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Pablo Mosquera
Sábado, 02 de Octubre de 2021 Tiempo de lectura:

Maixabel: instrumento perverso

Lo siento. Voy a ser muy duro. Lo hago en nombre de todos los que tenemos acreditada la condición de "amenazados" -certificado, diploma firmado por S.M el Rey, condecoración-, es decir, víctimas del terrorismo. Esos años que vivíamos sin saber cuánto nos quedaba. Yo siempre relato dos hechos espeluznantes.

 

Mis compañeros de trabajo en el Hospital Santiago Apóstol de Vitoria, pensaban y comentaban entre ellos, que cada visita mía, a  mi querido hospital, era la última, que nunca más regresaría a mi puesto de Jefe del Servicio de Salud Laboral y Medicina Preventiva -por oposición desde 1982-. Lo habían aceptado como un sino. Al igual que mi padre. "¿Cómo es que no te han matado?". Era su pregunta en privado, evitando la presencia de mi madre. Estaban pendientes del teléfono. En cualquier momento sonaría para darles la terrible noticia del atentado contra su hijo. Tengo autoridad moral, personal, tras doce años en la diana de la banda terrorista ETA. Doce años de mi vida en libertad vigilada, por la asesinos y por mis ángeles custodios. Doce años condenado a muerte por haberme juzgado como disidente con la doctrina de la "Construcción Nacional de Euskal Herria". En algún akelarre me habían declarado enemigo del pueblo vasco. Claro que la primera duda a despejar, si se atreven los escritores o los guionistas para el séptimo arte, es qué es el pueblo vasco. De entrada, no hay análisis científico que resista las esencias del mito sobre la raza vasca. De salida, hay que ser muy bárbaro, primitivo y pelín miserable para adjudicarse el criterio de sumos sacerdotes que establecen la costumbre habitual de rendir culto al dios Aitor, mediante sacrificios humanos, siempre entre aquellos a los que el "profeta" Sabino Arana, tachó, describió y señaló como "maquetos".

 

Vanguardia y retaguardia del "Movimiento de Liberación Nacional Vasco -MLNV-" impartían criterios, dicterios, objetivos y tácticas socioculturales que condujeron a instalar dos miserables circunstancias: odio a España y violencia con fines políticos. Aun recuerdo en mi primera legislatura del Parlamento Vasco los discursos "florentinos" de Garaicoechea. El culto a los gudaris, presos, o en la clandestinidad, formando parte de aquellos comandos asesinos. El papel protector que les prestaba la Iglesia vasca, desde Loyola hasta las sedes episcopales, pasando por los púlpitos de las parroquias urbanas o rurales. Todavía recuerdo cómo un domingo, en una carrera ciclista sita en Salvatierra de Álava, fueron asesinados dos guardias civiles, con la complicidad de un cura. Hoy, cuando repaso la conducta de la Iglesia, desde las Cruzadas hasta los actos innombrables de los abusos con menores, pienso que mucha fe hay que tener para seguir manteniendo la condición de católico. Claro que soy lo suficientemente culto como para distinguir el humanismo cristiano del poder que se ejercía por la curia romana en el Vaticano. Por lo que digo, me enfrenté públicamente con el Obispo Setién, al que derrotó "un tal Blázquez" con el que tuve una importante relación que cuento en un libro de próxima publicación por La Tribuna del País Vasco Ediciones.

    

Ni lo comparto, ni logro entenderlo. Ni siquiera puedo aplicar el concepto de "síndrome de Estocolmo". Primero fue Patria. Ahora Maixabel. El objetivo: blanquear la reciente historia del "conflicto vasco" donde siempre mataban los mismos y siempre morían los mismos. La viuda de una víctima por disparo en la nuca confiesa que le da otra oportunidad al pistolero de ETA que asesinó a su marido, a sangre fría, sin saber su historial de lucha contra el franquismo. Claro que a José Luis López de la Calle lo asesinaron un domingo cuando fue a comprar los periódicos a pesar de haber sido toda su vida del Partido Comunista, y haber sufrido persecución en la oprobiosa. Además, lo digo alto y claro: no me creo nada. Me viene a la mente aquella definición que hizo Emilio Romero: "La política es mitad teatro, mitad basura". O el viejo axioma de Maquiavelo: "El fin justifica los medios", que traducido a nuestro tiempo define la política como "el arte de hacer posible, lo imposible". 

 

Me imagino la escena, que supongo recrea la película presentada en el festival de Donostia - ciudad donde mi amigo Goyo Ordoñez recibió un tiro en la nuca por la espalda, mientras esperaba la comida en el bar "La Cepa"-.  Y hay frases al servicio de la confusión. "Prefiero ser la viuda de Juan Mari, que tu madre". Al mismo tiempo que se vende la comparación se está dotando con disfraz posibilista hacia el perdón y la reconciliación el ambiente que justifique lo sucedido.  o mismo que aquellos curas justificaron la guerra santa contra los infieles de Mahoma, estos progresistas de pacotilla justifican el olvido para su beneficio, que no es otro más allá de mantener el poder con sus privilegios. Dicho en román paladino. "El muerto al hoyo y el vivo al bollo".  Se trata de borrar lo que sucedió en el Páis Vasco. Los muertos, heridos, exiliados y traumatizados. Lo mismo que durante décadas se enseñaba a la juventud -"alegre y combativa"- la lucha callejera y la subcultura de la eliminación del disidente con la doctrina nacionalista vasca, ahora se trata de borrar del conocimiento juvenil el terrorismo de ETA contra los españoles. Y digo españoles, recordando aquellas dianas con el insulto asesino de "¡español!".

 

El comando de la "ekintza" -"acción"- a Jáuregui ha recuperado su vida, son ciudadanos de derecho, con trabajos, viviendas y reconocimiento social. Puede que hasta hayan logrado dormir a pierna suelta. Nada tienen que temer de los muertos. Mientras, en los foros que manejan los políticos, hay una estrategia: tender puentes entre víctimas y verdugos. Sin prisas, sin pausa, se acercan a sus pueblos tipos como Henri Parot, para luego soltarlos, reinsertarlos, liberarlos. Mientras la propaganda borra la memoria histórica -a la postre, lo mismo que hizo el franquismo de los paseos y las cunetas- y con algún paso más, calculado como en Patria, resultará que en el País Vasco hubo otra guerra carlista, con dos bandos, tan causales uno como otro. Por eso el objetivo confeso de la película recién estrenada es tratar de entender para humanizar a un asesino. ¡Manda carallo en la Habana!

   

Me produce lástima comprobar la debilidad alojada en las conciencias. Nada tiene que ver la venganza con el culto a la verdad. Y vuelvo a insistir. ¿Cómo es posible que los mismos políticos desenterradores de la guerra civil en nombre de la denominada memoria histórica para hacer justicia con las víctimas de aquella larga noche de piedra, ahora quieran aplicar somníferos y extraños repartos de culpabilidades a una actividad terrorista que tanta sangre, miseria, dolor y vulneración de los derechos humanos supuso para los ciudadanos vascos y del resto de España? ¿Qué artes o artimañas usarán estos socialistas del rencuentro víctimas con verdugos para explicárselo a los hijos de Fernando Múgica ?.

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