Héroes y villanos en una pandemia
Mientras el Gobierno sanchista huye hacia delante, miente, manipula y pacta toda suerte de desgracias con truhanes y malandrines, el estado de estupidez colectiva se ha convertido en una pandemia tan malvada como la que causan los virus.
Creo que algo debemos muchos a tan pocos que se enfrentaron en cuerpo a cuerpo con una enfermedad infecciosa que se ha llevado por delante miles de vidas de compatriotas -nada que ver los míos, con los del nefasto Iglesias- Algunas de tales víctimas en la soledad más cruel. Sin que hasta la fecha y de oficio la justicia haya "metido mano" a los que gestionaron el problema más grave que ha tenido España desde la guerra civil.
Pero analicemos a esos héroes anónimos que fueron la vanguardia en la lucha por la salud y frente a la muerte. Los sanitarios. Desde el médico jefe de servicio, hasta la celadora, pasando por todas las categorías profesionales de una empresa tan compleja como resulta ser un hospital, sin olvidar al personal de los centros de salud -asistencia primaria-.
Tengo el orgullo y el honor de conocerlos. He sido médico hospitalario en Madrid, Vascongadas, Galicia, Cataluña y Asturias. Ese mismo orgullo que lleva mi apellido ligado desde el siglo XIX a la medicina, incluida la rural, o la alta gestión de recursos socio-sanitarios. Hubo un tiempo en que en la mesa nos sentábamos cinco médicos del sector público. Mi padre e hijos.
Me presenté voluntario al SERGAS en cuanto se declaró la pandemia en España. Y estaba jubilado. Hice lo que pude atendiendo a los que me pidieron ayuda. Y, sobre todo, como viejo profesor de salud pública, continué investigando sobre la cadena epidemiológica del virus y sus consecuencias. Siempre tuve muy claro al menos tres hechos. Con la salud no se juega a la política. Más allá de los aplausos televisados, había que poner recursos de toda índole en los servicios de asistencia sanitaria, empezando por la protección para los trabajadores del sector socio-sanitario -que no se hizo, se hizo tarde, y se hizo mal. Incluso denuncié ese intento miserable de negar la mayor, es decir, que se trata de una enfermedad profesional si afecta a un trabajador del Servicio Nacional de Salud-.
Hubo que reconocer que el sistema había sido víctima de los recortes. Mientras los políticos se echaban la culpa y se tiraban los muertos a la ceja, mis compañeros no eludían esfuerzos, riesgos, sufrimiento, escasez, horarios, plétoras en UCIs que llevo a improvisar nuevos recursos de cuidados máximos, como el caso de IFEMA en Madrid.
Pero la memoria histórica de este país apenas dura quince días, según los sociólogos. Aquellas escenas del comité que encabezaba un tal Simón, rodeado de uniformes y algún político que gracias a tal actuación ganó las elecciones en Cataluña, hoy no se recuerda, ni se le dedican espacios en los grandes medios de comunicación para masas -estúpidas- y se les aplica la normativa laboral. Es decir, terminado el periodo de máxima tensión socio-política, se vuelve a la habitual precariedad, haciendo de los contratos basura, la relación de esclavitud de trabajadores públicos esenciales con el patrón Estado y comunidades, mientras aumenta y se mantiene la nómina de cargos en confianza, y es que sólo les que importa la foto, el discurso, la manipulación con planes a la americana que proporcionan los gurús como Iván Redondo. A ellos no les falta de nada. Para ellos, como para otros VIPs cualquier necesidad está resuelta sin fronteras. Diría más, les imagino con cara de asco viendo la situación en Urgencias de un gran hospital. Por cierto, siempre recordaré que el primer domingo en que Ernest Lluch fue ministro de Sanidad con Felipe se fue por su propio pie a visitar las urgencias de La Paz, dónde tuvo que identificarse, pues no lo conocían. Tipos así, son los míos. Pero ya no se fabrican. Ahora lo más importante es dedicarle esfuerzos al feminismo, que vaya usted a saber a dónde nos lleva, pero que es muy útil para la estupidez y enfrentamiento entre géneros ciudadanos.
No voy a volver a repetir que son cuestiones diferentes, la verdad oficial y la verdad científica. No sólo hemos sido testigos de muertos y heridos muy graves en esta batalla, por negligente ignorancia de los mandarines, es que volvemos a estar en el filo del precipicio. Los repuntes pandémicos por la cepa Delta están ahí. Me temo que no vamos a poder sostener la alegría veraniega hasta agosto. Nuestros vecinos portugueses, más humildes y sensatos, han frenado la desescalada y han perimetrado ciudades emblemáticas como Lisboa. Pero aquí, en la vieja Hispania, hemos dedicado más tiempo a los indultos que a prevenir nuevas oleadas de la enfermedad. Y menos mal que no tenemos diariamente que escuchar al tal Simón.
A quienes tengan interés les recomiendo que sigan los dicterios científicos de algunos expertos de mi generación. Juan Gestal en Galia. Rafael Bengoa en Euskadi. Tienen que estar aterrorizados con lo que se está haciendo. Pero es la consecuencia del Gobierno mequetrefe -que decía Don Manuel Fraga Iribarne- y una oposición a su misma altura.
Saben que los sanitarios no sabemos pararnos. Que llevamos en nuestros genes, como la Guardia Civil, el espíritu del servicio y la abnegación. No podemos, no sabemos decir que nos negamos a cumplir con nuestro deber. Y de ello se aprovechan estos mal nacidos -muchos de ellos, pertenecientes a la casta de los intocables- Y dispuestos a ser implacables con aquellos expertos que denuncian por diferentes caminos la ignominiosa gestión de una pandemia que aun está presente.
El estado de la estupidez les garantiza la nómina, el boato, la impunidad, la ola de los miserables...
Mientras el Gobierno sanchista huye hacia delante, miente, manipula y pacta toda suerte de desgracias con truhanes y malandrines, el estado de estupidez colectiva se ha convertido en una pandemia tan malvada como la que causan los virus.
Creo que algo debemos muchos a tan pocos que se enfrentaron en cuerpo a cuerpo con una enfermedad infecciosa que se ha llevado por delante miles de vidas de compatriotas -nada que ver los míos, con los del nefasto Iglesias- Algunas de tales víctimas en la soledad más cruel. Sin que hasta la fecha y de oficio la justicia haya "metido mano" a los que gestionaron el problema más grave que ha tenido España desde la guerra civil.
Pero analicemos a esos héroes anónimos que fueron la vanguardia en la lucha por la salud y frente a la muerte. Los sanitarios. Desde el médico jefe de servicio, hasta la celadora, pasando por todas las categorías profesionales de una empresa tan compleja como resulta ser un hospital, sin olvidar al personal de los centros de salud -asistencia primaria-.
Tengo el orgullo y el honor de conocerlos. He sido médico hospitalario en Madrid, Vascongadas, Galicia, Cataluña y Asturias. Ese mismo orgullo que lleva mi apellido ligado desde el siglo XIX a la medicina, incluida la rural, o la alta gestión de recursos socio-sanitarios. Hubo un tiempo en que en la mesa nos sentábamos cinco médicos del sector público. Mi padre e hijos.
Me presenté voluntario al SERGAS en cuanto se declaró la pandemia en España. Y estaba jubilado. Hice lo que pude atendiendo a los que me pidieron ayuda. Y, sobre todo, como viejo profesor de salud pública, continué investigando sobre la cadena epidemiológica del virus y sus consecuencias. Siempre tuve muy claro al menos tres hechos. Con la salud no se juega a la política. Más allá de los aplausos televisados, había que poner recursos de toda índole en los servicios de asistencia sanitaria, empezando por la protección para los trabajadores del sector socio-sanitario -que no se hizo, se hizo tarde, y se hizo mal. Incluso denuncié ese intento miserable de negar la mayor, es decir, que se trata de una enfermedad profesional si afecta a un trabajador del Servicio Nacional de Salud-.
Hubo que reconocer que el sistema había sido víctima de los recortes. Mientras los políticos se echaban la culpa y se tiraban los muertos a la ceja, mis compañeros no eludían esfuerzos, riesgos, sufrimiento, escasez, horarios, plétoras en UCIs que llevo a improvisar nuevos recursos de cuidados máximos, como el caso de IFEMA en Madrid.
Pero la memoria histórica de este país apenas dura quince días, según los sociólogos. Aquellas escenas del comité que encabezaba un tal Simón, rodeado de uniformes y algún político que gracias a tal actuación ganó las elecciones en Cataluña, hoy no se recuerda, ni se le dedican espacios en los grandes medios de comunicación para masas -estúpidas- y se les aplica la normativa laboral. Es decir, terminado el periodo de máxima tensión socio-política, se vuelve a la habitual precariedad, haciendo de los contratos basura, la relación de esclavitud de trabajadores públicos esenciales con el patrón Estado y comunidades, mientras aumenta y se mantiene la nómina de cargos en confianza, y es que sólo les que importa la foto, el discurso, la manipulación con planes a la americana que proporcionan los gurús como Iván Redondo. A ellos no les falta de nada. Para ellos, como para otros VIPs cualquier necesidad está resuelta sin fronteras. Diría más, les imagino con cara de asco viendo la situación en Urgencias de un gran hospital. Por cierto, siempre recordaré que el primer domingo en que Ernest Lluch fue ministro de Sanidad con Felipe se fue por su propio pie a visitar las urgencias de La Paz, dónde tuvo que identificarse, pues no lo conocían. Tipos así, son los míos. Pero ya no se fabrican. Ahora lo más importante es dedicarle esfuerzos al feminismo, que vaya usted a saber a dónde nos lleva, pero que es muy útil para la estupidez y enfrentamiento entre géneros ciudadanos.
No voy a volver a repetir que son cuestiones diferentes, la verdad oficial y la verdad científica. No sólo hemos sido testigos de muertos y heridos muy graves en esta batalla, por negligente ignorancia de los mandarines, es que volvemos a estar en el filo del precipicio. Los repuntes pandémicos por la cepa Delta están ahí. Me temo que no vamos a poder sostener la alegría veraniega hasta agosto. Nuestros vecinos portugueses, más humildes y sensatos, han frenado la desescalada y han perimetrado ciudades emblemáticas como Lisboa. Pero aquí, en la vieja Hispania, hemos dedicado más tiempo a los indultos que a prevenir nuevas oleadas de la enfermedad. Y menos mal que no tenemos diariamente que escuchar al tal Simón.
A quienes tengan interés les recomiendo que sigan los dicterios científicos de algunos expertos de mi generación. Juan Gestal en Galia. Rafael Bengoa en Euskadi. Tienen que estar aterrorizados con lo que se está haciendo. Pero es la consecuencia del Gobierno mequetrefe -que decía Don Manuel Fraga Iribarne- y una oposición a su misma altura.
Saben que los sanitarios no sabemos pararnos. Que llevamos en nuestros genes, como la Guardia Civil, el espíritu del servicio y la abnegación. No podemos, no sabemos decir que nos negamos a cumplir con nuestro deber. Y de ello se aprovechan estos mal nacidos -muchos de ellos, pertenecientes a la casta de los intocables- Y dispuestos a ser implacables con aquellos expertos que denuncian por diferentes caminos la ignominiosa gestión de una pandemia que aun está presente.
El estado de la estupidez les garantiza la nómina, el boato, la impunidad, la ola de los miserables...











