y jamás verán una televisión que no les diga lo que quieren oír. De modo que la izquierda seguirá con su masa irreductible de fanáticos.
Queda por saber qué harán esos miles de votos pijoprogres que hasta ahora iban a C's. Éstos son el peligro, pues temo que no acepten votar a un PP que se les indigesta a pesar de las maniobras de Casado y que tampoco votarán en contra del socialismo al que en el fondo ven con complejo de progre exquisito. Son esos ingenuos que nunca ven el peligro en la izquierda totalitaria pero siempre se escandalizan con cualquier anécdota de la derecha. Los que temen ser tachados de fachas por la izquierda porque no tienen claro el concepto de que nadie puede ser fascista sin ser antes socialista. Pero esto es un pensamiento demasiado complejo para un pijoprogre. Por eso, esta clase de votantes puede inclinar la balanza peligrosamente hacia la izquierda, pues no les bastará con el sentido común para comprender que todo lo que no sea votar a PP o a Vox es votar a Podemos.
Somos muchos los que nunca hemos tenido, ni tenemos, un partido que realmente nos represente, pero que siempre hemos sabido contra qué votar. Esto es lo que hay que plantearse seriamente en las elecciones de Madrid: contra qué votar. O contra un Gobierno sensato y razonable (nunca perfecto, porque eso no existe) o contra un gobierno de izquierda radical totalitaria. Ni más ni menos. De ahí el acertado eslogan de Ayuso: socialismo o libertad.
Ahora que el pequeño Lenin se presenta a las elecciones, muchos quieren cambiar a comunismo o libertad. Sería un error. El problema no es el comunismo, que no es más que un socialismo con prisas. El problema es el socialismo y todo lo que conlleva. El peor, Cuba y Venezuela; el suavizado, Argentina; y el más civilizado, la Andalucía y la Extramadura hundidas y ruinosas de estos últimos cuarenta años. Regiones que estaban en el culo de Europa hace cuarenta años y que siguen en el mismo sitio gracias a las políticas parasitarias del socialismo.
Por todo esto, lo que se juega el 4 de mayo en Madrid no son unas elecciones autonómicas más. Son un auténtico 2 de Mayo en el que España entera se juega su prosperidad y el requisito ineludible para ésta: la libertad.
Confiemos en que el 4 de mayo sea el principio del fin de los abyectos.
(*) Winston Galt es escritor. Autor de la novela Frío Monstruo y del ensayo M-XXI. La batalla por la libertad
La soberbia es un pecado capital. Cuando se une a la ambición y al resentimiento, el cóctel es corrosivo. A veces, explota en las manos, como una bomba, a los que manejan el artefacto. Es una forma de justicia no divina pero sí sarcástica que, como no podía ser de otra manera, provoca en los antagonistas una evidente satisfacción.
A los manejos antidemocráticos habituales de la izquierda, llevados al extremo por este Gobierno patético, se ha añadido la soberbia de intentar el golpe definitivo a la derecha a través de la traición de un partidito nacido socialdemócrata, devenido falsamente liberal, surgido de una segregación del socialismo catalán y que durante un tiempo engañó a muchos que creían ver en Ciudadanos ese partido "progresista" pero alejado de la inveterada y tradicional corrupción del PSOE, que podía colmar sus ansias de progresismo sin la suciedad del PSOE.
Dirigido de forma personalista por Albert Rivera dio durante un tiempo la sensación de que realmente podría convertirse en un partido de Estado, de los que usan su ubicación entre los grandes bloques para moderar a unos y para coadyuvar a otros a estabilizar una línea política sensata y razonable (no muy avanzada, pues sus postulados eran y son esencialmente socialdemócratas y poco liberales, pero al menos podía proponer cierta sensatez y moderar al PSOE, que había dejado de ser socialdemócrata desde Zapatero). Ciudadanos era aún más necesario ahora que el PSOE ha dejado incluso de ser un partido político para convertirse en una organización delictiva, aunque utilice su historia mal contada y las políticas populistas de izquierda como coartada para captar el voto.
Se culpa a Rivera de no haber llegado a un acuerdo de Gobierno con Sánchez después de las elecciones de abril de 2019, pero no lo creo cierto. Al contrario, Sánchez utilizó el periodo de abril a noviembre de 2019 para escenificar que C's no quería acuerdos con el PSOE y para ir limando a Podemos para convertirse en el voto útil de la izquierda, incluso de la radical. Su plan de apoyarse en toda la putrefacción del arco político español estaba tomada desde la moción de censura que lo aupó al Gobierno. No quería otra opción el PSOE, pues ello hubiera supuesto alejarse de las políticas populistas, las únicas que le acercaban de una forma permanente al poder. Caer en manos de C's hubiera supuesto renunciar a los apoyos de toda la izquierda y de los nacionalismos, lo que no se contemplaba pues ello hubiera sido beneficioso para el país, pero perjudicial para su proyecto a medio y largo plazo. Recuérdese su actuación desde la moción de censura hasta las elecciones de abril de 2019 para comprobarlo. Sólo se trataba de aparentar el desprecio de C's e ir alimentando la sensación de que caía en manos de comunistas, golpistas, proetarras y demás basura política al no tener otra opción. Puro teatro, que es lo único que es el PSOE actualmente: en esencia, una banda facinerosa, en apariencia un teatro permanente.
Sánchez jamás hubiera aceptado el acuerdo con C's por mucho que mienta al respecto. De hecho, repitió las elecciones porque pensaba acoger voto útil de Podemos y crecer y encontrarse en una posición más ventajosa para entonces hacer lo que más le conviniera, que no era sino apoyarse en un Podemos debilitado para formar el Gobierno que realmente quería. De ahí que el acuerdo con Podemos tardara menos de cuarenta y ocho horas en materializarse tras las elecciones de noviembre de 2019, lo que sería inaudito si no estuviera preparado de antemano. El declive brutal de Ciudadanos ayudó a la jugada, pues ya no había opción a la moderación, lo que servía de coartada a Sánchez para aplicar las políticas que se corresponden con su ideología.
Si, encima, se produce una pandemia mundial que se evita combatir deliberadamente cuando se observan las posibilidades de Gobierno dictatorial que favorece, el cuadro es una ensoñación para un presidente sin escrúpulos al que no le importan ni el sufrimiento ni la muerte ni la ruina de los ciudadanos de su país. Es más, podemos decir, tras un año de sufrir a este Gobierno en plena pandemia, que el Gobierno de España ha favorecido las consecuencias catastróficas de la pandemia aposta para reafirmar en esta situación excepcional su poder, un poder que se parece cada vez más al de Estados fallidos como el de Argentina camino de una venezolización cada vez más acelerada.
Pero en su camino había varias chinas en el zapato: Murcia, Castilla-León, Andalucía y, especialmente, Madrid (Galicia se da por perdida tras las elecciones autonómicas del verano pasado en las que Feijoó logró mayoría absoluta). Si podía robar tal poder autonómico al PP, la jugada maestra era definitiva: conseguir todo el poder estatal y autonómico en la práctica y anular el ejemplo de eficacia en la gestión del gobierno de la Comunidad de Madrid, que es una bofetada diaria al contraponerse al desastre del Gobierno central.
Urdió con la nueva dirección de Ciudadanos la jugada, que finalmente salió mal porque Arrimadas no controla su partido. Ésta, que pasará a la memoria de la política española como la autora de la traición más vil y carroñera de la historia reciente, provocó una cascada de mociones de censura ¡¡¡contra sus propios Gobiernos!!!, esto es, mociones de censura contra Gobiernos de los que formaba parte, lo que es insólito.
El fracaso de la operación se achaca por los medios gubernamentales de compra de votos por el PP cuando es al contrario: compra de voluntades por el Gobierno de Sánchez fallida, pues muchos diputados de C's se han negado a secundar las órdenes de su presidenta.
Fracasadas las mociones de censura en todas las comunidades, sólo ha tenido éxito en el ayuntamiento de Murcia. Pan para hoy y hambre para mañana si alguien conoce a los murcianos. Que se esperen a las próximas elecciones municipales y verán el resultado de sus geniales estratagemas.
Sospechosa la actitud del PP en la comunidad de Murcia, que no forzó una convocatoria de elecciones ante la perspectiva de perderlas frente a Vox y sí la admite en Madrid, lo que nos lleva a pensar que la decisión de convocar elecciones en Madrid no partió de Génova precisamente.
Lo cierto es que el fracaso rotundo de las arteras artimañas de Sánchez con la sucia complicidad de Arrimadas pone de manifiesto algo que todo el mundo sabe: la incompetencia de Sánchez y de su valido Redondo, y del patibulario PSOE, es proverbial y debería trasladarse a los libros de política como ejemplo perfecto de que la mezcla de soberbia, ambición y resentimiento conducen indefectiblemente a la estupidez.
Nos han vendido a Redondo como un ejemplo perfecto de maquiavélica precisión, de rigurosa capacidad de análisis, que dirige una máquina perfecta de asesores (690) y analiza miles de datos a diario para proponer a su jefe las mejores jugadas que sólo tienen un objetivo: permanecer en la Moncloa al coste que sea.
Algunos sospechábamos que Redondo no era sino el típico listillo que ha aprendido en alguna universidad americana a despreciar la verdad, la realidad y la democracia para manipular la información en favor de quien le pague. Ahora también sabemos que no es más que otro idiota que aprende más de las series de televisión que de los libros de historia y al que mantienen en el poder los mecanismos de siempre: la compra de voluntades periodísticas para falsear la realidad y ocultar la verdad por los métodos habituales: el uso de los perros de la desinformación y la propaganda. Nada nuevo bajo el sol. Un aprendiz de Goebbels de la más baja estofa. Al nivel, ni más ni menos, que su jefe.
Tras el fracaso, las risotadas de toda España han sido antológicas y es posible que se haya convertido su traspiés en el principio del fin de los inmorales que nos gobiernan.
Nadie puede negar que la audacia de Ayuso, convocando inmediatamente elecciones en Madrid, los ha pillado con el paso cambiado. Hay que ser muy necio para no haberlo previsto, por cierto. Y que no lo esperaban es evidente: su candidato es la nada convertida en fotografía. Porque mejor que no hable. Gabilondo debe ser el único político socialista del país que no sabe mentir.
La cascada de consecuencias no termina en el PSOE. La cara de idiota que se le ha quedado a Iglesias es de portada de El Jueves. Seguro que no le habían dicho ni media palabra de la jugada, porque a Podemos la convocatoria de elecciones en Madrid también se le ha atragantado. Ha tenido que venir el pequeño Lenin a ponerse al frente del ejército rojo de gandules a ver si rascan algo para poder seguir viviendo del cuento a costa de los españoles.
Estas elecciones han provocado otra consecuencia que puede ser demoledora para la izquierda: ahora el peor enemigo del partido de los gandules es el propio PSOE. Con riesgo de no salir en la foto, Unidas Ganduleamos tendrá que apartarse del PSOE como de la peste para recuperar parte de su electorado con vistas a las próximas generales. Les va la vida en ello, y nunca mejor dicho, porque si no viven de nuestros impuestos y de nuestra deuda, ¿de qué van a vivir?
Ayuso ha provocado que el PSOE esté rezando para no perder lo que tiene haciendo pasear por las televisiones pagadas a ese candidato de cartón piedra como si fuera un paso decrépito de la Semana Santa que nos vuelven a robar. Errejón, la mascota de Sánchez, peleará por no perder su rinconcito y su sueldo ahora que el pequeño Lenin va a competir con él. Y el pequeño Lenin rezará a sus santos: Lenin, Stalin, Chávez, Maduro, para rascar ese voto que le permita tomar aire ahora que está sumergido hasta el cuello en lo que ustedes ya saben y que empieza por m.
Todas las encuestas aseguran un gran resultado para el PP de la mano de Ayuso. Ésta, lo que menos necesita es ayuda de Génova, pues la dirección del partido resta más que suma. Pero es prácticamente imposible que consiga la mayoría absoluta por su cuenta y sin apoyos externos. Lo ha comprendido perfectamente cuando ha dicho que ella no hará campaña contra Vox, demostrando que sabe dónde está realmente el enemigo.
Por su parte, Vox se hace ahora más necesario que nunca. Aglutina a los que jamás volverán a votar al PP por las traiciones a sus propios votantes y a sus principios (la de Rajoy y ahora la de Casado) y porque el punto populista que despliega puede ayudar a recoger voto de los cinturones obreros pues es el único partido que puede convencer a los trabajadores de que su verdadero enemigo son las políticas de izquierdas. No es sencillo, pero es posible, convencer a muchos trabajadores de dos cosas: que es idiota para un obrero votar a la izquierda, pues se votan las políticas que más daño hacen a los productores de menor capacidad económica, y que sólo hay dos clases sociales en nuestra sociedad: los productores (desde empresarios a obreros) que trabajan y producen, y los parásitos (los que viven de la industria política a costa de los demás), y que tales trabajadores son el chivo sacrificial que la izquierda consagra en el altar de su impostura para satisfacción de la caterva de gandules que parasitan al resto (si alguien duda de esto, que vea los cuadros de PSOE y Podemos y Más Madrid y compruebe quiénes han trabajado alguna vez), parásitos que necesitan el sacrificio y el dinero de los productores para vivir y para pagar los votos de la muchedumbre que necesitan para mantenerse en el poder cambiando la democracia por una oclocracia pestilente.
También Vox es el único partido que puede hacerle comprender a los productores más proclives a la izquierda que el supuesto amor de la izquierda por los pobres no es más que un pretexto para llegar al poder y que una vez en el poder no van a cambiar las políticas que permiten que los pobres que los han votado sigan siendo pobres para que, permaneciendo permanentemente engañados, continúen votándoles al venderles los mismos cuentos de siempre, y que la inmigración ilegal alentada por esa izquierda es a esos trabajadores menos favorecidos a quienes más perjudica. Si Vox hace bien su trabajo, puede ser un dolor de muelas para la izquierda en ámbitos que tradicionalmente le son propicios.
Todo el mundo da por hecho un Gobierno de la derecha con la suma de los votos de PP y Vox, pero si algo ha demostrado la izquierda es que jamás se la puede dar por muerta. Nadie debe caer en el triunfalismo, pues no se puede menospreciar al votante de la izquierda: por muy carente de sentido común que nos pueda parecer que continúen votando al pequeño Lenin o al podrido Sánchez hemos de saber que los votantes de izquierda no se mueven por decencia, sentido común o razón. Son mucho más parecidos a los fanáticos de un equipo de fútbol, que verán penalti en una falta en el medio del campo si es a favor de su equipo. Seguirán votando a su partido sencillamente porque es de izquierdas, y da igual lo que hagan o el candidato que presenten, da igual que arrasen el país o que perviertan la democracia hasta límites intolerables. Para ellos, lo que haga la izquierda está bien hecho o es inevitable y siempre será culpable de todo la derecha.
La prueba es que las encuestas no reflejan desgaste electoral para el Gobierno de Sánchez a pesar de la muerte y la ruina que va dejando a su paso, pues por donde pisa no crece la hierba. Los votantes de izquierda no son sólo votantes, son cómplices de esas políticas y, aunque cueste creerlo, muchos las comparten. Cuenta, además, con los medios que ocultarán cualquier información negativa para la izquierda y pasarán horas analizando las maldades de la derecha. Para eso pagan y para eso son de izquierdas. Esos votantes a los que nos referimos jamás han votado otra cosa, jamás votarán otra cosa, jamás se han educado en algo que no sea las proclamas de la izquierda y jamás verán una televisión que no les diga lo que quieren oír. De modo que la izquierda seguirá con su masa irreductible de fanáticos.
Queda por saber qué harán esos miles de votos pijoprogres que hasta ahora iban a C's. Éstos son el peligro, pues temo que no acepten votar a un PP que se les indigesta a pesar de las maniobras de Casado y que tampoco votarán en contra del socialismo al que en el fondo ven con complejo de progre exquisito. Son esos ingenuos que nunca ven el peligro en la izquierda totalitaria pero siempre se escandalizan con cualquier anécdota de la derecha. Los que temen ser tachados de fachas por la izquierda porque no tienen claro el concepto de que nadie puede ser fascista sin ser antes socialista. Pero esto es un pensamiento demasiado complejo para un pijoprogre. Por eso, esta clase de votantes puede inclinar la balanza peligrosamente hacia la izquierda, pues no les bastará con el sentido común para comprender que todo lo que no sea votar a PP o a Vox es votar a Podemos.
Somos muchos los que nunca hemos tenido, ni tenemos, un partido que realmente nos represente, pero que siempre hemos sabido contra qué votar. Esto es lo que hay que plantearse seriamente en las elecciones de Madrid: contra qué votar. O contra un Gobierno sensato y razonable (nunca perfecto, porque eso no existe) o contra un gobierno de izquierda radical totalitaria. Ni más ni menos. De ahí el acertado eslogan de Ayuso: socialismo o libertad.
Ahora que el pequeño Lenin se presenta a las elecciones, muchos quieren cambiar a comunismo o libertad. Sería un error. El problema no es el comunismo, que no es más que un socialismo con prisas. El problema es el socialismo y todo lo que conlleva. El peor, Cuba y Venezuela; el suavizado, Argentina; y el más civilizado, la Andalucía y la Extramadura hundidas y ruinosas de estos últimos cuarenta años. Regiones que estaban en el culo de Europa hace cuarenta años y que siguen en el mismo sitio gracias a las políticas parasitarias del socialismo.
Por todo esto, lo que se juega el 4 de mayo en Madrid no son unas elecciones autonómicas más. Son un auténtico 2 de Mayo en el que España entera se juega su prosperidad y el requisito ineludible para ésta: la libertad.
Confiemos en que el 4 de mayo sea el principio del fin de los abyectos.
(*) Winston Galt es escritor. Autor de la novela Frío Monstruo y del ensayo M-XXI. La batalla por la libertad