El sanchismo que no cesa
Nunca llegué a imaginar que la pesadilla que intranquilizaba mis sueños llegaría a ser superada. Jamás pensé que el sectarismo y la mediocridad del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero pudieran ser superados. Craso error y lamentable equivocación la mía, y me temo que para el pueblo de España. Aquellas sandeces e iniciativas socialistas del sonriente presidente –sonrisa grotesca e insustancial- parecen, a la luz de estos dieciocho meses de Gobierno socialcomunista, haber superado los peores augurios y las aterradoras expectativas posibles. Resulta casi inimaginable que el listón alcanzado pudiera verse superado con creces por esta nueva versión, corregida y empeorada, de aquel dicharachero presidente del Gobierno del todavía Reino de España. Las pesadillas han vuelto con más persistencia y reincidencia.
El sanchismo, lejos de ser una corriente ideológica, se ha abandonado al exceso y se ha entregado a la felonía y la dictatura de la ética de pensamiento único. Pedro Sánchez, a la sazón promotor de esta nueva y peor versionada corriente del zapaterismo, está sumiendo a nuestra patria en la noche de los tiempos. El arte de gobernar se ha convertido en la exaltación del presidencialismo como forma de entender sus responsabilidades para el conjunto de la ciudadanía. A golpe de decreto, interfiriendo en las atribuciones del poder judicial, sin disimulo y con grandes dosis de soberbia, ha dinamitado el estado social, democrático y de derecho proclamado en nuestra Constitución. El resultado de tanto despropósito y tanta arrogancia es la conversión de España en un auténtico estado de desecho y deshecho, que tan bien vale para describir lo dantesco del diario acontecer patrio.
Quedan más de dos años de la actual legislatura y, me temo que asistiremos a vergonzosas iniciativas y penurias administrativas ejecutivas. El narcisismo y prepotencia dictará los pasos que deberemos seguir como Estado, como nación o como quiera que seamos según el dislate, irresponsabilidad y alocada interpretación de nuestros destinos comunes. No ha habido tema que no hayan manoseado impunemente, sin cargo de conciencia alguno, a la hora de tomar decisiones que, lejos de generar la paz y el sosiego social y económico, han provocado la ruptura y la división entre nuestros compatriotas. Es sencillamente execrable y deleznable.
La promoción de la LGTBI, la ley de educación (LOMCE), la ley de la memoria histórica –sectaria en grado supino-, la política inmigración, la aldeana política exterior, la subida de impuestos, el acercamiento de presos terroristas al País Vasco o, más recientemente, las negociaciones para los indultos –más claudicaciones y rendición que otra cosa- son prueba inequívoca de que el sanchismo es infumable e intratable.
El suicidio de España como nación y como Estado es un hecho, quizá irreversible, pero no imposible de frenar. Es el pueblo español el que desde su soberanía puede poner fin a tanto dislate e ignonimia. Habrá elecciones y quiera Dios y nuestros compatriotas que se ponga el broche final a este negro periodo de la Historia de España. Por lo pronto y hasta entonces, sufriremos las consecuencias de un nefasto e infausto Ejecutivo que, desde el Consejo de Ministros reunido cada martes en el palacio de la Moncloa, seguirá tirándose al monte en muchas otras cuestiones. Por ejemplo, la rendición ante el golpismo independentista catalán o la reforma laboral anunciada. Eso sin olvidarme de la ruptura de la división de poderes característica de una salud democrática propia de las naciones más avanzadas.
El gasto público está descontrolado y, en consecuencia, el déficit aumenta mes a mes. Nuestro nivel del endeudamiento ha batido récord y supera al PIB, es decir, a nuestra riqueza nacional. La gestión de la lucha contra la maldita pandemia del coronavirus ha sido negligente, imprudente y un auténtico desbarajuste. No me negarán ustedes que no hay que sacarse un título universitario para entender tanta orden ministerial, tanto decreto y tanta directriz para, al final, no saber qué, cómo, cuándo y dónde. Sobre este calamitoso y doloroso tema han sido miles y millones de familias las afectadas, directa o indirectamente, en lo individual, lo social y lo económico, Qué se lo digan a los empresarios del sector de la hostelería, el comercio, a los transportistas o a cualquier sector vinculado al ocio y el turismo. Para mas escarnio y desverguenza criminal, todavía no sabemos el número de fallecidos a causa de la pandemia.
Pero no se sonrojan, ni se preocupan, tan solo les angustia perpetuarse instalados en su poder omnímodo. En Europa, pese al maná prometido, no se fían de las cuentas de la vieja que Sánchez insiste en presentar y, a día de hoy, no sabemos cuando llegará el ansiado rescate comunitario. No somos de fiar y eso retrae las dádivas de nuestros socios europeos. En ningún país de la Unión Europea hay comunistas, procastristas y chavistas ocupando cartera ministerial alguna. Es inimaginable, impensable y inasumible dentro de una comunidad de naciones como la que representa esta entidad supranacional.
Ahora, la farsa del diálogo en la mesa tocinera de llamado “proces”, pone en evidencia los vicios presidenciales, obscenos e inmorales, por promover el monólogo secesionista catalán. España ha sido rendida a las exigencias de los chicos de Puigdemont, a las declaraciones unilaterales de a quienes no les asiste ni la razón, ni mucho menos el derecho. Es verdaderamente vergonzoso y repugnante el boudeville que ha sido puesto en escena. El sanchismo castiga al conjunto de los españoles con sus proyectos autodestructivos en todo lo que trata. Eso sí, verborrea no falta en un discurso tan empalagoso como cargado de eufemismos vacíos.
Nunca llegué a imaginar que la pesadilla que intranquilizaba mis sueños llegaría a ser superada. Jamás pensé que el sectarismo y la mediocridad del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero pudieran ser superados. Craso error y lamentable equivocación la mía, y me temo que para el pueblo de España. Aquellas sandeces e iniciativas socialistas del sonriente presidente –sonrisa grotesca e insustancial- parecen, a la luz de estos dieciocho meses de Gobierno socialcomunista, haber superado los peores augurios y las aterradoras expectativas posibles. Resulta casi inimaginable que el listón alcanzado pudiera verse superado con creces por esta nueva versión, corregida y empeorada, de aquel dicharachero presidente del Gobierno del todavía Reino de España. Las pesadillas han vuelto con más persistencia y reincidencia.
El sanchismo, lejos de ser una corriente ideológica, se ha abandonado al exceso y se ha entregado a la felonía y la dictatura de la ética de pensamiento único. Pedro Sánchez, a la sazón promotor de esta nueva y peor versionada corriente del zapaterismo, está sumiendo a nuestra patria en la noche de los tiempos. El arte de gobernar se ha convertido en la exaltación del presidencialismo como forma de entender sus responsabilidades para el conjunto de la ciudadanía. A golpe de decreto, interfiriendo en las atribuciones del poder judicial, sin disimulo y con grandes dosis de soberbia, ha dinamitado el estado social, democrático y de derecho proclamado en nuestra Constitución. El resultado de tanto despropósito y tanta arrogancia es la conversión de España en un auténtico estado de desecho y deshecho, que tan bien vale para describir lo dantesco del diario acontecer patrio.
Quedan más de dos años de la actual legislatura y, me temo que asistiremos a vergonzosas iniciativas y penurias administrativas ejecutivas. El narcisismo y prepotencia dictará los pasos que deberemos seguir como Estado, como nación o como quiera que seamos según el dislate, irresponsabilidad y alocada interpretación de nuestros destinos comunes. No ha habido tema que no hayan manoseado impunemente, sin cargo de conciencia alguno, a la hora de tomar decisiones que, lejos de generar la paz y el sosiego social y económico, han provocado la ruptura y la división entre nuestros compatriotas. Es sencillamente execrable y deleznable.
La promoción de la LGTBI, la ley de educación (LOMCE), la ley de la memoria histórica –sectaria en grado supino-, la política inmigración, la aldeana política exterior, la subida de impuestos, el acercamiento de presos terroristas al País Vasco o, más recientemente, las negociaciones para los indultos –más claudicaciones y rendición que otra cosa- son prueba inequívoca de que el sanchismo es infumable e intratable.
El suicidio de España como nación y como Estado es un hecho, quizá irreversible, pero no imposible de frenar. Es el pueblo español el que desde su soberanía puede poner fin a tanto dislate e ignonimia. Habrá elecciones y quiera Dios y nuestros compatriotas que se ponga el broche final a este negro periodo de la Historia de España. Por lo pronto y hasta entonces, sufriremos las consecuencias de un nefasto e infausto Ejecutivo que, desde el Consejo de Ministros reunido cada martes en el palacio de la Moncloa, seguirá tirándose al monte en muchas otras cuestiones. Por ejemplo, la rendición ante el golpismo independentista catalán o la reforma laboral anunciada. Eso sin olvidarme de la ruptura de la división de poderes característica de una salud democrática propia de las naciones más avanzadas.
El gasto público está descontrolado y, en consecuencia, el déficit aumenta mes a mes. Nuestro nivel del endeudamiento ha batido récord y supera al PIB, es decir, a nuestra riqueza nacional. La gestión de la lucha contra la maldita pandemia del coronavirus ha sido negligente, imprudente y un auténtico desbarajuste. No me negarán ustedes que no hay que sacarse un título universitario para entender tanta orden ministerial, tanto decreto y tanta directriz para, al final, no saber qué, cómo, cuándo y dónde. Sobre este calamitoso y doloroso tema han sido miles y millones de familias las afectadas, directa o indirectamente, en lo individual, lo social y lo económico, Qué se lo digan a los empresarios del sector de la hostelería, el comercio, a los transportistas o a cualquier sector vinculado al ocio y el turismo. Para mas escarnio y desverguenza criminal, todavía no sabemos el número de fallecidos a causa de la pandemia.
Pero no se sonrojan, ni se preocupan, tan solo les angustia perpetuarse instalados en su poder omnímodo. En Europa, pese al maná prometido, no se fían de las cuentas de la vieja que Sánchez insiste en presentar y, a día de hoy, no sabemos cuando llegará el ansiado rescate comunitario. No somos de fiar y eso retrae las dádivas de nuestros socios europeos. En ningún país de la Unión Europea hay comunistas, procastristas y chavistas ocupando cartera ministerial alguna. Es inimaginable, impensable y inasumible dentro de una comunidad de naciones como la que representa esta entidad supranacional.
Ahora, la farsa del diálogo en la mesa tocinera de llamado “proces”, pone en evidencia los vicios presidenciales, obscenos e inmorales, por promover el monólogo secesionista catalán. España ha sido rendida a las exigencias de los chicos de Puigdemont, a las declaraciones unilaterales de a quienes no les asiste ni la razón, ni mucho menos el derecho. Es verdaderamente vergonzoso y repugnante el boudeville que ha sido puesto en escena. El sanchismo castiga al conjunto de los españoles con sus proyectos autodestructivos en todo lo que trata. Eso sí, verborrea no falta en un discurso tan empalagoso como cargado de eufemismos vacíos.