Francia, atacada en su corazón
Hace un año, Brahim Aouissaoui, un clandestino tunecino, masacró con un cuchillo a tres franceses en el corazón de la basílica de Notre-Dame en Niza: Nadine Devillers, Simone Barreto-Silva y Vincent Loques. Nada ha cambiado desde entonces: los cristianos todavía están en la primera línea frente a la amenaza yihadista.
Brahim Aouissaoui no actuó solo. Tenía por cómplices a una Europa desarmada e impotente ante la invasión migratoria y oenegés socias de las mafias de contrabandistas. El yihadista tomó el camino clásico de un inmigrante ilegal. Depositado en la costa italiana, en Lampedusa, por un barco perteneciente a una ONG pro-migrante, fue luego transportado al centro de Bari, antes de quedar en total libertad por falta de espacio en el centro de detención y a pesar de tener una orden para abandonar el territorio italiano.
Sin seguimiento ni control, tomó el tren y cruzó la frontera franco-italiana hasta Niza, su destino final. Con Irak en el horizonte, los ataques y la violencia contra los cristianos y sus lugares de culto se han incrementado en los últimos años. Esto no es en modo alguno fruto del azar: a pesar de la secularización de la sociedad francesa, nuestros enemigos saben que el cristianismo y la Iglesia han sido un pilar fundamental de nuestro país desde el bautismo de Clovis. Atacar a los cristianos es atacar a Francia en su corazón. Los soldados apostados frente a las iglesias nos parecieron una especificidad egipcia, siria o iraquí. El complicado Oriente era un Oriente lejano. Pero esta realidad ahora es nuestra realidad.
La firmeza, la única solución
Nuestros enemigos se aprovechan de nuestras debilidades. Ha llegado el momento de la firmeza:
• Detener el flujo de la inmigración ilegal: debemos luchar sin tregua contra los canales de la inmigración ilegal y las ONG que colaboran con ellos. Además, debemos suspender los acuerdos de Schengen y aumentar a seis meses la posible duración de la detención administrativa de los inmigrantes ilegales.
• Debemos reinstaurar el delito de residencia ilegal en suelo francés, prohibir la regularización de cualquier extranjero que haya entrado ilegalmente en nuestro territorio y expulsar sistemáticamente a los ilegales.
Hace un año, Brahim Aouissaoui, un clandestino tunecino, masacró con un cuchillo a tres franceses en el corazón de la basílica de Notre-Dame en Niza: Nadine Devillers, Simone Barreto-Silva y Vincent Loques. Nada ha cambiado desde entonces: los cristianos todavía están en la primera línea frente a la amenaza yihadista.
Brahim Aouissaoui no actuó solo. Tenía por cómplices a una Europa desarmada e impotente ante la invasión migratoria y oenegés socias de las mafias de contrabandistas. El yihadista tomó el camino clásico de un inmigrante ilegal. Depositado en la costa italiana, en Lampedusa, por un barco perteneciente a una ONG pro-migrante, fue luego transportado al centro de Bari, antes de quedar en total libertad por falta de espacio en el centro de detención y a pesar de tener una orden para abandonar el territorio italiano.
Sin seguimiento ni control, tomó el tren y cruzó la frontera franco-italiana hasta Niza, su destino final. Con Irak en el horizonte, los ataques y la violencia contra los cristianos y sus lugares de culto se han incrementado en los últimos años. Esto no es en modo alguno fruto del azar: a pesar de la secularización de la sociedad francesa, nuestros enemigos saben que el cristianismo y la Iglesia han sido un pilar fundamental de nuestro país desde el bautismo de Clovis. Atacar a los cristianos es atacar a Francia en su corazón. Los soldados apostados frente a las iglesias nos parecieron una especificidad egipcia, siria o iraquí. El complicado Oriente era un Oriente lejano. Pero esta realidad ahora es nuestra realidad.
La firmeza, la única solución
Nuestros enemigos se aprovechan de nuestras debilidades. Ha llegado el momento de la firmeza:
• Detener el flujo de la inmigración ilegal: debemos luchar sin tregua contra los canales de la inmigración ilegal y las ONG que colaboran con ellos. Además, debemos suspender los acuerdos de Schengen y aumentar a seis meses la posible duración de la detención administrativa de los inmigrantes ilegales.
• Debemos reinstaurar el delito de residencia ilegal en suelo francés, prohibir la regularización de cualquier extranjero que haya entrado ilegalmente en nuestro territorio y expulsar sistemáticamente a los ilegales.