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Pedro Chacón
Sábado, 13 de Noviembre de 2021 Tiempo de lectura:

Mendoza (I)

Mendoza es hoy un pueblecito de algo más de cien habitantes, que se integra en el término municipal de Vitoria-Gasteiz, la capital de Álava, formado por sesenta y cinco núcleos de población. El área metropolitana de Vitoria-Gasteiz coincide con la cuadrilla de Vitoria, rodeada a su vez por otras seis cuadrillas –que es como se llaman históricamente las circunscripciones territoriales alavesas– y formando todas ellas, de este modo, la provincia de Álava. Mendoza cuenta, como monumento destacado, con la Torre del mismo nombre, del siglo XIII, que da fiel testimonio histórico de lo que significó el solar originario de uno de los linajes más importantes, sin lugar a dudas, de la historia de España y con ramificaciones relevantes en Iberoamérica, donde la importante ciudad de Mendoza, en Argentina, prueba lo que decimos.

 

Que todavía haya gente que diga que Mendoza no es un apellido vasco forma parte de esa obsesión que nos asola por desvincular lo vasco de lo español. El apellido Mendoza lo portan en España 40.546 personas de primer apellido y 40.516 de segundo. Está presente en todas las provincias españolas, islas incluidas, así como en Ceuta y Melilla. En País Vasco y Navarra lo portan 2.126 personas como primer apellido y 2.225 como segundo, esto es, algo más del 5% del total.

 

Esto es lo que explica que, desde que empezaron a utilizarse los apellidos y gracias a la intensa imbricación de lo vasco con lo español, de la que el apellido Mendoza es testigo principal –junto con otros eusquéricos que llegan a los 10.000 portadores, como los Velasco, Heredia, Ayala, Ochoa, Montoya, Salazar, Vergara, Ariza o Aguirre–, nos encontráramos, al cabo de los siglos, con que muchas personas apellidadas así, que en un principio se fueron hacia el sur con motivo de la Reconquista, volvieran luego al norte, con motivo de la revolución industrial, hablando castellano en todas sus variantes, tanto el pulcro y ortodoxo de Valladolid, Burgos o Palencia, como el de los variados acentos andaluces o extremeños. Descendientes de vascos de origen que se habían ido hacía mucho tiempo a otros territorios españoles, volvían entonces, como inmigrantes españoles, así considerados por los nacionalistas vascos entonces emergentes, sin reparar estos en que los que llegaban eran de su mismo origen y que todos, nativos y sobrevenidos, formaban parte desde tiempos inmemoriales de una misma cultura española.

 

Lo vasco no existiría sin lo español. Los vascos no han hecho nada en toda su historia, ni meramente reseñable, sin su vinculación a España. Y con los vascos de allende el Pirineo pasa tres cuartos de lo mismo respecto de Francia. Por eso es por lo que podemos decir que hoy estamos gobernados en el País Vasco por una élite nacionalista fantasma, en dos de las acepciones principales del término fantasma: porque ejercen su poder sobre una sociedad anestesiada y víctima de un espejismo en el que han hecho creer a la mayoría de la sociedad que hay una minoría de origen exógeno gobernada por una mayoría autóctona; y porque se arrogan ser lo que nunca han sido ni serán: una nación como cualquier otra.

 

El tema del espejismo subyace permanentemente en todos los artículos de esta serie, consistente, como digo, en que elemento autóctono vasco, desde al menos la mitad del siglo XX para acá, dejó de ser mayoritario en el País Vasco, al producirse un aluvión demográfico, continuación del iniciado a finales del siglo XIX, acompañado por una emigración del propio elemento autóctono, incrementada durante los siglos XIX y XX, por motivos tanto económicos como políticos, dirigida al resto de España y a la América española, mayoritariamente.

 

Ambos fenómenos simultáneos dieron como resultado una sociedad en la que, como decimos, el elemento vasco autóctono es minoritario. Y sin embargo su reivindicación por una reducida élite autóctona ha sido asumida por una mayoría de población no autóctona que vive alienada por eso que aquí llamamos espejismo identitario. Repárese, para demostrar esto que decimos, en los resultados del trabajo de José Aranda Aznar, consultable en la red, titulado “La mezcla del pueblo vasco”, donde claramente las proporciones de apellidos vascos –y el trabajo es de 1998- eran de 50% de personas con los dos primeros apellidos castellanos, 30% con uno castellano y otro vasco y solo 20% con los dos vascos.

 

Reivindicar una fantasmagórica nación vasca es no saber, u olvidar, o no querer saber o no sé cómo llamarlo, que muchos, muchísimos vascos autóctonos hicieron su vida, durante toda la historia, vinculados al destino del resto de España, cruzando el Ebro hacia el sur e instalándose en Castilla mayoritariamente, reino al que pertenecía el territorio vasco desde que Castilla existe poco más o menos, y formando parte constitutiva de ella desde el principio. Y esta serie también quiere ser fiel testigo de ello.

 

La llamada Casa Mendoza es un ejemplo clarividente de esto que venimos diciendo. Originaria del hoy humilde pueblecito de Mendoza, extendió su influencia por toda España desde el centro mismo de su poder político y económico –por su vinculación a la monarquía–, y saltó a América, constituyendo parte central del despliegue imperial español. Contar los avatares de las distintas generaciones que conforman la Casa Mendoza es contar la historia de España e incluso la historia de América. ¿Cómo se puede decir que lo vasco es una nación si la nación española está hecha en gran parte por vascos y no existe historia vasca que no tenga que ver con la historia española? Los vascos que dicen que forman una nación son la cosa más ridícula del mundo, por ignorante y por engreída (que son dos características que suelen ir unidas por demás). Resultaría que forman una nación sin historia, cosa curiosa. O nos darían la explicación que daba el fundador del nacionalismo vasco, Sabino Arana, que decía que se habían equivocado todos, hasta que llegó él. Una nación equivocada hasta que uno de sus miembros, al cabo de los siglos, se da cuenta de la equivocación. Qué cosa más maravillosa. Lo nunca visto. O sea que la historia de la familia Mendoza sería la historia de una familia equivocada durante ¿cuántas generaciones? Uno de sus títulos nobiliarios más gloriosos, el Ducado del Infantado, es hoy regentado por la conocida escritora Almudena Arteaga, desde 2018, y es la que hace el número veinte del título. Su hija, Almudena Arteaga Anchústegui, hace el número XXI como marquesa de Santillana, otro título asociado a la casa Mendoza. O sea que, a juicio de Sabino Arana, estos vascos vinculados desde hace siglos a la corona de Castilla –y por tanto a España–, como tantos otros, serían todos unos vascos equivocados, traidores a su verdadera patria.

 

Pero ¿y cómo es que esos vascos equivocados no se han dado cuenta todavía de su error? ¿Qué clase de nación es esa que está conformada por un grupo de personas, tampoco muy extenso y sobre un solar también muy pequeño, que se da cuenta de que la patria a la que pertenecen ellos y sus ancestros durante toda la historia conocida, y a la que han servido en todos los órdenes, económico, político y militar, resulta que no es su verdadera patria y que estuvieron todos equivocados obrando así? Y ahora van y rechazan esa patria y reivindican una nueva para la que no tienen historia, ni legado, ni nada de lo que enorgullecerse que no esté vinculado a la otra, a la que defendieron como los que más durante toda la historia.

 

Los Mendoza representarían entonces esa equivocación a juicio de los nacionalistas. ¿Hubiera sido mejor si solo hubieran defendido una hipotética nación vasca que nunca existió? ¿No será más bien que estos vascos que dicen ahora que todos sus ancestros estaban todos equivocados son ellos mismos unos renegados, que cuando empezaron a ver a España en dificultades, a partir de la crisis del 98, y la derrota frente a Estados Unidos, empezaron a construir un discurso para quitarse de en medio y renunciar a todo por lo que lucharon sus antepasados y a avergonzarse de ello?

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