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Lunes, 06 de Septiembre de 2021 Tiempo de lectura:
Autora de la novela histórica "Resurrecta"

Vic Echegoyen: "Hoy prosigue la 'quema de herejes', con creadores consagrados que sufren campañas de odio y multas desproporcionadas"

[Img #20587]Originaria de una familia hispano-húngara de escritores (entre ellos Sándor Márai e Imre Madách), cineastas, músicos y pintores, Vic Echegoyen nació Madrid en 1969. Estudió Periodismo y comenzó su vida laboral en la agencia Efe, pero luego decidió ser lingüista de profesión (es traductora e intérprete en organizaciones internacionales, y habla con fluidez el alemán, húngaro, francés, inglés, ruso e italiano) y escritora y pintora por vocación. Vive a caballo entre Hungría, Viena y Bruselas y entre sus escritores preferidos están Pío Baroja, László Passuth o Patrick O'Brian. Coautora del Diccionario de regionalismos de la lengua española, Vic Echegoyen es una apasionada de la novela histórica a la que le entusiasma situar sus relatos en la Edad Media, el Barroco o la Ilustración. En 2016, presentó El lirio de fuego (Ediciones B, 2016), su primera novela, que resultó finalista del IV Premio de Novela Fernando Lara. Su siguiente obra La voz y la espada (Edhasa,2020) obtuvo una excelente acogida y fue seleccionada para varios galardones, entre los que destaca el Premio Espartaco de Novela Histórica.

 

Ahora, Vic Echegoyen acaba de publicar la fascinante Resurrecta (Edhasa, 2021), una obra que, según ella misma explica, es un canto a la esperanza, al afán de vivir y a superar las calamidades. “Y es un homenaje a la bellísima Lisboa y al espíritu de lucha y lealtad de sus habitantes. Si el lector se enamora de Lisboa, se identifica con uno o varios personajes (son muchos y variopintos), se sorprende con los increíbles sucesos durante las seis horas que abarca la novela, se sobresalta, recobra la esperanza y, por fin, cierra la novela con una sonrisa de satisfacción (y con el deseo de descubrir Lisboa o regresar a ella), me quedaré contenta. En cuanto a lecciones, cada lector es un mundo y el mensaje que extraerá cada uno será distinto, aunque espero que sea positivo”. 

 

¿Por qué viajar a Lisboa en 1755? ¿Buscaba un entorno apocalíptico para la narración?

 

Porque la cadena de catástrofes increíbles que se sucedieron aquel 1º de noviembre de 1755 (una de las más solemnes festividades cristianas), y la reacción asombrosa de los habitantes de Lisboa, desde el rey hasta el más humilde súbdito, merecían contarse al minuto y al dedillo, y quería reflexionar sobre sus repercusiones sociales, económicas y filosóficas: ese día transformó Europa y marcó el inicio del fin del imperio portugués, y hasta del Antiguo Régimen. Creo que, sin las ideas que expusieron Kant o Voltaire a raíz de esa catástrofe, tal vez la Revolución Francesa no habría sucedido, o lo habría hecho mucho más tarde.

 

No buscaba un entorno apocalíptico: me conmovieron los testimonios de los supervivientes que narran la novela, me impresionó la magnitud del desastre y los tesoros y conocimientos que se perdieron irremediablemente aquel día; sobre todo, me cautivó Lisboa, todavía marcada por las cicatrices que dejó grabadas aquel día.   

 

¿Qué es lo que más le atrae de la novela histórica?

 

La intensidad que trasmiten las crónicas sobre la época y los personajes: las batallas y las derrotas parecen más vívidas, las figuras resultan más convincentes que las actuales (ya sean emperadores, místicos, bandoleros, exploradores, peregrinos o artistas), y, aunque sea un contrasentido, leyendo sus memorias y cartas tengo una sensación de cercanía y puedo comprenderlos mejor a ellos que a muchos políticos y cronistas de nuestros tiempos.

 

Quizá porque esos testimonios del pasado, pese a las contradicciones o la censura que a veces los empañan, suenan más sinceros y auténticos que los actuales. Esa cualidad es la prueba de fuego: salvar la brecha del tiempo, y ser capaz de emocionar y convencer a alguien forjado por un entorno totalmente diferente.     

 

Como gran aficionada y conocedora de la historia, en su opinión, ¿qué nos cuenta el pasado sobre el actual presente?, ¿Hay una tendencia generalizada en Occidente a olvidar y manipular nuestra propia historia?

 

Me parece que sí, y que es un fenómeno estratégicamente organizado y ejecutado. No es “olvidar”: es provocar adrede una amnesia selectiva; no es “manipular”, sino engañarse a sí mismos, y encima estafar a la futura generación, al robarle su propia Historia, despojarla de sus raíces, y borrar las pruebas de la verdad que les corresponde por derecho.

 

El pasado es el maestro, juez y verdugo de nuestros actos presentes, y lo que hacemos u omitimos hoy será el maestro, juez y verdugo de nuestro futuro. Hoy ya no podemos repetir los errores del pasado diciendo “es que no lo sabíamos”: nunca antes hemos poseído ese compendio de lecciones que abarca miles de años, el lujo de acceder a él sin límites, ni tanta libertad y poder para elegir partiendo de ese conocimiento. Y cuanto mayor es ese poder que confiere conocer el pasado, mayor es nuestra responsabilidad frente al futuro. 

 

Para bien o para mal, ese pasado influirá en el futuro. Para mal, si se manipula para engañar y controlar a los demás (como el sufrimiento, el genocidio del hambre o el terror de la Revolución Rusa se usaron para prolongar la dictadura soviética durante 70 años).

 

Lo contrario es utilizar el pasado para bien, aprovechar sus lecciones valiosas para aprender y mejorar la situación en beneficio de todos, como hacían las escuelas clásicas helénicas, y después el Renacimiento, con el florecimiento del arte, la ciencia, la literatura, la filosofía y el descubrimiento de otras culturas en todo el planeta.

 

[Img #20585]Hoy, el globalismo pretende imponer el pensamiento único, una tecnocracia centralizada y el control económico, informativo y científico con una maquinaria propagandística de una minoría opaca sobre la mayoría, a la que manipula elevando a vacas sagradas causas que no admiten crítica ni matices.

 

Veo semejanzas inquietantes entre la teocracia medieval que quemaba libros, herejes y ciudades en nombre de la fe (católica, protestante o musulmana), el fascismo-comunismo del siglo XX que recluía en manicomios o campos de exterminio a todo aquel que actuara, hablara o pensara de manera diferente, tildándole de “criminal”, “antinatural” o de “enemigo del pueblo”, y el dogmatismo globalizador actual, que utiliza a una masa anónima de hackers, troles y acosadores para desprestigiar, escrachear y amordazar en el entorno virtual o real, presionando a librerías, medios informativos y redes para que los silencien, “cancelando” sistemáticamente a esas personas y sus ideas.

 

Hoy prosigue la “quema de herejes”, con escritores y artistas consagrados, filósofos respetados, políticos honrados y “gente de a pie” que sufren ataques masivos, campañas de odio y multas desproporcionadas (equivalente a confiscar los bienes y sembrar los campos de sal en el medievo). Hoy sigue existiendo una picota invisible, de la que pocos pueden escapar.     

 

"Si queremos saber qué nos deparará el futuro, observemos a nuestros niños"

 

Por suerte, igual que en la Edad Media los disidentes hallaban refugio e imprentas en otros lugares, y en el S. XX lograban hacerse oír a través de publicaciones clandestinas o Radio Europa Libre, hoy los librepensadores se refugian en espacios virtuales protegidos por servidores dispersos por todo el mundo, correos seguros como Proton o navegadores como Tor, Haven o DuckDuckGo.

 

Lo más vergonzoso es que esa represión que ayer invocaba a Dios castigando con la hoguera y hoy invoca a Gaia y su “ángel vengador”, el cambio climático (curiosamente, entes abstractos que ningún ser humano puede cuestionar sin ser aplastado), recluta a niños fanatizados, llámense “Antifa” o ecologistas que destruyen granjas o queman cultivos, y los muestra como inocentes entregados espontáneamente a una causa justa, cuando en realidad son objeto de un bombardeo ideológico por doquier: televisión, libros de texto, canciones, videojuegos, publicidad de productos de consumo...

 

Los niños y adolescentes son maleables: con el “gancho” de actividades lúdicas, y explotando su necesidad innata de sentirse protegidos y validados, los adoctrinan sin que sus padres lo adviertan para disponer de drones humanos que entran en acción en cuanto reciben la consigna del día: compra ese producto y boicotea ese otro, denuncia tal película y elogia esa otra; ve a tal manifestación llevando esa camiseta; corea ese lema mesiánico (“salvad el planeta”, “todo vale para todos”).

 

Pero el globalismo tiene otra cara, y justo en esa otra cara que llamo “regionalismo”, en vez de globalismo, es donde veo más ventajas inmediatas y a largo plazo para todos, sin sacrificar ni imponer nada a nadie.

 

Esa vía permite una diversidad auténtica de pensamiento, palabra y obra, pero conlleva mantener la fragmentación histórica y territorial, con áreas geográficas que han evolucionado naturalmente a lo largo de la Historia y han consolidado su propia identidad cultural, lingüística, étnica y social.

 

Como ejemplo de esa evolución natural y robusta que ha sobrevivido hasta hoy a invasiones y dictaduras de todo tipo (mongola, otomana, nazi y soviética) mencionaré una, en la que vivo desde hace treinta años: Centroeuropa. Austria, Hungría, Chequia, Eslovaquia, Polonia y Eslovenia tienen cada una sus leyes, tradiciones, idiomas nacionales y minorías, etnias y creencias: cada una posee una diversidad sorprendente, y son un ejemplo de cooperación puntual para realizar proyectos, intercambios, investigación o desarrollo regional, y para afrontar problemas locales o comunes a través de sinergias, sin que ninguna imponga su administración o sus leyes al resto. Cierto que cada uno de esos países también tiene problemas y tensiones: pero esa idiosincrasia cuasi común, social, política y cultural funciona gracias al respeto y la aceptación recíprocos. Se gestó en el imperio austrohúngaro de los siglos XVII-XVIII, y ha evolucionado positivamente hasta hoy.

 

Creo que ese “regionalismo” de ententes equilibradas entre países parecidos es una base más sólida, sin traumas ni imposiciones o renuncias inaceptables que al final conducirán al revanchismo, y me parece la vía más prometedora para el futuro, al afrontar los problemas y potenciar los beneficios inmediatos regionales, que redundan en provecho inmediato de la población y hacen más fácil exigir cuentas e impedir la corrupción. La historia ha demostrado que ningún imperio perdura en el tiempo, y que la decadencia de todos supone una agonía larga, dolorosa e incierta a merced de eventos y grupos impredecibles, mientras que una alianza flexible de Estados históricamente afines en la que prevalezcan el respeto mutuo y la identidad de cada uno puede ser mucho más duradera y adaptable a los retos del futuro.         

 

Sus últimas obras han sido novelas históricas, pero ¿de qué hablaría una gran novela de Vic Echegoyen centrada en los convulsos y confusos tiempos actuales?

 

De vez en cuando escribo sátiras macabras contemporáneas, como una novelita titulada Herodes: diario de una asesina, sobre el sinsentido de una sociedad convencida de que tiene todo controlado y solo obra para el bien, mientras que, sin advertirlo, está engendrando niños destructivos y manipuladores, es decir, monstruos que tarde o temprano la despedazarán. Si queremos saber qué nos deparará el futuro, basta con observar a los niños.

 

Además de escritora es usted intérprete profesional y habla correctamente diferentes idiomas, pero sus obras de ficción las escribe siempre en español. ¿Qué significa para usted el idioma español, su presencia en amplias zonas del mundo… y los muchos ataques que recibe desde dentro de… España?

 

El idioma español es un regalo inapreciable, e injustamente menospreciado. Es la llave que abre un tesoro de narrativa, lírica, ensayos, teatro, refraneros, cancioneros, sagas, crónicas, y obras legislativas, humanísticas y científicas que han influido en la evolución de toda la Humanidad.

 

Es mi idioma principal de expresión y reflexión, y me ha permitido estudiar idiomas afines como el latín, italiano, portugués o francés. Es un instrumento vivo, musical, flexible y riquísimo, con el que siempre se aprenden nuevos matices y posibilidades creativas.

 

Es usted sobrina-nieta del gran escritor húngaro Sándor Márai, que fue profético cuando escribió lo siguiente. "Se avecina un mundo en que la belleza será un insulto y el talento una provocación y el carácter un atentado. Porque ahora llegan ellos. Saldrán de todas partes cientos de millones de ellos. Y estarán por todas partes. Los deformes. Los faltos de talento, los débiles de carácter". ¿Cómo explicaría esta impresionante lucidez?

 

Ser profeta hoy conlleva ser nihilista. Márai fue uno de los más clarividentes, tanto que… se quitó la vida. No lo mató la pérdida prematura de su hijo, su esposa, su hogar y su patria; lo mató la indiferencia, el conformismo, la mediocridad y la cobardía. Indiferencia disfrazada de tolerancia, y mediocridad disfrazada de igualitarismo, que surgieron con el auge de la sociedad del bienestar (¡qué ironía!) en “las décadas gloriosas” de 1950 a 1990, y han triunfado con doctrinas como “Que ningún niño se quede atrás” o “Todas las culturas son igual de válidas”, por citar solo algunas, cuyo ideal son bonsáis humanos podados por el mismo patrón y sofocan cualquier atisbo de originalidad o emancipación.    

 

En su opinión, los escritores del futuro dedicados a escribir novelas históricas… ¿cómo mirarán a nuestro presente?

 

Depende de la corriente que triunfe en los próximos veinte años: globalismo apesebrado y monolítico, o rebelión abierta contra el pensamiento “dobleplusconforme” globalista.

 

Me consuela que siempre habrá un Solyenitsin, un Ai Weiwei, una Sophie Scholl, un Václav Hável o un “Pobrecito Hablador” que despierte conciencias y le quite el sueño a los guardianes del globalismo. Cuestionar y rebelarse son innatos al ser humano, y ninguna terapia conductual, gradualidad, droga o microchip podrán extirparlos.

 

Por eso mismo, siempre habrá escritores íntegros que seguirán denunciando las falacias de la época que les toque vivir, aunque sea a través de la sátira o del lenguaje críptico.

 

Como escritora especializada en narraciones centradas en momentos históricos trascendentales, ¿cómo sería su gran novela sobre la pandemia del Covid-19?

 

Primero, habría que superar definitivamente la pandemia y adquirir la perspectiva que confiere la distancia para reflexionar y escribir sobre ella: hasta ahora, pese al sufrimiento de los afectados (muertos y enfermos), esta pandemia no basta. Una gran novela necesita un gran modelo, y esta pandemia es un paseo comparado con la peste ateniense del 430 a.C., la justiniana del 541 d.C., la Peste Negra del siglo XIV, la epidemia hemorrágica de Cocoliztli del siglo XVI o la gripe de 1917. De momento, los síntomas y el número de víctimas del Covid-19 son insignificantes comparadas con aquellas; además, están las llamadas vacunas (más bien un tratamiento profiláctico para que los síntomas sean leves).

 

Pregúnteme de nuevo cuando algún terrorista logre propagar la peste, el ántrax o enfermedades mucho más mortíferas por el agua potable o la red de ventilación del metro de una capital. 

 

También es usted pintora e ilustra sus obras, ¿prefiere escribir o pintar?

 

Ambos se complementan: mientras escribo, hago bosquejos para visualizar mejor alguna escena o paisaje; y mientras dibujo se me ocurren más detalles que debo describir para dar una idea de la moda de la época, o hacer más comprensible un momento decisivo por un gesto o la expresión de un personaje, a través de la comunicación no verbal, para que el lector perciba lo mismo que “veo” yo.

 

Profesionalmente, ¿qué es lo que más le entusiasma, y lo que más le preocupa, todos los días cuando se despierta y enfrenta una nueva jornada?

 

Depende de dónde despierte: si es en Bruselas, donde trabajo como intérprete, me entusiasma la variedad de temas (a veces no sé hasta ese día si la reunión tratará de parásitos del maíz, seguridad del transporte fluvial o ciberdelito), y el carácter animoso y lleno de curiosidad de mis colegas; me preocupan las huelgas, manifestaciones que degeneran en vandalismo masivo (lo he vivido) o atentados yihadistas.

 

Si despierto en Viena, todo me entusiasma: su belleza, su tranquilidad y su buen funcionamiento en todo sentido, el marco incomparable del “Hofburg” (palacio imperial de los Habsburgo) para trabajar, la gastronomía variada de sus preciosos cafés con solera, los parques y avenidas señoriales, la alegría de ensayar con mi coro, y hasta el talante gruñón de los vieneses.

 

Si despierto en Hungría, me alegra disfrutar de la hermosa ciudad de Sopron, que rebosa de historia, del aire puro alpino, los habitantes tan afables, y la tranquilidad que me ha inspirado tantos relatos y cuadros.  

 

¿En qué nuevos proyectos literarios está trabajando?

 

A principios del verano envié a mi actual editorial una novela histórica de aventuras. Ahora estoy investigando para otra novela histórica situada en una época y un lugar muy diferentes a los de las novelas anteriores. Escribo por capricho, según me fascine este u aquel tema, con el enfoque y el estilo que me apetezca en ese momento: por suerte, mi agente respalda esos experimentos. Es mi único “lector beta”, y rara vez sugiere algún cambio menor: el primer borrador es el que le envío, y el que él le envía luego a la editorial. Cada novela me lleva en total entre cien días (Resurrecta) y seis meses (La Voz y la Espada). Escribo de un tirón y sin que luego haga falta corregir o modificar nada: la primera versión es prácticamente la definitiva que llega al lector. Si no sale redonda a la primera, la descarto y empiezo otra distinta. 

 

Finalmente, una pregunta política. Habitualmente vive entre Hungría, Austria y Bruselas. ¿Qué opina de la campaña política emprendida por la UE contra los países de Visegrado en general, y contra Hungría y Polonia en particular?

 

No es una campaña iniciada por la UE, sino que ésta obedece a grupos de presión europeos e internacionales que influyen en sus tecnócratas y parlamentarios, pues financian directa o indirectamente o se les adjudican muchos proyectos “europeos”. La campaña proviene de bancos y consorcios, de empresas de abastecimiento de servicios básicos, y agroalimentarias.

 

El origen de la campaña anti-húngara se remonta a las decisiones que tomó el Gobierno de Hungría hace años para proteger a su ciudadanía de la rapacidad de esos consorcios y bancos extranjeros.

 

En primer lugar, cuando se enfrentó a grandes bancos extranjeros: hará 10 años, la moneda nacional, el forinto, se devaluó y decenas de miles de húngaros que habían contraído deuda (en su mayoría hipotecas) con bancos extranjeros como Crédit Suisse, Raiffeisen, Deutsche Bank, etc., con interés variable y en divisa extranjera (franco suizo, euro, dólares) de pronto vieron su deuda duplicada, y a los bancos amenazándolos con desahucios masivos. Igual que Islandia años antes, el Gobierno húngaro plantó cara a los bancos occidentales que habían llevado a la ruina a tantos húngaros, y prohibió expulsar a la gente de su vivienda principal (o confiscarla) en los meses de invierno desde octubre hasta abril; además, obligó a esos bancos a renegociar la deuda caso por caso y en la divisa húngara. Por supuesto, esos bancos pusieron el grito en el cielo, pero legalmente no pudieron hacer nada, y ahí surgió la primera campaña anti-húngara, para “castigar” al país ahuyentando a potenciales inversores extranjeros: surtió exactamente el efecto contrario.

 

"El idioma español es un regalo inapreciable, e injustamente menospreciado"

 

Además, Hungría expulsó al Fondo Monetario Internacional (que ha llevado a una esclavitud financiera casi perpetua a tantos países en desarrollo), así como a consorcios como Monsanto, que quieren copar el mercado agrícola con semillas y productos transgénicos.

 

Por otro lado, el Gobierno húngaro prohibió la compra masiva de tierras agrícolas por especuladores extranjeros que se lucraban con tierras que no cuidaban ni cultivaban según lo estipulado por la ley; para ello, expropió a bastantes especuladores y los indemnizó con el valor real de las tierras, y no el valor inflado especulativo. Hungría es un país pequeño y su principal recurso son sus tierras agrícolas, que debe proteger del lucro improductivo, y salvaguardarlas para las futuras generaciones de su propia población.

 

Luego, el Gobierno húngaro intervino cuando empresas como la francesa EON, que habían adquirido las empresas nacionales de suministro de agua, electricidad y gas a precio de saldo con el Gobierno socialista anterior, subieron de repente el precio hasta un nivel prohibitivo, de manera parecida a la actual subida del recibo de la luz en España. El Gobierno obligó a esas empresas a introducir grandes rebajas, primero del 20%, luego del 10%, y luego de un 10% adicional: lo he vivido, pues llevo 30 años residiendo y pagando mis facturas e impuestos en Hungría.

 

Por cierto, al estallar la pandemia Hungría compró inmediatamente todas las vacunas disponibles y las sometió enseguida a ensayos y controles nacionales, mientras la UE vacilaba y regateaba, sin decidirse: Hungría ya ofreció en febrero de 2020 cinco vacunas distintas y cada ciudadano eligió la que quiso (Pfizer, Moderna, AstraZeneca, Sputnik V o Sinopharm): hubo una campaña de información nacional con datos actualizados a diario en una conferencia de prensa y ronda de preguntas de todos los medios informativos. Además, hace años que el Primer Ministro informa cada día en directo, a las ocho de la mañana y con difusión nacional en Radio Kossuth, de lo que está haciendo, y responde a preguntas de periodistas y de la gente: ¿qué otro líder nacional se atreve a exponerse así?

 

Por supuesto que aún hay problemas graves: la integración fallida de la minoría gitana, la reforma de las jubilaciones y de los servicios sanitarios, las infraestructuras obsoletas en el este del país (hay una brecha de desarrollo entre el este y el oeste de Hungría), y casos de corrupción que han causado un escándalo más que justificado.  

 

Pero los verdaderos enemigos de Hungría y de su Gobierno legítimamente elegido por mayoría son esos bancos internacionales, el FMI, Monsanto, especuladores extranjeros, y empresas de suministro extranjeras que he citado, y que no solo tienen gran influencia en las políticas de la Unión Europea, sino que pagan sumas millonarias a medios informativos importantes en concepto de anuncios publicitarios: para pagar sus gastos y el sueldo de sus empleados, la mayoría de los diarios y canales de radio y televisión occidentales dependen de esos ingresos publicitarios. El banco o consorcio que paga dicta la línea editorial anti-húngara; el que cobra obedece, o se expone a perder sus ingresos, que benefician a medios más complacientes.

 

Además, el Gobierno húngaro defiende la soberanía nacional y antepone la voluntad de su ciudadanía a agendas supranacionales. Por ese motivo, consulta a la población a través de referendos nacionales, al ritmo de dos o más cada año: en cada uno, pregunta sobre cuestiones que nos interesan a todos. Ha habido consultas nacionales sobre impuestos que propone (rebajas, exenciones, grupos favorecidos, etc., con cifras, fechas y datos concretos), así como (en dos ocasiones) sobre las cuotas de migración (cuántos, cuándo, de dónde, criterios de selección, porcentajes, etc.), la política de ayuda a las familias, las medidas contra la pandemia (confinamientos, restricciones, protección, ayudas a empresas y autonómos, etc.) y para la recuperación. Sobre la base de las respuestas, el Gobierno deduce qué políticas apoya la población, hasta dónde puede “apretar” y cuándo debe ceder: si la gente rechaza una propuesta, el Gobierno la retira, pues si intenta imponerla, le pasará factura tarde o temprano. 

 

Así que, al contrario de la imagen presentada por medios occidentales de un régimen totalitario, el Gobierno consulta al pueblo varias veces al año y reacciona ante sus problemas (como el caso de los bancos extranjeros, la política pro-familia y el rechazo a la migración incontrolada). 

 

¿Saben de otro país que someta a la aprobación de la ciudadanía cuestiones importantes que le afectan directamente, como la migración, los impuestos, las ayudas a las familias, etcétera? No se me ocurre ninguno: solo los Gobiernos de Islandia y Hungría han tomado medidas reales y eficaces para defender a su ciudadanía. Con lo cual, está demostrado que no es cuestión de ser un país grande, influyente o rico (ni Hungría ni Islandia lo son), sino de que sus dirigentes tengan visión a largo plazo, voluntad para cumplirla, y la valentía de rendir cuentas. En vista de que muchos otros países han sufrido los mismos problemas, pero no intervienen para resolverlos, me pregunto: ¿son realmente soberanos, o están sometidos a intereses supranacionales o privados que no conocemos? Creo que ha llegado la hora de plantear esa pregunta legítima.

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