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Pablo Mosquera
Domingo, 05 de Diciembre de 2021 Tiempo de lectura:

¡Sálvese quien pueda!

Acabo de leer un artículo titulado "Cooperación imposible". Su autor sentencia: "Deberían avergonzarse; la Ómicron sumerge el planeta en un dilema del prisionero en bucle". A partir de esta teoría, establece dos caminos. cooperar o intentar salvarse cada uno por su cuenta".

 

La reunión urgente que a petición expresa de Sudáfrica convocó la OMS el pasado 26 de noviembre, para tratar sobre el nivel de amenaza que supone la presencia objetiva de otra variante vírica. ¿Sorpresa? Rotundamente, no.

 

Una pandemia es una enfermedad infectocontagiosa que se ha extendido por todo el orbe. No se controla actuando en una parte del mundo. Hay que hacerlo en su totalidad. De lo contrario habrá un reservorio en países alejados, en los que la carencia de información, así como de vacunas, mantiene o incrementa la carga vírica necesaria para que el agente causal sufra las mutaciones propias de los virus.

 

Era por tanto de esperar que la conducta de Occidente para con África la íbamos a pagar. Nueva oleada mutante, con dos terribles incertidumbres. ¿Serán las vacunas al uso eficaces? ¿Qué grado de morbilidad y mortalidad pondrá en marcha esta variante, no sólo en Sudáfrica, también en Europa? A todo ello, que sigue siendo de manual, los países "civilizados" han respondido tarde y mal.   

 

Nada más conocerse el poder patógeno de la nueva cepa vírica, el dinero que sigue siendo unidad muy sensible, capaz de reaccionar con miedo, ha dado muestras de horror, pues sabemos, mejor pronto que tarde, habrá que volver a intervenir los movimientos, las libertades, las costumbres en las que gravita la recuperación económica para las regiones más avanzadas del mundo. Y en el colmo de la ineptitud y la cobardía, el norte de Benedetti se ha hecho trampas en el solitario, creyéndose que cerrando las fronteras con Sudáfrica ataja el problema. No se han enterado de que hay una fase epidemiológica conocida como periodo de incubación. Por tanto, hemos llegado tarde, y los portadores del nuevo virus, pueden estar en cualquier lugar.   

 

Habrá que analizar qué clase de cultura tienen los negacionistas, los que infunden historias para no dormir contra los procesos de vacunación, los que salen a las calles y hasta con actitudes violentas se oponen a las medidas que tratan de evitar aglomeraciones lúdicas o de otra naturaleza que eran normales antes de la pandemia y ahora son la antesala para enfermar.  

 

Lamento que las primeras olas no hayan sido alerta para conductas. Los únicos que realmente están asustados son los sanitarios. Temen volver a enfrentarse con plétoras asistenciales, elección de pacientes para ocupar ese bien tecnológico escaso que son las camas hospitalarias en UCI. Y, sobre todo, el sufrimiento que se transmite de paciente a médico o enfermería al comprobar cómo se rompe la salud de gentes cada vez más jóvenes y sin antecedentes previos. Añádanse las secuelas de por vida que van a ser la contrapartida para ese cultivo del ocio en el que la carga vírica se multiplica y termina por dejar terribles consecuencias.

 

Comparto la advertencia que hace el Instituto O´Neill de la Universidad de Georgetown. "Muchos líderes de gobiernos actúan de modo que parece que están haciendo algo en lugar de adherirse a una estrategia nacional coherente que realmente proteja a la gente". Es el caso de España...

 

Hay además una ruptura entre políticos y expertos sanitarios. Es imprescindible la transformación del sistema sanitario, invirtiendo más recursos en la renovación tecnológica del sistema para garantizar la salud y enfrentar la enfermedad. Son precisos los cambios y darse cuenta de algo que a finales del pasado siglo se sabía. El envejecimiento de las poblaciones y una de sus derivadas consistente en el incremento de las enfermedades crónicas y degenerativas, necesita más inversión, más investigación, más innovación, por tanto, no cabe ahorrar recortando en sanidad para gastar en plantillas de funcionarios en las administraciones que son nichos de votos cautivos en el Estado de las Autonomías y en el espacio de la Autonomía Municipal. Me sumo: " La distancia entre industria sanitaria y paciente es la distancia al éxito".

 

Invertir en el espacio socio-sanitario no sólo es urgente por patologías nuevas y viejas; es también productiva fuente de ingresos en la medida que desarrollamos una industria de alto valor I+D+I, y se crean nichos de empleo que debe ser estable y con métodos para seleccionar a los mejores profesionales. Son la mejor respuesta a problemas como el que estamos viviendo. 

 

Al margen de los beneficios políticos que está produciendo la pandemia y que se traducen en desviar la atención de cómo y quien administra los caudales públicos, o como Europa no se fía de las cuentas que ha presentado el reino de España, algunos hemos aprendido que recuperar la España vaciada no sólo es de justicia frente a desigualdades y desequilibrios, es también la forma alternativa de vivir, con menos sobre saltos, menos aglomeraciones, en contacto con la naturaleza y buscando los espacios horizontales frente a esas colmenas verticales.  

 

Por eso hay, hubo y habrá un paulatino cambio que estamos viendo y consiste en mudarse de las grandes urbes a los pequeños núcleos poblacionales, dónde tenemos que exigir una comarcalización para servicios y equipamientos, así como una conexión que permita acceder desde una vivienda en medio rural al teletrabajo.

       

 

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