"Me llamo como me da la gana. Tengo el género que me da la gana, y tú a callar"
![[Img #21051]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/11_2021/1823_gender-g80ea1d52f_1920.jpg)
Tengo varias docenas de alumnos de 1º de la ESO. Salvo algún repetidor, casi todos tienen 12 años. Cuando yo iba a la EGB, y cuando empecé a enseñar esta etapa, era un periodo de juego y estudio, el alegre tramo final de la infancia. Éramos niños, en pleno proceso de avance hacia la adolescencia. Y todavía nos gustaba jugar y soñar. Ahora, como docente en un Instituto de Secundaria, compruebo con tristeza que, a esta edad, muchos ya no son niños ni adolescentes que juegan y sueñan. Algunos no son niños ni niñas, ni chicos ni chicas: dicen ser “trans” o alguna otra cosa “no dual” que no puedo comprender.
La Jefa de Estudios de mi centro me ha pedido que, en cierto número de casos concretos, yo me dirija a ellos como “niñes”, “alumnes”, “persones”, para evitar identificarlos como machos o como hembras. Yo le repliqué que esta terminación de las palabras no existe en la lengua castellana. La respuesta fue: “No te busques problemas”.
No doy crédito. Tengo casi media docena de “alumnes” que no son varones ni hembras solo porque se autodeclaran “trans”. “Algunes” tienen doce tiernos años. Por supuesto, el cambio administrativo de su nombre de pila no está formalmente hecho. En la matrícula y en las listas de clase, en la plataforma educativa digital, etc. sigue apareciendo su antiguo nombre, un nombre que le han dado sus padres y que ahora sus depositarios rechazan porque ellos, unos menores de doce tiernos años, han decidido que es inadecuado, ya que la “asignación” de su sexo cuando su madre les parió era un error. Ellos, unos “niñes” de doce tiernos años tienen toda la razón, es su cuerpo el que miente. Su biología de nacimiento es un error, pero su autodeterminación es la Verdad. Y tal Verdad se impone a los profesores de manera coactiva: “No te metas en problemas…”
Psicólogos y psiquiatras intervendrán después. Primero viene la “autodeterminación”.
Lo más gracioso es que un “niñe” a quien doy clase ya se ha modificado el nombre de pila tres veces, y aún no hemos llegado a Navidad. De aquí a junio, todavía puede autoimponerse varios nombres más, e incluso volver a su “identidad de género” inicial, o incluso adoptar alguno de los cientos de “géneros” que varias páginas destructivas de Internet puedan sugerir.
Como profesor, soy en esto un pelele, como en tantas y tantas cosas. Debo aprenderme nombres raros, habitualmente extranjeros, para “niñes” autodeterminados. El “alumne” me está diciendo (con el respaldo de sus padres): “Yo me llamo como me da la gana, y yo soy del sexo o género que me da la gana, y tú a callar”.
¿Qué está pasando? Están envenenando la infancia. Además se está obligando a los funcionarios a actuar al margen de la legalidad y fuera de la objetividad administrativa (lo que valía, hasta ahora, era lo que constaba en un documento oficial). Los centros se sacan de la manga “protocolos de actuación docente” que se ponen por encima de la Ley. También traen a las aulas a “expertos” que no han pasado el trámite de una oposición, como lo he pasado yo, para dar charlas e impartir doctrina sobre el “género” y sobre la “no dualidad” del mismo… Esto es el fin. El fin de mi civilización, el fin de mi profesión (que tanto amé en otro tiempo), el fin de la infancia. Yo me quiero ir a otro planeta, o a una isla desierta…
Post scriptum:
Un amigo me ha regalado el libro Transgénero. Un posthumanismo al alcance de todos los presupuestos [Letras Inquietas, 2021]. De un tirón me he leído este texto. El autor, francés, señala y analiza el gran negocio de la “escabechina”con los cuerpos de las personas. El negocio y solo el negocio es lo que va a arruinar al ser humano. Este es el secreto del llamado “posthumanismo”. Se lo recomiendo.
![[Img #21051]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/11_2021/1823_gender-g80ea1d52f_1920.jpg)
Tengo varias docenas de alumnos de 1º de la ESO. Salvo algún repetidor, casi todos tienen 12 años. Cuando yo iba a la EGB, y cuando empecé a enseñar esta etapa, era un periodo de juego y estudio, el alegre tramo final de la infancia. Éramos niños, en pleno proceso de avance hacia la adolescencia. Y todavía nos gustaba jugar y soñar. Ahora, como docente en un Instituto de Secundaria, compruebo con tristeza que, a esta edad, muchos ya no son niños ni adolescentes que juegan y sueñan. Algunos no son niños ni niñas, ni chicos ni chicas: dicen ser “trans” o alguna otra cosa “no dual” que no puedo comprender.
La Jefa de Estudios de mi centro me ha pedido que, en cierto número de casos concretos, yo me dirija a ellos como “niñes”, “alumnes”, “persones”, para evitar identificarlos como machos o como hembras. Yo le repliqué que esta terminación de las palabras no existe en la lengua castellana. La respuesta fue: “No te busques problemas”.
No doy crédito. Tengo casi media docena de “alumnes” que no son varones ni hembras solo porque se autodeclaran “trans”. “Algunes” tienen doce tiernos años. Por supuesto, el cambio administrativo de su nombre de pila no está formalmente hecho. En la matrícula y en las listas de clase, en la plataforma educativa digital, etc. sigue apareciendo su antiguo nombre, un nombre que le han dado sus padres y que ahora sus depositarios rechazan porque ellos, unos menores de doce tiernos años, han decidido que es inadecuado, ya que la “asignación” de su sexo cuando su madre les parió era un error. Ellos, unos “niñes” de doce tiernos años tienen toda la razón, es su cuerpo el que miente. Su biología de nacimiento es un error, pero su autodeterminación es la Verdad. Y tal Verdad se impone a los profesores de manera coactiva: “No te metas en problemas…”
Psicólogos y psiquiatras intervendrán después. Primero viene la “autodeterminación”.
Lo más gracioso es que un “niñe” a quien doy clase ya se ha modificado el nombre de pila tres veces, y aún no hemos llegado a Navidad. De aquí a junio, todavía puede autoimponerse varios nombres más, e incluso volver a su “identidad de género” inicial, o incluso adoptar alguno de los cientos de “géneros” que varias páginas destructivas de Internet puedan sugerir.
Como profesor, soy en esto un pelele, como en tantas y tantas cosas. Debo aprenderme nombres raros, habitualmente extranjeros, para “niñes” autodeterminados. El “alumne” me está diciendo (con el respaldo de sus padres): “Yo me llamo como me da la gana, y yo soy del sexo o género que me da la gana, y tú a callar”.
¿Qué está pasando? Están envenenando la infancia. Además se está obligando a los funcionarios a actuar al margen de la legalidad y fuera de la objetividad administrativa (lo que valía, hasta ahora, era lo que constaba en un documento oficial). Los centros se sacan de la manga “protocolos de actuación docente” que se ponen por encima de la Ley. También traen a las aulas a “expertos” que no han pasado el trámite de una oposición, como lo he pasado yo, para dar charlas e impartir doctrina sobre el “género” y sobre la “no dualidad” del mismo… Esto es el fin. El fin de mi civilización, el fin de mi profesión (que tanto amé en otro tiempo), el fin de la infancia. Yo me quiero ir a otro planeta, o a una isla desierta…
Post scriptum:
Un amigo me ha regalado el libro Transgénero. Un posthumanismo al alcance de todos los presupuestos [Letras Inquietas, 2021]. De un tirón me he leído este texto. El autor, francés, señala y analiza el gran negocio de la “escabechina”con los cuerpos de las personas. El negocio y solo el negocio es lo que va a arruinar al ser humano. Este es el secreto del llamado “posthumanismo”. Se lo recomiendo.











