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Winston Galt
Jueves, 02 de Septiembre de 2021 Tiempo de lectura:

La meritocracia es una consecuencia de la libertad. Por eso la odian

La izquierda de todo el mundo ha iniciado hace unos años una batalla sin tregua contra la meritocracia. Es un frente más de la guerra cultural iniciada con el relativismo impuesto desde hace décadas por el progresismo.  

 

Para destruir el concepto de meritocracia utilizan argumentos de todo tipo. El primero, que la meritocracia es fruto de la competencia y que la competencia crea individuos frustrados e infelices. Obvian que la vida es competitiva por naturaleza y que la vida humana debe ser competencia si quiere progresar y que la felicidad no es un don sino un mito, y que no existe felicidad que no sea individual y que cada persona ha de buscar su propio camino hacia ella.

 

Alegan que la atribución de dones y oportunidades no es igualitaria, como si los hombres y mujeres debiéramos ser iguales como los ladrillos de un muro. El igualitarismo no es sino una petición obvia de totalitarismo. Es cierto que en las sociedades socialistas ha existido un gran igualitarismo, pero siempre igualando a la población en la miseria, esto es, en la falta de oportunidades, pues es evidente para cualquiera con sentido común que en cuanto se libera a la población, las desigualdades entre las personas brotan con la misma pujanza que las diferencias personales de carácter, temperamento, inteligencia... Parámetros que no pueden ser controlados siquiera por el poder, salvo que nos conviertan a todos en clones del mismo modelo. El igualitarismo es un concepto muy peligroso, pues no puede darse sin coacción. Además, no sólo lo practican e intentan ponerlo en práctica los sistemas totalitarios, sino que incluso la socialdemocracia más ponderada intenta desesperadamente revertir la maravillosa desigualdad humana. Como todo socialismo, la socialdemocracia también intenta vulnerar la naturaleza humana para convertirnos en "buenos ciudadanos" sometidos al "interés general".

 

La reducción de la desigualdad desde el poder político, como predican los socialistas de todos los partidos, se ha comprobado que en lugar de solucionar el problema lo perpetúa, deviniendo la necesaria dinámica social en compartimentos estancos al perpetuar las situaciones. En los países que han experimentado el socialismo se ha comprobado empíricamente. Y en aquéllos que han extendido el Estado de Bienestar se ha comprobado que la movilidad social se ha reducido precisamente por la intervención estatal.

 

Argumentan también los críticos de la meritocracia que como, según ellos, los dones no los hemos ganado con nuestro mérito (ser inteligente, por ejemplo- lo que es completamente falso, pues se puede nacer con luces naturales, pero si no se cultivan uno se vuelve irremediablemente estúpido), los resultados han de ser repartidos (coactivamente, claro), de modo que sacrifica a los mejores para un "bienestar" impostado a quienes no son capaces de entrar en la competencia natural que exige la vida. El delirio alcanza cotas excelsas cuando mencionan que ser más trabajador o más tenaz en la consecución de los propios objetivos no es una decisión personal sino el resultado de un determinado ambiente. De este modo, el esfuerzo personal no es sino una derivada de las estructuras sociales y culturales, no una decisión individual, por lo que nada nos pertenece a nosotros sino todo a la colectividad. No somos nadie, por tanto, sólo un producto de la fábrica social. De este modo se cargan la individualidad y nos convierten en ladrillos intercambiables de un muro.

 

[Img #20566]En consecuencia, ser mejor en cualquier actividad (desde la cátedra al andamio) no es resultado de una decisión individual, sino de instancias ajenas que nos determinan sin que medie una decisión individual. Por tanto, para el progresismo, la meritocracia es sinónimo de desigualdad e injusticia, por lo que luchan contra la cultura del mérito y del esfuerzo. Basta ver en España las sucesivas reformas educativas, todas socialistas, para comprobar que los estándares educativos caen en picado de una a otra, provocando la proliferación de títulos sin valor académico y condenando a quienes los obtienen a un fracaso profesional anunciado y al estancamiento social.

 

Su coartada política es que la meritocracia no es democrática, confundiendo la democracia con la oclocracia. Si hay algo democrático es respetar la libertad individual para que cada persona actúe como desee, independientemente del resultado de su actuación (éxito o fracaso). Confunden de nuevo la democracia con la oclocracia y la mesocracia. Obvian, por supuesto, que para "no dejar atrás" a los más ineptos se está limitando la libertad de la inmensa mayoría de la población. Pero eso no importa cuando el objetivo no es mejorar la sociedad sino tenerla a su merced.

 

Critican que los beneficios de la meritocracia se heredan, lo que supuestamente es injusto, pero este argumento supone negar la libertad individual de dejar el patrimonio adquirido a quien uno desee y que, además, en la realidad no ocurre así, puesto que está demostrado que esa riqueza heredada apenas se sostiene durante un par de generaciones en la mayoría de los casos. Igualmente, en el caso de las empresas, hoy el 75% de las empresas más importantes de USA no tienen nada que ver con las que lo eran hace cincuenta años, lo que demuestra que la competencia no favorece regímenes estamentales (en cambio, en Europa sí son las mismas, precisamente por la mayor intrusión del poder político en la vida económica, lo que determina que determinadas empresas se perpetúen en el mercado sin apenas competencia con evidente perjuicio para los ciudadanos que podrían obtener mejores productos y más baratos de haber mayor competencia -la energía eléctrica carísima que sufrimos es un ejemplo perfecto-).

 

Todos los regresistas (llamados a sí mismos progresistas) utilizan modelos de sociedades estáticas, mientras que una sociedad ha de ser dinámica. Una sociedad digna es dinámica (EEUU, Dinamarca), mientras que una sociedad indigna es estática (Cuba, Venezuela). ¿Cuál de los dos modelos es más socialista?

 

Finalmente, el argumento estrella contra la meritocracia es que provoca mayor desigualdad. ¿Y qué? La desigualdad no sólo no es perniciosa sino imprescindible para una sociedad viva. La imposición de la igualdad supone imponer la coacción y quebrar la libertad. No es más justa la sociedad más igualitaria. Al contrario, es más justa la sociedad que permite mayor libertad a sus ciudadanos por lo que la única igualdad exigible es la igualdad ante la Ley. Hay muchos autores que han demostrado las falacias en que se basa el gurú Piketti en sus libros y han puesto de manifiesto su manipulación de los datos, sólo reales respecto a dos países en concreto y en un momento concreto de la historia reciente. Habría que recordarle a Piketti y a los progresistas aquello de que lo importante no es la desigualdad sino la pobreza, idiota.

 

Como respuesta a la meritocracia, los progresistas proponen que los estudios no estén destinados a surtir los mercados de trabajadores eficaces sino que se debe potenciar la educación humanista. Tal argumento, con el que se puede estar de acuerdo en los primeros estadios de la educación no es sino una traslación del pensamiento de la inferioridad a los sistemas educativos para crear poblaciones escasamente preparadas y fácilmente manipulables (un trabajador seguro de sus cualidades y capacidades no es fácilmente manipulable; un trabajador poco cualificado e inseguro es pasto de los sermones progresistas, de ahí que se hagan esfuerzos ingentes por parte de los progresistas para destruir las clases medias, como vemos en este momento en España). De este modo, si se cae el puente no importa, porque el ingeniero cultivó mucho su espíritu en lugar de estudiar la ciencia de las estructuras. Además, pronto veremos cómo se exige a Messi que comparta su sueldo con el peor futbolista o que no se exija una alta cualificación al cirujano porque sus capacidades crean desigualdad con otros cirujanos mediocres. A este paso habrá que prohibir el deporte, por definición meritocrático. Ya no se tratará de ganar una medalla sino de participar alegremente y cantar "Viva la gente".

 

En el fondo, los progresistas proponen algo no muy diferente del resultado absurdo de Harrison Bergeron, cuento de Kurt Vonnegut, en el cual en un futuro próximo se habrán eliminado todas las diferencias individuales a favor de un igualitarismo real. Léanlo. Es muy corto y se puede consultar gratis por internet. El absurdo de su resultado conduce, por ejemplo, a un implante en el cerebro de las personas inteligentes para limitar sus capacidades y que no puedan utilizar la ventaja de su inteligencia. ¿No es esto, realmente, lo que proponen los igualitaristas?

 

Puede parecernos inaudito, pero la lucha contra la meritocracia está avanzada en Occidente. Se ha comprobado que ha bajado la movilidad social en las últimas décadas. Ha sido consecuencia de las bajadas de estándares educativos provocadas desde el progresismo y del incremento del nivel de intervención estatal desde la perspectiva igualitarista que ha provocado rigideces en los mercados laborales y políticas asistenciales que contribuyen, como demuestra la realidad, a compartimentar a las capas de población subvencionadas en trampas de las que cada vez es más difícil salir y que se prolongan de generación en generación (B. de Quirós).

 

¿Los progresistas no se dan cuenta de los efectos reales de sus políticas? Lo dudo. No todos van a ser estúpidos. Si se dan cuenta es mucho peor: lo están haciendo deliberadamente para crear sociedades sometidas. La causa de la baja movilidad social que vivimos no es el capitalismo (que ha demostrado favorecer lo contrario) sino un fallo de la excesiva presencia del Estado, que gasta ingentes cantidades de dinero en políticas que mantienen a masas de población en situación de dependencia y de la deficiente educación y de un mercado laboral rígido que evita el acceso y el cambio de actividad en busca de la mejora que todo el mundo desea. Son las políticas, no el mercado, las que crean la pobreza. Criticar el punto de partida como causa de la desigualdad es hipócrita en países, como el nuestro, en que la educación es obligatoria y gratuita y universal desde hace cien años (el argumento de los colegios elitistas es absurdo, pues el número de alumnos en relación al total es mínimo). Otra cosa es que esos progresistas, únicos que han elaborado leyes de educación desde el 78, hayan buscado caídas de estándares educativos reales en cada nueva vuelta de tuerca a la educación pública (la última Ley Celaá es un claro ejemplo). ¿Por qué, si se supone que buscan que los más desfavorecidos mejoren su situación? La clave es la respuesta a esta pregunta.

 

En cambio, la meritocracia es el anverso del privilegio. El concepto nació para acabar con los privilegios de cuna. Ahora es la antítesis de los privilegios que otorga la Industria Política a los mediocres, a los ineptos, a los cretinos y a los gandules. Los progresistas odian la meritocracia porque es la antítesis de lo que ellos representan. Porque sin meritocracia ellos pueden medrar y llegar allí donde no lo harían por sus escasos méritos individuales. Puede comprobarse fácilmente que los ámbitos donde menos meritocracia existe son en la Industria Política y en los ambientes universitarios burocratizados y dominados por el nepotismo (¡Pablo Iglesias era profesor universitario!).

 

Odian la meritocracia porque es consecuencia de la libertad. Dicen desear amparar a "los que se quedan atrás", pero no se preguntan por la libertad de la inmensa mayoría que sigue adelante (los pondrían en evidencia). Con meritocracia real, los progresistas no llegarían al poder. La Industria Política sería la nada.

 

Negar la meritocracia es negar al individuo, anularlo en favor de un colectivismo del que esos representantes no esperan sino favorecerse. Estas ideas son producto del pensamiento de la inferioridad (MXXI. La batalla por la libertad) y reflejan la derrota y la ansiedad ante el fracaso de los ineptos y de los perezosos, que los lleva a culpar de su fracaso a la sociedad. Y demuestra que sólo hay dos clases sociales reales: los productores y los parásitos.

 

Por el contrario, el intercambio de valor (C. Barrio) es "inherente al ser humano", es lo que permite progresar a la humanidad. Los incentivos (L. W. Reed) son esenciales en la vida. Sin ellos, somos esclavos (el igualitarismo y el altruismo son la esclavitud). Hasta Stalin hubo de aplicar incentivos en 1937 porque no había fábrica que funcionara en su paraíso comunista.

 

Cuando no hay meritocracia es el paraíso de la mediocridad. La mediocridad que cría monstruos como Beria o Eichmann y, más cerca y a otro nivel, como Illa y Sánchez, responsables del rastro de sufrimiento y muerte que estamos padeciendo. El fascismo y el comunismo fueron el paraíso de la mediocridad. Ahora lo son la socialdemocracia y el progresismo. Nunca pudieron aspirar a más los ineptos.

 

El gran Sándor Marai lo anunció: "Se avecina un mundo en que la belleza será un insulto y el talento una provocación y el carácter un atentado. Porque ahora llegan ellos. Saldrán de todas partes cientos de millones de ellos. Y estarán por todas partes. Los deformes. Los faltos de talento, los débiles de carácter".

 

Cuando hemos expuestos las críticas de los progresistas a la meritocracia hemos obviado que nunca proponen una alternativa (al margen de la distribución del resultado del mérito). Pero que no exista una alternativa razonable a la meritocracia no significa que sus políticas no hagan daño. Por el contrario, la política degenerada que han construido desde la Industria Política se ha convertido en ineptocracia y luego en oclocracia y pronto dará paso a diversas formas de autoritarismo y posteriormente de totalitarismo. Es la destrucción del individuo y de sus derechos individuales. Es la destrucción de las sociedades libres que sólo deben tener una característica esencial: permitir la mayor libertad posible a sus miembros. La única alternativa es el nepotismo en que vivimos y que dará paso, de no atajarse, a situaciones peores.

 

El mérito es un concepto estrechamente vinculado a la idea de Justicia, otro ámbito que el progresismo quiere destrozar determinando que la justicia no es dar a cada uno lo que se merece sino lo que determina el poder político.

 

A pesar de tratarse de un concepto a veces difuso y de estar vinculado a contextos concretos, no se puede renunciar a la meritocracia como fundamento de lo merecido, de la necesaria reciprocidad entre lo realizado y el resultado. Limitar a los que pueden ser los mejores es indigno. Una acción egoísta y mezquina. Impedir la meritocracia nos sumerge en indignidad individual y colectiva. Sólo se puede limitar el mérito desde la coacción y la censura. Si se quita la competencia y, con ella el mérito, la consecuencia es la tragedia de los comunes y el paraíso de los ratones.

 

No hubiera habido evolución sin meritocracia. No hubiera habido progreso social sin la meritocracia. La negación de la meritocracia provoca el mundo decadente en que vivimos, un mundo dominado por la estupidez (ideología 'woke') en el que pronto no se repartirá sino miseria.

 

La meritocracia es una consecuencia ineludible de la libertad. Por eso la odian. Por eso intentan acabar con ella. Y con ella, acabarán con todos nosotros.

 

(*) Winston Galt es escritor. Autor de la novela distópica Frío Monstruo y del ensayo MXXI La batalla por la libertad.


 

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