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Domingo, 01 de Agosto de 2021 Tiempo de lectura: Actualizada Sábado, 21 de Enero de 2023 a las 09:31:33 horas
Filósofo y escritor

Leandro M. Gaitán: “El transhumanismo podría dar lugar a nuevas formas de totalitarismo”

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“La transferencia mental es la última conquista del proceso de secularización, porque despoja a Dios del único dominio que, después de siglos de modernidad, parecía pertenecerle: la eternidad. Lo expulsa definitivamente del horizonte existencial humano”. Estas palabras de Leandro Gaitán, doctor en Filosofía y profesor de la Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra pronunciadas en el seminario Transferencia mental y secularismo, reflejan de una forma especialmente acertada uno de los objetivos fundamentales de algunas corrientes transhumanistas: “la salida de los confines del cuerpo humano mediante la transferencia de nuestra mente, porque argumenta que la precariedad del cuerpo es la causa de todos nuestros males”. El transhumanismo, explica Gaitán, “está derivando en la secularización del ser humano, ya que es un proceso que tiende a la inmanencia, a renunciar y a expulsar toda referencia a un orden sobrenatural y trascendente, en definitiva, a expulsar a Dios del mundo”.

 

¿Qué es, en qué consiste el transhumanismo?

 

El transhumanismo es un movimiento intelectual y cultural que promueve el desarrollo de nuevas tecnologías para el mejoramiento humano, tanto a nivel físico, como cognitivo, emocional, y moral. Sus objetivos fundamentales son fomentar el auto-diseño humano (es decir, la capacidad de modificarse a uno mismo según los propios deseos), ampliar la capacidad de autonomía humana, eliminar la enfermedad y el envejecimiento (al que también considera una enfermedad), e incluso lograr la inmortalidad. Dichos objetivos se alcanzarían a través del empleo convergente de tecnologías tales como la nanotecnología, la biotecnología, las tecnologías de la información, y la ciencia cognitiva. Cabe aclarar que el transhumanismo no es un movimiento homogéneo, con un pensamiento único. No todos piensan igual dentro del movimiento transhumanista. En él coexisten diferentes tendencias, algunas moderadas, que abogan por un “mejoramiento” sujeto a ciertos límites, y otras extremas que legitiman prácticamente cualquier método y tipo de “mejoramiento”; algunas de esas tendencias (muy pocas) afirman que el transhumanismo es compatible con la religión y otras, por el contrario, afirman que son inconciliables, ya que su propuesta consiste, en última instancia, en emplear tecnología de vanguardia para convertir al hombre en una especie de dios (esta no es una expresión mía… así lo afirma explícitamente Raymond Kurzweil, uno de sus representantes más conocidos). Con todo, hay un núcleo duro de ideas más o menos compartidas que se resumen con claridad en la Declaración Transhumanista del año 2002. De esta declaración se infieren las características principales del transhumanismo: 1) supone un acto de fe en el futuro, en la medida en que se espera transformar radicalmente la condición humana; 2) se presenta como un sustituto de la religión, puesto que pretende dar cumplimiento a las esperanzas y deseos que ésta inspira (eliminación del sufrimiento, logro de la inmortalidad, divinización del hombre, etc.); 3) hunde sus raíces en el humanismo ilustrado-secular y postula la idea de un progreso indefinido a través de la razón aplicada; y 4) su valor prioritario es la autonomía de la persona, en el sentido de que ésta debe gozar de todos los derechos y libertades para diseñarse a sí misma según sus deseos. Estas ideas de aspecto aparentemente inocuo encierran planteos y dificultades de enorme calado, si se las analiza detalladamente.    

 

De modo general, se suele tener la idea de que el transhumanismo trata de trascender la “condición humana” y sus límites a través de la ciencia y la tecnología. ¿Es esto así?

 

[Img #20438]Ciertamente, los transhumanistas afirman, en líneas generales, que la ciencia y la tecnología podrán alterar tan radicalmente la naturaleza humana, que terminarán por convertir al hombre en una nueva clase de ser. Si la aparición del ser humano, del Homo sapiens fue resultado de un proceso evolutivo de millones de años de duración, el salto al próximo estadio evolutivo ya no será producto de procesos naturales, sino de un proceso cultural, porque será llevado a cabo por el mismo hombre. Y no será una transformación lenta, sino extraordinariamente rápida en comparación con los tiempos de la naturaleza. De esta manera, el Homo sapiens dará lugar a la aparición del Homo cyberneticus u Homo technologicus, o dicho de otro modo, la humanidad dará lugar al surgimiento de la posthumanidad. La acción de la naturaleza ya no será necesaria porque el hombre dispondrá de recursos para “avanzar” hacia nuevos modos de ser que él mismo irá definiendo. Estas aspiraciones transhumanistas presuponen una visión del hombre que niega o devalúa la naturaleza humana, es decir, la existencia de una esencia o estructura estable compartida por todos los seres humanos, y postula que la condición humana es líquida o fluida, que se encuentra sujeta a un permanente cambio y que puede ser modificada indefinidamente. Dicho de otro modo, que puede ser alterada de forma suficientemente drástica como para borrar del ser humano todo vestigio de humanidad. Esta concepción plantea un gran problema, porque la naturaleza humana es fuente de valores y derechos. Si negamos la existencia de una naturaleza compartida que perdura más allá del color de la piel, de la clase social, de la complexión física, de la riqueza, del sexo, de la educación, de la inteligencia, y de los talentos naturales, ¿cómo podemos reclamar igualdad de derechos para todos? En otros tiempos, por ejemplo, el no reconocimiento de una esencia compartida condujo, en EE.UU., a la legalización de la esclavitud. Siguiendo esta línea de razonamiento, los posthumanos, al reconocerse completamente distintos y superiores a los humanos podrían reclamar derechos especiales para ellos, e incluso podrían considerarse legitimados para tratar a los humanos del mismo modo en que los humanos tratamos a las moscas. El asunto es muy complejo y el debate continúa abierto.  

 

¿Cómo surge el transhumanismo?, ¿Quiénes son sus principales prescriptores, individuales o colectivos?

 

El término “transhumanar” aparece por primera vez en la Divina Comedia de Dante Alighieri, aunque con una connotación claramente religiosa-cristiana. Para Dante “transhumanar” es la experiencia que conduce al hombre más allá de lo humano, hasta su finalización en Dios. Es un camino hacia el cumplimiento, hacia la perfección de la naturaleza humana. Mucho tiempo después, ya en el siglo XX, el término “transhumanismo” comienza a ser empleado por Julian Huxley (hermano del escritor Aldous Huxley), médico, miembro de la Sociedad Británica de Eugenesia y primer director de la UNESCO. Huxley sostenía que la especie humana puede, si así lo desea, trascenderse a sí misma en su totalidad, con sus solas fuerzas y recursos. Esta nueva comprensión del transhumanismo continuó promoviéndose en los escritos de intelectuales y académicos como Robert Ettinger (considerado el padre de la criónica, una técnica que posibilita la preservación de cadáveres en frío), quien en 1972 escribió un libro titulado Man Into Superman, y de Fereidoun M. Esfandiary, futurólogo iraní-americano que en 1989 escribió un libro titulado Are you a transhuman? En las últimas tres décadas los nombres más resonantes de los círculos transhumanistas son Hans Moravec, especialista en robótica e inteligencia artificial de la Universidad Carnegie Mellon, Nick Bostrom, Julian Savulescu y Anders Sandberg, miembros del Future of Humanity Institute de la Universidad de Oxford, Raymond Kurzweil, CEO de Google y cofundador de la Universidad de la Singularidad, Max More, filósofo y fundador de la organización transhumanista The Extropy Institute, David Pearce, filósofo y director de la organización transhumanista BLTC Research, Kevin Warwick, professor de Cibernética en la Universidad de Reading, y Aubrey de Grey, biogerontólogo de la Universidad de Cambridge. El transhumanismo también es apoyado económicamente y promovido por grandes empresas trasnacionales como Google, Amazon, Apple, Facebook, y por multimillonarios como Elon Musk, fundador de Tesla y SpaceX. Otro de los millonarios que realizó grandes aportes económicos a la causa transhumanista fue Jeffrey Epstein, fallecido en confusas circunstancias en la cárcel, en la que cumplía condena por tráfico sexual de niñas y adolescentes. Epstein ayudó a establecer un programa sobre dinámica evolutiva en la Universidad de Harvard, y abogaba por la mejora de la raza humana aplicando métodos eugenésicos. Estos, como decía, son algunos de los nombres más destacados del mundo transhumanista, pero hay muchos más. En lo que refiere al trabajo de promoción propiamente dicho, la organización transhumanista Humanity Plus es sin dudas la más importante. Dicha organización publica regularmente una revista científica llamada Journal of Evolution and Technology a través del Institute for Ethics and Emerging Technologies, un “think tank” con el que desarrolla diversas actividades de difusión. Además, lleva organizando, desde su fundación en el año 1998, congresos en diferentes lugares del mundo (algunos de ellos en prestigiosas universidades, como por ejemplo, Yale, Toronto, o Helsinki). Es importante que se conozcan estos datos, porque dan prueba de las enormes repercusiones culturales, sociales y, desde luego, políticas, del movimiento transhumanista. Los recursos económicos que hay detrás de dicho movimiento son casi ilimitados, y eso los sitúa en un lugar de poder que les otorga gran capacidad de influencia, tanto en los círculos académicos como en la esfera pública.

 

La ideología de género, el nuevo feminismo, los nuevos movimientos LGTB... ¿son una forma de prototranshumanismo?

 

Depende de cómo se entienda el término “prototranshumanismo”. Para el transhumanista James Hughes el prototranshumanismo refiere al inherente deseo humano de eliminar el sufrimiento y la muerte, y de trascender su propia naturaleza, tal como lo reflejan algunos mitos antiguos, por ejemplo, los mitos de Gilgamesh y Prometeo. Por otro lado, Nick Bostrom entiende que el prototranshumanismo alude a los primeros grupos y concepciones transhumanistas que progresivamente dieron lugar al surgimiento del transhumanismo actual. Creo que la pregunta no refiere a ninguno de esos dos modos de comprender el prototranshumanismo, sino a si la ideología de género y los movimientos LGTB comparten los postulados teóricos del transhumanismo, o al menos algunos de ellos. En tal caso mi respuesta es afirmativa. La ideología de género y el transhumanismo son coetáneos desde el punto de vista histórico, y convergentes desde el punto de vista ideológico, puesto que son la conclusión lógica del liberalismo y de la idea de progreso en él implícita. Esto que he afirmado de manera simple, merecería una larga explicación dada la complejidad del tema. No obstante, diré grosso modo, que el proyecto moderno de emancipación que comenzó con la búsqueda de liberación del hombre respecto de la naturaleza (procurando su control total), de Dios (o la religión, en un sentido más amplio), del Estado, de las tradiciones, de la familia, etc., hoy se expresa en el feminismo radical, que postula la “liberación” de la mujer partiendo de una clara relación de antagonismo con el varón, e incluso de odio hacia el varón, y alcanza su paroxismo en la ideología de género y, más aún, en el transhumanismo, que promueven la liberación del hombre de su propia naturaleza. En otras palabras, sostienen que la auténtica liberación solo es posible abandonando la naturaleza, abandonando la “carne”, la cual es vista como un límite a las posibilidades de autodeterminación (de auto-diseño) del individuo. Llegaríamos así, al último estadio del progreso, la posthumanidad. Un nuevo modo de ser liberado definitivamente de todo lo hetero-, es decir, de todo lo dado o definido por “otro” (Dios, el Estado, la tradición, la sociedad, la naturaleza, etc.), y autoafirmado hasta el infinito.

 

La teoría de género y el transhumanismo desnaturalizan y artificializan la realidad, proponen una guerra total contra la naturaleza, negándola y despreciándola, a fin de convertirlo todo en artefacto, producto, objeto o utensilio con valor de mercancía, como señala atinadamente el filósofo francés Michel Onfray. Algunos piensan que la ideología de género y el transhumanismo tienen su origen en el marxismo cultural, pero creo que es una tesis errónea. El marxismo (en cualquiera de sus formas) tiende a deshacerse del capitalismo. Por el contrario, estas dos ideologías conducen inescapablemente a una suerte de apoteosis del capitalismo ya que lo convierten todo en objeto de compra-venta. Históricamente, el cuerpo humano ha sido tratado como una mercancía, a veces de forma legal y otras de forma ilegal. La prostitución, la esclavitud, la venta de esperma y óvulos, órganos y sangre, y la maternidad subrogada, son algunos ejemplos de este fenómeno. En una futura sociedad trans-/posthumana no solo nuestros cuerpos, sino también nuestras mentes serían tratados como mercancías. Podríamos construir nuestros propios “yos” con tecnologías adquiridas en farmacias o negocios del ramo, convirtiendo nuestras identidades personales en objetos de consumo y ganancia financiera. Alguien podría pensar que esto ya se hace, lo cual es cierto, pero lo que hoy se hace es ínfimo en comparación con lo que podríamos hacer en el futuro. El nivel de cosificación y manipulación del hombre podría alcanzar cotas insospechadas. Dicho esto, el transhumanismo es cualquier cosa menos un producto meramente fortuito de la convergencia entre diferentes tipos de tecnologías. No surgió por generación espontánea. El transhumanismo es el término lógico de un largo proceso histórico en el que viene imperando una determinada concepción de la libertad y de la naturaleza humana, de las relaciones entre hombre y naturaleza, individuo y sociedad, hombre y Dios. El transhumanismo es, en otras palabras, la estación de llegada de la racionalidad técnica y secular, cuyo brazo ideológico es el liberalismo. Por último, cabe añadir que los defensores del transhumanismo, al menos los que tienen mayor visibilidad en los medios de comunicación y en el mundo académico, han manifestado abiertamente su adhesión al liberalismo (en sus diferentes versiones). Esto se puede tomar como un dato casi anecdótico, pero refuerza la tesis de que el transhumanismo surge dentro de la matriz liberal.

 

¿En qué nos puede seducir el transhumanismo? ¿En qué nos amenaza?

 

El transhumanismo nos puede seducir de muchas maneras. ¿A quién no le gustaría ser varias veces más inteligente que Einstein, correr más rápido que Usain Bolt y adquirir habilidades físicas insospechadas, vivir 500, 1000 o millones de años, no enfermar, no sufrir dolores, experimentar el arte, la música, el placer o el amor como nunca ningún ser humano pudo hacerlo, experimentar nuevos estados de conciencia, o engendrar copias de sí mismo? Sospecho que la mayoría responderían afirmativamente a todo, otros se conformarían con disfrutar algunas de esas posibilidades, y tal vez muy pocos, dirían que no a todo. ¿Acaso no seduce semejante propuesta? Creo que la respuesta no se hace esperar. Ahora bien, ¿suponen estas promesas algún tipo de amenaza? Desde luego que sí. Amenazas lo suficientemente poderosas como para que cualquiera que desee analizarlas detalladamente, termine por no suscribir a nada de lo dicho anteriormente, o al menos, a casi nada. Eso creo.

 

El transhumanismo podría dar lugar a nuevas formas de totalitarismo. Una de ellas sería la pérdida de control sobre la inteligencia artificial, que subordinaría a los humanos al poder de las máquinas (hay mucha literatura de ciencia ficción y filmografía al respecto). Otra forma de totalitarismo consistiría en el surgimiento de una nueva sociedad fuertemente estratificada, con al menos dos clases de ciudadanos bien definidas: los posthumanos que tendrían el control absoluto y gozarían de privilegios y nuevos derechos; y los humanos, que por no haber accedido a las tecnologías de vanguardia, quedarían a expensas del poder de los primeros. Esto podría dar lugar a nuevas formas de esclavitud, discriminación, desigualdades, abusos, y corrupción. Sin llegar al extremo de pensar una futura sociedad trans-/posthumana, el sólo hecho de que los padres, a través de prácticas eugenésicas de diverso tipo, puedan producir hijos “a la carta”, entrañaría ya un tipo de totalitarismo en el que la libertad de unos (los progenitores) se impondría arbitrariamente sobre la libertad de otros (los hijos), generando una relación de asimetría, de descompensación, que podría, a su vez, derivar en problemas de la más diversa índole. El filósofo alemán Jurgen Habermas piensa que cuando la voluntad de algunos prevalece sobre la libertad de otros se debilita la convivencia democrática y el bien común. Otro riesgo puede inferirse a partir de la experiencia previa de la humanidad. En vista de los gravísimos y archiconocidos problemas que el hombre ha generado en su intento por controlar el medioambiente, ¿no cabría esperar que surjan problemas igualmente graves, o aún peores, si se empeña en manipular el genoma humano o el sistema nervioso central? Francis Fukuyama advierte sobre este asunto y dice que la modificación de cualquiera de nuestras características más importantes implica inevitablemente la modificación de un complejo e interconectado conjunto de características, y nunca podremos anticipar el resultado final. Por otra parte, el “mejoramiento humano” podría ser una grave amenaza si se pone al servicio de nuestras pasiones y desenfrenos. La mejora humana podría realizarse de una manera desordenada y peligrosa como resultado de intereses económicos, luchas de poder entre naciones, corporaciones y organizaciones criminales, y todas las demás formas posibles de maldad que podrían conducir a todo tipo de iniquidades. ¿Se pueden mencionar otras amenazas? Por supuesto, pero el listado sería muy largo. Son amenazas de carácter antropológico, psicológico, sociológico, cultural, económico, demográfico, y político. Las que acabo de mencionar son solo una pequeña muestra que se suma a las ya mencionadas en preguntas anteriores. ¿Significa esto que debemos rechazar tajantemente el transhumanismo? Personalmente, creo que muy pocas cosas se pueden rescatar de esta utopía tecnológica. Hay niveles de mejoramiento humano que podrían, eventualmente, aceptarse, pero solo luego de un cuidadoso proceso de análisis y discernimiento. No se trata de rechazarlo todo en bloque. Los avances tecnológicos no constituyen necesariamente una amenaza. Pero pueden constituir una amenaza si no se toma en consideración que el desarrollo tecnológico y las características de sus efectos cambian según la escala. Como señala Oliver Rey, lo que es humanizante a un cierto nivel puede llegar a ser deshumanizante a otro. Hay técnicas/tecnologías que contribuyen, sin duda, a la libertad y madurez de las personas (un equipo de sonido, una lavadora, un tractor, etc.), pero hay otras que las mantienen en la servidumbre e inmadurez (piénsese, por ejemplo, en los problemas generados por el uso incontrolado de smartphones, en los abusos de la medicina estética, o en los problemas que podrían surgir de la posibilidad de conectar nuestros cerebros a la nube). Es necesario, en mi opinión, abandonar el mito de que la ciencia y la tecnología pueden por sí mismas satisfacer todas las necesidades del ser humano. La creencia en que la liberación y la perfección humana dependen de los avances en la fabricación de artefactos tecnológicos no es más que una ingenua forma de idolatría. 

 

(*) Este es un resumen de la entrevista publicada con el profesor Leandro M. Gaitán en un número especial de la Revista Naves en Llamas dedicado exclusivamente al Transhumanismo    

 

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