Distributismo: revisando la economía social de Chesterton
Hay que agradecer al profesor Fernández Riquelme su afán investigador por dar a la imprenta este nuevo libro, tan oportuno como diferenciado: oportuno, porque amplia (en direcciones apenas transitadas) la bibliografía chestertoniana en lengua española, ofreciendo un título alternativo a la ya nutrida serie de obras que vienen acrecentando desde hace varios años el vigoroso “revival Chesterton”; diferenciado, porque frente a ciertas chucherías complacientes para con un público neocón, el caudal intelectivo de este empeño difiere enormemente del de esas monografías escapistas sustentadas sobre los pintoresquismos y agudezas que Gilbert Keith solía derramar entre sus artículos y narraciones.
Por todo ello, Distributismo: La economía social de Chesterton supone un ensayo abierto y popular al tiempo que selecto y erudito, que no defraudará a la legión de fanes de Chesterton. Con razón Fernández Riquelme (uno de los intelectuales más notables y prolíficos del mundo académico actual) era el transcriptor perfecto para dar a conocer esta parcela cuasi-arcana del pensamiento del autor de La esfera y la cruz.
Como bien reza su subtítulo, Distributismo expone con agudeza penetrante las claves de la economía social de Chesterton. Entendemos que la novedad de esta economía político-social (nada nueva por otra parte para nosotros en cuanto españoles: sin ir más lejos el nacionalsindicalismo es un primo hermano de ésta) tuvo que ser chocante en el degradado contexto inglés de entonces: al aplicar los fundamentos de la Doctrina social de la Iglesia a las Islas (de las que por cierto procedían algunos de los más emblemáticos piratas y traficantes de esclavos de otrora), Chesterton perpetraba además un duro golpe contra el ética protestante y su espíritu capitalista, bien canalizado por el pragmatismo anglicano, e imparmente diseccionado por Max Weber en su obra maestra.
Y aunque algunos tímidos precedentes (como el Cardenal Newman) ya habían abordado la cuestión social de forma un tanto fragmentaria, tendría que ser Chesterton (bien flanqueado por su buen amigo, y todavía mejor filósofo, Hilaire Belloc) el primero en sistematizar y dar nombre a esta economía política de tercería vía: el distributismo (algo más que una mera ucronía retórica) no es a fin de cuentas otras cosa que vivir en la Tierra conforme a la Ley de Cristo, Segunda Persona de la Trinidad y cabeza de su Cuerpo Místico, que es la Santa Iglesia Católica (Universal). Casi todas las opciones económicas restantes, sean especialmente de signo liberal o socialista, resultarán insatisfactorias y cortoplacistas.
El converso Chesterton, quien no adoleció de ningún complejo antirromano (que diría el tétrico modernista Hans Urs von Balthasar) supo leer la Sagrada Escritura sin ningunear la genial apoyatura del gran Papa León XIII: la Rerum Novarum, ese compendio y quintaesencia de la Doctrina social, sería así el fino hilo dorado sobre el que se desplegará el gran tapiz teórico de las tesis distributistas; qué puedan tener éstas de “medievales”, es por sobre todo la luz auténtica que difunden sus presupuestos del bien-vivir, de la familia a la comunidad, apoyados en ese sentido común inherente a toda sólida metafísica, de la que el realismo inglés no abdica.
He aquí pues una magnífica refutación del falso “progreso” normativizado y/o asentado sobre la diabólica dinámica del capitalismo; en inmejorables palabras de Fernández Riquelme: “La plutocracia capitalista, gracias a la corrección policial del “derecho de pobres” y sus famosos centros de internamiento y “preparación laboral” (las workhouses), condujeron a grandes masas de trabajadores a la esclavitud salarial, asegurándoles todo el tiempo que éste era el único camino a riqueza y civilización [...] Estado y Mercado destruían la exigencia del “buen samaritano”. Poco pues han cambiado las cosas hoy.
Si han disfrutado leyendo al Chesterton ensayista (Herejes, Ortodoxia, El hombre eterno, Lo que está mal en el mundo, Lo que vi en América, etc.), no pueden dejar pasar esta buena (y sana) monografía: auguramos, amigos lectores, que les deparará más de una grata sorpresa.
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Hay que agradecer al profesor Fernández Riquelme su afán investigador por dar a la imprenta este nuevo libro, tan oportuno como diferenciado: oportuno, porque amplia (en direcciones apenas transitadas) la bibliografía chestertoniana en lengua española, ofreciendo un título alternativo a la ya nutrida serie de obras que vienen acrecentando desde hace varios años el vigoroso “revival Chesterton”; diferenciado, porque frente a ciertas chucherías complacientes para con un público neocón, el caudal intelectivo de este empeño difiere enormemente del de esas monografías escapistas sustentadas sobre los pintoresquismos y agudezas que Gilbert Keith solía derramar entre sus artículos y narraciones.
Por todo ello, Distributismo: La economía social de Chesterton supone un ensayo abierto y popular al tiempo que selecto y erudito, que no defraudará a la legión de fanes de Chesterton. Con razón Fernández Riquelme (uno de los intelectuales más notables y prolíficos del mundo académico actual) era el transcriptor perfecto para dar a conocer esta parcela cuasi-arcana del pensamiento del autor de La esfera y la cruz.
Como bien reza su subtítulo, Distributismo expone con agudeza penetrante las claves de la economía social de Chesterton. Entendemos que la novedad de esta economía político-social (nada nueva por otra parte para nosotros en cuanto españoles: sin ir más lejos el nacionalsindicalismo es un primo hermano de ésta) tuvo que ser chocante en el degradado contexto inglés de entonces: al aplicar los fundamentos de la Doctrina social de la Iglesia a las Islas (de las que por cierto procedían algunos de los más emblemáticos piratas y traficantes de esclavos de otrora), Chesterton perpetraba además un duro golpe contra el ética protestante y su espíritu capitalista, bien canalizado por el pragmatismo anglicano, e imparmente diseccionado por Max Weber en su obra maestra.
Y aunque algunos tímidos precedentes (como el Cardenal Newman) ya habían abordado la cuestión social de forma un tanto fragmentaria, tendría que ser Chesterton (bien flanqueado por su buen amigo, y todavía mejor filósofo, Hilaire Belloc) el primero en sistematizar y dar nombre a esta economía política de tercería vía: el distributismo (algo más que una mera ucronía retórica) no es a fin de cuentas otras cosa que vivir en la Tierra conforme a la Ley de Cristo, Segunda Persona de la Trinidad y cabeza de su Cuerpo Místico, que es la Santa Iglesia Católica (Universal). Casi todas las opciones económicas restantes, sean especialmente de signo liberal o socialista, resultarán insatisfactorias y cortoplacistas.
El converso Chesterton, quien no adoleció de ningún complejo antirromano (que diría el tétrico modernista Hans Urs von Balthasar) supo leer la Sagrada Escritura sin ningunear la genial apoyatura del gran Papa León XIII: la Rerum Novarum, ese compendio y quintaesencia de la Doctrina social, sería así el fino hilo dorado sobre el que se desplegará el gran tapiz teórico de las tesis distributistas; qué puedan tener éstas de “medievales”, es por sobre todo la luz auténtica que difunden sus presupuestos del bien-vivir, de la familia a la comunidad, apoyados en ese sentido común inherente a toda sólida metafísica, de la que el realismo inglés no abdica.
He aquí pues una magnífica refutación del falso “progreso” normativizado y/o asentado sobre la diabólica dinámica del capitalismo; en inmejorables palabras de Fernández Riquelme: “La plutocracia capitalista, gracias a la corrección policial del “derecho de pobres” y sus famosos centros de internamiento y “preparación laboral” (las workhouses), condujeron a grandes masas de trabajadores a la esclavitud salarial, asegurándoles todo el tiempo que éste era el único camino a riqueza y civilización [...] Estado y Mercado destruían la exigencia del “buen samaritano”. Poco pues han cambiado las cosas hoy.
Si han disfrutado leyendo al Chesterton ensayista (Herejes, Ortodoxia, El hombre eterno, Lo que está mal en el mundo, Lo que vi en América, etc.), no pueden dejar pasar esta buena (y sana) monografía: auguramos, amigos lectores, que les deparará más de una grata sorpresa.
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