Seguiré escribiendo y hablando en medios que permitan la libertad
Desde un punto de vista clásico el periodista es un profesional que logra una versión de la realidad contrastada y verificada, que se convierte en noticia. Hay una mezcla en este trabajo de investigación, reporterismo, análisis y contraste de fuentes y comprobación de la veracidad.
Exige, por tanto, para ser este trabajo deontológico, de un compromiso con la verdad, o, por lo menos determinada por una versión de la misma desde un ángulo que fija la línea editorial del periódico, pero que no ahoga el albedrío del trabajador de la información.
Pero para que la prensa sea una actividad periodística, el periodista debe tener un margen de libertad en su función, de lo contrario se convierte en un mero redactor de informaciones prefabricadas, que es, ni más ni menos, lo que ocurre hoy en la mayoría de los medios de comunicación de masas.
Quien determina lo que se ha de transmitir al lector, radioyente o televidente es el propietario del medio de comunicación, a su vez convertido en un mecanismo de la ingeniería social predeterminada por poderes que compran a esos medios de comunicación o los subvencionan con cuantiosas cantidades de dinero que condicionan la independencia del medio y de sus trabajadores en el ejercicio de su trabajo. Lo cual es el principio del fin de esos medios, pues con el tiempo perderán lo que les queda de prestigio y de crédito.
Es muy parecido a lo que viene ocurriendo en todos los tramos de la enseñanza, cuyos elementos operacionales están alineados con lo políticamente correcto en el mejor de los casos o por una clase política dirigente que a su vez es una trama que forma parte de una superestructura que dirige desde la sombra nuestros destinos colectivos.
Aulas y prensa son los dos pilares fundamentales para condicionar a las masas en una orientación de control mental mediante la desinformación y el adoctrinamiento. Ni existe en la práctica la libertad de cátedra (salvo para suicidas que deciden ser versos sueltos) ni libertad de ejercicio en el trabajo periodístico, ni, por cierto, libertad de representación y conciencia de nuestros representantes elegidos en las urnas, absolutamente condicionados por un voto imperativo decidido por los machos alfas de los partidos, rompiendo la regla constitucional de la prohibición del mandato imperativo. El que vota es el que levanta la mano indicando lo que hay que votar. Lo cual implica que da lo mismo que haya trescientos parlamentarios que seis, ocho o diez, uno por cada opción electoral. Así nos ahorraríamos ingentes gastos en parlamentos partitocráticos. Por tanto, la democracia en sí es lo que está en peligro en la realidad.
Volviendo al tema del periodismo. La diferencia que hay entre unos pocos humildes medios de comunicación, como éste en el que escribo, y los grandes medios, es tan enorme en cuanto a la independencia de criterio y elaboración contrastada de las noticias que resulta insultante la diferencia.
No hay más que ver las líneas de tratamiento de la información, llena, de lagunas, contradicciones, y frases y tópicos hechos a molde, sobre el tema del coronavirus y las vacunas, por poner solamente un ejemplo, y las grandes omisiones de noticias silenciadas respecto a colectivos divergentes, o puntos de vista capciosamente eliminados, literalmente extirpados, de la información en los grandes medios controlados por los poderes tanto políticos, poderes transnacionales o grupos de poder totalitario, que compran a los informadores. Y comparar con las líneas tratamiento de los medios alternativos. En unos la ausencia de libertad real de la prensa es obvia. En otros hay una libertad de pensamiento, libertad de crítica y libertad periodística. Los unos están hiperfinanciados. Los otros malviven, pero son libres.
Comparando, ¿cuál es el periodismo auténtico? Para mi no hay duda alguna. Seguiré escribiendo y hablando en medios que permitan la libertad y la diversidad de pareceres, objetivando la noticia. Me niego a colaborar, leer, oír o ver a los medios que son esbirros de ingenierías ocultas. Es más. Pienso que es un deber moral el sabotearlos, pues son una lacra para la supervivencia de nuestras sociedades y ahogan los pocos atisbos de democracia que aún -por poco tiempo- subsisten.
Desde un punto de vista clásico el periodista es un profesional que logra una versión de la realidad contrastada y verificada, que se convierte en noticia. Hay una mezcla en este trabajo de investigación, reporterismo, análisis y contraste de fuentes y comprobación de la veracidad.
Exige, por tanto, para ser este trabajo deontológico, de un compromiso con la verdad, o, por lo menos determinada por una versión de la misma desde un ángulo que fija la línea editorial del periódico, pero que no ahoga el albedrío del trabajador de la información.
Pero para que la prensa sea una actividad periodística, el periodista debe tener un margen de libertad en su función, de lo contrario se convierte en un mero redactor de informaciones prefabricadas, que es, ni más ni menos, lo que ocurre hoy en la mayoría de los medios de comunicación de masas.
Quien determina lo que se ha de transmitir al lector, radioyente o televidente es el propietario del medio de comunicación, a su vez convertido en un mecanismo de la ingeniería social predeterminada por poderes que compran a esos medios de comunicación o los subvencionan con cuantiosas cantidades de dinero que condicionan la independencia del medio y de sus trabajadores en el ejercicio de su trabajo. Lo cual es el principio del fin de esos medios, pues con el tiempo perderán lo que les queda de prestigio y de crédito.
Es muy parecido a lo que viene ocurriendo en todos los tramos de la enseñanza, cuyos elementos operacionales están alineados con lo políticamente correcto en el mejor de los casos o por una clase política dirigente que a su vez es una trama que forma parte de una superestructura que dirige desde la sombra nuestros destinos colectivos.
Aulas y prensa son los dos pilares fundamentales para condicionar a las masas en una orientación de control mental mediante la desinformación y el adoctrinamiento. Ni existe en la práctica la libertad de cátedra (salvo para suicidas que deciden ser versos sueltos) ni libertad de ejercicio en el trabajo periodístico, ni, por cierto, libertad de representación y conciencia de nuestros representantes elegidos en las urnas, absolutamente condicionados por un voto imperativo decidido por los machos alfas de los partidos, rompiendo la regla constitucional de la prohibición del mandato imperativo. El que vota es el que levanta la mano indicando lo que hay que votar. Lo cual implica que da lo mismo que haya trescientos parlamentarios que seis, ocho o diez, uno por cada opción electoral. Así nos ahorraríamos ingentes gastos en parlamentos partitocráticos. Por tanto, la democracia en sí es lo que está en peligro en la realidad.
Volviendo al tema del periodismo. La diferencia que hay entre unos pocos humildes medios de comunicación, como éste en el que escribo, y los grandes medios, es tan enorme en cuanto a la independencia de criterio y elaboración contrastada de las noticias que resulta insultante la diferencia.
No hay más que ver las líneas de tratamiento de la información, llena, de lagunas, contradicciones, y frases y tópicos hechos a molde, sobre el tema del coronavirus y las vacunas, por poner solamente un ejemplo, y las grandes omisiones de noticias silenciadas respecto a colectivos divergentes, o puntos de vista capciosamente eliminados, literalmente extirpados, de la información en los grandes medios controlados por los poderes tanto políticos, poderes transnacionales o grupos de poder totalitario, que compran a los informadores. Y comparar con las líneas tratamiento de los medios alternativos. En unos la ausencia de libertad real de la prensa es obvia. En otros hay una libertad de pensamiento, libertad de crítica y libertad periodística. Los unos están hiperfinanciados. Los otros malviven, pero son libres.
Comparando, ¿cuál es el periodismo auténtico? Para mi no hay duda alguna. Seguiré escribiendo y hablando en medios que permitan la libertad y la diversidad de pareceres, objetivando la noticia. Me niego a colaborar, leer, oír o ver a los medios que son esbirros de ingenierías ocultas. Es más. Pienso que es un deber moral el sabotearlos, pues son una lacra para la supervivencia de nuestras sociedades y ahogan los pocos atisbos de democracia que aún -por poco tiempo- subsisten.