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Miércoles, 18 de Agosto de 2021 Tiempo de lectura:
Artículo Editorial

Occidente estalla en Afganistán

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La caída de Afganistán en manos del islamismo talibán es el símbolo definitivo del hundimiento de Occidente. Desde hace ya varias décadas, y especialmente desde que las principales instituciones de Europa y Estados Unidos, rindiéndose al poder del Partido Comunista Chino (PCCh), convirtieron la gestión de la pandemia del Covid en un nuevo totalitarismo, vemos cosas que jamás creímos que volverían a ocurrir y que nos recuerdan demasiado a los tiempos oscuros que antecedieron al nacimiento y desarrollo de los dos grandes totalitarismos que abrasaron el viejo continente a lo largo del pasado siglo: el comunismo y el nazismo.

Entre las brumas distópicas que nos acechan, intuimos el comienzo del fin de la gran civilización occidental. Hemos visto nuestras principales ciudades ardiendo por los ataques de centenares de terroristas islámicos cuyos marcos políticos están financiados desde Qatar, Arabia Saudí o Teherán. Contemplamos cómo la democracia socialdemócrata globalista se vuelve dictadura férrea para poner a sus ciudadanos firmes ante el Nuevo Orden Mundial impuesto por las élites financieras mundialistas en alianza perversa con neocomunistas e islamistas pero que, por el contrario, resulta dimisionaria, estéril y frágil cuando debe plantar cara a la contundencia violenta de los nuevos bárbaros enviados por la eficaz alianza que las huestes de Marx y Alá han fraguado para acabar con nuestro legado.

Vemos con pavor, resignación y tristeza cómo nuestra renuncia a defender los valores tradicionales que un día nos situaron a la cabeza del desarrollo ético universal y nuestro empeño en dinamitar los pilares judeocristianos y grecolatinos que llevaron a nuestras naciones a liderar la historia nos ha sumido en un indecente abismo moral difícilmente descriptible. Se trata de un pozo oscuro, relativista, líquido, éticamente indecente e intelectualmente inane en el que la libertad de expresión es pisoteada por los nuevos puritanos de lo políticamente correcto y en el que los derechos individuales son arrasados por los presuntos y tiránicos derechos colectivos de nuevos y casi infinitos grupos, tribus, manadas y colectivos siempre dispuestos a socavar la familia tradicional, la democracia liberal, el capitalismo como base de nuestra economía, la nación como contenedor crucial donde se encierra nuestra historia y nuestras raíces espirituales. Sí, vemos cómo Occidente calla, otorga y sucumbe ante el reemplazo planificado, masivo y constante de su población nativa con millones de seres humanos cargados de valores, creencias, tradiciones y costumbres absolutamente incompatibles con los nuestros y que, además, a lo largo de la historia, en los más variados lugares del mundo, han demostrado su enorme capacidad para infiltrarse, expandirse, atacar y conquistar el poder. Y hemos visto cómo todo esto ocurre con el silencio canalla y cómplice de los principales medios de comunicación de Europa y Estados Unidos, que si hace algo más de un siglo se hicieron mayores apuntalando y constituyéndose en piezas básicas de nuestro sistema de convivencia, hoy se han convertido, en su gran mayoría, en sembradores de odio y difusores masivos de “fake news”. De mentiras con forma de mensajes milimétricamente manipulados e insistentemente reiterados que tienen como único fin reescribir la historia y dar forma a un nuevo planeta groseramente globalizado, intercambiable y uniforme, en el que nuestra forma de vida, nuestra cultura, nuestro pasado, nuestras conquistas históricas y nuestras libertades tan duramente trabajadas a lo largo de los siglos nada valen frente a la mundialización vacua y el amoral pensamiento único promovido por el totalitarismo socialdemócrata actual, de Angela Merkel y Emmanuel Macron a Pedro Sánchez, Justin Trudeau o Joe Biden, pasando por George Soros, el Papa Francisco o la idiocia política que arrasa países otrora modélicos y hoy devastados por una caterva de instituciones tan “progresistas” como miserables. Afganistán ha caído, Taiwán está en el punto de mira del Partido Comunista Chino y Occidente es ya una caricatura grotesca de sí mismo que acabará convertido en algo que todavía no conocemos porque el marxismo cultural que nos domina en alianza interesada con el islamismo político que va ganando más y más espacio en nuestros territorios son la nueva Matrix que trata de adormecernos, confundirnos y esclavizarnos, cambiando el sexo por el género, utilizando el feminismo radical y los movimientos LGTB como arietea contra la familia natural, empleando la corrección política como mazo para acabar con los discrepantes, destrozando el lenguaje, dinamitando nuestros grandes idiomas, humillando al ‘hombre blanco’ para diluir Occidente y, sobre todo, recompensando generosamente a toda aquellos individuos, empresas u organizaciones que ayuden a dinamitar nuestra forma de vida, nuestras tradiciones y a nuestro Dios.


[Img #20487]En la Matrix socialdemócrata, multicultural, burocratizada, buenista y demagógicamente integradora que nos rodea, por la que no pocos ciudadanos vagan permanente y literalmente drogados e hipnotizados por tuits absurdos, ignorantes televisivos y vídeos de “influencers”, los problemas de verdad apenas son abordados mientras los enemigos falsos e inventados, siempre engrandecidos hasta la caricatura o el ridículo, pueden encerrarse en nombres propios, pancartas y soflamas que se repiten de voz en voz, de medio en medio, de forma tan falsaria como cansina: Donald Trump, la familia natural, la familia tradicional, la islamofobia, la aporofobia, la ultraderecha, Viktor Orbán, el hombre blanco, el hombre europeo, el hombre, el pasado clásico, el cristianismo, la iglesia católica y tantos otros que hoy dibujan la diana universal de todos los odios políticamente correctos. Y mientras tanto, como en los periodos más oscuros de nuestro pasado, neocomunistas, liberal-fascistas, socialdemócratas y capitalistas ‘woke’ aumentan la censura, prohíben exposiciones, acallan libros, alteran y ocultan algunos grandes clásicos literarios, nos imponen un pasado, ocultan desnudos renacentistas, aclaman el velo islámico como un símbolo de la liberación de la mujer y vetan anuncios publicitarios de jóvenes blancas en bañador. O, lo que es lo mismo, permiten al cabecilla talibán lanzar diatribas libremente a través de Twitter mientras prohíben expresarse en las redes sociales al 45 presidente de Estados Unidos, Donald Trump.

Hoy más que nunca, mientras arde Afganistán y los nubarrones de la tiranía biopolítica y sanitaria ocultan la grandeza de nuestras naciones, entre las primeras ruinas de lo que un día fueron las cimas éticas, políticas e ideológicas más elevadas de la Humanidad, hay que seguir diciendo alto y claro que los valores sobre los que se levantó nuestra civilización occidental son superiores a cualesquiera otros que nos quieran imponer. Que somos milenarios de historia, que somos los herederos de los templos griegos, de los teatros romanos, de las capillas románicas, de las catedrales góticas, de los palacios renacentistas y de los conventos; que somos la fuerza telúrica celta y el misterio cristiano; que hemos inventado la música sinfónica, la imprenta y los periódicos, que somos la Ópera de Viena, los cafés de Berlín y el Arco del Triunfo; que honramos a la mujer, que nuestra cultura es la de la caballería y del amor cortés, que somos quienes imaginamos las primeras universidades y que somos los descendientes de Jesucristo, de Homero, de Virgilio, del Cid, de Leonardo da Vinci, Cervantes y Shakespeare. Que somos las carabelas cruzando el Atlántico, la furia vikinga y la conquista del nuevo mundo; que somos, en fin, Leónidas y sus 300 espartanos salvando a Grecia contra Asia; Escipión el Africano lanzando a Roma contra Cartago; Don Pelayo capitaneando la Reconquista; Godrefoy de Bouillon liberando Tierra Santa; los Reyes Católicos retomando Granada y don Juan de Austria venciendo a los turcos en Lepanto…

Hoy son demasiados, desde demasiados lugares y desde el interior de nuestra propia casa, quienes nos anuncian que ha llegado nuestra hora. Nos piden, nos exigen, que olvidemos todo lo que fuimos y lo que somos, que nos avergoncemos de ello, que pidamos perdón y que Occidente se diluya en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir, nos dicen, mientras sutilmente nos imponen un nuevo mañana en forma de Agenda 2030 que no tiene nada que ver con lo que un día fuimos. Definitivamente, debemos elegir la pastilla roja para poder contemplar sin vendas el aterrador mundo que están preparando para nuestros hijos. Solamente así seremos capaces de impulsar la resistencia.

 

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