No es Mahoma todo lo que reluce
¿Sabía usted, amable lector, que tras la muerte de Mahoma, su lugar de enterramiento permaneció olvidado durante muchos años? De hecho, si bien murió, supuestamente, en el año 632, no fue hasta el 707 en que el sexto califa omeya ordenó la construcción de la tumba del profeta. Una circunstancia sorprendente, más cuando, conforme el decir de los propios musulmanes, la discusión acerca de la longitud, disposición y color de cualesquiera de sus cabellos generó -y siguen haciéndolo- disputas de lo más encendido, hasta el derramamiento de sangre.
En realidad, de la vida y persona de Mahoma se desconocen muchísimos detalles, más cuando su figura fue idealizada, mitificada y exagerada hasta el paroxismo por los califas que le sucedieron; seguramente con pretensiones de mero control. De hecho, se ignora, entre otros asuntos, cuándo nació exactamente, así como el número de sus hijos. Pero también si algunos de los hombres que le habrían influido en vida –determinados ermitaños cristianos, por ejemplo- fueron reales.
Constatemos un hecho incuestionable: mientras que las raíces del cristianismo, y la misma figura de Jesús, han sido estudiadas en todas direcciones –del derecho, del revés, exotérica y esotéricamente, por estratos lingüísticos, deconstructivamente…-, hasta las caricaturas y las más groseras de las invenciones, el Islam y la figura de Mahoma, una ver perfilados años después de su muerte, permanecen intocables e inabordables...; también en sus abundantes y desconcertantes contradicciones. No en vano, cualquiera de las aproximaciones a que se ha sometido al cristianismo, de hacerse con el Islam, el Corán y el propio Mahoma, constituirían… ¡impías herejías merecedoras de la muerte! Incluso en la descreída Europa.
En esa línea, se ha afirmado, en muchos contextos y por autores de todo tipo, que el Islam no habría experimentado el necesario tamiz de una Reforma como la que habría “modernizado” al cristianismo… No obstante, sí existen algún análisis que, fiel al Corán y a las tradiciones islámicas, tanto suníes como chiíes, ha intentado bucear desde la razón en esos orígenes tan oscuros.
Es el caso de Hela Ouardi, quien, en su excepcional libro Los últimos días de Mahoma (Obscura editorial, Barcelona, 2020) desentraña las claves y algunas de las contradicciones del generalmente aceptado relato mahometano, desde una perspectiva que bien pudiera definirse como deconstructiva. De tal modo, una de las conclusiones a las que seguramente llegará el lector occidental, al término del volumen, es que el Islam es una religión construida como coartada religiosa de un poder político expansivo de base tribal; no en vano, Mahoma no instituyó el califato. Una conclusión que permite, muy bien, comprender por extensión y prolongación hasta nuestros días, las razones del fracaso europeo en la integración real de las potentes minorías recientemente asentadas en su viejo solar y que mantienen, frente a la laicidad proclamada como valor común, su base tribal, nacional, étnica y ferozmente religiosa.
El libro se centra en los últimos días del Profeta, que no fueron, precisamente, apacibles: ni para él, ni para sus seguidores; embarcados en una indisimulada lucha por el poder y el control de su legado y memoria. De hecho, también se desconoce la causa real de su muerte. Es más, en contra de lo prescripto por él mismo, su cadáver permaneció insepulto casi tres días; mientras las indecisiones, las dudas, las peleas entre sus seguidores, particularmente entre los familiares y alguna de sus esposas, se sucedían, en una verdadera ceremonia de la confusión magníficamente descrita por Hela Ourdi como si se tratara de una apasionante trama novelesca. Y siempre avalada por unas fuentes islámicas que cita reiteradamente.
Pero las penumbras que rodean la persona real de Mahoma son más oscuras, incluso, que las ya mencionadas. Dice Hela Ourdi: «Cada acontecimiento de la vida de Mahoma, cada rasgo de su carácter se disuelven en una sorprendente abundancia de versiones divergentes, casi antagónicas, una auténtica nebulosa cuya valoración caleidoscópica de narraciones marea con frecuencia a quien la contempla». Así, debe recordarse que no existe ningún documento contemporáneo del propio Mahoma. Y, por lo que a su personalidad se refiere, en ocasiones se le presenta –en tan numerosas como antagónicas fuentes- sencillo y de manso carácter; pero, en otras, como hombre cruel que ordena masacres y actos de bandolerismo. Igualmente, es mostrado «nadando en la abundancia»; pero también se habla de su «pobreza voluntaria». Despiadado con sus detractores, indulgente con otros enemigos… Entonces, ¿con qué Mahoma debe quedarse el devoto? Seguramente, tal disparidad sea la clave que explique que en el Islam, hoy, cualquier actitud y comportamiento individual y colectivo pueda encontrar “justificación”: la guerra contra el infiel y la paz como bien supremo; la tolerancia religiosa, pero también la condena a muerte de apóstatas, herejes y ateos; la aparente sumisión y el terrorismo más brutal; la intransigente exigencia de derechos en Europa y el rechazo a su integración y asunción de sus valores laicos… Paradójico Islam. Desconcertante Islam. Islam que significa, literalmente, “sumisión”; y no religión de la paz, tal y como nos bombardean sus apologetas, pero también muchos acomplejados y compañeros “progresistas” de viaje.
Una religión que, a decir de la historiadora del Islam Jacqueline Chabbi, en cita recogida en la página 18 del libro, «se niega a armonizar su razonamiento con el tiempo de los demás».
Hela Ourdi es tunecina, feminista, formada en La Sorbona e investigadora en el CNRS en su Laboratorio sobre los Monoteísmos. Una docente universitaria valiente, mucho… a la que deberemos tener muy presente en cualquier aproximación desprejuiciada sobre el Islam. Tan valiente, pues, que se atreve a afirmar que los dos califas sucesores inmediatos del Profeta, Abu Bakr y Omar, tuvieron que improvisar una institución política inédita cuyo objetivo era sustituirle: el califato. Llegando, nuestra autora, a preguntarse si, realmente, ambos fueron los fundadores del Islam sobre las ruinas de las creencias que impulsó Mahoma años antes. Un Mahoma del que, realmente, se desconoce –para escándalo de la modernidad y, no digamos ya de la posmodernidad- casi todo.
¿Sabía usted, amable lector, que tras la muerte de Mahoma, su lugar de enterramiento permaneció olvidado durante muchos años? De hecho, si bien murió, supuestamente, en el año 632, no fue hasta el 707 en que el sexto califa omeya ordenó la construcción de la tumba del profeta. Una circunstancia sorprendente, más cuando, conforme el decir de los propios musulmanes, la discusión acerca de la longitud, disposición y color de cualesquiera de sus cabellos generó -y siguen haciéndolo- disputas de lo más encendido, hasta el derramamiento de sangre.
En realidad, de la vida y persona de Mahoma se desconocen muchísimos detalles, más cuando su figura fue idealizada, mitificada y exagerada hasta el paroxismo por los califas que le sucedieron; seguramente con pretensiones de mero control. De hecho, se ignora, entre otros asuntos, cuándo nació exactamente, así como el número de sus hijos. Pero también si algunos de los hombres que le habrían influido en vida –determinados ermitaños cristianos, por ejemplo- fueron reales.
Constatemos un hecho incuestionable: mientras que las raíces del cristianismo, y la misma figura de Jesús, han sido estudiadas en todas direcciones –del derecho, del revés, exotérica y esotéricamente, por estratos lingüísticos, deconstructivamente…-, hasta las caricaturas y las más groseras de las invenciones, el Islam y la figura de Mahoma, una ver perfilados años después de su muerte, permanecen intocables e inabordables...; también en sus abundantes y desconcertantes contradicciones. No en vano, cualquiera de las aproximaciones a que se ha sometido al cristianismo, de hacerse con el Islam, el Corán y el propio Mahoma, constituirían… ¡impías herejías merecedoras de la muerte! Incluso en la descreída Europa.
En esa línea, se ha afirmado, en muchos contextos y por autores de todo tipo, que el Islam no habría experimentado el necesario tamiz de una Reforma como la que habría “modernizado” al cristianismo… No obstante, sí existen algún análisis que, fiel al Corán y a las tradiciones islámicas, tanto suníes como chiíes, ha intentado bucear desde la razón en esos orígenes tan oscuros.
Es el caso de Hela Ouardi, quien, en su excepcional libro Los últimos días de Mahoma (Obscura editorial, Barcelona, 2020) desentraña las claves y algunas de las contradicciones del generalmente aceptado relato mahometano, desde una perspectiva que bien pudiera definirse como deconstructiva. De tal modo, una de las conclusiones a las que seguramente llegará el lector occidental, al término del volumen, es que el Islam es una religión construida como coartada religiosa de un poder político expansivo de base tribal; no en vano, Mahoma no instituyó el califato. Una conclusión que permite, muy bien, comprender por extensión y prolongación hasta nuestros días, las razones del fracaso europeo en la integración real de las potentes minorías recientemente asentadas en su viejo solar y que mantienen, frente a la laicidad proclamada como valor común, su base tribal, nacional, étnica y ferozmente religiosa.
El libro se centra en los últimos días del Profeta, que no fueron, precisamente, apacibles: ni para él, ni para sus seguidores; embarcados en una indisimulada lucha por el poder y el control de su legado y memoria. De hecho, también se desconoce la causa real de su muerte. Es más, en contra de lo prescripto por él mismo, su cadáver permaneció insepulto casi tres días; mientras las indecisiones, las dudas, las peleas entre sus seguidores, particularmente entre los familiares y alguna de sus esposas, se sucedían, en una verdadera ceremonia de la confusión magníficamente descrita por Hela Ourdi como si se tratara de una apasionante trama novelesca. Y siempre avalada por unas fuentes islámicas que cita reiteradamente.
Pero las penumbras que rodean la persona real de Mahoma son más oscuras, incluso, que las ya mencionadas. Dice Hela Ourdi: «Cada acontecimiento de la vida de Mahoma, cada rasgo de su carácter se disuelven en una sorprendente abundancia de versiones divergentes, casi antagónicas, una auténtica nebulosa cuya valoración caleidoscópica de narraciones marea con frecuencia a quien la contempla». Así, debe recordarse que no existe ningún documento contemporáneo del propio Mahoma. Y, por lo que a su personalidad se refiere, en ocasiones se le presenta –en tan numerosas como antagónicas fuentes- sencillo y de manso carácter; pero, en otras, como hombre cruel que ordena masacres y actos de bandolerismo. Igualmente, es mostrado «nadando en la abundancia»; pero también se habla de su «pobreza voluntaria». Despiadado con sus detractores, indulgente con otros enemigos… Entonces, ¿con qué Mahoma debe quedarse el devoto? Seguramente, tal disparidad sea la clave que explique que en el Islam, hoy, cualquier actitud y comportamiento individual y colectivo pueda encontrar “justificación”: la guerra contra el infiel y la paz como bien supremo; la tolerancia religiosa, pero también la condena a muerte de apóstatas, herejes y ateos; la aparente sumisión y el terrorismo más brutal; la intransigente exigencia de derechos en Europa y el rechazo a su integración y asunción de sus valores laicos… Paradójico Islam. Desconcertante Islam. Islam que significa, literalmente, “sumisión”; y no religión de la paz, tal y como nos bombardean sus apologetas, pero también muchos acomplejados y compañeros “progresistas” de viaje.
Una religión que, a decir de la historiadora del Islam Jacqueline Chabbi, en cita recogida en la página 18 del libro, «se niega a armonizar su razonamiento con el tiempo de los demás».
Hela Ourdi es tunecina, feminista, formada en La Sorbona e investigadora en el CNRS en su Laboratorio sobre los Monoteísmos. Una docente universitaria valiente, mucho… a la que deberemos tener muy presente en cualquier aproximación desprejuiciada sobre el Islam. Tan valiente, pues, que se atreve a afirmar que los dos califas sucesores inmediatos del Profeta, Abu Bakr y Omar, tuvieron que improvisar una institución política inédita cuyo objetivo era sustituirle: el califato. Llegando, nuestra autora, a preguntarse si, realmente, ambos fueron los fundadores del Islam sobre las ruinas de las creencias que impulsó Mahoma años antes. Un Mahoma del que, realmente, se desconoce –para escándalo de la modernidad y, no digamos ya de la posmodernidad- casi todo.