Patxi López
Para cuando Patxi López se convirtió en Lendacari vasco (la ceremonia de la jura fue el 6 de mayo de 2009), ya llevaba cuatro años en vigor el Nomenclátor actualizado de apellidos vascos de Euskaltzaindia, que es de 2005, y donde se dice que López es apellido vasco y que se puede escribir Lopetz o Lopitz, a gusto del consumidor. Lo mismo que el segundo apellido de Patxi, Álvarez, también se da como vasco. Podría haber ido a que Euskaltzaindia le expidiera un certificado y cambiárselo en cualquier Registro Civil de España –normalmente el más cercano a su domicilio- por Albarez o Albaritz, también aquí con dos opciones a elegir.
Nadie de su entorno le debió advertir de tal posibilidad. Y mucho menos sus espesos asesores culturales, que se retrataron en episodios como el Premio Euskadi de Ensayo, que se lo dieron durante aquellos años a gente como Joseba Sarrionandia, preso de ETA fugado a Cuba, o a Joxe Azurmendi, principal ideólogo de la izquierda abertzale y del odio a España durante los últimos cuarenta años, que entre sus obras tiene una titulada PSOE eta euskal abertzaletasuna, donde pone a parir literalmente al partido fundado por Pablo Iglesias (el primer Pablo Iglesias, se entiende), por español y antivasco. Tanto Sarrionandia como Azurmendi alucinarían al saberse premiados por un lendacari del PSOE. Ambos se quedaron con el premio, naturalmente, pero ninguno de los dos asistió a la ceremonia de entrega. Uno por no poder luego regresar a Cuba y el otro envió a un hermano suyo a recoger el dinerín.
El caso es que Patxi López optó por lo que no hizo ningún lendacari nacionalista, lo de cambiarse el nombre de pila para euscaldunizarlo, y de Francisco Javier López Álvarez se puso Patxi. Euskaltzaindia da hasta siete opciones para ponerse Francisco en eusquera: Frantses, Frantzisko, Pantxiko, Patxi, Patxo, Patziku y Praisku. López además fue el lendacari que duró menos en el cargo, apenas tres años, y yo tengo para mí –y creo que no soy el único que lo piensa, ni mucho menos– que en el fondo eso pasó tanto por ponerse Patxi como, sobre todo, por apellidarse López Álvarez. Luego también fue presidente del Congreso. Y ambos nombramientos de relumbrón, tanto el de lendacari vasco como el de presidente del Congreso, los consiguió gracias al apoyo del PP de Mariano Rajoy. Hoy Patxi López es un diputado socialista raso, a la sombra de Pedro Sánchez. Pero dejémoslo ahí.
El fundador del PNV, Sabino Arana, diferenció, como es sabido, a los que tienen apellidos eusquéricos de los que no. A los primeros los consideró los auténticos vascos. A los segundos, una especie de sobrevenidos que había que arrinconar o segregar como fuera y, en cualquier caso, distanciarse de ellos a la mínima oportunidad. Sus escritos dicen lo mismo de mil maneras. Sobre el tema de los apellidados López, Álvarez, Sánchez y similares lo dijo muy clarito en un pasaje de uno de sus artículos, donde daba su opinión sobre la principal revista del país entonces, la Euskal-Erria de San Sebastián, que se publicó entre 1880 y 1918 y que recoge toda la cultura liberal fuerista de la época de un modo antológico. La Euskal-Erria se puede consultar en la web de la Biblioteca Koldo Mitxelena. Por cultura liberal fuerista denominamos la de los vascos del siglo XIX, hasta inicios de la Guerra Civil, que asumían el constitucionalismo español junto con los fueros y que reivindicaban una patria chica, la vasca, junto con otra grande, la española, de la que todos se sentían parte. Esto que quede muy claro a pesar de que el título de la revista pueda parecer otra cosa hoy, tan impregnados como estamos de prejuicios ideológicos. Les invito a que la conozcan, para que vean de lo que hablamos. A esta revista, el fundador del nacionalismo vasco le tenía una manía especial, una ojeriza proverbial. Intentó publicar allí más de una vez y solo alcanzó a sacar un artículo, y de los más suaves que escribió nunca. Pero él tenía que seguirla porque no le quedaba más remedio si quería conocer lo que se escribía a su alrededor.
“Tengo en la mano un cuaderno que dice: Euskal-Erria. Revista Bascongada, Órgano del Consistorio de Juegos Florales Euskaros de San Sebastián, de la Comisión de monumentos de Guipúzcoa, de la Sociedad de Bellas Artes, de la Asociación Euskara de Nabarra y del Folklore Basco-Nabarro, órgano, en fin, de todo aquello que trasciende a euskaro, éuskaro o eúskaro; a fuerismo, a autonomía, a regionalismo; a euskera sin raza; a gigantescas montañas y sombríos bosques y risueños valles y cristalinas fuentes y pintorescas caserías sin patria; a patria sin fronteras meridionales ni orientales ni occidentales; a poetas que solo cantan a la poesía; a aurresku bailado por un Gómez, y txistu tocado por un Pérez, y santso lanzado por un Rodríguez, a euskera aprendido y hablado por los Gómez y los Pérez y los Rodríguez, a Gernika cantado por los Rodríguez y los Pérez y los Gómez, y a patria chica, en fin, con patria grande.”
A los que tenían apellidos terminados en “–z”, como esos que acaba de nombrar, Sabino Arana los consideraba españoles y por tanto incapacitados para apreciar la lengua vasca o las costumbres y el folklore autóctonos. Hoy, en el Nomenclátor de apellidos vascos actualizado en 2005, Euskaltzaindia incluye esos apellidos como vascos y junto con su grafía castellana introduce la que debe ser grafía eusquérica de los mismos. Son los siguientes: Álvarez (que pasaría a ser Albarez o Albaritz), Díaz (Diaitz), Díez (Dieitz), Domínguez (Domingitz), Fernández (Fernanditz), Jiménez o Giménez (Ximenez o Ximenitz), Gómez (Gomitz), González (Gontzalitz), Ibáñez (Ibañitz), López (Lopetz o Lopitz), Márquez (Markitz), Martínez (Martinitz), Muñoz (Munioitz), Pérez (Peritz), Ramírez (Ramiritz), Rodríguez (Rodrigitz), Ruiz (Ruitz), y, en fin, Sánchez (Santxez o Santxitz).
Este planteamiento, de considerar estos apellidos como vascos vendría avalado por ciertos trabajos recientes de especialistas en el tema, singularmente los de Patxi Salaberri Zaratiegi, quien contempla la posibilidad de que los apellidos terminados en “–z” puedan entenderse en origen como evoluciones autóctonas influidas por el eusquera. Sánchez sería “hijo de Sancho” y esa terminación en “–z” añadida a Sancho y con ese significado solo puede provenir del eusquera, no del castellano. Lo cual es muy posible que sea así, a nada que conozcamos algo de eusquera y no indicaría más que la profunda imbricación en origen entre ambos idiomas, pero la sima establecida ideológicamente por el fundador del Partido Nacionalista Vasco es de tal calibre, por lo que implica de rechazo de todo lo español, que cualquier discusión sobre el tema queda de antemano inevitablemente viciada, anulada por el peso de lo ideológico.
Esta postura de considerar la proximidad de lo eusquérico y de lo español en general, a lo largo de la historia, se resalta muy a menudo en la revista Euskal-Erria antes citada, porque responde a una línea de cultura histórica llamada el “vasco-iberismo”, que arranca desde el siglo XVI en adelante y que tiene como representantes de la misma a Garibay, Larramendi, Astarloa, Erro, Hervás y otros muchos, tanto vascos como del resto de España y también extranjeros, que consideraban que el eusquera era la lengua primitiva de los españoles, la primera de todas, la que hablaban los íberos. Esta cultura vasco-iberista la asumió como propia todo el fuerismo del siglo XIX y contra ella cargó con todas sus fuerzas Sabino Arana, porque sabía que acabando con ella conseguiría romper una de las conexiones más sólidas entre lo vasco y el resto de España. Los trabajos de Luis Michelena y Antonio Tovar a mediados del siglo XX le dieron la puntilla al vasco-iberismo, al considerar que no se podía sostener ese principio de conexión entre el eusquera y el íbero de una manera científica.
Por eso, lo que hace el Nomenclátor de Euskaltzaindia en 2005 introduciendo esos apellidos castellanos terminados en “–z” como apellidos vascos requeriría, como mínimo, una explicación, que no se da. Y, por tanto, lo que genera es más confusión y perplejidad, dado el ambiente ideológico –nacionalista vasco– dominante en el que vivimos. Y mucho más dándoles una grafía eusquérica que no es más que un modo ideológico de diferenciar el eusquera, que nunca tuvo grafía propia, respecto del castellano o español, que fue el idioma en el que siempre se escribió el eusquera, lo mismo que ocurrió al norte de los Pirineos respecto del francés.
Para terminar, resulta que, según el INE, en España hay 53 personas de primer apellido y 72 de segundo que se apellidan Albarez, la mayoría viviendo en Madrid y Barcelona, lo cual hace pensar que ese Albarez no tenga que ver con nada vasco. Otra cosa distinta son las 8 personas de primero y 13 de segundo que se apellidan Santxez; así como 7 de primero y no sabemos si 4 o menos de segundo –por el secreto estadístico, ya saben– que se apellidan Lopitz. Estos sí tienen pinta de haber sido influidos por el nacionalismo apellidístico. No son muchos, pero pueden ser precursores de muchos más.
Para cuando Patxi López se convirtió en Lendacari vasco (la ceremonia de la jura fue el 6 de mayo de 2009), ya llevaba cuatro años en vigor el Nomenclátor actualizado de apellidos vascos de Euskaltzaindia, que es de 2005, y donde se dice que López es apellido vasco y que se puede escribir Lopetz o Lopitz, a gusto del consumidor. Lo mismo que el segundo apellido de Patxi, Álvarez, también se da como vasco. Podría haber ido a que Euskaltzaindia le expidiera un certificado y cambiárselo en cualquier Registro Civil de España –normalmente el más cercano a su domicilio- por Albarez o Albaritz, también aquí con dos opciones a elegir.
Nadie de su entorno le debió advertir de tal posibilidad. Y mucho menos sus espesos asesores culturales, que se retrataron en episodios como el Premio Euskadi de Ensayo, que se lo dieron durante aquellos años a gente como Joseba Sarrionandia, preso de ETA fugado a Cuba, o a Joxe Azurmendi, principal ideólogo de la izquierda abertzale y del odio a España durante los últimos cuarenta años, que entre sus obras tiene una titulada PSOE eta euskal abertzaletasuna, donde pone a parir literalmente al partido fundado por Pablo Iglesias (el primer Pablo Iglesias, se entiende), por español y antivasco. Tanto Sarrionandia como Azurmendi alucinarían al saberse premiados por un lendacari del PSOE. Ambos se quedaron con el premio, naturalmente, pero ninguno de los dos asistió a la ceremonia de entrega. Uno por no poder luego regresar a Cuba y el otro envió a un hermano suyo a recoger el dinerín.
El caso es que Patxi López optó por lo que no hizo ningún lendacari nacionalista, lo de cambiarse el nombre de pila para euscaldunizarlo, y de Francisco Javier López Álvarez se puso Patxi. Euskaltzaindia da hasta siete opciones para ponerse Francisco en eusquera: Frantses, Frantzisko, Pantxiko, Patxi, Patxo, Patziku y Praisku. López además fue el lendacari que duró menos en el cargo, apenas tres años, y yo tengo para mí –y creo que no soy el único que lo piensa, ni mucho menos– que en el fondo eso pasó tanto por ponerse Patxi como, sobre todo, por apellidarse López Álvarez. Luego también fue presidente del Congreso. Y ambos nombramientos de relumbrón, tanto el de lendacari vasco como el de presidente del Congreso, los consiguió gracias al apoyo del PP de Mariano Rajoy. Hoy Patxi López es un diputado socialista raso, a la sombra de Pedro Sánchez. Pero dejémoslo ahí.
El fundador del PNV, Sabino Arana, diferenció, como es sabido, a los que tienen apellidos eusquéricos de los que no. A los primeros los consideró los auténticos vascos. A los segundos, una especie de sobrevenidos que había que arrinconar o segregar como fuera y, en cualquier caso, distanciarse de ellos a la mínima oportunidad. Sus escritos dicen lo mismo de mil maneras. Sobre el tema de los apellidados López, Álvarez, Sánchez y similares lo dijo muy clarito en un pasaje de uno de sus artículos, donde daba su opinión sobre la principal revista del país entonces, la Euskal-Erria de San Sebastián, que se publicó entre 1880 y 1918 y que recoge toda la cultura liberal fuerista de la época de un modo antológico. La Euskal-Erria se puede consultar en la web de la Biblioteca Koldo Mitxelena. Por cultura liberal fuerista denominamos la de los vascos del siglo XIX, hasta inicios de la Guerra Civil, que asumían el constitucionalismo español junto con los fueros y que reivindicaban una patria chica, la vasca, junto con otra grande, la española, de la que todos se sentían parte. Esto que quede muy claro a pesar de que el título de la revista pueda parecer otra cosa hoy, tan impregnados como estamos de prejuicios ideológicos. Les invito a que la conozcan, para que vean de lo que hablamos. A esta revista, el fundador del nacionalismo vasco le tenía una manía especial, una ojeriza proverbial. Intentó publicar allí más de una vez y solo alcanzó a sacar un artículo, y de los más suaves que escribió nunca. Pero él tenía que seguirla porque no le quedaba más remedio si quería conocer lo que se escribía a su alrededor.
“Tengo en la mano un cuaderno que dice: Euskal-Erria. Revista Bascongada, Órgano del Consistorio de Juegos Florales Euskaros de San Sebastián, de la Comisión de monumentos de Guipúzcoa, de la Sociedad de Bellas Artes, de la Asociación Euskara de Nabarra y del Folklore Basco-Nabarro, órgano, en fin, de todo aquello que trasciende a euskaro, éuskaro o eúskaro; a fuerismo, a autonomía, a regionalismo; a euskera sin raza; a gigantescas montañas y sombríos bosques y risueños valles y cristalinas fuentes y pintorescas caserías sin patria; a patria sin fronteras meridionales ni orientales ni occidentales; a poetas que solo cantan a la poesía; a aurresku bailado por un Gómez, y txistu tocado por un Pérez, y santso lanzado por un Rodríguez, a euskera aprendido y hablado por los Gómez y los Pérez y los Rodríguez, a Gernika cantado por los Rodríguez y los Pérez y los Gómez, y a patria chica, en fin, con patria grande.”
A los que tenían apellidos terminados en “–z”, como esos que acaba de nombrar, Sabino Arana los consideraba españoles y por tanto incapacitados para apreciar la lengua vasca o las costumbres y el folklore autóctonos. Hoy, en el Nomenclátor de apellidos vascos actualizado en 2005, Euskaltzaindia incluye esos apellidos como vascos y junto con su grafía castellana introduce la que debe ser grafía eusquérica de los mismos. Son los siguientes: Álvarez (que pasaría a ser Albarez o Albaritz), Díaz (Diaitz), Díez (Dieitz), Domínguez (Domingitz), Fernández (Fernanditz), Jiménez o Giménez (Ximenez o Ximenitz), Gómez (Gomitz), González (Gontzalitz), Ibáñez (Ibañitz), López (Lopetz o Lopitz), Márquez (Markitz), Martínez (Martinitz), Muñoz (Munioitz), Pérez (Peritz), Ramírez (Ramiritz), Rodríguez (Rodrigitz), Ruiz (Ruitz), y, en fin, Sánchez (Santxez o Santxitz).
Este planteamiento, de considerar estos apellidos como vascos vendría avalado por ciertos trabajos recientes de especialistas en el tema, singularmente los de Patxi Salaberri Zaratiegi, quien contempla la posibilidad de que los apellidos terminados en “–z” puedan entenderse en origen como evoluciones autóctonas influidas por el eusquera. Sánchez sería “hijo de Sancho” y esa terminación en “–z” añadida a Sancho y con ese significado solo puede provenir del eusquera, no del castellano. Lo cual es muy posible que sea así, a nada que conozcamos algo de eusquera y no indicaría más que la profunda imbricación en origen entre ambos idiomas, pero la sima establecida ideológicamente por el fundador del Partido Nacionalista Vasco es de tal calibre, por lo que implica de rechazo de todo lo español, que cualquier discusión sobre el tema queda de antemano inevitablemente viciada, anulada por el peso de lo ideológico.
Esta postura de considerar la proximidad de lo eusquérico y de lo español en general, a lo largo de la historia, se resalta muy a menudo en la revista Euskal-Erria antes citada, porque responde a una línea de cultura histórica llamada el “vasco-iberismo”, que arranca desde el siglo XVI en adelante y que tiene como representantes de la misma a Garibay, Larramendi, Astarloa, Erro, Hervás y otros muchos, tanto vascos como del resto de España y también extranjeros, que consideraban que el eusquera era la lengua primitiva de los españoles, la primera de todas, la que hablaban los íberos. Esta cultura vasco-iberista la asumió como propia todo el fuerismo del siglo XIX y contra ella cargó con todas sus fuerzas Sabino Arana, porque sabía que acabando con ella conseguiría romper una de las conexiones más sólidas entre lo vasco y el resto de España. Los trabajos de Luis Michelena y Antonio Tovar a mediados del siglo XX le dieron la puntilla al vasco-iberismo, al considerar que no se podía sostener ese principio de conexión entre el eusquera y el íbero de una manera científica.
Por eso, lo que hace el Nomenclátor de Euskaltzaindia en 2005 introduciendo esos apellidos castellanos terminados en “–z” como apellidos vascos requeriría, como mínimo, una explicación, que no se da. Y, por tanto, lo que genera es más confusión y perplejidad, dado el ambiente ideológico –nacionalista vasco– dominante en el que vivimos. Y mucho más dándoles una grafía eusquérica que no es más que un modo ideológico de diferenciar el eusquera, que nunca tuvo grafía propia, respecto del castellano o español, que fue el idioma en el que siempre se escribió el eusquera, lo mismo que ocurrió al norte de los Pirineos respecto del francés.
Para terminar, resulta que, según el INE, en España hay 53 personas de primer apellido y 72 de segundo que se apellidan Albarez, la mayoría viviendo en Madrid y Barcelona, lo cual hace pensar que ese Albarez no tenga que ver con nada vasco. Otra cosa distinta son las 8 personas de primero y 13 de segundo que se apellidan Santxez; así como 7 de primero y no sabemos si 4 o menos de segundo –por el secreto estadístico, ya saben– que se apellidan Lopitz. Estos sí tienen pinta de haber sido influidos por el nacionalismo apellidístico. No son muchos, pero pueden ser precursores de muchos más.