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Carlos Roldán López
Domingo, 18 de Abril de 2021 Tiempo de lectura:

Covid-19 y totalitarismo

Me dice un amigo militar que la gestión de una pandemia como la que está costando diariamente tantos muertos como si se cayeran dos aviones al día no es posible hacerla en el contexto de un Estado liberal. Limitar las libertades o incluso enfrentarse a los objetivos económicos de las grandes empresas, por no hablar de campañas de vacunaciones obligatorias, legislar penalmente para quien no cumple las normas sanitarias... etc. son cosas impensables en un Estado que depende de la opinión pública para subsistir.

 

No habría más que mirar atrás y ver cómo los Estados se han comportado anteriormente en gestiones de pandemias. Por poner un caso, el del General Primo de Rivera, que afirmaba que la Salud Pública, en casos de grave riesgo, solo era posible asegurarla a través del ejercicio de un poder ilimitado al menos mientras durara la crisis. Por ende, también cabe pensar a la inversa. Es decir, si queremos aplicar un nuevo orden totalitario, necesitamos un virus. Solo un virus puede darnos esa legitimidad que hoy ya no puede descansar sobre racialismos, ni sobre clasismos ni sobre nacionalismos (Cataluña es la excepción que confirma la regla, allí hay dos totalitarismos gestionando la realidad). Y, por supuesto, debe ser un virus real, letal. La visión del virus fantasma o inexistente no tiene sentido. El virus es real y letal. Puede acabar con nosotros. Si no, todo el nuevo orden puede caerse.
Sobre esto ya habla la literatura distópica suficientemente, y también hablaba la propaganda política de partidos que hoy están gestionando la excepcionalidad totalitaria. Podemos llegó a hablar en un cómic propagandístico nada menos que de la privatización del oxígeno.

 

La ficción milenarista y distópica ha llegado a la realidad y ha dejado de ser inocente salir a la calle a la hora que se desee. También decidir a qué hora se vuelve a casa y el "decaimiento" (la palabra merece una reflexión) del Estado de excepción es visto incluso como una temeridad. Reclamamos la excepcionalidad porque la relacionamos con nuestra salud. Objetivo conseguido. Hay una medicalización de todas las conductas sociales porque es hoy por hoy el único criterio válido para poder gestionarlas y aunque se vacune a la población entera, hay y habrá más virus. Basta con hacer pivotar todo el paradigma comunicativo sobre él.
Movilizarse por cuestiones sociales o políticas ya es una cuestión sanitaria susceptible de ser limitada. Y a este que escribe no le parece casualidad el tino y el tono de las nuevas leyes sobre la escuela y la infancia que el Gobierno de Sánchez prepara, ni el toque de queda nocturno que nos han aplicado sin justificación alguna.

 

Las bases de una nueva arquitectura política están establecidas y aunque parezca difícil creerlo, la dirección que tome en todo el país depende del resultado del 4 de Mayo. Madrid está condicionando la relación salud-poder porque es un espejo válido -más válido que Cataluña- para medir la adaptación de la población al nuevo régimen de libertades limitadas. Por ello, Sánchez se apresura a sugerir el "decaimiento" sin afirmarlo, forma parte del cretinismo electoralista que hace depender incluso la salud al cachivache electoral.

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