Reportaje
China: así es el primer Estado tecno-totalitario del mundo
![[Img #20690]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/09_2021/3376_china.png)
El 30º aniversario de la masacre cometida por el régimen chino contra los manifestantes a favor de la democracia en la plaza de Tiananmén, que tuvo lugar hace dos años, sirvió, sobre todo, para poner de manifiesto cómo funciona la censura extrema que existe en China bajo el Gobierno del Partido Comunista Chino (PCC) y el presidente Xi Jinping.
Internet está controlada en China por el Partido Comunista Chino, en especial por la rigurosa censura que ejerce el máximo órgano censor del partido, la Administración del Ciberespacio de China (ACC), creada en 2014. En mayo de 2017, según una información de la Agencia Reuters, la ACC introdujo unas estrictas directrices que exigían a todas las plataformas de Internet que produjeran o difundieran noticias "estar gestionados por un personal aprobado por el partido” que, previamente, haya sido "aprobado por las oficinas de internet e información de los gobiernos locales o nacionales, mientras que sus trabajadores deben recibir del gobierno central una formación y una acreditación”.
Freedom House, en Freedom on the Net 2018 (Libertad en la red, 2018), su análisis de la libertad en Internet en 65 países, situó a China en el último lugar de todos. Reporteros sin Fronteras, en su Índice de Libertad de Prensa 2019, situó a China en el puesto 177 de 180 países, sólo por delante de Eritrea, Corea del Norte y Turkmenistán. El Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés), en el momento de hacer su censo de reclusos en 2018, contó al menos 47 periodistas encarcelados en China, pero según el CPJ, la cifra podría ser mucho más alta: "Las autoridades están impidiendo deliberadamente que salga ninguna información".
Según explica la analista Judith Bergman, en China, la censura, ahora automatizada en su mayor parte, ha llegado a unos "niveles insólitos de precisión, con la ayuda del aprendizaje automático y el reconocimiento de voz y de imágenes", según un reciente reportaje de Reuters que cita, incluso, palabras de los censores chinos: "A veces decimos que la inteligencia artificial es un escalpelo, y que la humana es un machete [...] Cuando empecé en este tipo de trabajo hace cuatro años, podíamos eliminar las imágenes de Tiananmén, pero ahora la inteligencia artificial es muy precisa”.
La fuerte censura digital de China va en paralelo a una dura represión de la libertad religiosa. Thomas F. Farr, presidente del Religious Freedom Institute, ha explicado que la represión religiosa en China es "el intento más sistemático y brutal de controlar las comunidades religiosas chinas desde la Revolución cultural". Como en otros regímenes comunistas, como el de la antigua Unión Soviética, la ideología comunista no tolera ningún relato que le haga competencia. “La religión es una fuente de autoridad y un objeto de fidelidad mayor que el Estado", escribió Farr. "Esta característica de la religión siempre ha sido anatema para los déspotas totalitarios de la historia, como Stalin, Hitler y Mao”.
La brutal opresión religiosa y cultural de los tibetanos en China no ha cesado desde casi 70 años, pero China no sólo ha intentado destruir la religión tibetana, detalla Judith Bergman. El cristianismo, por ejemplo, fue visto desde el principio como una amenaza para la República Popular de China cuando se fundó en 1949. "Esto se vio sobre todo en el apogeo de la Revolución cultural (1966-1976), cuando se demolieron, cerraron o expropiaron lugares de culto y se prohibieron las prácticas religiosas", según el Consejo de Relaciones Exteriores. Algunos clérigos cristianos llevan en la cárcel casi treinta años. En los últimos años, la opresión de los cristianos en China ha aumentado, al parecer. Desde finales de la década de 1990, el régimen chino también ha puesto en su punto de mira a Falun Gong.
“China ha clausurado iglesias y retirado crucifijos. Han sido sustituidos por la bandera nacional, y las imágenes de Jesús se han reemplazado con fotos del presidente Xi Jinping. Los niños, los futuros portadores de la ideología comunista, tienen prohibido ir a la iglesia. En septiembre de 2018, China clausuró una de las mayores iglesias clandestinas, la Iglesia de Sion de Pekín. En diciembre de 2018, el pastor de la clandestina Iglesia de la Primera Lluvia, Wang Yi, fue detenido junto a su mujer, acusados de "incitar a la subversión", un delito castigable con hasta 15 años de cárcel. Además del pastor y su mujer se detuvo a más de cien miembros de la iglesia. En abril de 2019, las autoridades chinas se llevaron a la fuerza a un cura católico clandestino, el padre Peter Zhang Guangjun, justo después de celebrar la misa del Domingo de Ramos. Fue el tercer cura católico que se llevaron las autoridades en un mes”.
Según un documento confidencial obtenido por Bitter Winter, China también se está preparando para tomar medidas drásticas contra las iglesias cristianas que tengan lazos con las comunidades religiosas extranjeras.
El Gobierno de Pekín también ha estado mandando a los uigures, una población de unos once millones de personas, en su mayoría musulmanas, de la provincia china occidental de Xinjian, a campos de internamiento para su "reeducación política". China ha dicho que los campos son centros de formación profesional con el objetivo de cortar de raíz la amenaza del extremismo islámico. Los uigures han cometido varios atentados en China, según un informe de 2017, Uighur Foreign Fighters: An Underexamined Jihadist Challenge ("Los combatientes extranjeros uigures: un desafío yihadista poco analizado"), del Centro Internacional contra el Terrorismo de La Haya. El informe explica que “los uigures se consideran aparte y distintos, como etnia, cultura y religión, de la mayoría han que los gobierna. Estas distinciones forman la base de la identidad religiosa étnico-nacionalista de los uigures, lo que lleva a algunos a participar en actividades violentas con el objetivo de fundar su propio Estado, Turkestán Oriental. El atractivo de la ideología islámica radical fuera de China ha hecho a muchos uigures a participar en el yihadismo violento como parte de su identidad religiosa y como forma de promover su lucha contra las autoridades chinas”.
"[Los chinos] están usando las fuerzas de seguridad para encarcelar a los musulmanes chinos en masa en campos de concentración", explicó hace poco Randall Schriver, subsecretario de Defensa para los Asuntos de Seguridad de Asia y el Pacífico. "Dada la magnitud que al parecer tienen esas detenciones, al menos un millón, pero seguramente ronde los tres millones de ciudadanos, de una población de unos diez millones" podría estar presa en centros de detención.
Según The Epoch Times, los uigures han sido drogados, torturados, apaleados y ejecutados por inyección en los centros de detención. "Aún recuerdo lo que dijeron las autoridades chinas cuando les pregunté cuál había sido mi delito", dijo Mihrigul Tursun, una mujer que escapó a Estados Unidos con dos de sus hijos. "Dijeron: 'Ser uigur es tu delito'".
Tanto para la opresión de la religión como para la censura de la libertad de expresión, el Partido Comunista Chino está utilizando medios de alta tecnología para alcanzar sus objetivos que nunca pudieron ser imaginados por Orwell.
Las autoridades chinas tienen previsto que haya unos 626 millones de cámaras de vigilancia por todo el país. Esas cámaras, entre otras cosas, transmitirán información a un "sistema de crédito social” que, en Occidente, se ha podido ver funcionando solamente en algún capítulo de la distopía de Netflix Black Mirror.
Según ha explicado el analista Gordon G. Chang en las páginas del Gatestone Institute, este sistema, cuando esté implantado en quizá dos años, asignará a cada persona en China una puntuación constantemente actualizada sobre sus conductas observadas. Por ejemplo, en el caso de un peatón que cruce con el semáforo en rojo, y lo capte una de esas cámaras, la consecuencia será una reducción de la puntuación. Aunque las autoridades puedan querer reducir los cruces imprudentes, parece tener ambiciones más siniestras, como asegurar la conformidad a las exigencias del Partido Comunista. En resumen, es como si el Gobierno estuviese decidido a crear lo que The Economist llamó "el primer Estado totalitario digital del mundo”.
Ese sistema de crédito social, una vez perfeccionado, se extenderá sin duda a empresas e individuos extranjeros. Actualmente, hay más de una decena de listas negras nacionales, y unas tres docenas de municipios tienen activos sistemas de puntuación de crédito social experimentales. Algunos de esos sistemas han sido estrepitosos fracasos. Otros, como el de Rongcheng en la provincia de Sandong, ha sido considerado un éxito. En el sistema de Rongcheng, cada residente empieza con mil puntos, y, en función de cómo varíe esa puntuación, se clasifican entre A+++ a D. El sistema ha modificado la conducta de los ciudadanos: increíblemente para ser China, los conductores paran en los pasos de peatones.
Pero, ¿puede lo que funciona a nivel local extenderse por toda China? A medida que la tecnología avanza y se añaden los datos bancarios, explica Chang, los pequeños programas experimentales y las listas nacionales acabaran fusionándose en un sistema para todo el país. En este sentido, el Gobierno ya ha empezado a introducir su "Plataforma de Operaciones Conjuntas Integradas", que agrega datos de varias fuentes como cámaras, controles de identidad y rastreos de redes wifi ocultas.
Las autoridades comunistas chinas han sido muy claros sobre lo que buscan: "permitir que la confianza se extienda a lo largo y a lo ancho del país y poner más difícil a quienes carezcan de crédito dar un solo paso”.
Esta descripción no es una exageración. Las autoridades han impedido a Liu Hu, un periodista, que cogiera un vuelo porque tenía una puntuación baja. The Global Times, un tabloide que pertenece al People's Daily, propiedad del Partido Comunista, informó que, a finales de abril de 2018, las autoridades habían impedido a ciudadanos coger 11,1 millones de vuelos y 4,2 millones de trenes de alta velocidad.
Las autoridades chinas, sin embargo, están utilizando las listas para determinar algo más que quién sube a aviones y trenes. "No puedo comprar propiedades. Mi hijo no puede ir a un colegio privado", dijo Liu. "Te sientes controlado por la lista todo el tiempo”.
Una vez que el sistema de crédito social esté listo y en funcionamiento, sería un paso pequeño incluir a los no chinos en ese sistema, extendiendo el totalitarismo basado en la tecnología a todo el mundo.
En opinión de Gordon G. Chang, “el relato dominante en las democracias liberales del mundo es que la tecnología favorece el totalitarismo. Es sin duda cierto que, sin los límites que imponen las cuestiones de privacidad, los regímenes de línea dura tienen más capacidad para recoger, analizar y utilizar datos que podrían dar una ventaja decisiva al aplicar la inteligencia artificial. Un gobierno democrático puede recopilar una lista de personas que tienen prohibido volar, pero ninguna se ha acercado jamás a implantar la visión de Xi Jinping de un sistema de crédito social”.
Los líderes chinos llevan mucho tiempo obsesionados con lo que el entonces presidente Jiang Zemin llamó en 1995 "informatización, automatización e inteligentización", y sólo están empezando. Dadas las capacidades que están acumulando, podrían, según el razonamiento, hacer su incumplimiento prácticamente imposible.
La tecnología podría incluso dejar obsoletas la democracia liberal y los libres mercados, escribe Yuval Noah Harari, de la Universidad Hebrea de Jerusalén en The Atlantic. "El principal hándicap de los regímenes autoritarios del siglo XX –el deseo de concentrar toda la información y el poder en un solo lugar– se podría convertir en su ventaja decisiva en el siglo XXI", escribe el autor de 21 lecciones para el siglo XXI.
(*) Con información obtenida de los análisis realizados para el Instituto Gatestone de Nueva York por Judith Bergman y Gordon G. Chang
El 30º aniversario de la masacre cometida por el régimen chino contra los manifestantes a favor de la democracia en la plaza de Tiananmén, que tuvo lugar hace dos años, sirvió, sobre todo, para poner de manifiesto cómo funciona la censura extrema que existe en China bajo el Gobierno del Partido Comunista Chino (PCC) y el presidente Xi Jinping.
Internet está controlada en China por el Partido Comunista Chino, en especial por la rigurosa censura que ejerce el máximo órgano censor del partido, la Administración del Ciberespacio de China (ACC), creada en 2014. En mayo de 2017, según una información de la Agencia Reuters, la ACC introdujo unas estrictas directrices que exigían a todas las plataformas de Internet que produjeran o difundieran noticias "estar gestionados por un personal aprobado por el partido” que, previamente, haya sido "aprobado por las oficinas de internet e información de los gobiernos locales o nacionales, mientras que sus trabajadores deben recibir del gobierno central una formación y una acreditación”.
Freedom House, en Freedom on the Net 2018 (Libertad en la red, 2018), su análisis de la libertad en Internet en 65 países, situó a China en el último lugar de todos. Reporteros sin Fronteras, en su Índice de Libertad de Prensa 2019, situó a China en el puesto 177 de 180 países, sólo por delante de Eritrea, Corea del Norte y Turkmenistán. El Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés), en el momento de hacer su censo de reclusos en 2018, contó al menos 47 periodistas encarcelados en China, pero según el CPJ, la cifra podría ser mucho más alta: "Las autoridades están impidiendo deliberadamente que salga ninguna información".
Según explica la analista Judith Bergman, en China, la censura, ahora automatizada en su mayor parte, ha llegado a unos "niveles insólitos de precisión, con la ayuda del aprendizaje automático y el reconocimiento de voz y de imágenes", según un reciente reportaje de Reuters que cita, incluso, palabras de los censores chinos: "A veces decimos que la inteligencia artificial es un escalpelo, y que la humana es un machete [...] Cuando empecé en este tipo de trabajo hace cuatro años, podíamos eliminar las imágenes de Tiananmén, pero ahora la inteligencia artificial es muy precisa”.
La fuerte censura digital de China va en paralelo a una dura represión de la libertad religiosa. Thomas F. Farr, presidente del Religious Freedom Institute, ha explicado que la represión religiosa en China es "el intento más sistemático y brutal de controlar las comunidades religiosas chinas desde la Revolución cultural". Como en otros regímenes comunistas, como el de la antigua Unión Soviética, la ideología comunista no tolera ningún relato que le haga competencia. “La religión es una fuente de autoridad y un objeto de fidelidad mayor que el Estado", escribió Farr. "Esta característica de la religión siempre ha sido anatema para los déspotas totalitarios de la historia, como Stalin, Hitler y Mao”.
La brutal opresión religiosa y cultural de los tibetanos en China no ha cesado desde casi 70 años, pero China no sólo ha intentado destruir la religión tibetana, detalla Judith Bergman. El cristianismo, por ejemplo, fue visto desde el principio como una amenaza para la República Popular de China cuando se fundó en 1949. "Esto se vio sobre todo en el apogeo de la Revolución cultural (1966-1976), cuando se demolieron, cerraron o expropiaron lugares de culto y se prohibieron las prácticas religiosas", según el Consejo de Relaciones Exteriores. Algunos clérigos cristianos llevan en la cárcel casi treinta años. En los últimos años, la opresión de los cristianos en China ha aumentado, al parecer. Desde finales de la década de 1990, el régimen chino también ha puesto en su punto de mira a Falun Gong.
“China ha clausurado iglesias y retirado crucifijos. Han sido sustituidos por la bandera nacional, y las imágenes de Jesús se han reemplazado con fotos del presidente Xi Jinping. Los niños, los futuros portadores de la ideología comunista, tienen prohibido ir a la iglesia. En septiembre de 2018, China clausuró una de las mayores iglesias clandestinas, la Iglesia de Sion de Pekín. En diciembre de 2018, el pastor de la clandestina Iglesia de la Primera Lluvia, Wang Yi, fue detenido junto a su mujer, acusados de "incitar a la subversión", un delito castigable con hasta 15 años de cárcel. Además del pastor y su mujer se detuvo a más de cien miembros de la iglesia. En abril de 2019, las autoridades chinas se llevaron a la fuerza a un cura católico clandestino, el padre Peter Zhang Guangjun, justo después de celebrar la misa del Domingo de Ramos. Fue el tercer cura católico que se llevaron las autoridades en un mes”.
Según un documento confidencial obtenido por Bitter Winter, China también se está preparando para tomar medidas drásticas contra las iglesias cristianas que tengan lazos con las comunidades religiosas extranjeras.
El Gobierno de Pekín también ha estado mandando a los uigures, una población de unos once millones de personas, en su mayoría musulmanas, de la provincia china occidental de Xinjian, a campos de internamiento para su "reeducación política". China ha dicho que los campos son centros de formación profesional con el objetivo de cortar de raíz la amenaza del extremismo islámico. Los uigures han cometido varios atentados en China, según un informe de 2017, Uighur Foreign Fighters: An Underexamined Jihadist Challenge ("Los combatientes extranjeros uigures: un desafío yihadista poco analizado"), del Centro Internacional contra el Terrorismo de La Haya. El informe explica que “los uigures se consideran aparte y distintos, como etnia, cultura y religión, de la mayoría han que los gobierna. Estas distinciones forman la base de la identidad religiosa étnico-nacionalista de los uigures, lo que lleva a algunos a participar en actividades violentas con el objetivo de fundar su propio Estado, Turkestán Oriental. El atractivo de la ideología islámica radical fuera de China ha hecho a muchos uigures a participar en el yihadismo violento como parte de su identidad religiosa y como forma de promover su lucha contra las autoridades chinas”.
"[Los chinos] están usando las fuerzas de seguridad para encarcelar a los musulmanes chinos en masa en campos de concentración", explicó hace poco Randall Schriver, subsecretario de Defensa para los Asuntos de Seguridad de Asia y el Pacífico. "Dada la magnitud que al parecer tienen esas detenciones, al menos un millón, pero seguramente ronde los tres millones de ciudadanos, de una población de unos diez millones" podría estar presa en centros de detención.
Según The Epoch Times, los uigures han sido drogados, torturados, apaleados y ejecutados por inyección en los centros de detención. "Aún recuerdo lo que dijeron las autoridades chinas cuando les pregunté cuál había sido mi delito", dijo Mihrigul Tursun, una mujer que escapó a Estados Unidos con dos de sus hijos. "Dijeron: 'Ser uigur es tu delito'".
Tanto para la opresión de la religión como para la censura de la libertad de expresión, el Partido Comunista Chino está utilizando medios de alta tecnología para alcanzar sus objetivos que nunca pudieron ser imaginados por Orwell.
Las autoridades chinas tienen previsto que haya unos 626 millones de cámaras de vigilancia por todo el país. Esas cámaras, entre otras cosas, transmitirán información a un "sistema de crédito social” que, en Occidente, se ha podido ver funcionando solamente en algún capítulo de la distopía de Netflix Black Mirror.
Según ha explicado el analista Gordon G. Chang en las páginas del Gatestone Institute, este sistema, cuando esté implantado en quizá dos años, asignará a cada persona en China una puntuación constantemente actualizada sobre sus conductas observadas. Por ejemplo, en el caso de un peatón que cruce con el semáforo en rojo, y lo capte una de esas cámaras, la consecuencia será una reducción de la puntuación. Aunque las autoridades puedan querer reducir los cruces imprudentes, parece tener ambiciones más siniestras, como asegurar la conformidad a las exigencias del Partido Comunista. En resumen, es como si el Gobierno estuviese decidido a crear lo que The Economist llamó "el primer Estado totalitario digital del mundo”.
Ese sistema de crédito social, una vez perfeccionado, se extenderá sin duda a empresas e individuos extranjeros. Actualmente, hay más de una decena de listas negras nacionales, y unas tres docenas de municipios tienen activos sistemas de puntuación de crédito social experimentales. Algunos de esos sistemas han sido estrepitosos fracasos. Otros, como el de Rongcheng en la provincia de Sandong, ha sido considerado un éxito. En el sistema de Rongcheng, cada residente empieza con mil puntos, y, en función de cómo varíe esa puntuación, se clasifican entre A+++ a D. El sistema ha modificado la conducta de los ciudadanos: increíblemente para ser China, los conductores paran en los pasos de peatones.
Pero, ¿puede lo que funciona a nivel local extenderse por toda China? A medida que la tecnología avanza y se añaden los datos bancarios, explica Chang, los pequeños programas experimentales y las listas nacionales acabaran fusionándose en un sistema para todo el país. En este sentido, el Gobierno ya ha empezado a introducir su "Plataforma de Operaciones Conjuntas Integradas", que agrega datos de varias fuentes como cámaras, controles de identidad y rastreos de redes wifi ocultas.
Las autoridades comunistas chinas han sido muy claros sobre lo que buscan: "permitir que la confianza se extienda a lo largo y a lo ancho del país y poner más difícil a quienes carezcan de crédito dar un solo paso”.
Esta descripción no es una exageración. Las autoridades han impedido a Liu Hu, un periodista, que cogiera un vuelo porque tenía una puntuación baja. The Global Times, un tabloide que pertenece al People's Daily, propiedad del Partido Comunista, informó que, a finales de abril de 2018, las autoridades habían impedido a ciudadanos coger 11,1 millones de vuelos y 4,2 millones de trenes de alta velocidad.
Las autoridades chinas, sin embargo, están utilizando las listas para determinar algo más que quién sube a aviones y trenes. "No puedo comprar propiedades. Mi hijo no puede ir a un colegio privado", dijo Liu. "Te sientes controlado por la lista todo el tiempo”.
Una vez que el sistema de crédito social esté listo y en funcionamiento, sería un paso pequeño incluir a los no chinos en ese sistema, extendiendo el totalitarismo basado en la tecnología a todo el mundo.
En opinión de Gordon G. Chang, “el relato dominante en las democracias liberales del mundo es que la tecnología favorece el totalitarismo. Es sin duda cierto que, sin los límites que imponen las cuestiones de privacidad, los regímenes de línea dura tienen más capacidad para recoger, analizar y utilizar datos que podrían dar una ventaja decisiva al aplicar la inteligencia artificial. Un gobierno democrático puede recopilar una lista de personas que tienen prohibido volar, pero ninguna se ha acercado jamás a implantar la visión de Xi Jinping de un sistema de crédito social”.
Los líderes chinos llevan mucho tiempo obsesionados con lo que el entonces presidente Jiang Zemin llamó en 1995 "informatización, automatización e inteligentización", y sólo están empezando. Dadas las capacidades que están acumulando, podrían, según el razonamiento, hacer su incumplimiento prácticamente imposible.
La tecnología podría incluso dejar obsoletas la democracia liberal y los libres mercados, escribe Yuval Noah Harari, de la Universidad Hebrea de Jerusalén en The Atlantic. "El principal hándicap de los regímenes autoritarios del siglo XX –el deseo de concentrar toda la información y el poder en un solo lugar– se podría convertir en su ventaja decisiva en el siglo XXI", escribe el autor de 21 lecciones para el siglo XXI.
(*) Con información obtenida de los análisis realizados para el Instituto Gatestone de Nueva York por Judith Bergman y Gordon G. Chang