Soberanistas contra globalistas: la batalla decisiva
La semana pasada escribí un artículo refiriéndome al Club de Roma, al espíritu que fluctuaba en el trasfondo del mismo, y sus nuevas versiones más actualizadas de la prolongación de Bilderberg y su Club, los Rothschild, la Fundación Rockefeller o la que patrocinan Bill Gates y su esposa, además del resto de la plenipotenciaria familia usufructuaria del poder mundial, todos muy iluministas.
Como en una grave infección se manifiestan diferentes síntomas de ese mal en forma de otros movimientos que hoy dominan el escenario; pues tras todo este aparataje circulan masas ingentes de dinero, ya que “ellos” concentran todo el poder económico amasado durante décadas de especulación financiera y cooptación económica, mientras aparentan bondadosas y altruistas intenciones. Todas ellas ficticias como la mentira misma. Foro Davos y Agenda 2030 son una de las caras de Lucifer. Foro Sao Paulo y Grupo Puebla son la otra cara de la moneda que, aunque aparezcan como antitéticas, se complementan para abarcar todo el espectro ideológico con un único fin: controlar el mundo.
En tal sentido, Sergio Fernández Riquelme ha escrito un libro que La Tribuna del País Vasco ha anunciado en estas páginas. Se titula La batalla cultural, globalistas contra soberanistas. Y, aunque aún no me ha dado tiempo de leerlo, se atisba prometedor pues sus demás libros son significativos para entender el mundo en el que vivimos y la situación enormemente preocupante en la que estamos. Por resumir; se abren perspectivas muy inquietantes sobre esta nueva Era (New Age) a la que intentan llevarnos.
La división entre izquierdas y derechas ha quedado obsoleta.
Si miramos bien a los protagonistas políticos, difícilmente podemos diferenciar una izquierda clásica de una derecha totalitaria, los rasgos pueden ser perfectamente intercambiables. No hay nada que diferencie a un nacionalista del PNV de un socialista del PSOE actual, por hacer una comparación descriptiva. Traslademos el paradigma a Cataluña, Baleares o Valencia y comparemos. Observemos con la misma metodología que un entomólogo usa ante una mariposa las políticas realizadas por Armengol, aislándolas de su protagonista e intercambiándolas con las de cualquiera de otros protagonistas políticos: ERC, Juntos por Cataluña, o Bildu. Veremos que, si nos abstraemos de las siglas y analizamos sus actuaciones y mensajes, son similares a grandes rasgos. Y lo mismo podríamos aplicar a otros actores políticos como el presidente gallego que es una especie de híbrido entre el PNV, PP y PSOE.
Hoy no sirve la taxonomía clásica en la categorización de las políticas. La verdadera división es la que se manifiesta en una batalla enormemente agresiva por parte de los que lucen la insignia de la Agenda 2030. Es la que separa a los globalistas de los patriotas, llamados de otra manera soberanistas.
No hay diferencia entre las señas de identidad básica de Iglesias versus Errejón, de Casado o de Sánchez. Todos ellos le baten el agua al Foro Davos y a las derivaciones del Club de Roma a cuyos objetivos sirven. Únicamente les separa el estilo de comunicación, pero no los hechos concretos. El resto de la parafernalia retórica es engaño y cortinas de humo sobre lo que de verdad late en el trasfondo, que es la eliminación de nuestra soberanía nacional, la división de nuestro territorio, la fragmentación de la ciudadanía en taifas balcanizantes, y la disolución de nuestra Carta Magna en un magma, que no “magna” de incoherencias, incumplimientos y una inseguridad jurídica que nos lleva al Estado anómico; es decir al Estado arbitrario y despótico, dirigido por los oclócratas que nos venden la moto de que estamos en una democracia.
Por la realidad de esta división, el partido Vox, que es la única voz que defiende las ideas de defensa de nuestra soberanía y clama a favor de un patriotismo que no es un patrioterismo sino la defensa de los intereses de los españoles como legatarios de nuestro pasado común, es vilipendiado, acosado, extirpado del protagonismo público, aislado en una denigrante ablación de derechos políticos, pese a su legitimidad. Lo último es la anunciada, no sé si realmente planteada en firme, imputación de la Diputada y portavoz en la Asamblea de Madrid, la señora Monasterio, por un supuesto delito de falsificación documental de hace cinco años. Para llegar a esta supuesta mancha en su trayectoria humana y profesional han tenido que revolver muchos papeles y confeccionar muchos dosieres de ella y de otros. En fin… es tan burda la operación que clama al cielo.
Para que entendamos en el contexto en el que se desarrolla la gran batalla de demolición de las sociedades soberanas para llegar al nirvana de un mundo global controlado por una élite, veamos lo que decía uno de los instigadores de ese globalismo que inició sus pasos en el Club de Roma. Es solamente un ejemplo:
“Me complazco en considerarme un idealista; por consiguiente, creo que el mundo no va a rehacerse mediante simples procesos de su supranacionalismo y el supuesto de que repentinamente todos los hombres se adhieran a conceptos idealistas sobre las relaciones de los unos con los otros. Creo que la reconstrucción del mundo requiere, antes que nada y fundamentalmente, que nos demos cuenta de que las nuevas interdependencias, creadas por nuestra civilización altamente tecnológica, exigen simplemente de nosotros que cooperemos unos con otros, que trabajemos más en común que antes. Y habremos de hacer esto porque es la condición de la supervivencia. Esto es el común denominador.
En segundo término, la creciente escasez de recursos naturales y la agravación de los problemas de los países ricos crean una nueva posibilidad para los países en desarrollo de ejercer presión sobre aquellos. Esta fuerza puede usarse en forma creadora y constructiva, de los países pobres con el poder de negociación que los ayude a corregir el tremendo desequilibrio que ahora existe”.
Así ofrecía el caramelo con mosca Maurice Strong, canadiense, multimillonario, globalista, oligarca petrolero y ecologista, atributos muy poco conciliables entre sí.
El periodista de investigación, James Corbet calificaba a este mundialista, maestro que fue para los que ahora le recogen el testigo, como “cleptócrata deshonrado”. Y añade: “Su salvajismo culminó con un intento de beneficiarse de la muerte de niños iraquíes hambrientos”. Entre otros aditamentos biográficos.
Pues bien, cito estas paradojas como muestra de lo que es el conglomerado puesto en marcha dese 1968, dos meses antes del mayo francés, para entender cómo una gente de la más exenta condición ética y menos moral, nos quieren dejar sin la capacidad que se le supone a cualquier nación histórica, para determinar su futuro colectivo; que es, ni más ni menos, lo que se define como soberanía; o, si ustedes lo prefieren como democracia o contrato social.
Montesquieu, Rousseau, Montaigne han sido sustituidos por Skinner, Strong, Gates y otros magnates financieros y diseñadores sociales que consideran que las personas somos como ratas de laboratorio para configurar su “mundo feliz”, liquidando aquello que los cristianos creemos que se concentra en la frase “Dios creó al hombre a su imagen y semejanza”.
La semana pasada escribí un artículo refiriéndome al Club de Roma, al espíritu que fluctuaba en el trasfondo del mismo, y sus nuevas versiones más actualizadas de la prolongación de Bilderberg y su Club, los Rothschild, la Fundación Rockefeller o la que patrocinan Bill Gates y su esposa, además del resto de la plenipotenciaria familia usufructuaria del poder mundial, todos muy iluministas.
Como en una grave infección se manifiestan diferentes síntomas de ese mal en forma de otros movimientos que hoy dominan el escenario; pues tras todo este aparataje circulan masas ingentes de dinero, ya que “ellos” concentran todo el poder económico amasado durante décadas de especulación financiera y cooptación económica, mientras aparentan bondadosas y altruistas intenciones. Todas ellas ficticias como la mentira misma. Foro Davos y Agenda 2030 son una de las caras de Lucifer. Foro Sao Paulo y Grupo Puebla son la otra cara de la moneda que, aunque aparezcan como antitéticas, se complementan para abarcar todo el espectro ideológico con un único fin: controlar el mundo.
En tal sentido, Sergio Fernández Riquelme ha escrito un libro que La Tribuna del País Vasco ha anunciado en estas páginas. Se titula La batalla cultural, globalistas contra soberanistas. Y, aunque aún no me ha dado tiempo de leerlo, se atisba prometedor pues sus demás libros son significativos para entender el mundo en el que vivimos y la situación enormemente preocupante en la que estamos. Por resumir; se abren perspectivas muy inquietantes sobre esta nueva Era (New Age) a la que intentan llevarnos.
La división entre izquierdas y derechas ha quedado obsoleta.
Si miramos bien a los protagonistas políticos, difícilmente podemos diferenciar una izquierda clásica de una derecha totalitaria, los rasgos pueden ser perfectamente intercambiables. No hay nada que diferencie a un nacionalista del PNV de un socialista del PSOE actual, por hacer una comparación descriptiva. Traslademos el paradigma a Cataluña, Baleares o Valencia y comparemos. Observemos con la misma metodología que un entomólogo usa ante una mariposa las políticas realizadas por Armengol, aislándolas de su protagonista e intercambiándolas con las de cualquiera de otros protagonistas políticos: ERC, Juntos por Cataluña, o Bildu. Veremos que, si nos abstraemos de las siglas y analizamos sus actuaciones y mensajes, son similares a grandes rasgos. Y lo mismo podríamos aplicar a otros actores políticos como el presidente gallego que es una especie de híbrido entre el PNV, PP y PSOE.
Hoy no sirve la taxonomía clásica en la categorización de las políticas. La verdadera división es la que se manifiesta en una batalla enormemente agresiva por parte de los que lucen la insignia de la Agenda 2030. Es la que separa a los globalistas de los patriotas, llamados de otra manera soberanistas.
No hay diferencia entre las señas de identidad básica de Iglesias versus Errejón, de Casado o de Sánchez. Todos ellos le baten el agua al Foro Davos y a las derivaciones del Club de Roma a cuyos objetivos sirven. Únicamente les separa el estilo de comunicación, pero no los hechos concretos. El resto de la parafernalia retórica es engaño y cortinas de humo sobre lo que de verdad late en el trasfondo, que es la eliminación de nuestra soberanía nacional, la división de nuestro territorio, la fragmentación de la ciudadanía en taifas balcanizantes, y la disolución de nuestra Carta Magna en un magma, que no “magna” de incoherencias, incumplimientos y una inseguridad jurídica que nos lleva al Estado anómico; es decir al Estado arbitrario y despótico, dirigido por los oclócratas que nos venden la moto de que estamos en una democracia.
Por la realidad de esta división, el partido Vox, que es la única voz que defiende las ideas de defensa de nuestra soberanía y clama a favor de un patriotismo que no es un patrioterismo sino la defensa de los intereses de los españoles como legatarios de nuestro pasado común, es vilipendiado, acosado, extirpado del protagonismo público, aislado en una denigrante ablación de derechos políticos, pese a su legitimidad. Lo último es la anunciada, no sé si realmente planteada en firme, imputación de la Diputada y portavoz en la Asamblea de Madrid, la señora Monasterio, por un supuesto delito de falsificación documental de hace cinco años. Para llegar a esta supuesta mancha en su trayectoria humana y profesional han tenido que revolver muchos papeles y confeccionar muchos dosieres de ella y de otros. En fin… es tan burda la operación que clama al cielo.
Para que entendamos en el contexto en el que se desarrolla la gran batalla de demolición de las sociedades soberanas para llegar al nirvana de un mundo global controlado por una élite, veamos lo que decía uno de los instigadores de ese globalismo que inició sus pasos en el Club de Roma. Es solamente un ejemplo:
“Me complazco en considerarme un idealista; por consiguiente, creo que el mundo no va a rehacerse mediante simples procesos de su supranacionalismo y el supuesto de que repentinamente todos los hombres se adhieran a conceptos idealistas sobre las relaciones de los unos con los otros. Creo que la reconstrucción del mundo requiere, antes que nada y fundamentalmente, que nos demos cuenta de que las nuevas interdependencias, creadas por nuestra civilización altamente tecnológica, exigen simplemente de nosotros que cooperemos unos con otros, que trabajemos más en común que antes. Y habremos de hacer esto porque es la condición de la supervivencia. Esto es el común denominador.
En segundo término, la creciente escasez de recursos naturales y la agravación de los problemas de los países ricos crean una nueva posibilidad para los países en desarrollo de ejercer presión sobre aquellos. Esta fuerza puede usarse en forma creadora y constructiva, de los países pobres con el poder de negociación que los ayude a corregir el tremendo desequilibrio que ahora existe”.
Así ofrecía el caramelo con mosca Maurice Strong, canadiense, multimillonario, globalista, oligarca petrolero y ecologista, atributos muy poco conciliables entre sí.
El periodista de investigación, James Corbet calificaba a este mundialista, maestro que fue para los que ahora le recogen el testigo, como “cleptócrata deshonrado”. Y añade: “Su salvajismo culminó con un intento de beneficiarse de la muerte de niños iraquíes hambrientos”. Entre otros aditamentos biográficos.
Pues bien, cito estas paradojas como muestra de lo que es el conglomerado puesto en marcha dese 1968, dos meses antes del mayo francés, para entender cómo una gente de la más exenta condición ética y menos moral, nos quieren dejar sin la capacidad que se le supone a cualquier nación histórica, para determinar su futuro colectivo; que es, ni más ni menos, lo que se define como soberanía; o, si ustedes lo prefieren como democracia o contrato social.
Montesquieu, Rousseau, Montaigne han sido sustituidos por Skinner, Strong, Gates y otros magnates financieros y diseñadores sociales que consideran que las personas somos como ratas de laboratorio para configurar su “mundo feliz”, liquidando aquello que los cristianos creemos que se concentra en la frase “Dios creó al hombre a su imagen y semejanza”.