Un artículo de Diego Fusaro
¿Terminará alguna vez la emergencia?
La pregunta que hay que hacerse no es de poca importancia: ¿se acabará la emergencia o la nueva normalidad no será en sí misma una condición de emergencia perpetua? Y, si es así, ¿qué pasará cuando la emergencia haya terminado? ¿Surgirá de inmediato una nueva y más mortífera emergencia que haga necesario mantener la nueva normalidad? ¿O se restablecerán en bloque todas las libertades, hábitos y prácticas suspendidas con la emergencia? ¿O el recuerdo de las libertades perdidas seguirá siendo tan vívido como para despertar una fuerte respuesta en el pueblo? ¿O simplemente la gente se ha acostumbrado tanto a la "nueva normalidad" que ya no siente la necesidad de cuestionarla?
Esta última posibilidad parece estar respaldada no sólo por la nueva frase - "nueva normalidad"- con la que los monopolistas de la palabra ya en la primavera de 2020 trabajaron celosamente para que la emergencia fuera aceptada como una nueva condición de vida, de la que no había vuelta atrás. Junto a esto, también está la tendencia del orden discursivo a presentar la pandemia como algo interminable: véase, a modo de ejemplo, el muy citado estudio que apareció en "Science" en mayo de 2020 bajo el título Projecting the transmission dynamics of SARS-CoV-2 through the postpandemic period ("Science", Vol. 368, Issue 6493, pp. 860-868). Afirma que uno de los escenarios es que un resurgimiento del SARS-CoV-2 podría ocurrir en un futuro tan lejano como 2025 (p. 860).
Por otra parte, el logotipo terapéuticamente correcto tiende a profetizar el advenimiento -sobre bases chamánicas más que médicas, por cierto- de nuevas y no menos graves pandemias en el futuro (ONU: "Pandemics set to multiply and become more deadly": "Tgcom24", 29.10.2020). La tesis dominante se apoya en el peor de los escenarios y, por tanto, en la idea de la pandemia infinita (o, en su defecto, de nuevas pandemias en el horizonte): evoca casualmente la "nueva normalidad" y el "cambio de hábitos", insistiendo en la necesidad de "aprender a vivir con el Coronavirus". Esta última fórmula, considerada en sí misma, cristaliza performativamente el paradigma de la seguridad: vivir con el virus significa, de hecho, a) ser consciente de que va a durar mucho tiempo, b) reajustar el propio orden existencial en función del "enemigo invisible", c) ser consciente de que no puede ser derrotado fácilmente, sino que requiere una lucha dura y tenaz, que podría durar incluso años. Significa, en definitiva, tomar conciencia de que el estado de emergencia sanitaria es la nueva normalidad "viral".
Una vez más, la emergencia tiene su propia función gubernamental específica. Por ejemplo, el Dr. Walter Ricciardi predijo que debido a la pandemia estamos experimentando "un cambio de época que la mente humana encuentra difícil de entender, por lo que todo el mundo quiere volver a la normalidad y sabemos que esto no será posible durante muchos meses y probablemente durante muchos años". ('Huffington Post', 30.11.2020). En efecto, es difícil trazar una línea divisoria difusa entre la medicina y la política, entre la asistencia sanitaria preventiva y la ingeniería social, en palabras de Ricciardi. Las palabras de Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, también parecen ser de un tenor similar: "Europa debe prepararse para la era de las pandemias" ("Ansa.it", 28.2.2021).
Podemos estar seguros de una cosa sin lugar a dudas: algunos de los dispositivos activados por la emergencia epidemiológica persistirán de forma permanente en la forma de la nueva normalidad. Entre ellos, será sobre todo el principio de "distanciamiento social" el que pase a primer plano y, de paso, junto con los del teletrabajo y la digitalización global de la sociedad.
La pregunta que hay que hacerse no es de poca importancia: ¿se acabará la emergencia o la nueva normalidad no será en sí misma una condición de emergencia perpetua? Y, si es así, ¿qué pasará cuando la emergencia haya terminado? ¿Surgirá de inmediato una nueva y más mortífera emergencia que haga necesario mantener la nueva normalidad? ¿O se restablecerán en bloque todas las libertades, hábitos y prácticas suspendidas con la emergencia? ¿O el recuerdo de las libertades perdidas seguirá siendo tan vívido como para despertar una fuerte respuesta en el pueblo? ¿O simplemente la gente se ha acostumbrado tanto a la "nueva normalidad" que ya no siente la necesidad de cuestionarla?
Esta última posibilidad parece estar respaldada no sólo por la nueva frase - "nueva normalidad"- con la que los monopolistas de la palabra ya en la primavera de 2020 trabajaron celosamente para que la emergencia fuera aceptada como una nueva condición de vida, de la que no había vuelta atrás. Junto a esto, también está la tendencia del orden discursivo a presentar la pandemia como algo interminable: véase, a modo de ejemplo, el muy citado estudio que apareció en "Science" en mayo de 2020 bajo el título Projecting the transmission dynamics of SARS-CoV-2 through the postpandemic period ("Science", Vol. 368, Issue 6493, pp. 860-868). Afirma que uno de los escenarios es que un resurgimiento del SARS-CoV-2 podría ocurrir en un futuro tan lejano como 2025 (p. 860).
Por otra parte, el logotipo terapéuticamente correcto tiende a profetizar el advenimiento -sobre bases chamánicas más que médicas, por cierto- de nuevas y no menos graves pandemias en el futuro (ONU: "Pandemics set to multiply and become more deadly": "Tgcom24", 29.10.2020). La tesis dominante se apoya en el peor de los escenarios y, por tanto, en la idea de la pandemia infinita (o, en su defecto, de nuevas pandemias en el horizonte): evoca casualmente la "nueva normalidad" y el "cambio de hábitos", insistiendo en la necesidad de "aprender a vivir con el Coronavirus". Esta última fórmula, considerada en sí misma, cristaliza performativamente el paradigma de la seguridad: vivir con el virus significa, de hecho, a) ser consciente de que va a durar mucho tiempo, b) reajustar el propio orden existencial en función del "enemigo invisible", c) ser consciente de que no puede ser derrotado fácilmente, sino que requiere una lucha dura y tenaz, que podría durar incluso años. Significa, en definitiva, tomar conciencia de que el estado de emergencia sanitaria es la nueva normalidad "viral".
Una vez más, la emergencia tiene su propia función gubernamental específica. Por ejemplo, el Dr. Walter Ricciardi predijo que debido a la pandemia estamos experimentando "un cambio de época que la mente humana encuentra difícil de entender, por lo que todo el mundo quiere volver a la normalidad y sabemos que esto no será posible durante muchos meses y probablemente durante muchos años". ('Huffington Post', 30.11.2020). En efecto, es difícil trazar una línea divisoria difusa entre la medicina y la política, entre la asistencia sanitaria preventiva y la ingeniería social, en palabras de Ricciardi. Las palabras de Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, también parecen ser de un tenor similar: "Europa debe prepararse para la era de las pandemias" ("Ansa.it", 28.2.2021).
Podemos estar seguros de una cosa sin lugar a dudas: algunos de los dispositivos activados por la emergencia epidemiológica persistirán de forma permanente en la forma de la nueva normalidad. Entre ellos, será sobre todo el principio de "distanciamiento social" el que pase a primer plano y, de paso, junto con los del teletrabajo y la digitalización global de la sociedad.












