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Pedro Chacón
Sábado, 17 de Julio de 2021 Tiempo de lectura:

Manuel Murguía

El nacionalismo gallego no se entendería sin la figura de Manuel Murguía (1833-1923), fundador de la Real Academia Gallega de la lengua y marido de la poetisa Rosalía de Castro. Es el primero que convierte el movimiento por la cultura, la lengua y la historia gallegas en nacionalismo independentista respecto de España. Se dice que el nacionalismo gallego, de entre los nacionalismos hispánicos, es el más elaborado teóricamente. A Manuel Murguía le sucederían cronológicamente, en ese desarrollo de la teoría galleguista, Alfredo Brañas y Vicente Risco. Todos ellos hablaron de la superioridad de la raza gallega. Y lo curioso es que todos ellos lo hacen sin tener apellidos gallegos. El único de los principales autores del galleguismo que los tendrá será Castelao, de la generación de Risco. En cambio, el primero de todos, Murguía, que en realidad se apellidaba Martínez Murguía, no los tiene. Murguía se apellidaba por su madre, que era guipuzcoana: María Concepción Murguía y Egaña.

 

Del mismo año 1833 del nacimiento de Manuel Murguía es otro literato gallego, de Santiago de Compostela, llamado Aurelio Aguirre Galarraga, también con apellidos vascos, pero completamente comprometido con Galicia, que murió muy joven, con 25 años. Una edición póstuma de sus poesías la prologó otro escritor gallego, de Tuy (Pontevedra) llamado Leandro Saralegui. Quiere decirse que apellidos vascos había por Galicia ejerciendo un galleguismo acérrimo y, en cambio, sin conciencia por ello de su condición de vascos: se ve que no conocían de nada a Sabino Arana. Ni éste tampoco a ellos, a lo que se ve. Porque si hay un colectivo de españoles o maketos más mortificado y humillado por el fundador del nacionalismo vasco, ese fue el de los gallegos: “el proverbial envilecimiento del gallego” escribió Arana. Quién se lo iba a decir a él: apellidos vascos reivindicando la nación gallega.

 

El apellido Murguía procede del concejo del mismo nombre sito en Álava. Murguía tiene muy pocos portadores, 379 de primero y 360 de segundo, según el padrón de 2020, de los cuales 229 y 199, respectivamente, están en el País Vasco y Navarra y el resto en otras once provincias españolas, de las cuales ninguna es gallega. También está el eusquerizado Murgia (Murguía y Murgia hacen pareja en el Nomenclátor de Euskaltzaindia), con 125 portadores de primer apellido y solo 39 de segundo, donde se nota sobremanera la tendencia a eusquerizar el apellido cuando va de primero y bien visible, aunque en este caso es curioso que haya portadores de Murgia también en Baleares, Barcelona, Madrid, Málaga y las dos capitales canarias. En cambio, en Navarra no aparecen.

 

Murguía (hoy oficialmente Murgia) es también, como decíamos, un concejo alavés perteneciente al municipio de Zuya (hoy oficialmente Zuia). En realidad, es el núcleo de población más importantes de ese municipio, como si dijéramos su capital, con algo más de mil habitantes, para un total municipal que pasa por poco de los dos mil habitantes, repartidos en 11 concejos y dos pueblos. Zuya es topónimo y, como suele ser habitual, también apellido, pero como tal apellido está en trance de desaparición, con solo 27 portadores de primer apellido y 22 de segundo, más de la mitad de los cuales están en Madrid. Zuya no aparece en el Nomenclátor de apellidos vascos.

 

Además de que es gente con apellidos vascos la que elabora el primer ideario del nacionalismo gallego, aquí interesa destacar también que, siendo este un movimiento político con profundidad histórica, que hizo un referéndum por la autonomía en 1936, por lo que entró por la vía rápida estatutaria a partir de 1978, resulta que el galleguismo, a partir de esa fecha, no ha conseguido crear partidos políticos nacionalistas mayoritarios en aquella comunidad autónoma. Al contrario. Si vemos en las sucesivas elecciones autonómicas que ha habido desde el inicio de la Transición hasta hoy, ha sido el principal partido de la derecha española, el PP, el que ha ganado siempre allí. Y por mayoría absoluta, además: cuatro veces ganó así Manuel Fraga, fundador de AP, luego PP, y otras cuatro veces el actual presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijoo, también por mayoría absoluta, en las cuatro últimas autonómicas celebradas. Solo en una ocasión el PP dejó de gobernar Galicia y fue tras las elecciones autonómicas de 2005, cuando se aliaron el PSG y el BNG, desbancando a un PP que había ganado las elecciones pero sin mayoría absoluta. Como vemos, el balance del dominio político del PP gallego o su presencia en el gobierno autonómico es, no ya similar al del caso del PNV en el País Vasco, sino muy superior a este, ya que el PNV nunca ha conseguido mayoría absoluta en las elecciones autonómicas vascas y siempre ha tenido que gobernar en coalición con otros partidos, porque con sus solas fuerzas no le bastaba para sostener el gobierno. Otra cosa distinta es el hecho de que tanto el nacionalismo del PNV, como el de la izquierda abertzale cómplice del terrorismo, dominen abrumadoramente la mayoría de los ayuntamientos vascos e impongan una especie de régimen político incontestable en toda la comunidad autónoma. Pero para entender esa realidad sociológica y política es imprescindible tener en cuenta la presión atroz de los cuarenta años de terrorismo de ETA, que ha sometido mediante el miedo a la mayoría de la población vasca a los dictados ideológicos del nacionalismo y cuya inercia todavía se sigue sintiendo en nuestra sociedad.

 

Pero aquí, en relación con el nacionalismo gallego, la pregunta es: por qué en una región como Galicia, con un movimiento nacionalista perfectamente teorizado, con una lengua propia, con una cultura y una historia tan caracterizadora y singular, el nacionalismo no ha arraigado como lo ha hecho en País Vasco y Cataluña. Pues la respuesta que yo vengo dando desde hace bastante tiempo en diferentes trabajos de todo tipo, tanto académicos como periodísticos, tiene que ver con el hecho de que en estas dos últimas regiones, a diferencia de lo que ha pasado en Galicia, hubo una industrialización desde el último cuarto del siglo XIX y con un pico a mediados del siglo XX, ya dentro de la dictadura franquista, con la consiguiente incorporación de grandes contingentes de población inmigrada procedentes de otras partes de España, que generaron unos movimientos sociales complejos, donde la necesidad de arraigarse por parte de los recién llegados, la discriminación racial y cultural por parte de los autóctonos y todo ello unido a un régimen franquista, salido de la Guerra Civil, que imponía una homogeneización política y una única oficialidad para el español, hizo que los movimiento de izquierda, mayoritarios entre la población inmigrante, generaran un sentimiento de antiespañolismo y de adhesión a los movimientos nacionalistas muy generalizado en esas regiones.

 

El resultado de todo ello es un nacionalismo, tanto vasco como catalán, muy antiespañolista, pero que, paradójicamente, se nutre en gran medida por población sobrevenida de otras partes de España, ansiosa de sentirse vasca o catalana, pero, sobre todo, de marcar las diferencias con el resto de España, de donde procedían. Puede decirse, sin temor a equivocarse, que los inmigrantes de otras partes de España en País Vasco y Cataluña aportan a los movimientos nacionalistas de esas regiones un contingente de adhesiones absolutamente clave para que esos nacionalismos sean mayoritarios allí. Nada de eso ocurre en Galicia, donde sus movimientos nacionalistas eran mayoritariamente de corte conservador, como sus homólogos en origen en País Vasco y Cataluña, pero donde la ausencia de industrialización y, por tanto, de inmigración española no provocó ese cóctel explosivo, de izquierdas y antiespañol que se produjo en estas últimas regiones. Una prueba de lo que decimos está en Vicente Risco, por ejemplo, uno de los grandes teóricos del nacionalismo gallego, como hemos visto, pero que siguió viviendo y publicando sin problemas en Galicia durante la dictadura de Franco, hasta que falleció en Orense en 1963.

 

Esta realidad gallega dentro de España, con un nacionalismo cultural exuberante pero, al mismo tiempo, inoperante a nivel político, también produce algo tan impensable en el caso vasco o catalán como dar en democracia un presidente de gobierno tan marcadamente gallego como fue Mariano Rajoy Brey. Es inconcebible, hoy por hoy, que en España hubiera un candidato, del signo político que fuera pero con apellidos bien vascos o bien catalanes, que tuviera posibilidades reales de llegar a ser presidente del Gobierno. En cambio, un señor con apellidos gallegos y que ejerce de gallego, sí. Así se puede resumir la diferencia de la singularidad gallega respecto de la vasca y catalana en España.

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