El fanatismo económico frente a la idea de ciudadanía nacional
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El orden del discurso actual demoniza cualquier argumento que aún se refiera a la ciudadanía nacional y, con ella, a los derechos del ciudadano arraigado en la comunidad territorial del Estado. Según el nuevo orden mundial, los que reclaman derechos que les corresponden por su ciudadanía nacional, es decir, independientemente de la mediación reificada del consumo de mercancías, son eo ipso condenados al ostracismo por ser "xenófobos" e "intolerantes" con los que no son ciudadanos de ese Estado.
El objetivo del capital, como siempre, no es generalizar el principio de ciudadanía, sino aniquilarlo, sustituyéndolo por el del consumidor cosmopolita, que tiene tantos derechos como pueda adquirir.
Con la sintaxis hegeliana, el régimen globocrático pretende promover la igualdad de derechos: en realidad, impone, la "igualdad de la irrelevancia". Los sujetos son iguales, porque todos son igualmente irrelevantes para el poder social alienado que se ha automatizado como nuevo "señor del mundo".
La comunidad de seres humanos es sustituida casualmente por la comunidad no comunitaria, porque insufriblemente sociable, de consumidores aislados y en permanente competencia, de la que los centros comerciales son la imagen más emblemática. En lugar de la communitas, existe, de hecho, el sistema atomístico de los átomos competitivos y consumistas.
Este es el paisaje socioeconómico creado a su imagen y semejanza por el capital de la dictadura global del sistema financiero y bancario, el mercado planetario y el régimen oligárquico de las multinacionales y las empresas offshore, el internacionalismo alienado de la globalización desenfrenada y su nuevo lenguaje imperial, el inglés de la difusión y la desregulación, la revisión del gasto y la gobernanza.
En este sentido, la sociedad competitiva puede definirse, más que como una "sociedad abierta", como una sociedad de apertura ilimitada, funcional a la invasión y al crecimiento sin fronteras y sin límites. Si, pues, según la definición canónica de Popper, por "sociedad abierta" debemos entender aquella "sociedad en la que los individuos están llamados a tomar decisiones personales", entonces se disipa toda duda residual: el espacio ilimitado actual de decisión soberana de los mercados y las bolsas, que degrada al individuo -cuanto más lo celebra- a un mero engranaje sistémico heterodirigido, corresponde a una realidad social a la que se pueden atribuir varios nombres, pero difícilmente el de "sociedad abierta".
https://avig.mantepsei.it/single/il-fanatismo-economico-contro-l-idea-di-cittadinanza-nazionale
El orden del discurso actual demoniza cualquier argumento que aún se refiera a la ciudadanía nacional y, con ella, a los derechos del ciudadano arraigado en la comunidad territorial del Estado. Según el nuevo orden mundial, los que reclaman derechos que les corresponden por su ciudadanía nacional, es decir, independientemente de la mediación reificada del consumo de mercancías, son eo ipso condenados al ostracismo por ser "xenófobos" e "intolerantes" con los que no son ciudadanos de ese Estado.
El objetivo del capital, como siempre, no es generalizar el principio de ciudadanía, sino aniquilarlo, sustituyéndolo por el del consumidor cosmopolita, que tiene tantos derechos como pueda adquirir.
Con la sintaxis hegeliana, el régimen globocrático pretende promover la igualdad de derechos: en realidad, impone, la "igualdad de la irrelevancia". Los sujetos son iguales, porque todos son igualmente irrelevantes para el poder social alienado que se ha automatizado como nuevo "señor del mundo".
La comunidad de seres humanos es sustituida casualmente por la comunidad no comunitaria, porque insufriblemente sociable, de consumidores aislados y en permanente competencia, de la que los centros comerciales son la imagen más emblemática. En lugar de la communitas, existe, de hecho, el sistema atomístico de los átomos competitivos y consumistas.
Este es el paisaje socioeconómico creado a su imagen y semejanza por el capital de la dictadura global del sistema financiero y bancario, el mercado planetario y el régimen oligárquico de las multinacionales y las empresas offshore, el internacionalismo alienado de la globalización desenfrenada y su nuevo lenguaje imperial, el inglés de la difusión y la desregulación, la revisión del gasto y la gobernanza.
En este sentido, la sociedad competitiva puede definirse, más que como una "sociedad abierta", como una sociedad de apertura ilimitada, funcional a la invasión y al crecimiento sin fronteras y sin límites. Si, pues, según la definición canónica de Popper, por "sociedad abierta" debemos entender aquella "sociedad en la que los individuos están llamados a tomar decisiones personales", entonces se disipa toda duda residual: el espacio ilimitado actual de decisión soberana de los mercados y las bolsas, que degrada al individuo -cuanto más lo celebra- a un mero engranaje sistémico heterodirigido, corresponde a una realidad social a la que se pueden atribuir varios nombres, pero difícilmente el de "sociedad abierta".
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