Joaquín Luqui
La gente de mi generación oímos mucho hablar de Joaquín Luqui cuando teníamos nuestros veinte y treinta años. Este señor era el comentarista estrella de la Cadena Ser en su apartado musical. Programas como El Gran Musical o Los 40 principales, encargados de difundir la música pop por aquellos años y que creo que continúan, llevaron su sello personalísimo. Por lo menos el último de ellos sigue siendo una especie de clásico de la programación de la radio musical española. Y tenían a Joaquín Luqui como su referente insustituible. Era algo así como el gurú de los éxitos de ventas musicales. Tenía una frase famosa que decía, respecto de un disco recién aparecido, que iba a alcanzar el “tres, dos o uno seguro” de los puestos de máxima audiencia y venta en discos. Tal era su instinto para descubrir los éxitos musicales. Era cuando los discos eran vinilos, claro, no como ahora, que ya se han digitalizado hasta tal punto que ya no los identificamos con ningún soporte concreto.
Pues bien, este “monstruo” de las ondas musicales nació en Caparroso, provincia de Navarra, un municipio situado al sur de Pamplona, entre Tafalla y Tudela, y que actualmente tiene unos dos mil setecientos habitantes. De sus orígenes navarros le debía de venir también su condición de creyente y de asiduo a misa de las ocho de la tarde. Su nombre completo fue Joaquín Luqui Iribarren y falleció en accidente doméstico el 28 de marzo de 2005, con 57 años, la misma edad del que esto suscribe, ya es casualidad. Al parecer se cayó de una escalera de mano mientras arreglaba una lámpara, golpeándose mal en la cabeza. Toda la negra suerte se le juntó en ese instante, aunque, según algunos allegados, el accidente habría que contextualizarlo en su recuperación de un cáncer de estómago, situación que también habría podido contribuir al fatal desenlace. Está enterrado en su localidad natal.
El alcalde de Caparroso desde las últimas elecciones municipales de 2019 es Carlos Alcuaz, del PSN, apoyado por una plataforma llamada “Caparroso Presente y Futuro”, que es la que más votos consiguió entonces, y que se formó alrededor del anterior alcalde, Aquilino Jiménez, del PP, quien decidió, ante la falta de mayoría absoluta, pactar con el segundo partido más votado y además cederle la alcaldía. A primera vista, no se entiende muy bien por qué, si la agrupación de Jiménez consiguió más votos, pero el caso es que así se hizo. Alcuaz, el apellido del actual alcalde, es típicamente navarro, con muy pocos portadores, 89 de primer apellido y 70 de segundo, de los que casi todos viven en Navarra, y la forma eusquérica que propone Euskaltzaindia, Alkuatz, parece que no se la ha puesto nadie todavía, y si se la han puesto no llegan a 4, como sabemos por el límite de confidencialidad del Instituto Nacional de Estadística (INE). Caparroso tuvo un alcalde de Alianza Popular en las segundas elecciones municipales del pueblo, las del mandato 1983-1987, que se llamaba Francisco Arana Arana, como curiosidad.
El apellido Luqui no viene en el Nomenclátor de apellidos vascos. Pero podría venir perfectamente. Les hubiera bastado a los de Euskaltzaindia con echar un vistazo al Padrón del INE, donde queda bien claro que es un apellido navarro a más no poder. O con repasar el Tratado etimológico de los apellidos euzkéricos, de Sabino Arana, en el que aparece en su página 70. O con comprobar en los diccionarios usuales del eusquera, donde aparece “luki” con el significado de “zorro”. De sus 116 portadores de primer apellido y 131 de segundo, 79 y 97 respectivamente viven en Navarra. El resto en Guipúzcoa, Barcelona, Madrid y Zaragoza. En el Nomenclátor ya hemos dicho que no viene Luqui pero sí Luquiain y Luquin. Sus formas eusquéricas son, por supuesto, Lukiain y Lukin. Luquiain no tiene portadores según el INE (o si los tiene no llegan a 4 en toda España). En cambio, Luquin tiene aproximadamente cuatro veces más portadores que Luqui, de los que más de la mitad están en Navarra. Está también presente en las tres provincias vascongadas y luego también en otras ocho provincias españolas. Ni Lukiain ni Lukin tienen portadores, al menos de momento, como puras invenciones que son. En cuanto a Iribarren, no hay duda. Apellido navarro también, presente en el Nomenclátor, y del que el INE nos da 1694 portadores de primer apellido y 1867 de segundo. De los que más de 1000 de primero y otros tantos de segundo solo en Navarra. Pero presente en otras 22 provincias españolas, además de las tres vascongadas. Como suele ser normal en estos casos, Madrid o Barcelona cuentan con muchos Iribarren. En Madrid, por ejemplo, hay más Iribarren que en Vizcaya y Álava juntas.
En cuanto a Caparroso, el municipio de donde era Joaquín Luqui, también funciona como apellido. Pero este tema requiere estudio aparte. De los 273 municipios de Navarra, la mayoría de sus denominaciones funcionan también como apellidos. Los responsables de listar los apellidos vascos no han hecho siquiera un barrido sistemático con los nombres de los municipios que funcionan como apellidos. Y así resulta que aparece Los Arcos, por ejemplo, como apellido vasco en el Nomenclátor. Y no tienen reparo alguno en decirnos que su forma eusquérica es Arkueta. Los Arcos lo portan unas 400 personas en números redondos como primer apellido y otras tantas como segundo. Más de la mitad son navarros. Luego también está en las tres provincias vascas y además en otras seis provincias españolas. El apellido Arkueta, ni que decir tiene, como invento que es, no lo porta nadie. Pero, en cambio, no aparecen como apellidos vascos, por ejemplo, ni Estella ni su forma eusquérica Lizarra. Con el simbolismo que tienen estos dos términos para el nacionalismo vasco en particular y para la cultura vasca en general. El apellido Estella tiene 581 portadores como primer apellido y 620 como segundo, de los cuales solo 74 y 95 respectivamente están en País Vasco y Navarra, salvo en Álava que no hay. Los demás están en otras 17 provincias españolas. Donde más, con diferencia, en Zaragoza. Lizarras, en cambio, solo hay 35 y 30 portadores, de primer apellido y segundo respectivamente. ¿Adivinan dónde? Pues todos en Guipúzcoa. Y aquí no podemos deducir que sean personas apellidadas Estella que se han cambiado por su forma eusquérica Lizarra, porque ni Estella ni Lizarra aparecen en el Nomenclátor. No podrían haber conseguido, por tanto, el certificado necesario para ir al Registro Civil y cambiarse el apellido. Salvo que haya otras formas que desconocemos para hacerlo. Queda pendiente el asunto.
El apellido Caparroso, correspondiente al municipio natal de Joaquín Luqui, es otro de los topónimos que no cuentan como apellidos vascos en el Nomenclátor de Euskaltzaindia. Pero lo es: tiene 71 portadores como primer apellido y 68 como segundo, de los cuales algo menos de la mitad viven fuera de Navarra, pero ninguno aparece en las tres provincias vascas, sino en Madrid, Zaragoza y La Rioja, por este orden.
El significado de Joaquín Luqui Iribarren en esta serie de El balle del ziruelo tiene que ver con que una persona que nació en un entorno navarro, católico practicante, con apellidos eusquéricos, se va a Madrid y se dedica a promocionar la música partiendo de su propia condición de fan. Empezando por los Beatles, siguiendo por Madonna o por Michael Jackson. A quienes estamos alejados de esa afición por la música pop nos produce cierta curiosidad un personaje así, que parecía un adolescente eterno. Desde luego, sentimiento nacionalista vasco cero. Lo cual no le impedía dar su opinión sobre la música de Benito Lertxundi, por ejemplo.
En 2003, con motivo del 25 aniversario de la Constitución española de 1978 elaboró un especial con la música pop española de ese periodo titulado “Las mil músicas de la Constitución”, remedando el título de una serie suya de televisión, “La tierra de las mil músicas”, sobre la música española, serie en la que estaba embarcado cuando falleció. Entrevistó a todos los grandes cantantes de música pop española, sobre todo a los superventas de su época, fueran grupos o solistas. Pero en lo que más destacó, como decíamos, fue en su faceta de fan de la música anglosajona, sobre todo de los Beatles. Escribió un libro titulado Los Beatles que amo y se le llegó a apodar a él mismo “El quinto Beatle”. Los españoles, como todos los demás naturales de cualquier país occidental o de la otra punta del globo, consumían a criterio de Joaquín Luqui, y de otros como él, música que, por supuesto, venía en inglés en un 99% de las ocasiones, y en la mayoría de los casos sin que sus oyentes de todo el mundo, salvo lógicamente los de los países anglosajones en que se generaba, supieran muy bien su significado, puesto que quienes las oían, compraban los discos o bailaban su música, entendían en general muy poco el inglés y no digamos ya si se trataba de un inglés de nivel popular, callejero, de cualquier suburbio de Londres o de Chicago. Dicho lo cual, esa afición desmedida por unos cantantes y unas melodías seguro que impulsó el aprendizaje del inglés de una manera mucho más eficaz que cualquier otro medio. Aunque, en principio, lo que gustaba a los fans no anglosajones era la melodía básicamente. Ahí residía y reside el secreto del gran señuelo que ejerce la música pop sobre las masas: las melodías pegadizas.
Joaquín Luqui era un experto del fenómeno fan (que ya de por sí es un término anglosajón, apócope de “fanatic”), que se desarrolla sobre todo alrededor de la música en inglés. En los demás países funciona por imitación, obviamente. Y ha sido a través de la música en inglés y, por supuesto, del cine, mayoritariamente también anglosajón, con el apabullante dominio en la distribución de las películas de Hollywood, por donde hemos recibido durante toda nuestra vida una aculturación intensa, basada en patrones geográficos, históricos y de comportamiento con ciertas similitudes de fondo (si no nos resultarían incomprensibles), pero completamente ajenos a nuestra vida real y verdadera. El momento culminante para mi generación de este fenómeno lo podríamos situar en las películas de John Travolta con banda sonora de los Bee Gees, grupo de la más alta consideración de Joaquín Luqui y que ostenta el récord de ventas de una banda sonora, con 25 millones de discos vendidos de su Saturday Night Fever. Aquella sinergia de cine y música produjo una especie de terremoto cultural y social que llevó la llamada música disco a todas las esquinas del planeta, con una eficacia equiparable, o incluso superior, por más universal aún, a la que provocó la aparición de los Beatles. Así es como la música moderna en España, en su día promocionada de manera intensa por un señor de Caparroso, en Navarra, y con apellidos eusquéricos, ha ejercido, de modo muy principal, como punta de lanza del fenómeno que hoy llamamos globalización.
La gente de mi generación oímos mucho hablar de Joaquín Luqui cuando teníamos nuestros veinte y treinta años. Este señor era el comentarista estrella de la Cadena Ser en su apartado musical. Programas como El Gran Musical o Los 40 principales, encargados de difundir la música pop por aquellos años y que creo que continúan, llevaron su sello personalísimo. Por lo menos el último de ellos sigue siendo una especie de clásico de la programación de la radio musical española. Y tenían a Joaquín Luqui como su referente insustituible. Era algo así como el gurú de los éxitos de ventas musicales. Tenía una frase famosa que decía, respecto de un disco recién aparecido, que iba a alcanzar el “tres, dos o uno seguro” de los puestos de máxima audiencia y venta en discos. Tal era su instinto para descubrir los éxitos musicales. Era cuando los discos eran vinilos, claro, no como ahora, que ya se han digitalizado hasta tal punto que ya no los identificamos con ningún soporte concreto.
Pues bien, este “monstruo” de las ondas musicales nació en Caparroso, provincia de Navarra, un municipio situado al sur de Pamplona, entre Tafalla y Tudela, y que actualmente tiene unos dos mil setecientos habitantes. De sus orígenes navarros le debía de venir también su condición de creyente y de asiduo a misa de las ocho de la tarde. Su nombre completo fue Joaquín Luqui Iribarren y falleció en accidente doméstico el 28 de marzo de 2005, con 57 años, la misma edad del que esto suscribe, ya es casualidad. Al parecer se cayó de una escalera de mano mientras arreglaba una lámpara, golpeándose mal en la cabeza. Toda la negra suerte se le juntó en ese instante, aunque, según algunos allegados, el accidente habría que contextualizarlo en su recuperación de un cáncer de estómago, situación que también habría podido contribuir al fatal desenlace. Está enterrado en su localidad natal.
El alcalde de Caparroso desde las últimas elecciones municipales de 2019 es Carlos Alcuaz, del PSN, apoyado por una plataforma llamada “Caparroso Presente y Futuro”, que es la que más votos consiguió entonces, y que se formó alrededor del anterior alcalde, Aquilino Jiménez, del PP, quien decidió, ante la falta de mayoría absoluta, pactar con el segundo partido más votado y además cederle la alcaldía. A primera vista, no se entiende muy bien por qué, si la agrupación de Jiménez consiguió más votos, pero el caso es que así se hizo. Alcuaz, el apellido del actual alcalde, es típicamente navarro, con muy pocos portadores, 89 de primer apellido y 70 de segundo, de los que casi todos viven en Navarra, y la forma eusquérica que propone Euskaltzaindia, Alkuatz, parece que no se la ha puesto nadie todavía, y si se la han puesto no llegan a 4, como sabemos por el límite de confidencialidad del Instituto Nacional de Estadística (INE). Caparroso tuvo un alcalde de Alianza Popular en las segundas elecciones municipales del pueblo, las del mandato 1983-1987, que se llamaba Francisco Arana Arana, como curiosidad.
El apellido Luqui no viene en el Nomenclátor de apellidos vascos. Pero podría venir perfectamente. Les hubiera bastado a los de Euskaltzaindia con echar un vistazo al Padrón del INE, donde queda bien claro que es un apellido navarro a más no poder. O con repasar el Tratado etimológico de los apellidos euzkéricos, de Sabino Arana, en el que aparece en su página 70. O con comprobar en los diccionarios usuales del eusquera, donde aparece “luki” con el significado de “zorro”. De sus 116 portadores de primer apellido y 131 de segundo, 79 y 97 respectivamente viven en Navarra. El resto en Guipúzcoa, Barcelona, Madrid y Zaragoza. En el Nomenclátor ya hemos dicho que no viene Luqui pero sí Luquiain y Luquin. Sus formas eusquéricas son, por supuesto, Lukiain y Lukin. Luquiain no tiene portadores según el INE (o si los tiene no llegan a 4 en toda España). En cambio, Luquin tiene aproximadamente cuatro veces más portadores que Luqui, de los que más de la mitad están en Navarra. Está también presente en las tres provincias vascongadas y luego también en otras ocho provincias españolas. Ni Lukiain ni Lukin tienen portadores, al menos de momento, como puras invenciones que son. En cuanto a Iribarren, no hay duda. Apellido navarro también, presente en el Nomenclátor, y del que el INE nos da 1694 portadores de primer apellido y 1867 de segundo. De los que más de 1000 de primero y otros tantos de segundo solo en Navarra. Pero presente en otras 22 provincias españolas, además de las tres vascongadas. Como suele ser normal en estos casos, Madrid o Barcelona cuentan con muchos Iribarren. En Madrid, por ejemplo, hay más Iribarren que en Vizcaya y Álava juntas.
En cuanto a Caparroso, el municipio de donde era Joaquín Luqui, también funciona como apellido. Pero este tema requiere estudio aparte. De los 273 municipios de Navarra, la mayoría de sus denominaciones funcionan también como apellidos. Los responsables de listar los apellidos vascos no han hecho siquiera un barrido sistemático con los nombres de los municipios que funcionan como apellidos. Y así resulta que aparece Los Arcos, por ejemplo, como apellido vasco en el Nomenclátor. Y no tienen reparo alguno en decirnos que su forma eusquérica es Arkueta. Los Arcos lo portan unas 400 personas en números redondos como primer apellido y otras tantas como segundo. Más de la mitad son navarros. Luego también está en las tres provincias vascas y además en otras seis provincias españolas. El apellido Arkueta, ni que decir tiene, como invento que es, no lo porta nadie. Pero, en cambio, no aparecen como apellidos vascos, por ejemplo, ni Estella ni su forma eusquérica Lizarra. Con el simbolismo que tienen estos dos términos para el nacionalismo vasco en particular y para la cultura vasca en general. El apellido Estella tiene 581 portadores como primer apellido y 620 como segundo, de los cuales solo 74 y 95 respectivamente están en País Vasco y Navarra, salvo en Álava que no hay. Los demás están en otras 17 provincias españolas. Donde más, con diferencia, en Zaragoza. Lizarras, en cambio, solo hay 35 y 30 portadores, de primer apellido y segundo respectivamente. ¿Adivinan dónde? Pues todos en Guipúzcoa. Y aquí no podemos deducir que sean personas apellidadas Estella que se han cambiado por su forma eusquérica Lizarra, porque ni Estella ni Lizarra aparecen en el Nomenclátor. No podrían haber conseguido, por tanto, el certificado necesario para ir al Registro Civil y cambiarse el apellido. Salvo que haya otras formas que desconocemos para hacerlo. Queda pendiente el asunto.
El apellido Caparroso, correspondiente al municipio natal de Joaquín Luqui, es otro de los topónimos que no cuentan como apellidos vascos en el Nomenclátor de Euskaltzaindia. Pero lo es: tiene 71 portadores como primer apellido y 68 como segundo, de los cuales algo menos de la mitad viven fuera de Navarra, pero ninguno aparece en las tres provincias vascas, sino en Madrid, Zaragoza y La Rioja, por este orden.
El significado de Joaquín Luqui Iribarren en esta serie de El balle del ziruelo tiene que ver con que una persona que nació en un entorno navarro, católico practicante, con apellidos eusquéricos, se va a Madrid y se dedica a promocionar la música partiendo de su propia condición de fan. Empezando por los Beatles, siguiendo por Madonna o por Michael Jackson. A quienes estamos alejados de esa afición por la música pop nos produce cierta curiosidad un personaje así, que parecía un adolescente eterno. Desde luego, sentimiento nacionalista vasco cero. Lo cual no le impedía dar su opinión sobre la música de Benito Lertxundi, por ejemplo.
En 2003, con motivo del 25 aniversario de la Constitución española de 1978 elaboró un especial con la música pop española de ese periodo titulado “Las mil músicas de la Constitución”, remedando el título de una serie suya de televisión, “La tierra de las mil músicas”, sobre la música española, serie en la que estaba embarcado cuando falleció. Entrevistó a todos los grandes cantantes de música pop española, sobre todo a los superventas de su época, fueran grupos o solistas. Pero en lo que más destacó, como decíamos, fue en su faceta de fan de la música anglosajona, sobre todo de los Beatles. Escribió un libro titulado Los Beatles que amo y se le llegó a apodar a él mismo “El quinto Beatle”. Los españoles, como todos los demás naturales de cualquier país occidental o de la otra punta del globo, consumían a criterio de Joaquín Luqui, y de otros como él, música que, por supuesto, venía en inglés en un 99% de las ocasiones, y en la mayoría de los casos sin que sus oyentes de todo el mundo, salvo lógicamente los de los países anglosajones en que se generaba, supieran muy bien su significado, puesto que quienes las oían, compraban los discos o bailaban su música, entendían en general muy poco el inglés y no digamos ya si se trataba de un inglés de nivel popular, callejero, de cualquier suburbio de Londres o de Chicago. Dicho lo cual, esa afición desmedida por unos cantantes y unas melodías seguro que impulsó el aprendizaje del inglés de una manera mucho más eficaz que cualquier otro medio. Aunque, en principio, lo que gustaba a los fans no anglosajones era la melodía básicamente. Ahí residía y reside el secreto del gran señuelo que ejerce la música pop sobre las masas: las melodías pegadizas.
Joaquín Luqui era un experto del fenómeno fan (que ya de por sí es un término anglosajón, apócope de “fanatic”), que se desarrolla sobre todo alrededor de la música en inglés. En los demás países funciona por imitación, obviamente. Y ha sido a través de la música en inglés y, por supuesto, del cine, mayoritariamente también anglosajón, con el apabullante dominio en la distribución de las películas de Hollywood, por donde hemos recibido durante toda nuestra vida una aculturación intensa, basada en patrones geográficos, históricos y de comportamiento con ciertas similitudes de fondo (si no nos resultarían incomprensibles), pero completamente ajenos a nuestra vida real y verdadera. El momento culminante para mi generación de este fenómeno lo podríamos situar en las películas de John Travolta con banda sonora de los Bee Gees, grupo de la más alta consideración de Joaquín Luqui y que ostenta el récord de ventas de una banda sonora, con 25 millones de discos vendidos de su Saturday Night Fever. Aquella sinergia de cine y música produjo una especie de terremoto cultural y social que llevó la llamada música disco a todas las esquinas del planeta, con una eficacia equiparable, o incluso superior, por más universal aún, a la que provocó la aparición de los Beatles. Así es como la música moderna en España, en su día promocionada de manera intensa por un señor de Caparroso, en Navarra, y con apellidos eusquéricos, ha ejercido, de modo muy principal, como punta de lanza del fenómeno que hoy llamamos globalización.