Espíritu golpista bajo el síndrome de la revolución
Durante mucho tiempo estuve convencido de que ser de izquierdas era la garantía para preservar las condiciones democráticas de libertad, soberanía y marco de derechos dentro de un Estado Social y de Derecho. Y que, por el contrario, ser de derechas era estar en riesgo permanente de inseguridad jurídica propia de una estabilidad del marco constitucional complicada.
Me ha costado años, yo diría que un par de décadas, darme cuenta de las falacias inherentes a esa forma equivocada de ver la realidad inducida por los tópicos y estereotipos marcados a lo largo del tiempo por las endogamias ideológicas características que te hacen estar en un sistema sectario donde no hay más flujo de información que la que te proporcionan mediante un sistema de bombardeo ideológico constante. Nada de lo que hay fuera de ese marco cerrado cognitivo está presente en las mentes de esas formas acuñadas de pensar mediante un molde cognitivo perfectamente configurado para un fin.
Cuesta mucho darte cuenta de que esa catalogación mental de la realidad, de naturaleza absolutamente maniquea y perversa, nada tiene que ver con la verdad de las cosas. Y que la vida transcurre por caminos mucho más naturales y simples que ese alambicamiento retorcido de la realidad. Y que el bien y el mal se producen bajo esquemas mucho más simples que se organizan dentro de unos cauces axiológicos y antropológicos que están íntimamente ligados a las fórmulas culturales que dan carácter a la forma de ser de las tradiciones y visión trascendental de la vida heredados durante procesos largos históricos.
Es decir, para más concreción, fuera del maniqueo concepto de derecha e izquierda hay algo mucho más importante, que es la cosmovisión heredada y acuñada a lo largo de los siglos, es decir la cristiana, los hábitos y normas derivados de un concepto teológico y etnográfico ligado el ethos de la civilización heredada por la tradición, y una conciencia moral que marca tu forma de relacionarte con el entorno, eso que se llama moral de grupo o superestructura de comportamiento social que configura el subconsciente colectivo. Y que todas las ingenierías de formación de masas de nuevo cuño tienen una raíz perversa que es modificar la óptica con la que se miran las realidades y el sistema de aprehender el constructo cognitivo que permite interpretar lo que ocurre en el mundo exterior a tu nivel de consciencia, a la forma de ver las cosas. En definitiva, que hay verdades eternas por mucho que los modeladores de las masas se empeñen en hacernos creer que todo es relativo, que nada es perenne y que solo está nuestra existencia individual, la cual, una vez terminada, nada pervive.
Digo esto porque estamos viendo conductas que rozan la criminalidad en esta campaña electoral de las elecciones de Madrid. El bloque de izquierdas percibe que si pierden Madrid se abre el camino hacia el derrumbe de su composición política del poder que se basa no en el bien común sino en el disfrute de las prebendas y en eso que Jung llamaba los arquetipos que moldean el inconsciente colectivo y determinan los complejos individuales, uno de los cuales es el complejo del poder. Cuanto más inseguro se siente un individuo más necesita de imponer sus paradigmas y criterios a los demás, incluso desde la acción violenta. Complejo de inferioridad y complejo de poder y dominio sobre el otro están entrelazados en una unidad patológica muchas veces insuperable. Ello lleva a la maldad en el sentido moral del término, que es cuando el poder adquiere sentido en sí mismo y solo para sí mismo, y forma un bucle obsesivo para mantenerlo a toda costa independientemente de para qué sirva. Desgraciadamente el escaparate que forma la presente campaña es una muestra casi paradigmática de como puede perderse el sentido del ridículo, la integridad moral y la honorabilidad con tal de conservar el control y dominio de las cosas por encima de lo que se entiende bien común y actitud de servicio público para el interés general. Da pena y vergüenza.
Los ciudadanos debemos de tener claro que hemos de salir de los arquetipos políticos al uso y elegir a quien mejor y más honestamente represente el bien; al que defienda ideas nobles y conductas moralmente aceptables; y que la pugna política no debe ser motivo para romper el equilibrio básico con el que se construye la convivencia y la paz. Que la propaganda no debe sustituir a la difusión de ideas constructivas para avanzar en la articulación de un mundo mejor y más justo y crear las bases de la riqueza.
Francamente, ver los comportamientos de lo que hoy llaman izquierda, como si serlo, en sí y por sí mismo, fuera garantía de conductas aceptables, da pena y produce preocupación y hasta conmiseración. Es la prueba del algodón de que algo se está derrumbando en el edificio constitucional y en el ordenamiento institucional y de organización política que nos dimos tras el régimen anterior. Ese proceso, que durante cuarenta años nos ha dado un marco de convivencia hasta que llegó Zapatero para mutarlo hacia algo así como una subversión de todos los valores preexistentes, ya apenas se respeta. Y nada se conserva de lo antiguo, sin destruirlo, impidiendo una revolución reformista de unos principios existenciales que nos permitan progresar hacia formas más perfectas de vivir y convivir.
Los ataques a uno de los contendientes electorales que han creado unos enfrentamientos que nos recuerdan demasiado a lo que nos llevó al desastre en 1936, con violencia organizada; la demonización de quienes plantean visiones patrióticas, no patrioteras, de nuestra vida en común; el enfrentamiento y diseño de estrategias para la reducción del campo electoral a la mitad del espectro ideológico mediante la exclusión de los que piensan en claves de orden y respeto al marco constitucional y al ordenamiento jurídico; la descomposición de los elementos sustentantes de ese ordenamiento y del propio orden democrático, o más bien del andamiaje de protección de los derechos inherentes a la condición humana; la sospecha de que se está convulsionando a propósito el desarrollo de la campaña electoral y el propio desenlace de las urnas porque no apunta el resultado a ser del gusto del perdedor; etc, nos dejan al descubierto una enorme falla que se abre bajo nuestros píes y que nos deja a la vista el precipicio en el que podemos caer colectivamente. Esta deriva hace tiempo que la veíamos venir, pero lejos de corregirla se ha agudizado con la entrada en escena de grupos que propugnan la rebelión y la sublevación revolucionaria.
Ya nada se parece a lo que fue con sus defectos y sus virtudes, que es la voluntad, en aquellos años 70, de una mayoría social, de vivir en paz, en libertad y en una convivencia fértil para el desarrollo económico, social y político, con sus virtudes y defectos.
Durante mucho tiempo estuve convencido de que ser de izquierdas era la garantía para preservar las condiciones democráticas de libertad, soberanía y marco de derechos dentro de un Estado Social y de Derecho. Y que, por el contrario, ser de derechas era estar en riesgo permanente de inseguridad jurídica propia de una estabilidad del marco constitucional complicada.
Me ha costado años, yo diría que un par de décadas, darme cuenta de las falacias inherentes a esa forma equivocada de ver la realidad inducida por los tópicos y estereotipos marcados a lo largo del tiempo por las endogamias ideológicas características que te hacen estar en un sistema sectario donde no hay más flujo de información que la que te proporcionan mediante un sistema de bombardeo ideológico constante. Nada de lo que hay fuera de ese marco cerrado cognitivo está presente en las mentes de esas formas acuñadas de pensar mediante un molde cognitivo perfectamente configurado para un fin.
Cuesta mucho darte cuenta de que esa catalogación mental de la realidad, de naturaleza absolutamente maniquea y perversa, nada tiene que ver con la verdad de las cosas. Y que la vida transcurre por caminos mucho más naturales y simples que ese alambicamiento retorcido de la realidad. Y que el bien y el mal se producen bajo esquemas mucho más simples que se organizan dentro de unos cauces axiológicos y antropológicos que están íntimamente ligados a las fórmulas culturales que dan carácter a la forma de ser de las tradiciones y visión trascendental de la vida heredados durante procesos largos históricos.
Es decir, para más concreción, fuera del maniqueo concepto de derecha e izquierda hay algo mucho más importante, que es la cosmovisión heredada y acuñada a lo largo de los siglos, es decir la cristiana, los hábitos y normas derivados de un concepto teológico y etnográfico ligado el ethos de la civilización heredada por la tradición, y una conciencia moral que marca tu forma de relacionarte con el entorno, eso que se llama moral de grupo o superestructura de comportamiento social que configura el subconsciente colectivo. Y que todas las ingenierías de formación de masas de nuevo cuño tienen una raíz perversa que es modificar la óptica con la que se miran las realidades y el sistema de aprehender el constructo cognitivo que permite interpretar lo que ocurre en el mundo exterior a tu nivel de consciencia, a la forma de ver las cosas. En definitiva, que hay verdades eternas por mucho que los modeladores de las masas se empeñen en hacernos creer que todo es relativo, que nada es perenne y que solo está nuestra existencia individual, la cual, una vez terminada, nada pervive.
Digo esto porque estamos viendo conductas que rozan la criminalidad en esta campaña electoral de las elecciones de Madrid. El bloque de izquierdas percibe que si pierden Madrid se abre el camino hacia el derrumbe de su composición política del poder que se basa no en el bien común sino en el disfrute de las prebendas y en eso que Jung llamaba los arquetipos que moldean el inconsciente colectivo y determinan los complejos individuales, uno de los cuales es el complejo del poder. Cuanto más inseguro se siente un individuo más necesita de imponer sus paradigmas y criterios a los demás, incluso desde la acción violenta. Complejo de inferioridad y complejo de poder y dominio sobre el otro están entrelazados en una unidad patológica muchas veces insuperable. Ello lleva a la maldad en el sentido moral del término, que es cuando el poder adquiere sentido en sí mismo y solo para sí mismo, y forma un bucle obsesivo para mantenerlo a toda costa independientemente de para qué sirva. Desgraciadamente el escaparate que forma la presente campaña es una muestra casi paradigmática de como puede perderse el sentido del ridículo, la integridad moral y la honorabilidad con tal de conservar el control y dominio de las cosas por encima de lo que se entiende bien común y actitud de servicio público para el interés general. Da pena y vergüenza.
Los ciudadanos debemos de tener claro que hemos de salir de los arquetipos políticos al uso y elegir a quien mejor y más honestamente represente el bien; al que defienda ideas nobles y conductas moralmente aceptables; y que la pugna política no debe ser motivo para romper el equilibrio básico con el que se construye la convivencia y la paz. Que la propaganda no debe sustituir a la difusión de ideas constructivas para avanzar en la articulación de un mundo mejor y más justo y crear las bases de la riqueza.
Francamente, ver los comportamientos de lo que hoy llaman izquierda, como si serlo, en sí y por sí mismo, fuera garantía de conductas aceptables, da pena y produce preocupación y hasta conmiseración. Es la prueba del algodón de que algo se está derrumbando en el edificio constitucional y en el ordenamiento institucional y de organización política que nos dimos tras el régimen anterior. Ese proceso, que durante cuarenta años nos ha dado un marco de convivencia hasta que llegó Zapatero para mutarlo hacia algo así como una subversión de todos los valores preexistentes, ya apenas se respeta. Y nada se conserva de lo antiguo, sin destruirlo, impidiendo una revolución reformista de unos principios existenciales que nos permitan progresar hacia formas más perfectas de vivir y convivir.
Los ataques a uno de los contendientes electorales que han creado unos enfrentamientos que nos recuerdan demasiado a lo que nos llevó al desastre en 1936, con violencia organizada; la demonización de quienes plantean visiones patrióticas, no patrioteras, de nuestra vida en común; el enfrentamiento y diseño de estrategias para la reducción del campo electoral a la mitad del espectro ideológico mediante la exclusión de los que piensan en claves de orden y respeto al marco constitucional y al ordenamiento jurídico; la descomposición de los elementos sustentantes de ese ordenamiento y del propio orden democrático, o más bien del andamiaje de protección de los derechos inherentes a la condición humana; la sospecha de que se está convulsionando a propósito el desarrollo de la campaña electoral y el propio desenlace de las urnas porque no apunta el resultado a ser del gusto del perdedor; etc, nos dejan al descubierto una enorme falla que se abre bajo nuestros píes y que nos deja a la vista el precipicio en el que podemos caer colectivamente. Esta deriva hace tiempo que la veíamos venir, pero lejos de corregirla se ha agudizado con la entrada en escena de grupos que propugnan la rebelión y la sublevación revolucionaria.
Ya nada se parece a lo que fue con sus defectos y sus virtudes, que es la voluntad, en aquellos años 70, de una mayoría social, de vivir en paz, en libertad y en una convivencia fértil para el desarrollo económico, social y político, con sus virtudes y defectos.