Sigue la injusta asimetría nacional
Me tocó debatir muchos presupuestos. Cinco legislaturas en el Parlamento vasco. Tres legislaturas en las Juntas Generales de Álava (Parlamento foral de un territorio con Gobierno y Parlamento por la Disposición adicional de la Constitución Española garantizando los Derechos Históricos de los Territorios Forales). Siempre se producen tres hechos: saber si los ingresos serán suficientes para dotar las competencias y capacidades; distribuir con equidad y eficiencia los gastos; comprobar si al final del ejercicio anual los dineros han cambiado para mejor la vida de las gentes y las tierras, amén de si hubo ejecución real y ajustada a la norma.
Sentía una mezcla de envidia e indignación. Mi Galicia tenía unos accesos infames. Las gentes que andaban a la mar lo hacían en aquellos barcos de madera comprados de segunda mano en los puertos pesqueros vascos que disfrutaban con magníficas infraestructuras y servicios, pero es que las ayudas de las instituciones vascas pusieron en marcha planes renoves de la flota, construyendo barcos de hierro y vendiendo a sus hermanos pobres del Cantábrico los de madera. Autopistas. Puertos deportivos y comerciales. Una política forestal de protección a las especies autóctonas. Y en general búsqueda de calidad y buena distribución para todos los derivados alimentarios.
Pero lo peor fue cuando se produjo la crisis de las astilleros y los altos hornos. En muy poco tiempo consiguieron toda suerte de ayudas y alternativas. Desde la recuperación de aldeas con proyectos cooperativistas del sector primario e industria de transformación, hasta las grandes inversiones culturales que cambiaron la imagen de Euskadi, dieron un turismo muy potente, y alrededor de tales museos, auditorios y espacios multiculturales, sustituyeron las ruinas decadentes por modernas instalaciones como el Metro de Bilbao.
Puedo decir lo mismo de Cataluña donde pasé una parte de mi vida profesional entre Barcelona y Gerona. La asimetría de España ha sido una constante desde la oprobiosa. Los ahorros de los campesinos que vivían mirando las veleidades del tiempo en la pertinaz sequía, iban a las industrias del País Vasco y de Cataluña. Tras del dinero, se marcharon con maletas de madera, los paisanos para trabajar en tales regiones privilegiadas, dónde les tachaban de maquetos y charnegos.
Seguimos siendo gallegos de lluvia y calma. Resignados a nuestra suerte. Conservadores, entendiendo por tales aquellos que se adaptan a lo que hay y toleran ser mandados. Confundimos los derechos con los favores. Sólo nos unimos en forma de hermandad cuando estamos lejos de Galicia. Nos queremos muy poco a nosotros mismos y no nos valoramos. Todo lo contrario que los vascos y catalanes. Ellos, a su peculiar forma de ser, siempre ganan.
Mi padre era progresista. Conoció a Donato Fuejo en La Paz. Médico gallego que le aproximó al PSP de Tierno y otros intelectuales de izquierdas. No creo que fuera capaz de analizar dos hechos que llaman la atención. ¿Cómo la izquierda puede propiciar las desigualdades y desequilibrios en la España del siglo XXI?. ¿Cómo puede la izquierda pactar el poder con las formaciones que tratan de fulminar la nación para construir nuevas naciones sin más argumento que el egoísmo y el mito?.
España necesita, mejor pronto que tarde, gentes de Estado. Humanistas cultos y decentes. Personas que procedan como patriotas y se hagan respetar. Que aborden reformas y regeneración. Capaces de emocionar a la sociedad civil para que de ella den pasos hacia la política los mejores.
Pero vivimos tiempos de contrastes. Hay mucha juventud en las Universidades. Casi todas las provincias tienen un enclave universitario. De ahí que se haya puesto de moda afirmar que tenemos la generación joven mejor preparada. Otra cuestión es si el sistema formativo es acorde con la demanda de las empresas. Y desde luego algo muy caótico. Se ha fomentado el funcionariado. Todo el mundo quiere ser trabajador del sector público. Con las últimas experiencias, las vividas con la pandemia, nadie querrá correr los riesgos propios del emprendedor que comienza con una idea, la pone en marcha, como autónoma y va creciendo desde una empresa casi familiar a una gran marca. En Galicia, el caso de Amancio Ortega.
Temo que una vez pasada la pandemia las gentes regresen a las colmenas de cemento y cristal. Tenía la esperanza de cómo la necesidad había creado virtud. Redescubrir las aldeas, parroquias, pedanías, lugares en los que se puede teletrabajar. Era la mejor fórmula para recuperar la denominada España vaciada. Pero ni hay propósito de enmienda, ni las instituciones públicas han hecho lo necesario para cambiar los hábitos de vida en los urbanitas. Parece como si el CO2 de las contaminación urbana estimulara la sociabilidad y consumo de nuestros conciudadanos. Otra vez la España rural quedará para fines de semana de turismo rural o para vacaciones tranquilas. No me extraña que las buenas intenciones para reunir ocho comunidades el próximo 2 de noviembre, y lanzar un proyecto común, se quedará, como tantas otras promesas pandémicas, en pensar que pensar debíamos...
Tras la convención conservadora, viene a nuestro conocimiento el 40º Congreso Federal socialista que, ¡oh casualidad! se celebra en Valencia y que nos anuncian será un paseo triunfal a la búlgara para Sánchez. Ha logrado laminar la crítica. Puede que nos expliquen en qué consiste el proyecto de la España federal. Es la rampa de lanzamiento para las elecciones que se avecinen. Supongo al CIS de Tezanos muy atento a la jugada, para en la próxima oleada de encuestas poner sobre la voluntad ciudadana la recuperación de una PSOE unido, sin fisuras y dispuesto a dar la batalla por el poder, tanto por la derecha como por esa izquierda que cada día nos indica trata de recuperar las formas de Anguita- Yolanda Díaz- y arrinconar la ignorancia de las feministas Podemitas -Belarra y Montero-.
Mientras, la España real se conmueve con ese volcán canario. Para algunos un espectáculo, para otros la miseria y la desesperación. Puede que hayamos aprendido que somos un gigante con los pies de barro ante las veleidades de la naturaleza.
Me tocó debatir muchos presupuestos. Cinco legislaturas en el Parlamento vasco. Tres legislaturas en las Juntas Generales de Álava (Parlamento foral de un territorio con Gobierno y Parlamento por la Disposición adicional de la Constitución Española garantizando los Derechos Históricos de los Territorios Forales). Siempre se producen tres hechos: saber si los ingresos serán suficientes para dotar las competencias y capacidades; distribuir con equidad y eficiencia los gastos; comprobar si al final del ejercicio anual los dineros han cambiado para mejor la vida de las gentes y las tierras, amén de si hubo ejecución real y ajustada a la norma.
Sentía una mezcla de envidia e indignación. Mi Galicia tenía unos accesos infames. Las gentes que andaban a la mar lo hacían en aquellos barcos de madera comprados de segunda mano en los puertos pesqueros vascos que disfrutaban con magníficas infraestructuras y servicios, pero es que las ayudas de las instituciones vascas pusieron en marcha planes renoves de la flota, construyendo barcos de hierro y vendiendo a sus hermanos pobres del Cantábrico los de madera. Autopistas. Puertos deportivos y comerciales. Una política forestal de protección a las especies autóctonas. Y en general búsqueda de calidad y buena distribución para todos los derivados alimentarios.
Pero lo peor fue cuando se produjo la crisis de las astilleros y los altos hornos. En muy poco tiempo consiguieron toda suerte de ayudas y alternativas. Desde la recuperación de aldeas con proyectos cooperativistas del sector primario e industria de transformación, hasta las grandes inversiones culturales que cambiaron la imagen de Euskadi, dieron un turismo muy potente, y alrededor de tales museos, auditorios y espacios multiculturales, sustituyeron las ruinas decadentes por modernas instalaciones como el Metro de Bilbao.
Puedo decir lo mismo de Cataluña donde pasé una parte de mi vida profesional entre Barcelona y Gerona. La asimetría de España ha sido una constante desde la oprobiosa. Los ahorros de los campesinos que vivían mirando las veleidades del tiempo en la pertinaz sequía, iban a las industrias del País Vasco y de Cataluña. Tras del dinero, se marcharon con maletas de madera, los paisanos para trabajar en tales regiones privilegiadas, dónde les tachaban de maquetos y charnegos.
Seguimos siendo gallegos de lluvia y calma. Resignados a nuestra suerte. Conservadores, entendiendo por tales aquellos que se adaptan a lo que hay y toleran ser mandados. Confundimos los derechos con los favores. Sólo nos unimos en forma de hermandad cuando estamos lejos de Galicia. Nos queremos muy poco a nosotros mismos y no nos valoramos. Todo lo contrario que los vascos y catalanes. Ellos, a su peculiar forma de ser, siempre ganan.
Mi padre era progresista. Conoció a Donato Fuejo en La Paz. Médico gallego que le aproximó al PSP de Tierno y otros intelectuales de izquierdas. No creo que fuera capaz de analizar dos hechos que llaman la atención. ¿Cómo la izquierda puede propiciar las desigualdades y desequilibrios en la España del siglo XXI?. ¿Cómo puede la izquierda pactar el poder con las formaciones que tratan de fulminar la nación para construir nuevas naciones sin más argumento que el egoísmo y el mito?.
España necesita, mejor pronto que tarde, gentes de Estado. Humanistas cultos y decentes. Personas que procedan como patriotas y se hagan respetar. Que aborden reformas y regeneración. Capaces de emocionar a la sociedad civil para que de ella den pasos hacia la política los mejores.
Pero vivimos tiempos de contrastes. Hay mucha juventud en las Universidades. Casi todas las provincias tienen un enclave universitario. De ahí que se haya puesto de moda afirmar que tenemos la generación joven mejor preparada. Otra cuestión es si el sistema formativo es acorde con la demanda de las empresas. Y desde luego algo muy caótico. Se ha fomentado el funcionariado. Todo el mundo quiere ser trabajador del sector público. Con las últimas experiencias, las vividas con la pandemia, nadie querrá correr los riesgos propios del emprendedor que comienza con una idea, la pone en marcha, como autónoma y va creciendo desde una empresa casi familiar a una gran marca. En Galicia, el caso de Amancio Ortega.
Temo que una vez pasada la pandemia las gentes regresen a las colmenas de cemento y cristal. Tenía la esperanza de cómo la necesidad había creado virtud. Redescubrir las aldeas, parroquias, pedanías, lugares en los que se puede teletrabajar. Era la mejor fórmula para recuperar la denominada España vaciada. Pero ni hay propósito de enmienda, ni las instituciones públicas han hecho lo necesario para cambiar los hábitos de vida en los urbanitas. Parece como si el CO2 de las contaminación urbana estimulara la sociabilidad y consumo de nuestros conciudadanos. Otra vez la España rural quedará para fines de semana de turismo rural o para vacaciones tranquilas. No me extraña que las buenas intenciones para reunir ocho comunidades el próximo 2 de noviembre, y lanzar un proyecto común, se quedará, como tantas otras promesas pandémicas, en pensar que pensar debíamos...
Tras la convención conservadora, viene a nuestro conocimiento el 40º Congreso Federal socialista que, ¡oh casualidad! se celebra en Valencia y que nos anuncian será un paseo triunfal a la búlgara para Sánchez. Ha logrado laminar la crítica. Puede que nos expliquen en qué consiste el proyecto de la España federal. Es la rampa de lanzamiento para las elecciones que se avecinen. Supongo al CIS de Tezanos muy atento a la jugada, para en la próxima oleada de encuestas poner sobre la voluntad ciudadana la recuperación de una PSOE unido, sin fisuras y dispuesto a dar la batalla por el poder, tanto por la derecha como por esa izquierda que cada día nos indica trata de recuperar las formas de Anguita- Yolanda Díaz- y arrinconar la ignorancia de las feministas Podemitas -Belarra y Montero-.
Mientras, la España real se conmueve con ese volcán canario. Para algunos un espectáculo, para otros la miseria y la desesperación. Puede que hayamos aprendido que somos un gigante con los pies de barro ante las veleidades de la naturaleza.