Política: mitad teatro, mitad basura
Así señalaba el ilustre abulense director de Pueblo, Emilio Romero, cómo percibía la política. Algunos pensábamos que era fruto de la oprobiosa. Sólo podían practicarla aquellos que comulgaban con el régimen. Pero, y tras el paréntesis constitucional, regresó para quedarse esa política con tres vértices del triángulo que la rodea. Baja calidad intelectual en los protagonistas para el debate. Demasiado espacio en los medios audiovisuales, con una nueva clase socio-cultural -tertulianos- a costa del espacio para la cultura. Lucha encarnizada, sucia, amoral y cada vez más alejada del comportamiento ético que se debería exigir a los padres del sistema democrático, pero que han descubierto cómo el negocio, empleo, salario y prebendas, dependen del grito mediático o de la obediencia debida al aparato partidario.
Cada vez somos más las personas que leemos, escribimos y opinamos en tertulias de cierto nivel socio-cultural que nos resulta aburrido, vergonzoso, inútil e indignante por grosero, el ambiente que genera cada sesión de control al Ejecutivo en las Cortes de España. Sus señorías, sus ilustrísimas, se esfuerzan en hacer de cada sesión un pantano en el que las alimañas que habitan en el ser humano, se imponen al raciocinio, cordura, elegancia y buena oratoria. Es mucho más fácil insultar que argumentar. Una vez más, parafraseando a don Miguel de Unamuno: "¡Venceréis, pero no convenceréis!".
Ya no se trata de representar a la circunscripción electoral. Exponer en la Cámara y ante el Ejecutivo problemas y demandas ciudadanas. Es que lo que recogen las noticias de cada sesión parlamentaria son exabruptos y comparaciones miserables, indignas del respeto al lugar. Parece que la regata entre truhanes es para alcanzar la bandera del mejor improperio. Pero supongo, por muy torpes que sean los protagonistas del sainete, que nadie estará convencido que con tales herramientas serán capaces de provocar la alternancia democrática en el poder. Digo más. El Gobierno se siente mucho más cómodo y a salvo, con esta técnica propia de patio vecinal, que con discursos cuyos fondo y forma denoten sabiduría, preparación, peso específico, para ofrecer cambios de rumbo en la toma de decisiones que afectan a la nación. Es decir, una auténtica alternativa que sea percibida con ilusión y emoción por el cuerpo electoral, más allá de esas encuestas que me recuerdan el negocio de aquellos sastres que hacían con esmero clientelar trajes a la medida.
Crisis económica. Crisis de valores. Crisis de identidad nacional. Crisis legislativo. Crisis judicial. Crisis demográfica. Crisis epidemiológica en una pandemia que sigue y evoluciona según manual. Crisis entre generaciones. Crisis de credibilidad tanto para el sistema democrático, como para el espacio común europeo. Crisis en el ejercicio e interpretación tanto de los derechos fundamentales, como sociales. Crisis de la verdad. Crisis en la convivencia. Crisis entre paz y violencia.
Y en medio de esta tormenta perfecta, la clase política se dedican a insultarse, con el viejo... "Y, tú más". Me recuerda el pasado. Cuando Leopoldo Alas "Clarín" le confía a Galdós, en el pesimista 1898, "No soy médico de España; soy enfermo".
Por cierto. Siento el orgullo de pertenecer a la misma generación, nacionalidad y espacio juvenil de enseñanza pública, que Fernando Ónega. "La muerte de la política". Y es que la que se practica en la actualidad se aleja de esa utilidad para resolver problemas de las personas y de las naciones. Claro que también ahí comparto. Es imprescindible previo al discurso o la decisión, haber conectado con las aspiraciones y necesidades de la sociedad. Y aquí el ejemplo de la semana. Bronca mediática en el seno del primer partido de la oposición por la celebración de una cena navideña en plena crecida de la sexta oleada con virus mutante y aumento en la morbilidad pandémica.
O esa información que nos duele, pero no nos sorprende. En el país de los funcionarios. En el país de los fragmentos de Estado. En el país dónde no hay mayor chollo que tener nómina asegurada por los presupuestos institucionales, hace falta contratar por 600.000 euros, a una empresa privada que realice un plan estratégico a modo de consultorio para adivinar cómo será el devenir en las fronteras europeas del sur, que dependen de nuestra España en las ciudades de Ceuta y Melilla, frente a las aspiraciones de Marruecos. De dónde se deduce que los miles de gentes que disfrutan sueldo públicos no sirven para nada. Hacen sombra con el medio día. Presumen en las fiestas. Destacan en la pancarta y dan codazos para sacar cabeza en la foto. Ninguno de ellos/as ha leído a Platón. Pero el maestro definió la política como el arte de gobernar a los hombres con su consentimiento. La finalidad de la política es la justicia.
Volvemos a entrar en el marasmo competencial para las medidas necesarias si queremos evitar de nuevo la ocupación de camas hospitalarias con enfermos de Covid. Hay que seguir con el programa de vacunas, incluyendo a los menores de quince años. Hay que revacunar pues los anticuerpos sólo duran cuatro meses. Hay que vigilar la nueva cepa mutante procedente de Sudáfrica. Y hay que vitar la suma de cargas virales que se producen en las aglomeraciones del ocio y fiestas Navideñas.
Claro que estamos ante una fragmentación de las decisiones. Y con el error de que sea la autoridad judicial quien decida si son adecuadas o no las medidas que deben tomar los expertos en salud pública. Amén de esa colisión entre enfermedad y economía, que mucho me temo será causa de aumento en la morbilidad y mortalidad tras las Navidades. En estos momentos, debería ser prioritaria la política sanitaria integral para frenar la sexta oleada de la pandemia.
Mucho más importante que seguirle la pista a las amantes del Rey Emérito, es controlar los contagios de la población y sus consecuencias socio-sanitarias. Pero como sucedía en tiempos de la oprobiosa, siempre hay métodos mediáticos para distraer al personal y entretenernos con docuseries al más puro estilo de la televisión que invento el cabalieri Berlusconi.
Así señalaba el ilustre abulense director de Pueblo, Emilio Romero, cómo percibía la política. Algunos pensábamos que era fruto de la oprobiosa. Sólo podían practicarla aquellos que comulgaban con el régimen. Pero, y tras el paréntesis constitucional, regresó para quedarse esa política con tres vértices del triángulo que la rodea. Baja calidad intelectual en los protagonistas para el debate. Demasiado espacio en los medios audiovisuales, con una nueva clase socio-cultural -tertulianos- a costa del espacio para la cultura. Lucha encarnizada, sucia, amoral y cada vez más alejada del comportamiento ético que se debería exigir a los padres del sistema democrático, pero que han descubierto cómo el negocio, empleo, salario y prebendas, dependen del grito mediático o de la obediencia debida al aparato partidario.
Cada vez somos más las personas que leemos, escribimos y opinamos en tertulias de cierto nivel socio-cultural que nos resulta aburrido, vergonzoso, inútil e indignante por grosero, el ambiente que genera cada sesión de control al Ejecutivo en las Cortes de España. Sus señorías, sus ilustrísimas, se esfuerzan en hacer de cada sesión un pantano en el que las alimañas que habitan en el ser humano, se imponen al raciocinio, cordura, elegancia y buena oratoria. Es mucho más fácil insultar que argumentar. Una vez más, parafraseando a don Miguel de Unamuno: "¡Venceréis, pero no convenceréis!".
Ya no se trata de representar a la circunscripción electoral. Exponer en la Cámara y ante el Ejecutivo problemas y demandas ciudadanas. Es que lo que recogen las noticias de cada sesión parlamentaria son exabruptos y comparaciones miserables, indignas del respeto al lugar. Parece que la regata entre truhanes es para alcanzar la bandera del mejor improperio. Pero supongo, por muy torpes que sean los protagonistas del sainete, que nadie estará convencido que con tales herramientas serán capaces de provocar la alternancia democrática en el poder. Digo más. El Gobierno se siente mucho más cómodo y a salvo, con esta técnica propia de patio vecinal, que con discursos cuyos fondo y forma denoten sabiduría, preparación, peso específico, para ofrecer cambios de rumbo en la toma de decisiones que afectan a la nación. Es decir, una auténtica alternativa que sea percibida con ilusión y emoción por el cuerpo electoral, más allá de esas encuestas que me recuerdan el negocio de aquellos sastres que hacían con esmero clientelar trajes a la medida.
Crisis económica. Crisis de valores. Crisis de identidad nacional. Crisis legislativo. Crisis judicial. Crisis demográfica. Crisis epidemiológica en una pandemia que sigue y evoluciona según manual. Crisis entre generaciones. Crisis de credibilidad tanto para el sistema democrático, como para el espacio común europeo. Crisis en el ejercicio e interpretación tanto de los derechos fundamentales, como sociales. Crisis de la verdad. Crisis en la convivencia. Crisis entre paz y violencia.
Y en medio de esta tormenta perfecta, la clase política se dedican a insultarse, con el viejo... "Y, tú más". Me recuerda el pasado. Cuando Leopoldo Alas "Clarín" le confía a Galdós, en el pesimista 1898, "No soy médico de España; soy enfermo".
Por cierto. Siento el orgullo de pertenecer a la misma generación, nacionalidad y espacio juvenil de enseñanza pública, que Fernando Ónega. "La muerte de la política". Y es que la que se practica en la actualidad se aleja de esa utilidad para resolver problemas de las personas y de las naciones. Claro que también ahí comparto. Es imprescindible previo al discurso o la decisión, haber conectado con las aspiraciones y necesidades de la sociedad. Y aquí el ejemplo de la semana. Bronca mediática en el seno del primer partido de la oposición por la celebración de una cena navideña en plena crecida de la sexta oleada con virus mutante y aumento en la morbilidad pandémica.
O esa información que nos duele, pero no nos sorprende. En el país de los funcionarios. En el país de los fragmentos de Estado. En el país dónde no hay mayor chollo que tener nómina asegurada por los presupuestos institucionales, hace falta contratar por 600.000 euros, a una empresa privada que realice un plan estratégico a modo de consultorio para adivinar cómo será el devenir en las fronteras europeas del sur, que dependen de nuestra España en las ciudades de Ceuta y Melilla, frente a las aspiraciones de Marruecos. De dónde se deduce que los miles de gentes que disfrutan sueldo públicos no sirven para nada. Hacen sombra con el medio día. Presumen en las fiestas. Destacan en la pancarta y dan codazos para sacar cabeza en la foto. Ninguno de ellos/as ha leído a Platón. Pero el maestro definió la política como el arte de gobernar a los hombres con su consentimiento. La finalidad de la política es la justicia.
Volvemos a entrar en el marasmo competencial para las medidas necesarias si queremos evitar de nuevo la ocupación de camas hospitalarias con enfermos de Covid. Hay que seguir con el programa de vacunas, incluyendo a los menores de quince años. Hay que revacunar pues los anticuerpos sólo duran cuatro meses. Hay que vigilar la nueva cepa mutante procedente de Sudáfrica. Y hay que vitar la suma de cargas virales que se producen en las aglomeraciones del ocio y fiestas Navideñas.
Claro que estamos ante una fragmentación de las decisiones. Y con el error de que sea la autoridad judicial quien decida si son adecuadas o no las medidas que deben tomar los expertos en salud pública. Amén de esa colisión entre enfermedad y economía, que mucho me temo será causa de aumento en la morbilidad y mortalidad tras las Navidades. En estos momentos, debería ser prioritaria la política sanitaria integral para frenar la sexta oleada de la pandemia.
Mucho más importante que seguirle la pista a las amantes del Rey Emérito, es controlar los contagios de la población y sus consecuencias socio-sanitarias. Pero como sucedía en tiempos de la oprobiosa, siempre hay métodos mediáticos para distraer al personal y entretenernos con docuseries al más puro estilo de la televisión que invento el cabalieri Berlusconi.











