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Domingo, 25 de Abril de 2021 Tiempo de lectura:
La Tribuna del Director

El totalitarismo neocomunista de Pedro Sánchez convierte a España en un Estado fallido

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La izquierda mundial se lanzó a la piscina del “todo o nada” tras la caída del Muro de Berlín. Tras aquel acontecimiento en el que algunos creyeron vislumbrar el final de la historia, el totalitarismo izquierdista, bien bajo la fórmula tradicional de los partidos socialistas y comunistas habituales, o en su versión blanqueada de las socialdemocracias europeas y norteamericanas, vio peligrar, quizás por primera vez desde su surgimiento en los albores del siglo XX, su existencia y no tardó tiempo en pasar a la acción apoyándose en tres pilares fundamentales: el ideológico, articulado desde el Foro de Sao Paulo (fundado apenas unos meses después de la caída del Muro de Berlín); el económico, que garantizó la financiación de la extrema izquierda mundial gracias al empuje dinerario otorgado por el petróleo de países como la Venezuela bolivariana o el Irán de los mulás que, a su vez, en no pocas ocasiones se alimentaron pecuniariamente del narcotráfico internacional (tal y como ahora está investigando la Justicia norteamericana); y, finalmente, el apoyo “quintacolumnista”, consistente en la infiltración socialista y comunista en la práctica totalidad de las grandes instituciones globales, de la ONU al Parlamento Europeo o desde el Tribunal Europeo de Justicia a la Unesco.

 

Durante los últimos años, además, a este maremágnum tan variado y en ocasiones contradictorio de actores, se ha unido un nuevo protagonista fundamental en el resurgimiento de la extrema-izquierda mundial: el capitalismo “woke” o la actividad imparable de determinadas grandes empresas multinacionales, entidades financieras globales y multimillonarios especuladores que, gracias a la globalización y los medios de comunicación del sistema que compran y manejan a su gusto, están empezando a desarrollar alegres y combativos comportamientos totalitarios teñidos de populismo marcadamente neocomunista.

 

¿Qué une a todos estos individuos, partidos políticos, movimientos civiles, organizaciones y variados representantes siempre bien subvencionados de múltiples intereses geoestratégicos? Un único objetivo: poner contra las cuerdas el gran legado occidental, demoler nuestros valores tradicionales, subvertir las naciones, dinamitar los procesos democráticos, arrasar con los derechos fundamentales, mancillar nuestras sociedades y, fundamentalmente, convertir a los ciudadanos en esclavos obedientes y consumidores planos para alumbrar un nuevo orden civilizacional similar al instaurado por el Partido Comunista Chino: capitalismo salvaje controlado por el sector público y una partitocracia feroz, hipervigilancia y silenciamiento de la ciudadanía, libertades mermadas e imposición ideológica políticamente correcta.

 

Para conseguir estos fines, los nuevos comunistas, desparecida la figura del trabajador como gran elemento revolucionario, se han inventado una gran estafa comunitarista que trata de dividir a la sociedad en múltiples grupos de pertenencia, enfrentándolos unos con otros, para posteriormente convertir a estas masas en grandes y efectivas maquinarias de demolición de lo que un día se llamó “nuestra forma de vida”.

 

Así, infiltraron el Movimiento LGTB para convertirlo en una eficaz herramienta de descuartizar la familia tradicional, cimiento primal sobre el que se asienta nuestra civilización; posteriormente, se adueñaron del Movimiento Feminista para, a través de payasadas como el “metoo”, convertirlo en una gran guerra contra el hombre blanco, cristiano y heterosexual, responsable, según estos miserables, de todos los males del universo; más tarde, prostituyeron la legítima preocupación existente entre los ciudadanos por determinados problemas medioambientales y la travistieron en una falsaria, ridícula, cínica y multimillonaria campaña contra un “cambio climático” que no existe; en estos momentos, finalmente, ha llegado el momento de colocar sus sucias manos y sus carteras de comprar voluntades sobre las razas, es decir, ahora se trata de “racializar” a los ciudadanos, integrándolos en determinados grupos, por supuesto también enfrentándolos unos con otros, y utilizándolos como efectivos arietes de demolición de la democracia, de la convivencia e, incluso, del más elemental sentido común.

 

En este marco global, el Gobierno español formado por el PSOE y Podemos, y especialmente personajes de libro estalinista como Pedro Sánchez y Pedro Iglesias, representan excepcionalmente bien la inmensa amenaza global que socialistas y comunistas representan para la democracia y las libertades.

 

Como buenos comunistas, ambos son absolutamente impermeables al rastro de muerte que dejan a su paso (100.000 españoles fallecidos bajo su mandato por el Covid-19 y su mayor preocupación es luchar contra el “franquismo” y el “fascismo”); ambos tienen idéntico cinismo y desvergüenza para, aliándose con filoterroristas, golpistas, radicales, nacionalistas aprovechados y fanáticos de todo tipo y condición, colocar a las instituciones democráticas a su servicio, en no pocos casos bordeando o saltándose las leyes; ambos tienen el mismo rostro pétreo para tapar un escándalo con otro, para desmentir con determinación lo que ayer afirmaron con la misma rotundidad; ambos, manipulando la historia, comprando la cultura y acallando la libertad de expresión, exhiben las mismas pulsiones dictatoriales, supremacistas y totalitarias que han traslado a sus respectivas formaciones políticas, convirtiendo a éstas en asociaciones al borde de la legalidad; ambos muestran ante los ciudadanos honrados el mismo aire prepotente, barriobajero y cobarde de los fanfarrones de pacotilla que se creen impunes por pertenecer a una casta superior; ambos, que coinciden en la cortedad de sus currículos educativos y profesionales, exhiben también idéntico desprecio a la meritocracia, al esfuerzo y al trabajo, tanto individual como colectivo, lo que les lleva a exclamar satisfechos ese insultante “salimos más fuertes” por encima del peor panorama económico de las últimas décadas, por encima de la destrucción de decenas de miles de empresas (a las que odian) y por encima de la aniquilación profesional de un millón de profesionales autónomos (a los que también odian).

 

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias son representativos, en el panorama político nacional, en sus respectivos partidos y en el Gobierno español y en no pocos Gobiernos autonómicos y municipales, de todos esos múltiples afluentes que como señalábamos anteriormente dan rostro a la nueva izquierda que es ya el gran enemigo global de la civilidad: son neocomunistas que mantienen fuertes lazos con la Venezuela bolivariana; son comunitaristas, reivindicando a su favor a todo tipo de colectivos revolucionarios, del Movimiento LGTB al feminismo, pasando por los movimientos raciales o, incluso, blanqueando a determinadas organizaciones filoterroristas; ambos son siervos de los especuladores multimillonarios globalistas, a quienes reciben en sus salones babeando de agradecimiento, que alimentan económicamente sus proyectos políticos y que subvencionan gustosamente sus idioteces solidarias y “buenistas”; ambos son también excelente aliados del Islam político, bien directamente, aceptando felices subvenciones de países como Irán, tal y como hizo en su momento el exvicepresidente, o bien solidarizándose con los principios ideológicos de éste, como hace habitualmente el Presidente; ambos, son, en fin, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, Pablo Iglesias y Pedro Sánchez, la punta de lanza europea de ese nuevo totalitarismo que está dibujando el siglo XXI y que, en el fondo, es un cóctel amenazante de miseria, integrismo y muerte que incluye chorros generosos de marxismo barato, notas de islamismo revolucionario, vertidos golosos de financiación George Soros, efluvios de narcotráfico internacional, gotas de terrorismo presuntamente revolucionario, semillas de antioccidentalismo ignorante y sectario, y finas rodajas de burdo relativismo, de grosero pensamiento débil y de una tan picante como dañina oclocracia universal.

 

En este ambiente de demolición general, con un país al borde de convertirse en un Estado fallido, con millones de españoles empobrecidos, aterrados, confinados y acallados con bozales por orden de una siempre borrosa, desconocida y dictatorial nomenclatura biopolítica, las próximas elecciones a la Comunidad de Madrid se han convertido en la última esperanza de la libertad frente al avance imparable que el movimiento neocomunista global mantiene en Europa y América desde hace dos décadas.

 

La histeria de Pablo Iglesias y sus secuaces, el tormentoso y teatral caso de sus supuestas amenazas, las grotescas intimidaciones esbozadas por Pedro Sánchez hacia Vox, el griterío convulsivo de los medios de comunicación mainstream, la agitación sindical y el hervidero neurasténico de presuntos intelectuales siempre serviles, de oenegés preocupadas por la posible pérdida de sus subvenciones y los grititos de tantos miserables intranquilos por el hecho de que la libertad pueda triunfar en Madrid, ofrece pistas claras de lo mucho que nos jugamos en estos comicios. Y son también un claro aviso de que, hasta el próximo 4 de mayo, todo es posible en este país al límite en el que se considera que el sentido común es “fascista”, en el que la ecuanimidad es “facha” y en el que defender la Constitución es de “ultraderecha”. Recuerden, por favor, las palabras de Francisco de Quevedo: “donde no hay Justicia es peligroso tener razón… ya que los imbéciles son mayoría".

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