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Pablo Mosquera
Sábado, 29 de Mayo de 2021 Tiempo de lectura:

Seducción

La política ha dejado de ser ilusión, emoción, cohesión y vertebración. Ahora es seducción. Puede que algo tenga que ver la situación pandémica. La que nos ha confinado entre el miedo a estar entre cifras diarias de "caídos" y el refugio en nosotros mismos para evitar el contagio. Tantas horas en nuestras casas, delante de la televisión, sin apenas contactar físicamente con los nuestros, nos ha hecho vulnerables a los mensajes directos o subliminales de quienes manejan la información. 

 

La calidad del sistema democrático ha descendido de forma alarmante. Alguien con autoridad y neutralidad contrastada debería hacer una revisión, con un gran debate tomando por foro la Universidad. Es urgente. Se lo debemos al pueblo. Nos lo demanda cada día el espectáculo que contribuye al desprestigio en el que siembra y recoge cosecha el populismo.

 

Es casi imposible señalar espacios que hayan mejorado. Se ha perdido el cordón umbilical entre instituciones y sociedad. Las gentes consideran a la política como una actividad sospechosa entre la ineptitud y el egoísmo en favor de minorías. Los dirigentes de la sociedad civil evitan acercarse a la política por prurito personal a contaminarse. De ahí el bajísimo nivel de la llamada clase política, tanto en el centro como en la periferia. La división independiente de los tres poderes ha fenecido. No sólo no hay propósitos de enmienda. Se trata de someter al legislativo y al judicial para que sea vasallo del ejecutivo.

 

Siempre recuerdo la malévola y cínica definición de aquel periodista llamado Emilio Romero. Dijo: "La política es mitad teatro, mitad basura". Y nadie le ha podido desmentir. Si acaso los que aun resistían como gentes de Estado, se fueron marchando con el paso del tiempo. Los que fueron llegando, eran como los soldados de los Tercios de Flandes. Aventureros. Muchos no tenían ni valor, ni conciencia patria, ni escrúpulos humanísticos. Iban a ganar la paga. Esperaban hacer carrera. Querían tocar poder para subir en el escalafón social.

 

Así se explica la historia. Los tiempos de Rajoy son de una mayoría absoluta aplastante. Nunca un partido tuvo tanto poder en tantas instituciones. Pero no sólo se aleja del pueblo al que promete servir. Es que tal como desvelan los tribunales, se convierte en una red de corrupción de la que hoy en día nos sigue llegando la pestilencia y esa imagen popular que produce en la sociedad la sospecha, casi la certeza, que la política es una profesión para truhanes y malandrines.   

 

Cuando creíamos haber superado el periodo de ZP, España se convierte en laboratorio para experiencias que tienen como manual el principio de Murphy. Y así llega un apuesto joven que responde al nombre de Pedro, sobre el que se levanta la Iglesia de hacer posible lo imposible. Algo parecido a la Cienciología.

 

Antes de protestar, jurar en arameo, rasgarse las vestiduras o declararse insumiso, conviene reflexionar sobre la trayectoria del gurú y los cadáveres que ha ido dejando en su peregrinar hacia la ciudad santa dónde se guarda el Santo Grial del Poder.

 

Superó con valor y extraña fortaleza una bronca jamás contemplada. La que se celebró en sede del PSOE por calle Ferraz, que le hizo abandonar cargos y compañías para a modo de Don Pelayo emprender la reconquista. Y así lo hizo. Sorprendiendo al personal que aun hoy no se explica la aventura. Eso sí. Cada victoria contra los varones del socialismo tradicional, se convertía en un chute de fortaleza y soberbia que le lleva a creerse invencible, así como llamado o ungido para aplicarle a España sus teorías que van desde la incertidumbre, pasando por la mentira como herramienta habitual, hasta llegar al egocentrismo que raya en el paroxismo.

 

Se carga a Rajoy. Se carga a todos los varones traidores. Se carga a los viejos socialistas de Suresnes. Se carga a Albert Rivera. Se carga a Pablo Iglesias. Se va a cargar a lo que podía quedar del viejo socialismo en Andalucía y Madrid, con la disculpa de los resultados electorales. Pacta con quien haga falta. Todo sirve para un fin próximo. Llega a señalar que independentistas catalanes y viejos asesinos vascos, pueden y deben ser súbditos de su régimen. Al menos mientras sean capaces de mantenerlo en el poder.

 

Pero buscando y buscando, encuentro que su arma es la seducción. Ha logrado alienar a muchos compañeros/as con algo tan viejo como los contenidos del libro El Príncipe de Maquiavelo. Y como ejemplo, uno muy a la vista. ¿Podía soñar una dama con aires de pastora, procedente de la campiña Astur, que iba a ser la portavoz del viejo partido socialista de España?. Esperemos que llegue a ministra de algo. No importa tanto el de que, como para que...   

 

Su fuerza de voluntad sorprende. Se siente seguro. Sabe que está llamado a muy altas empresas, como esa República de Repúblicas que su hermano coyuntural, el inefable Pablo, fue prometiendo a diestro y siniestro. A saber lo que contará en Bruselas. A saber lo que nos está costando el cabreo infinito de los vecinos de Marruecos. A saber lo que nos deparará el proyecto de ingresos para hacer frente a la macrodeuda. A saber qué actividad habitual y paisana se verá libre de tasas, impuestos y contribuciones, para que las mesnadas que lo son fieles o simplemente mercenarias, sigan percibiendo las soldadas para vivir sin temer: Ertes, Eres, despidos o sueldos miserables.

 

Ya sé que le molesta la pobreza. Más que nada por el ruido que hacen los de las colas para comer. Ya sé que le incordia cómo algunos jefecillos de tribus -Comunidades Autónomas- le avisan de cómo los indultos a delincuentes con propósito de repetir la hazaña, puede no sólo ponerle frente al Parlamento y Tribunales, sino que son también causa de una bajada continuada en las encuestas electorales. Pero su seguridad en sí mismo, la que se renueva cada día cuando se mira al espejo mientras se afeita, le dice... "Los que no aman la vida no lo merecen". "Si uno dice una mentira un número suficiente de veces, uno termina por creerla".

 

Estamos ante la reencarnación de Giacomo Casanova.         

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