Mario Vargas Llosa y el País Vasco
Mario Vargas Llosa, que acaba de participar en las jornadas de Covite en Madrid, es, sin duda, uno de los Premios Nobel de Literatura que se ha otorgado con más merecimiento porque la escritura y la capacidad creadora de este hombre se encuentra al nivel de los más grandes autores de la historia universal de las letras. Pero, además, este galardón es también un reconocimiento a todas aquellas personas, en cualquier lugar del mundo, que luchan a favor de los principios más elementales del mejor liberalismo: la libertad individual, la solidaridad colectiva, la tolerancia, el respeto a las leyes y las instituciones democráticas, la protección de los débiles, la reclamación del libre mercado y la lucha por la justicia social.
Mario Vargas Llosa, con una argumentación extremadamente sólida, con una poco habitual capacidad para la movilización, con un conocimiento intenso de la evolución del pensamiento político universal y, sobre todo, con una fuerza extraordinaria para permanecer firme ante los ataques más abyectos y frente a las agresiones más viles, ha sabido defender todos estos referentes allí donde ha sido necesario y también, como no podía ser de otro modo, en el País Vasco.
En Euskadi, el inolvidable autor de “Conversación en la catedral” ha mostrado permanentemente su apoyo a las víctimas del terrorismo, se ha solidarizado con los amenazados, ha escrito contra el terrorismo nacionalista y se ha implicado activamente en la exigencia de memoria, de verdad y de justicia para los ciudadanos vascos demócratas. Miembro de la Plataforma Basta Ya! y, posteriormente, activo promotor del partido UPyD, el responsable de la magnífica “La ciudad y los perros” participó en 2002 , por ejemplo, en un gran congreso celebrado en San Sebastián bajo el título de “Contra los nacionalismos étnicos” y, ese mismo año, fue una de las muchas figuras destacadas del mundo de la cultura que tomó parte en la histórica manifestación que recorrió la capital guipuzcoana con el lema “Contra el nacionalismo obligatorio”.
Un año más tarde, en 2003, Mario Vargas Llosa, que por aquellas fechas publicaba “El paraíso en la otra esquina”, firmaba, junto con otros autores como Alfredo Bryce-Echenique, Fernando Arrabal o Gianni Vattimo, un manifiesto titulado “Aunque” (leer documento íntegro al final de este texto), en el que se hacía referencia a la presión terrorista que sufrían los candidatos de los partidos no nacionalistas ante la cercanía de las elecciones que se iban a celebrar entonces y que también denunciaba la indignante indiferencia con que el asunto era tratado por el nacionalismo democrático.
En aquel texto histórico, que apenas contó con apoyos entre la “izquierda democrática” europea, se decía, entre otras muchas cosas, lo siguiente: “Aunque parezca mentira: hoy los candidatos de los ciudadanos libres del País Vasco están condenados a muerte por los mercenarios de ETA y condenados a la humillación por sus cómplices nacionalistas. Aunque ciudadanos del País Vasco sean asesinados por sus ideas, y miles hayan sido mutilados o trastornados, los atentados se realizan y celebran en una penosa atmósfera de impunidad moral propiciada por las instituciones nacionalistas y por la jerarquía católica vasca. Aunque los partidos nacionalistas aprovechan las garantías constitucionales de la democracia española, ciudadanos libres del País Vasco deben esconderse, disimular sus costumbres, omitir la dirección de su domicilio, pedir la protección de escoltas y temer constantemente por su vida y la de sus familiares.”
Hoy, y salvo muy honrosas excepciones, el intelectual español es un petulante de vodevil siempre a la vera del pensamiento único presuntamente progresista, siempre acorde con lo políticamente correcto y siempre próximo a los abrevaderos económicos del poder. Frente a este tipo de personajes vacuos del mundo de la cultura, Mario Vargas Llosa supone la presencia grande de lo mejor del gran pensador clásico. Y es que, sobre ciertos temas, él Premio Nobel de Literatura 2010, tiene las ideas muy claras: “El nacionalismo es una ideología profundamente reaccionaria, de raíces antidemocráticas y antimodernas”.
Mario Vargas Llosa, que acaba de participar en las jornadas de Covite en Madrid, es, sin duda, uno de los Premios Nobel de Literatura que se ha otorgado con más merecimiento porque la escritura y la capacidad creadora de este hombre se encuentra al nivel de los más grandes autores de la historia universal de las letras. Pero, además, este galardón es también un reconocimiento a todas aquellas personas, en cualquier lugar del mundo, que luchan a favor de los principios más elementales del mejor liberalismo: la libertad individual, la solidaridad colectiva, la tolerancia, el respeto a las leyes y las instituciones democráticas, la protección de los débiles, la reclamación del libre mercado y la lucha por la justicia social.
Mario Vargas Llosa, con una argumentación extremadamente sólida, con una poco habitual capacidad para la movilización, con un conocimiento intenso de la evolución del pensamiento político universal y, sobre todo, con una fuerza extraordinaria para permanecer firme ante los ataques más abyectos y frente a las agresiones más viles, ha sabido defender todos estos referentes allí donde ha sido necesario y también, como no podía ser de otro modo, en el País Vasco.
En Euskadi, el inolvidable autor de “Conversación en la catedral” ha mostrado permanentemente su apoyo a las víctimas del terrorismo, se ha solidarizado con los amenazados, ha escrito contra el terrorismo nacionalista y se ha implicado activamente en la exigencia de memoria, de verdad y de justicia para los ciudadanos vascos demócratas. Miembro de la Plataforma Basta Ya! y, posteriormente, activo promotor del partido UPyD, el responsable de la magnífica “La ciudad y los perros” participó en 2002 , por ejemplo, en un gran congreso celebrado en San Sebastián bajo el título de “Contra los nacionalismos étnicos” y, ese mismo año, fue una de las muchas figuras destacadas del mundo de la cultura que tomó parte en la histórica manifestación que recorrió la capital guipuzcoana con el lema “Contra el nacionalismo obligatorio”.
Un año más tarde, en 2003, Mario Vargas Llosa, que por aquellas fechas publicaba “El paraíso en la otra esquina”, firmaba, junto con otros autores como Alfredo Bryce-Echenique, Fernando Arrabal o Gianni Vattimo, un manifiesto titulado “Aunque” (leer documento íntegro al final de este texto), en el que se hacía referencia a la presión terrorista que sufrían los candidatos de los partidos no nacionalistas ante la cercanía de las elecciones que se iban a celebrar entonces y que también denunciaba la indignante indiferencia con que el asunto era tratado por el nacionalismo democrático.
En aquel texto histórico, que apenas contó con apoyos entre la “izquierda democrática” europea, se decía, entre otras muchas cosas, lo siguiente: “Aunque parezca mentira: hoy los candidatos de los ciudadanos libres del País Vasco están condenados a muerte por los mercenarios de ETA y condenados a la humillación por sus cómplices nacionalistas. Aunque ciudadanos del País Vasco sean asesinados por sus ideas, y miles hayan sido mutilados o trastornados, los atentados se realizan y celebran en una penosa atmósfera de impunidad moral propiciada por las instituciones nacionalistas y por la jerarquía católica vasca. Aunque los partidos nacionalistas aprovechan las garantías constitucionales de la democracia española, ciudadanos libres del País Vasco deben esconderse, disimular sus costumbres, omitir la dirección de su domicilio, pedir la protección de escoltas y temer constantemente por su vida y la de sus familiares.”
Hoy, y salvo muy honrosas excepciones, el intelectual español es un petulante de vodevil siempre a la vera del pensamiento único presuntamente progresista, siempre acorde con lo políticamente correcto y siempre próximo a los abrevaderos económicos del poder. Frente a este tipo de personajes vacuos del mundo de la cultura, Mario Vargas Llosa supone la presencia grande de lo mejor del gran pensador clásico. Y es que, sobre ciertos temas, él Premio Nobel de Literatura 2010, tiene las ideas muy claras: “El nacionalismo es una ideología profundamente reaccionaria, de raíces antidemocráticas y antimodernas”.