José Antonio Primo de Rivera, al servicio de esta coyuntura
Tengo dos hijos que han cumplido la cuarentena de años. Ambos formados como ciudadanos durante la democracia. Por tanto, ni les interesa, ni les preocupa, ni asumen todas esas discusiones que engloba la denominada Memoria Histórica. No saben quién fue y qué hizo José Antonio, el fundador de Falange. Son antiguos alumnos de prestigiosos colegios y Universidades. Se ganan la vida como abogados. Viajan por el mundo y se sienten españoles, cuestión que saben explicar por dónde quiera que vayan.
Creo que una inmensa mayoría de la población española no piensa en clave de República-Guerra Civil-Personajes de uno y otro bando. Han pasado a vivir en el siglo XXI y los acontecimientos del XX no están en su "cartera" de hechos que impacten sus obligaciones, ocio, relaciones y viajes. ¿Entonces, a qué viene sacar del baúl perdido por el cuarto oscuro del tiempo tales hechos y sus protagonistas?. Tampoco es que se les vaya a devolver nada a los que perdieron, ni se les vaya a juzgar por lo que hicieron, ni siquiera se va a suscitar un debate historicista para poner a cada quien en su lugar. No importa nada. Estamos ante una maniobra ficticia de entretenimiento. Una vieja fórmula para distraer la realidad presente. Y al llegar a tal convicción me asaltan algunas dudas. ¿Se han creído los que mandan que el pueblo español es imbécil? ¿Han optado por darnos escenas, historias, culpables e inocentes a tiempo pasado, sin el más mínimo pudor, salvo la estúpida intención de evitarnos analizar los gravísimos problemas del presente?. Si fuera esto último, hasta podríamos pecar de ingenuidad y decir: lo hacen por nuestro bien, para ahorrarnos sufrimientos que alteren nuestra plácida vida. Pero, ¿no podrían haber sido más hábiles en la elección del pasatiempo?.
Desenterrar muertos, además de macabro, resulta ineficiente. Menos mal que a nadie más que a ellos les resulta importante. ¿Se imaginan una disputa entre enterradores y por los cadáveres?. ¿O un contencioso por su herencia ideológica?. Una vez más, el pueblo español va muy por delante de la miserable conducta de sus dirigentes, a los que primero Franco y ahora José Antonio les proporciona una herramienta para ocupar tiempo en los grandes informativos de las televisiones. En el mejor de los casos puede que hasta encontremos algún ciudadano que pregunte, indague y busque por bibliotecas, la historia de España entre los años 1931 y 1939. Pero, al final, además de no quedarle nada que aprovechar, salvo la incivil forma de cometer toda suerte de barbaridades, el juicio sobre los acontecimientos y sus protagonistas, nada va a cambiar sus problemas, demandas y opiniones sobre los acontecimientos de esta súper crisis propia del siglo XXI. Ya no quedan ni nostálgicos del bunquer para que protesten y levanten el brazo en señal de saludo al fundador de una corriente fascistoide denominada Falange Española.
Pero se han empeñado en regresar al Valle de los Caídos. Terminarán por convertirlo en un monumento indispensable para los viajeros a los que se muestran los monumentos de España. ¡Valiente cochambre!
Luego, y según alguna ministra, debe seguir aplicándose la Memoria Democrática. Consiste en eliminar, derribar, hacer desaparecer todas las obras del franquismo, nacional sindicalismo, falange y carlismo. Y aquí me asaltan dudas temerarias. ¿Incluye tal dislate a los pantanos inaugurados por "El Caudillo", o los paradores de turismo?. Pero les animo a tales historicistas que tomen sus herramientas para demoler las Residencias de la Seguridad Social. Si, esos magníficos y prestigiosos hospitales que desde la iniciativa del seguidor de José Antonio, Girón de Velasco, se construyeron en todas las capitales de provincia de aquella España con perdón. ¡Leña al mono!. Que no quede rastro alguno de José Antonio, su política nacional sindicalista y de sus discípulos. Ya que no es posible fusilarlos al amanecer, que las brigadas de demolición se encarguen de borrar sus huellas.
Tengo un gran amigo que siempre me recuerda al Emperador Napoleón Bonaparte como el gran genocida por tierras de la Europa del siglo XIX, algo así como las hazañas de un tal José Stalin por tierras de la madre Rusia y pueblos allegados por la fuerza. Sin embargo, cuando se visita Paris, lo raro es hacerse una foto y que no aparezca en el paisaje algún monumento ajeno al gran Emperador, al que la historia de los franceses señala como núcleo de la grandeza.
Pero algo muy oscuro y horripilante debe haber ocurrido para que un Gobierno en su sano juicio haya decidido envolvernos en esa nube cargada con historias o interpretaciones del primer tercio del pasado siglo XX. Es como cuando el viento del desierto cargado de arenas sube a la península y hasta se lo complica a la aviación civil en sus maniobras. Claro que tampoco nos explicaron la crisis de ministros. Claro que tampoco nos explican que va a pasar con una quinta oleada de pandemia, que mucho temo convierta el ecuador del verano en una escabechina con o sin vacunas. Claro que tampoco podemos vivir al pairo de un Estado dónde el poder judicial se ha enfrentado frontalmente con las decisiones del ejecutivo, colocando en el medio de la trifulca a los ciudadanos. Espero que nadie recurra a las frases joseantonianas de los puños para hacerse un hueco entre tanto mequetrefe, mamarracho y peligrosos indigentes culturales.
La foto de España es de aurora boreal. Botellones a la puesta del sol o cantando a la luna, aquello de "alcohol, alcohol, hemos venido a emborracharnos..." Reuniones veraniegas de gentes que echaban en falta el ambientillo de las grandes citas guiris del turismo. Orquestas dispuestas a concitar grandes eventos para recuperar sus ingresos festivos. Turistas europeos, alegres, jóvenes y combativos, que vienen a España para tomar las calles con una copa de garrafón en la mano y su conducta libre de las normas que mandan en sus ciudades de procedencia. Vecinos asustados por haber sufrido el ingreso y la muerte de algún amigo y familiar en el transcurrir de la pandemia que sigue. Y, a modo de emblema, como si de Santiago Matamoros se tratara, una foto de José Antonio Primo de Rivera haciendo guardia entre los luceros.
Tengo dos hijos que han cumplido la cuarentena de años. Ambos formados como ciudadanos durante la democracia. Por tanto, ni les interesa, ni les preocupa, ni asumen todas esas discusiones que engloba la denominada Memoria Histórica. No saben quién fue y qué hizo José Antonio, el fundador de Falange. Son antiguos alumnos de prestigiosos colegios y Universidades. Se ganan la vida como abogados. Viajan por el mundo y se sienten españoles, cuestión que saben explicar por dónde quiera que vayan.
Creo que una inmensa mayoría de la población española no piensa en clave de República-Guerra Civil-Personajes de uno y otro bando. Han pasado a vivir en el siglo XXI y los acontecimientos del XX no están en su "cartera" de hechos que impacten sus obligaciones, ocio, relaciones y viajes. ¿Entonces, a qué viene sacar del baúl perdido por el cuarto oscuro del tiempo tales hechos y sus protagonistas?. Tampoco es que se les vaya a devolver nada a los que perdieron, ni se les vaya a juzgar por lo que hicieron, ni siquiera se va a suscitar un debate historicista para poner a cada quien en su lugar. No importa nada. Estamos ante una maniobra ficticia de entretenimiento. Una vieja fórmula para distraer la realidad presente. Y al llegar a tal convicción me asaltan algunas dudas. ¿Se han creído los que mandan que el pueblo español es imbécil? ¿Han optado por darnos escenas, historias, culpables e inocentes a tiempo pasado, sin el más mínimo pudor, salvo la estúpida intención de evitarnos analizar los gravísimos problemas del presente?. Si fuera esto último, hasta podríamos pecar de ingenuidad y decir: lo hacen por nuestro bien, para ahorrarnos sufrimientos que alteren nuestra plácida vida. Pero, ¿no podrían haber sido más hábiles en la elección del pasatiempo?.
Desenterrar muertos, además de macabro, resulta ineficiente. Menos mal que a nadie más que a ellos les resulta importante. ¿Se imaginan una disputa entre enterradores y por los cadáveres?. ¿O un contencioso por su herencia ideológica?. Una vez más, el pueblo español va muy por delante de la miserable conducta de sus dirigentes, a los que primero Franco y ahora José Antonio les proporciona una herramienta para ocupar tiempo en los grandes informativos de las televisiones. En el mejor de los casos puede que hasta encontremos algún ciudadano que pregunte, indague y busque por bibliotecas, la historia de España entre los años 1931 y 1939. Pero, al final, además de no quedarle nada que aprovechar, salvo la incivil forma de cometer toda suerte de barbaridades, el juicio sobre los acontecimientos y sus protagonistas, nada va a cambiar sus problemas, demandas y opiniones sobre los acontecimientos de esta súper crisis propia del siglo XXI. Ya no quedan ni nostálgicos del bunquer para que protesten y levanten el brazo en señal de saludo al fundador de una corriente fascistoide denominada Falange Española.
Pero se han empeñado en regresar al Valle de los Caídos. Terminarán por convertirlo en un monumento indispensable para los viajeros a los que se muestran los monumentos de España. ¡Valiente cochambre!
Luego, y según alguna ministra, debe seguir aplicándose la Memoria Democrática. Consiste en eliminar, derribar, hacer desaparecer todas las obras del franquismo, nacional sindicalismo, falange y carlismo. Y aquí me asaltan dudas temerarias. ¿Incluye tal dislate a los pantanos inaugurados por "El Caudillo", o los paradores de turismo?. Pero les animo a tales historicistas que tomen sus herramientas para demoler las Residencias de la Seguridad Social. Si, esos magníficos y prestigiosos hospitales que desde la iniciativa del seguidor de José Antonio, Girón de Velasco, se construyeron en todas las capitales de provincia de aquella España con perdón. ¡Leña al mono!. Que no quede rastro alguno de José Antonio, su política nacional sindicalista y de sus discípulos. Ya que no es posible fusilarlos al amanecer, que las brigadas de demolición se encarguen de borrar sus huellas.
Tengo un gran amigo que siempre me recuerda al Emperador Napoleón Bonaparte como el gran genocida por tierras de la Europa del siglo XIX, algo así como las hazañas de un tal José Stalin por tierras de la madre Rusia y pueblos allegados por la fuerza. Sin embargo, cuando se visita Paris, lo raro es hacerse una foto y que no aparezca en el paisaje algún monumento ajeno al gran Emperador, al que la historia de los franceses señala como núcleo de la grandeza.
Pero algo muy oscuro y horripilante debe haber ocurrido para que un Gobierno en su sano juicio haya decidido envolvernos en esa nube cargada con historias o interpretaciones del primer tercio del pasado siglo XX. Es como cuando el viento del desierto cargado de arenas sube a la península y hasta se lo complica a la aviación civil en sus maniobras. Claro que tampoco nos explicaron la crisis de ministros. Claro que tampoco nos explican que va a pasar con una quinta oleada de pandemia, que mucho temo convierta el ecuador del verano en una escabechina con o sin vacunas. Claro que tampoco podemos vivir al pairo de un Estado dónde el poder judicial se ha enfrentado frontalmente con las decisiones del ejecutivo, colocando en el medio de la trifulca a los ciudadanos. Espero que nadie recurra a las frases joseantonianas de los puños para hacerse un hueco entre tanto mequetrefe, mamarracho y peligrosos indigentes culturales.
La foto de España es de aurora boreal. Botellones a la puesta del sol o cantando a la luna, aquello de "alcohol, alcohol, hemos venido a emborracharnos..." Reuniones veraniegas de gentes que echaban en falta el ambientillo de las grandes citas guiris del turismo. Orquestas dispuestas a concitar grandes eventos para recuperar sus ingresos festivos. Turistas europeos, alegres, jóvenes y combativos, que vienen a España para tomar las calles con una copa de garrafón en la mano y su conducta libre de las normas que mandan en sus ciudades de procedencia. Vecinos asustados por haber sufrido el ingreso y la muerte de algún amigo y familiar en el transcurrir de la pandemia que sigue. Y, a modo de emblema, como si de Santiago Matamoros se tratara, una foto de José Antonio Primo de Rivera haciendo guardia entre los luceros.