Legitimistas, calvinistas y abertzales: falsificaciones históricas del panvasquismo y sentido común
Lanza el guante mi apreciado amigo y, cada vez más, admirado maestro, Fernando Vaquero (https://latribunadelpaisvasco.com/art/15247/el-virus-supremacista-del-panvasquismo-infecta-gravemente-a-las-sociedades-vasca-y-navarra); pues se recoge y se toma partido recordando pequeños datos históricos y sociales enterrados en nuestra simplona conciencia colectiva.
Y otra confesión más: confieso como error propio y exclusivo que este texto, versión original y completa, se haya publicado con posterioridad a la versión reducida. Esteban de Zudaire y Juan de Mayorga: modestos mártires navarros en la atribulada Navarra del siglo XVI.
Se atribuye a Tucídines la afirmación de que el origen de las guerras está en la discusión sobre el significado de una palabra. De ahí que llámese leyenda negra, imperofobia, pensamiento único o batalla cultural, tanto monta. La historia es una larguísima película. Es un error quedarse con un fotograma o con una secuencia aislada del conjunto. Elevar ese error a la categoría de verdad suprema (supremacismo) y tratar de imponerlo a cualquier precio deja de ser bobalicona ignorancia y se convierte en el ‘homo homini lupus’, elemento aniquilador de cualquier civilización.
Nada se descubre al afirmar que la industria cinematográfica ha sido el inocente caballo de troya del mundo occidental. El mito del buen pirata y el perverso español, con sus neutros doblajes, lo tragamos aquellas audiencias de millones de mentes embelesadas y bocas abiertas durante las películas del sábado por la tarde. Ninguno de quienes ahora se llaman generación “boomer” admitirá que corsarios, piratas y bucaneros eran lo que hoy son células yihadistas y en los 70 y 80 terroristas revolucionarios. Peor aún, es que a nadie le importará un bledo y ay de quien ose cuestionar el ‘statu quo’ mental imperante. En el mejor de los casos se le tachará de “cuñao”.
Pues bien, en esa guerra de guerrillas navales contra el imperio español también había motivos y motivaciones religiosas, no puramente económicas. Prueba de ello son los episodios de martirios cometidos en las campañas piratas para interceptar barcos de misioneros que se dirigían a las Américas, aniquilando a los religiosos para impedir la evangelización del Nuevo Mundo.
Mientras se vierten ríos de tinta sobre el fotograma “Noáin 1521”, nuestra simplona conciencia colectiva ni se esmera en tratar de apreciar la película completa: si resulta relevante seguir el rastro de la sociedad y de las instituciones de Hego Euskal Herria en el periodo de los Austrias, no es menos relevante hacer lo propio con Iparralde donde, tal cueva de Alí Babá, tratan de esconder las vergüenzas de su castellanización voluntaria y muy querida los mismos territorios vascongados que han pretendido y pretenden pasar por ser vanguardia y euskotesoro del ficticio y ensoñado estado vasco original. Dime de qué presumes…
En la memoria de la Navarra católica (cada vez más residual) permanecen el recuerdo de dos mártires jesuitas: Esteban de Zudaire y Juan de Mayorga, natural de San Juan de Pie de Puerto, torturados y asesinados por piratas hugonotes a las órdenes de quien había sido vicealmirante de la reina Juana III de Navarra, hija de Enrique II y nieta de Catalina I.
En Zudaire y San Juan de Pie de Puerto se ha venerado a Esteban de Zudaire y Juan de Mayorga, lo que constituye un testimonio de la compleja realidad de esta tierra, que choca con el universo panvasquista ideal que todo lo reduce a la perversidad española. En el siglo XVI las personas que vivían en estos pueblos de Navarra se guiaban por principios mucho más complejos y profundos que supuestas euskoidentidades, ahora disfrazada de seudo napartarrismo. Hoy, en las fiestas de Zudaire siguen haciendo la ofrenda floral al beato Esteban. En San Juan de Pie de Puerto un colegio lleva el nombre de Juan de Mayorga. Son sus mártires modestos, del pueblo.
Juan de Mayorga, católico y posiblemente vascoparlante, huiría de su pueblo natal, por mucho que ahora no se entienda que pudiera huirse de la que consideran capital de las esencias del eusko-reino de Navarra. La huida se entiende perfectamente por la persecución religiosa impuesta por Juana III a partir de 1555. Efectivamente, ese idealizado reducto napartarra se convirtió en tierra calvinista, persiguiéndose a sangre y fuego al catolicismo, tan supuestamente euskoarraigado.
Claro que Juana III apoyó la traducción al euskera (y al bearnés y a cualquier otro dialecto popular) de la Biblia. Pero no por amor al euskera sino por puros motivos religiosos. Igual nos suena de algo; la reina de Navarra no buscaba la libertad y el desarrollo del euskera sino que el euskera sirviera como instrumento para la transmisión del calvinismo, su idea de país.
Poco se menciona la persecución de la reina Juana III de Navarra contra lo vasco católico y la diáspora que con ello se provocó, marco en la que se entiende la huida de Juan de Mayorga (quien sabe si por rezar avemarías en euskera). Resultaría muy esclarecedor seguir el rastro a la sociedad de aquellos territorios durante este periodo.
Son fotogramas tan relevantes o más que cualesquiera de los que ahora se divinizan en el supremo credo del panvasquismo. Estos fotogramas se escamotean, no interesan. Sigamos dándole vueltas al fotograma de Noáin, Amaiur o el que interese para mantener el supremacismo jeltzale y abertzale. Hay que mantener intacto el hilo divino entre Túbal y Ajuria Enea. Que la realidad de los datos históricos no la mancille.
Desde su llegada al trono, Juana III de Albret y su esposo, Antonio de Borbón, se convirtieron en adalides del calvinismo, que terminaron imponiendo en sus territorios y en territorios vecinos. Las víctimas de esa Reforma religiosa tuvieron que huir, por muy navarros, vascos o euskaltzales que fuesen. La explicación, como siempre en cuestiones políticas, quienes no son de los míos no son de fiar. Todo católico era susceptible de ser traidor.
En esta cruzada religiosa, entre 1568 y 1569, a las órdenes de la reina Juana III y de su hijo, fututo Enrique IV de Francia, mandos militares hugonotes avanzaron hasta conquistar La Rochelle, imponiendo el calvinismo en la mitad occidental de Francia. Entre estos militares, el normando Jacques de Sourié o de Sores, conocido como el ángel exterminador, al que los reyes de Navarra habían concedido patente de corso para arrasar las flotas católicas (castellanas y portuguesas) que se dirigían al Nuevo Mundo. Este pirata llegó a arrasar la Habana en 1555, atacando numerosos puntos de las islas y costas del Caribe, llegando hasta Brasil. En el verano de 1570 fueron repelidos sus ataques en Madeira y en Santa Cruz de Tenerife. En ese escenario se enmarca el martirio de Tazacorte.
Se conoce como los Mártires de Tazacorte, al sur de la isla de La Palma, al grupo de 40 jesuitas que se dirigían a Brasil (mártires de Brasil) para evangelizar los dominios portugueses. Formaban parte de una expedición que se había preparado en Lisboa con más de un centenar de jesuitas, con permiso del rey Sebastián I. Al parecer, en torno a Madeira el barco en el que iban los navarros y su provincial portugués, Ignacio de Azevedo, fue perseguido por los corsarios hugonotes que, una vez apresado, liberó a la tripulación, torturó a los religiosos y los arrojó al mar moribundos el 15 de julio de 1570 entre Tazacorte y Fuencaliente de la Palma.
¿Qué interés tenían los reyes de Navarra en atacar posesiones portuguesas como Madeira? Pues el mismo interés que el padre de Juana III, Enrique II, guerreando en Italia a las órdenes del rey de Francia. La Corona de Navarra, una excusa, un título para poder seguir formando parte de la corte francesa y mantener su particular ascenso aristocrático.
En la reina Juana III se añade la cuestión religiosa, más allá de que mantuviera sus convicciones, las revueltas protestantes estaban siendo aprovechadas por numerosos príncipes y nobles para ascender al poder de sus territorios y debilitar el poder de los imperios que les constreñían. También para los Albret y más aún para los Borbón. Los hugonotes eran una fantástica fuerza popular y económica, pues contaban con aliados a poderosos comerciantes holandeses y alemanes.
En definitiva, el título de Reyes de Navarra en la cabeza de Juana III o de su hijo Enrique poco o casi nada tenía que ver la realidad de los territorios navarros y de la población navarra. Algo así como el título de Rey de Jerusalén que, por la línea napolitana, mantiene actualmente Felipe VI entre sus títulos. Mantenían el título, pero sobre la realidad territorial y poblacional reinaban poco o casi nada.
Así que, al otro lado de los Pirineos, los presuntamente legítimos titulares del Reino de Navarra lo usaron como excusa para sus políticas particulares y, en concreto, al servicio de la causa de Francia frente a España, al servicio de su causa, tal vez un imperio franco-protestante, como pretendían los holandeses o los alemanes. Como sabemos, finalmente Enrique IV, bien vale una misa, apostó por el imperio francés católico.
Pero les sirve. Para su ficción nacionalista les sirve que el título rey de Navarra se mantuviera al margen del dominio español. No tienen ningún interés en tratar de entender la compleja situación política, institucional y social del siglo XVI. Les da igual agarrar la versión francesa de la historia, que tiene el mismo interés imperial que el relato castellano que se impuso a este lado de los Pirineos. ¿Alguien cree que la versión de Arnaud Oihenart sobre el origen de lo vasco no había un interés en considerarlo mucho más francés que español? ¿Y por qué los vizcaínos, contemporáneos de Oihenart, replicaron un origen cántabro alejando lo vasco de Francia y también de Navarra? Inocencias las justas. Durante los siglos XVI y XVII Navarra y el euskera, fueron sólo meras piezas de un tablero mucho más amplio.
Y, a pesar de ello, Navarra mantuvo sus instituciones, el euskera se siguió hablando y utilizando, y la identidad navarra sorteó versiones puramente españolistas, al igual que después ha superado versiones aranistas, panvasquistas y abertzales. Que no se crean que vienen a rescatar nada, todo lo contrario. Revuelven tanto o más que el Cardenal Cisneros o los planes franquistas de españolería.
En definitiva, ¿por qué la explicación político-social de los autoproclamados legitimistas debe tener mayor valor que la realidad sociopolítica que vivieron estos dos navarricos, Esteban y Juan, seguramente vasco parlantes? La respuesta es clara: la cuestión no es ser vasco, navarro o vasco-navarro, lo que quieren es su Euskal Herria particular, la que nunca existió sino en sus enfermizas ilusiones. Tenemos que ser lo qué y cómo ellos quieren. Y para eso no dudarán en tachar de españolazos a estos dos beaticos que nacieron navarros y murieron en barco portugués por ser católicos. Qué más les da. Por sus objetivos, terminarán ensalzando al cruel Jacques de Sourié como libertador navarro frente al imperio español. Qué más les da. Por sus objetivos, tan sólo nos quieren como paja para su fuego aniquilador.
Lanza el guante mi apreciado amigo y, cada vez más, admirado maestro, Fernando Vaquero (https://latribunadelpaisvasco.com/art/15247/el-virus-supremacista-del-panvasquismo-infecta-gravemente-a-las-sociedades-vasca-y-navarra); pues se recoge y se toma partido recordando pequeños datos históricos y sociales enterrados en nuestra simplona conciencia colectiva.
Y otra confesión más: confieso como error propio y exclusivo que este texto, versión original y completa, se haya publicado con posterioridad a la versión reducida. Esteban de Zudaire y Juan de Mayorga: modestos mártires navarros en la atribulada Navarra del siglo XVI.
Se atribuye a Tucídines la afirmación de que el origen de las guerras está en la discusión sobre el significado de una palabra. De ahí que llámese leyenda negra, imperofobia, pensamiento único o batalla cultural, tanto monta. La historia es una larguísima película. Es un error quedarse con un fotograma o con una secuencia aislada del conjunto. Elevar ese error a la categoría de verdad suprema (supremacismo) y tratar de imponerlo a cualquier precio deja de ser bobalicona ignorancia y se convierte en el ‘homo homini lupus’, elemento aniquilador de cualquier civilización.
Nada se descubre al afirmar que la industria cinematográfica ha sido el inocente caballo de troya del mundo occidental. El mito del buen pirata y el perverso español, con sus neutros doblajes, lo tragamos aquellas audiencias de millones de mentes embelesadas y bocas abiertas durante las películas del sábado por la tarde. Ninguno de quienes ahora se llaman generación “boomer” admitirá que corsarios, piratas y bucaneros eran lo que hoy son células yihadistas y en los 70 y 80 terroristas revolucionarios. Peor aún, es que a nadie le importará un bledo y ay de quien ose cuestionar el ‘statu quo’ mental imperante. En el mejor de los casos se le tachará de “cuñao”.
Pues bien, en esa guerra de guerrillas navales contra el imperio español también había motivos y motivaciones religiosas, no puramente económicas. Prueba de ello son los episodios de martirios cometidos en las campañas piratas para interceptar barcos de misioneros que se dirigían a las Américas, aniquilando a los religiosos para impedir la evangelización del Nuevo Mundo.
Mientras se vierten ríos de tinta sobre el fotograma “Noáin 1521”, nuestra simplona conciencia colectiva ni se esmera en tratar de apreciar la película completa: si resulta relevante seguir el rastro de la sociedad y de las instituciones de Hego Euskal Herria en el periodo de los Austrias, no es menos relevante hacer lo propio con Iparralde donde, tal cueva de Alí Babá, tratan de esconder las vergüenzas de su castellanización voluntaria y muy querida los mismos territorios vascongados que han pretendido y pretenden pasar por ser vanguardia y euskotesoro del ficticio y ensoñado estado vasco original. Dime de qué presumes…
En la memoria de la Navarra católica (cada vez más residual) permanecen el recuerdo de dos mártires jesuitas: Esteban de Zudaire y Juan de Mayorga, natural de San Juan de Pie de Puerto, torturados y asesinados por piratas hugonotes a las órdenes de quien había sido vicealmirante de la reina Juana III de Navarra, hija de Enrique II y nieta de Catalina I.
En Zudaire y San Juan de Pie de Puerto se ha venerado a Esteban de Zudaire y Juan de Mayorga, lo que constituye un testimonio de la compleja realidad de esta tierra, que choca con el universo panvasquista ideal que todo lo reduce a la perversidad española. En el siglo XVI las personas que vivían en estos pueblos de Navarra se guiaban por principios mucho más complejos y profundos que supuestas euskoidentidades, ahora disfrazada de seudo napartarrismo. Hoy, en las fiestas de Zudaire siguen haciendo la ofrenda floral al beato Esteban. En San Juan de Pie de Puerto un colegio lleva el nombre de Juan de Mayorga. Son sus mártires modestos, del pueblo.
Juan de Mayorga, católico y posiblemente vascoparlante, huiría de su pueblo natal, por mucho que ahora no se entienda que pudiera huirse de la que consideran capital de las esencias del eusko-reino de Navarra. La huida se entiende perfectamente por la persecución religiosa impuesta por Juana III a partir de 1555. Efectivamente, ese idealizado reducto napartarra se convirtió en tierra calvinista, persiguiéndose a sangre y fuego al catolicismo, tan supuestamente euskoarraigado.
Claro que Juana III apoyó la traducción al euskera (y al bearnés y a cualquier otro dialecto popular) de la Biblia. Pero no por amor al euskera sino por puros motivos religiosos. Igual nos suena de algo; la reina de Navarra no buscaba la libertad y el desarrollo del euskera sino que el euskera sirviera como instrumento para la transmisión del calvinismo, su idea de país.
Poco se menciona la persecución de la reina Juana III de Navarra contra lo vasco católico y la diáspora que con ello se provocó, marco en la que se entiende la huida de Juan de Mayorga (quien sabe si por rezar avemarías en euskera). Resultaría muy esclarecedor seguir el rastro a la sociedad de aquellos territorios durante este periodo.
Son fotogramas tan relevantes o más que cualesquiera de los que ahora se divinizan en el supremo credo del panvasquismo. Estos fotogramas se escamotean, no interesan. Sigamos dándole vueltas al fotograma de Noáin, Amaiur o el que interese para mantener el supremacismo jeltzale y abertzale. Hay que mantener intacto el hilo divino entre Túbal y Ajuria Enea. Que la realidad de los datos históricos no la mancille.
Desde su llegada al trono, Juana III de Albret y su esposo, Antonio de Borbón, se convirtieron en adalides del calvinismo, que terminaron imponiendo en sus territorios y en territorios vecinos. Las víctimas de esa Reforma religiosa tuvieron que huir, por muy navarros, vascos o euskaltzales que fuesen. La explicación, como siempre en cuestiones políticas, quienes no son de los míos no son de fiar. Todo católico era susceptible de ser traidor.
En esta cruzada religiosa, entre 1568 y 1569, a las órdenes de la reina Juana III y de su hijo, fututo Enrique IV de Francia, mandos militares hugonotes avanzaron hasta conquistar La Rochelle, imponiendo el calvinismo en la mitad occidental de Francia. Entre estos militares, el normando Jacques de Sourié o de Sores, conocido como el ángel exterminador, al que los reyes de Navarra habían concedido patente de corso para arrasar las flotas católicas (castellanas y portuguesas) que se dirigían al Nuevo Mundo. Este pirata llegó a arrasar la Habana en 1555, atacando numerosos puntos de las islas y costas del Caribe, llegando hasta Brasil. En el verano de 1570 fueron repelidos sus ataques en Madeira y en Santa Cruz de Tenerife. En ese escenario se enmarca el martirio de Tazacorte.
Se conoce como los Mártires de Tazacorte, al sur de la isla de La Palma, al grupo de 40 jesuitas que se dirigían a Brasil (mártires de Brasil) para evangelizar los dominios portugueses. Formaban parte de una expedición que se había preparado en Lisboa con más de un centenar de jesuitas, con permiso del rey Sebastián I. Al parecer, en torno a Madeira el barco en el que iban los navarros y su provincial portugués, Ignacio de Azevedo, fue perseguido por los corsarios hugonotes que, una vez apresado, liberó a la tripulación, torturó a los religiosos y los arrojó al mar moribundos el 15 de julio de 1570 entre Tazacorte y Fuencaliente de la Palma.
¿Qué interés tenían los reyes de Navarra en atacar posesiones portuguesas como Madeira? Pues el mismo interés que el padre de Juana III, Enrique II, guerreando en Italia a las órdenes del rey de Francia. La Corona de Navarra, una excusa, un título para poder seguir formando parte de la corte francesa y mantener su particular ascenso aristocrático.
En la reina Juana III se añade la cuestión religiosa, más allá de que mantuviera sus convicciones, las revueltas protestantes estaban siendo aprovechadas por numerosos príncipes y nobles para ascender al poder de sus territorios y debilitar el poder de los imperios que les constreñían. También para los Albret y más aún para los Borbón. Los hugonotes eran una fantástica fuerza popular y económica, pues contaban con aliados a poderosos comerciantes holandeses y alemanes.
En definitiva, el título de Reyes de Navarra en la cabeza de Juana III o de su hijo Enrique poco o casi nada tenía que ver la realidad de los territorios navarros y de la población navarra. Algo así como el título de Rey de Jerusalén que, por la línea napolitana, mantiene actualmente Felipe VI entre sus títulos. Mantenían el título, pero sobre la realidad territorial y poblacional reinaban poco o casi nada.
Así que, al otro lado de los Pirineos, los presuntamente legítimos titulares del Reino de Navarra lo usaron como excusa para sus políticas particulares y, en concreto, al servicio de la causa de Francia frente a España, al servicio de su causa, tal vez un imperio franco-protestante, como pretendían los holandeses o los alemanes. Como sabemos, finalmente Enrique IV, bien vale una misa, apostó por el imperio francés católico.
Pero les sirve. Para su ficción nacionalista les sirve que el título rey de Navarra se mantuviera al margen del dominio español. No tienen ningún interés en tratar de entender la compleja situación política, institucional y social del siglo XVI. Les da igual agarrar la versión francesa de la historia, que tiene el mismo interés imperial que el relato castellano que se impuso a este lado de los Pirineos. ¿Alguien cree que la versión de Arnaud Oihenart sobre el origen de lo vasco no había un interés en considerarlo mucho más francés que español? ¿Y por qué los vizcaínos, contemporáneos de Oihenart, replicaron un origen cántabro alejando lo vasco de Francia y también de Navarra? Inocencias las justas. Durante los siglos XVI y XVII Navarra y el euskera, fueron sólo meras piezas de un tablero mucho más amplio.
Y, a pesar de ello, Navarra mantuvo sus instituciones, el euskera se siguió hablando y utilizando, y la identidad navarra sorteó versiones puramente españolistas, al igual que después ha superado versiones aranistas, panvasquistas y abertzales. Que no se crean que vienen a rescatar nada, todo lo contrario. Revuelven tanto o más que el Cardenal Cisneros o los planes franquistas de españolería.
En definitiva, ¿por qué la explicación político-social de los autoproclamados legitimistas debe tener mayor valor que la realidad sociopolítica que vivieron estos dos navarricos, Esteban y Juan, seguramente vasco parlantes? La respuesta es clara: la cuestión no es ser vasco, navarro o vasco-navarro, lo que quieren es su Euskal Herria particular, la que nunca existió sino en sus enfermizas ilusiones. Tenemos que ser lo qué y cómo ellos quieren. Y para eso no dudarán en tachar de españolazos a estos dos beaticos que nacieron navarros y murieron en barco portugués por ser católicos. Qué más les da. Por sus objetivos, terminarán ensalzando al cruel Jacques de Sourié como libertador navarro frente al imperio español. Qué más les da. Por sus objetivos, tan sólo nos quieren como paja para su fuego aniquilador.