Nuevas revelaciones sobre el asesinato de Carrero Blanco
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Hoy se cumple un nuevo aniversario del asesinato del almirante Carrero Blanco. Si hay una acción de la que los simpatizantes de la banda criminal están particularmente orgullosos y que han idealizado más, sin dudas es esta. Sin embargo, a medida que han ido pasando los años, algunos pacientemente hemos ido recopilando en entrevistas, libros de memorias, testimonios junto a distintos y distantes indicios, que ponen en duda el papel de ETA.
Tal como ha señalado María José Grech en su excelente análisis de este suceso, en el cual tuve el honor de colaborar, publicado en Libertad Digital dentro del Proyecto Inmemorian, lo más probable es que los miembros de la banda “fueron simples sicarios de alguien que los utilizó para conseguir unos fines determinados”.
Quien suscribe considera que visto como cada vez que se iba a producir la identificación o incluso detención de miembros del comando, tenía lugar una maniobra que lo frustraba, la opción más probable es la colaboración de alguna de las familias políticas del régimen franquista en el magnicidio de un personaje incómodo para muchos y que por si aún tenía pocos enemigos, se embarcó después del verano de 1973 en una campaña contra la corrupción generalizada en el ámbito de la Administración franquista.
De esta campaña ya informó en su libro Servicio Especial el organizador del SECED José Ignacio San Martín. Su existencia queda refrendada por un sorprendente artículo que el periodista Luis María Ansón publicó el 21 de noviembre de 1973 en ABC sobre este tema hasta entonces completamente prohibido y tabú, titulado “Corrupción a gran escala”, donde incluyen unas palabras proféticas: “…gran río de corrupción en el que pueden desovar no pocas desgracias futuras… una de las tareas esenciales con las que se enfrenta el nuevo Gobierno, presidido por uno hombre de integridad bien probada, es decir ¡basta! y reducir la corrupción” [1] . Al final no le dejaron decir ¡basta!, y su sucesor dejó las cosas como estaban y es que, como se dice popularmente, con las cosas de comer no se juega.
Madrid 1974. Nadie se cree que sólo sea una conspiración de ETA
Desde el primero momento en los mentideros políticos de Madrid ya se apunta a que había algo más que ETA. El periódico madrileño Nuevo Diario con motivo del tercer mes desde el asesinato de presidente Luis Carrero Blanco publicó el 20 de marzo un editorial, con el estilo tradicional de la prensa franquista de acusaciones alambicadas, tirando la piedra y escondiendo la mano junto un fingimiento de escándalo o desaprobación. Así aludía “a un rumor que se atribuía a una alta personalidad y que se unían a otros”. No eran “escasos” los que se preguntaban cómo el magnicidio había dado ocasión “para tantos y tantos cambios” en los distintos niveles de la Administración española. No era ilegítimo, pero “la apariencia de las cosas” hacía que no pocos ligaran “innecesariamente esos cambios a un hecho que de ningún modo puede ser su justificación y mucho menos su causa”. Tampoco eran “escasos” los que se preguntaban “si su esclarecimiento se iba a sumar a enigmas como los asesinatos de Prim y Kennedy”, finalizando con una solicitud de más información sobre los “hombres cuyas fotografías publicó la prensa”.
¿Quién podía estar detrás de esta denuncia? Fue señalado Laureano López Rodó, ya que era conocida la relación de él y su círculo más cercano con el medio. Es decir, se ratifica la existencia de una dura lucha de poder entre las familias franquistas con veladas acusaciones. Por supuesto que esto no demuestra nada. En un contexto de enfrentamiento podían hasta inventarse los rumores o aprovecharse de ellos, pero ello no puede hacer perder de vista que este es el enésimo indicio que apunta en la misma dirección y que hasta ahora estaba inédito pasando desapercibido.
Otro elemento es cómo coinciden los dos periodistas que publican este año libros sobre el magnicidio, entrevistando a multitud de personas en el momento ideal, cuando todo está fresco. El 6 de junio, Joaquín Bardavío, autor de la primera obra La crisis: historia de quince días, en una entrevista en La Gaceta del Norte, sin negar la intervención de elementos de ETA, afirmó que no creía que esta fuera la autora como organización. Julio Merino, durante la presentación el 10 de julio Los pecados del poder sobre los asesinatos de presidentes de Gobierno, en lo referente a Carrero afirma “perfecto, demasiado perfecto. Todavía hay gente que se pregunta cómo pudieron prepararlo tan bien”, afirmaba “no se por qué mataron al presidente Carrero… Acaso porque estorbaba a alguien”. De ETA, sólo dice que fue la mano ejecutora y pidió que por la dignidad de España el magnicidio no quedara impune.
Hay que ser realistas: nunca sabremos que ocurrió. Algo tan grave no genera esos documentos de los que dependemos los historiadores. Por nuestra formación tendemos a pensar que lo no está escrito no existe y no siempre es así: las decisiones más importantes se suelen tomar sin luz ni taquígrafos. Los testimonios que hubieran sido decisivos, las periciales fundamentales y el resto de investigaciones útiles hubo que hacerlas en las semanas siguientes al asesinato. Años después, conseguir el papelito clave ya es tarea casi imposible.
Es significativa la denuncia que en 1983 hizo el que fuera juez instructor José Luis Arredondo. Nombrado por el Tribunal Supremo el 9 de enero de 1974, es decir nada más ocurrir el crimen y en un momento procesalmente decisivo, cada vez que intentaba dar un paso para aclarar el magnicidio chocaba con un muro de silencio, cuando no de zancadillas realizadas desde la propia Administración franquista.
Otra vía serían los testigos decisivos, pero a estas alturas ya han fallecido. Testigos como el director general de Seguridad, Eduardo Blanco, señalado por Pilar Urbano como la persona que llama al teniente coronel Aguado de la Guardia Civil para ordenar que no entraran en el piso de la calle Mirlo donde se refugiaba el comando de ETA y que desmantelaran todo el dispositivo de control, porque “ya lo llevaban ellos”. Esto no es una especulación o rumores. Aguado, que era entonces el máximo jefe de la unidad en la provincia de Madrid, narró en Antena 3 Televisión con detalle cómo tenían localizado el piso y “alguien” le llamó ordenándole que se fueran. Si atendemos al funcionamiento normal de una organización jerarquizada, la orden sólo podía venir de sus superiores directos en el cuerpo, coronel y el general jefe de la Primera Zona o de la dirección general de Seguridad. Dado el profundo corporativismo que siempre ha regido en la Benemérita, y más en aquellos años, si la orden hubiera venido del alto mando del cuerpo, nunca lo hubiera citado. Por tanto, no quedan muchas más opciones que la señalada por Urbano.
Para intentar aclarar un poco lo ocurrido, hay que ir acumulando indicios, que la RAE define como “cosa material, señal o circunstancia que permite deducir la existencia de algo o la realización de una acción de la que no se tiene un conocimiento directo”.
En este artículo, además de los testimonios ya citados, aporto novedades inéditas sobre dos de los aspectos que hay en torno al caso: la visita del secretario de Estado de los EEUU, Henri Kissinger, y los explosivos utilizados.
El amigo americano: lo que no nos han contado de la visita de Kissinger a Madrid
Desde el primero momento se señaló a la CIA como responsable. El hecho de que se produjera tan cerca de la Embajada de Estados Unidos y que el día antes hubiera habido una visita oficial, llamó la atención de todos. ¿Cómo actúan tan cerca de ese centro oficial y el dispositivo de vigilancia fracasa a la hora de detectar algo tan sospechoso como los escultores de la calle Claudio Coello 104?
Anna Grau revisó los informes desclasificados de la agencia secreta americana en su obra Como la CIA eliminó a Carrero Blanco y nos metió en Irak, explicando cómo no había el menor indicio de la intervención americana en el suceso. ¿Caso cerrado? Entiendo que no. Primero, porque las operaciones más sucias son realizadas por otras unidades dentro del cuerpo o incluso otras agencias, con documentación que sigue permaneciendo secreta. En segundo lugar, la señora Grau olvida que presuntamente los etarras tendrían la protección de altos cargos del régimen, con lo que los americanos no tenían que dirigir y comandar nada, sólo dejar hacer y si acaso hubieran intervenido como apuntan algunas informaciones, sería algo muy puntual, que no necesitaría dejar ningún rastro documental. Y, finalmente, contamos el memorándum secreto, afortunadamente desclasificado, que Kissinger remite al presidente Nixon felicitándose de la muerte del presidente.
En la literatura del caso se cita la visita del secretario de Estado americano como si fuera una visita normal, con el único trasfondo del conflicto originado cuando Carrero prohíbe el uso de las bases americanas para rearmar el Ejército de Israel en la guerra del Yom Kippur. Esta prohibición fue pública y en la propia prensa de la época se recoge la complicación logística que supuso la actitud española, obligando a un desvío por Alemania. Aquello fue una humillación pública para un país, Estados Unidos, que desde 1957 estaba actuando en España con total impunidad, incumpliendo los propios pactos y con la soberbia que le ofrecía la absoluta dependencia del Ejército español del material americano.
Lo que no se ha contado y aparece perfectamente representado en los periódicos de otoño de 1973 es cómo el viaje se realiza en un contexto de alarma antiterrorista que casi podríamos calificar de histérico.
Estaba previsto que llegara el día 21 de diciembre, pero el viaje se adelantó, llegando a Barajas a las 17,15 horas del día 18 procedente de Lisboa. Era una escala más de un largo periplo por Europa, África y Oriente Medio relacionado con la crisis desatada por la guerra del Yom Kippur y el posterior embargo de petróleo de los países árabes, aunque también trató sobre asuntos bilaterales, en especial la renovación del convenio de cesión de bases militares.
Un aspecto que se destacó fueron las grandes medidas de seguridad, en especial tras la intensa irritación del mundo árabe con los Estados Unidos al que acusaban de haber salvado a Israel del desastre con su masivo envío de aviones y pertrechos militares. El día 11 de diciembre, Washington informa que los servicios secretos habían descubierto un proyecto de asesinato de Kissinger, tras lo cual se reforzó aún más la seguridad. A modo de ejemplo, se informó de que durante la escala en Londres, se movilizaron más medios de protección que en la visita del presidente Richard Nixon. La masacre del 17 de diciembre en el aeropuerto Fiumiccino, Roma, con 34 muertos a manos de terroristas palestinos, llevó a la sicosis de atentado al extremo.
En Madrid, el aeropuerto estuvo literalmente tomado y se cerraron las terrazas, alejándose al público. En todas las alturas de las calles por las que discurrió la comitiva, se desplegaron a agentes con armas largas. En el hotel Palace, donde se habían reservado dos plantas completas, la grúa retiró vehículos estacionados y se restringió la información sobre desplazamientos y visitas que iba a hacer.
Respecto a las relaciones bilaterales, al margen de las declaraciones protocolarias y los buenos deseos expuestos, el trasfondo era de fuerte tensión. La negativa de España a utilizar las bases en el gran puente aéreo para rearmar a Israel, había irritado a los norteamericanos. Desde España, el exembajador en la ONU y conocido periodista oficialista Manuel Aznar, publicó en La Vanguardia el día 16 un extenso artículo donde hace un análisis muy crítico del Convenio de Amistad y Cooperación, centrándose en los “condicionamientos precautorios” para usar la ayuda militar recibida y la práctica extraterritorialidad de las bases que oficialmente eran de utilización conjunta. El artículo fue reproducido por numerosos periódicos en los días siguientes y por la personalidad de su redactor podía considerarse que reflejaba la posición oficial, mostrando una hostilidad inédita del Gobierno español con los Estados Unidos.
La visita acaba el día 19. A las 10,30 horas Nixon se reunió en el palacio de la Presidencia del Gobierno, calle Castellana, 3 con el presidente Luis Carrero Blanco. Estuvieron además del Ministro de Asuntos Exteriores, los dos embajadores, el secretario adjunto para asuntos europeos norteamericano y el director general de América del Norte y Extremo Oriente. La reunión duró una hora. Tras ello fue al museo del Prado, donde lo visitó durante tres cuartos de hora y a mediodía, en la Embajada de los Estados Unidos mantuvo un almuerzo de trabajo con el ministro Laureano López Rodó, en el que estuvieron diversos cargos de Exteriores, así como el jefe del Alto Estado Mayor del Ejército, teniente general Manuel Díez-Alegría Gutiérrez por parte española y diversas autoridades por la norteamericana. Tras ello marchó al aeropuerto para salir hacia París. Se firmó un comunicado conjunto, en el que se hacía la promesa de que el nuevo acuerdo para renovar el convenio bilateral en 1975 tuviera unas características similares a las de otras naciones europeas.
Sí, han leído bien. Kissinger comió en la Embajada, a menos de cien metros del túnel repleto de explosivos, con Laureano López Rodo, el mismo que desde Nuevo Diario inspira oficialmente las primeras dudas sobre la autoría en exclusiva de ETA. ¡Vaya casualidad!
Es decir, en contra de cómo nos lo suelen presentar, no fue un viaje normal con el sistema de seguridad ordinario y rutinario.
Reconozco que en los periódicos que he consultado y todavía faltando varios de Madrid, no he encontrado referencias a rastreos en los portales de viviendas de las zonas por donde pasaría. Sabemos que en otros casos, tanto en viajes de mandatarios extranjeros como en actos oficiales, rutinariamente los agentes revisaban las casas de las cercanías y sobre todo preguntaban a los porteros. [2] Los jóvenes no lo entenderán, pero los que ya tenemos unos añitos sabemos perfectamente la importancia de estos empleados y su profundo conocimiento sobre los inquilinos de las viviendas. Hay un dato que suele pasar desapercibido. Según relata Juan Luis Cebrián en el libro Golpe Mortal, en Claudio Coello, 104 regentaban la portería un policía armado con su mujer, algo habitual entonces, ya que los sueldos eran bajos y no existían normas de incompatibilidades.
¿Es posible que con tal histeria antiterrorista no se hicieran rastreos a cien metros de la Embajada donde el 19 iba a comer Herri Kissinger?
¿Es posible que si se hicieron esos rastreos no hablaran con el policía armado o su mujer y estos no citaran a los jóvenes escultores que habían adquirido poco antes un sótano, haciendo un ruido enorme de golpes y ocasionando un olor nauseabundo que había causado protestas de otros vecinos?
Posible, sí es posible este descomunal fallo de seguridad. En este contexto y con un despliegue gigantesco donde a los agentes españoles se sumaron una cantidad enorme de especialistas norteamericanos que podemos estar seguros actuaron de forma conjunta, dejo a juicio del lector si se sostiene la hipótesis de un error.
Una reflexión final sobre algo que también olvidan los ETA-conspirativos. Hablamos de Henri Kissinger. Sí, Henri Kissinger. El mismo que no tuvo el menor problema ni cargo de conciencia en incitar y finalmente provocar tres meses antes un golpe de Estado en Chile, de cuya intervención, debido a lo complejo de la tarea, sí ha quedado rastro en los archivos norteamericanos consultable. ¿Podemos quitar de la ecuación a alguien con nulos escrúpulos en su gestión? Por cierto, cuando escribió sus memorias no hizo la menor alusión al asesinato de Carrero: entrevistarse con un presidente del Gobierno y que 20 horas después éste fuese asesinado no le pareció que fuera algo reseñable.
Los explosivos. El incómodo testimonio de Zumalde “El Cabra”.
En 1973, la técnica química estaba lo suficientemente avanzada para conocer qué tipo de explosivo había estallado en un lugar. Se podía distinguir si era dinamita, cloratita o explosivo militar. Una de las peculiaridades de la investigación es que en el sumario no figuran análisis químicos del cráter que se formó con la explosión. Lo que hay es una analítica realizada por la empresa ERT en Galdácano de una carga, aparecida días después en el maletero del Morris 1300 que se había aparcado en doble fila para obligar a pasar el coche de Carrero sobre el lugar preciso para ser alcanzado por la onda explosiva. En ella se dictaminó que era Goma 2 EC.
Es decir, se dedujo qué explosivo se había utilizado analizando algo que estaba fuera del lugar de la explosión. Curioso, ¿no? La cosa sorprende. Desconozco los protocolos que regían en 1973, pero es difícil pensar que ese mismo día la Policía Científica no estuviera sobre el terreno tomando muestras y luego analizándolas.
Pilar Urbano recogió un testimonio, desgraciadamente como es habitual en ella no identificado, que indica que el SECED [3] sí hizo un análisis, encontrando restos de explosivo militar C4 de origen norteamericano. ¿Es veraz? Lo ignoro, pero no deja de ser sorprendente todo lo ocurrido, porque si este dato hubiera llegado al sumario, el problema era muy gordo: ETA carecía de explosivos militares.
Hay que partir de un hecho. En 1973, esta banda terrorista era técnica y logísticamente una nulidad. En el análisis que he realizado sobre los atentados realizados por la banda este año y el anterior, de 58 acciones, 18 de ellas, un tercio del total, lo fueron mediante el “sofisticado” uso de gasolina y líquidos inflamables. Con este método se destruyeron oficinas públicas, viviendas, coches y hasta una librería en Galdácano. El resto de sus acciones fueron mediante bombas activadas con el clásico y simple método del reloj. Sólo en una ocasión intentaron algo más complejo y fue el intento de voladura del nudo de Loyola y que fue frustrado el 8 de octubre de 1973 ¡por un niño!
En resumen, con el crimen de Carrero Blanco y sus acompañantes, ETA estrena el método de la activación de explosivos a distancia contra un objetivo móvil. Para ser unos novatos, hay que reconocer que el resultado fue de una perfección impresionante.
Con esta introducción podemos comprender y valorar el testimonio de Xabier Zumalde "El Cabra" en su libro Las botas de la guerrilla. Cuando llegamos al apartado relativo al atentado de Carrero, nos explica que en aquella ETA renacida después de la “opa amistosa” que realizó EGI-Batasuna, desconocían prácticamente todo sobre el uso de los explosivos. Les instruyó personalmente, dándoles un manual que había elaborado y que él mismo reconoce era "muy primitivo y bastante artesanal". Tan primitivo y con unos objetivos de actuaciones tan simples, que no incluyó el aviso de que los detonadores que se usaban en las canteras eran de retardo, con lo que ello suponía de problema para atentar contra un objetivo en movimiento. Además, Zumalde ofrece otro dato decisivo: entonces ETA sólo disponía de material explosivo, empezando por los detonadores, producto de robos en canteras. Lo cierto es que revisadas todas las notas informativas sobre desarticulación de comandos, el material incautado coincide con esta afirmación.
De este testimonio que hasta ahora había pasado desapercibido, es inevitable la pregunta: ¿Cómo pudieron atentar contra un coche que se movía si no tenían el material adecuado?
Conclusión. La importancia del testimonio de Zumalde.
Hay que reconocer que hasta ahora casi todos los indicios sobre el papel de ETA como simple sicario que hizo el trabajo sucio de otros procedían de gentes ligadas de una manera u otra, incluyendo la de la oposición al régimen.
Ante esta evidencia cabe pensar que ante el éxito resonante de un pequeño grupo de terroristas actuando de forma audaz y valiente en plena guarida del lobo, acabara con el que supuestamente iba a ser el personaje decisivo en la continuación de la dictadura, se generara un ambiente conspiranoico para tapar semejante humillación. Como no sería admisible esto, se difunden rumores para explicar que los etistas (así se les llamaba entonces), habrían tenido unas oscuras ayudas para conseguir su objetivo. En cierto modo una forma de rebajar y diluir el éxito de ETA y salvar, siquiera parcialmente, a los servicios de seguridad de su descomunal fallo.
Además de dos referencias indirectas [4], sólo contábamos con el fallecido Iñaki Pérez Beotegui “Wilson”. Inicialmente recogido en el sumario, lo que supuso el primer indicio firme de que algo se salía de la versión oficial, fue ratificado en la entrevista que Matías Antolín grabó mediante micrófono oculto: la entrevista del Hotel Mindanao. Reconoció la existencia de la reunión, que efectivamente aquel individuo entregó el sobre con las rutinarias costumbres de la víctima, que su declaración no fue producto de torturas y que al ver sorprendido que los policías no creían, como pensaba él, que aquel individuo fuera integrante de la oposición antifranquista, siguió hablando del tema pensando que ello le beneficiaba. “Wilson” nunca destacó por su inteligencia, más bien lo contrario. La Brigada de lo Social de Madrid conocía perfectamente quiénes eran los opositores “de corbata” de la capital, con lo que algún dato les debió ofrecer que apuntaba directamente al Régimen. Cuando este dato transcendió, la lectura que se hizo en los círculos políticos de la capital fue exactamente la misma: la conspiración interna.
Ahora ya tenemos otro testimonio directo. Que además apunta a otro aspecto que en su momento quedó sin resolver, el material explosivo utilizado por la carencia o desaparición de las periciales imprescindibles. Aspecto además que apuntalaría la teoría expuesta por El Cisne, que José María de Areilza habría calificado de real.
Nunca tendremos la prueba clave, pero en este puzle tenemos las piezas suficientes para que podamos afirmar que sabemos que fue ETA, pero que su “éxito” tuvo otros padres.
[1] Está reproducido en La Gaceta del Norte, 23 de noviembre de 1973, página 9. Está accesible para todos en la Hemeroteca Digital de la Diputación de Vizcaya.
[2] En los años ochenta, el que suscribe fue cartero de Correos en el centro de Madrid y puedo dar fe, que en el contexto de la búsqueda del comando Madrid, varios porteros me comentaron que pasaban policías preguntando por los inquilinos y pidiendo ver los garajes. Es decir, en aquella época estaba protocolizada la entrevista a los empleados de fincas urbanas.
[3] El SECED fue el primer servicio secrete dependiente de Presidencia de Gobierno, luego llamado CESID y en la actualidad es el CNI.
[4] Una es del infiltrado El Lobo y la otra de un inspector de Policía en sus memorias, que están recogidas en el ya citado artículo de Libertad Digital
Hoy se cumple un nuevo aniversario del asesinato del almirante Carrero Blanco. Si hay una acción de la que los simpatizantes de la banda criminal están particularmente orgullosos y que han idealizado más, sin dudas es esta. Sin embargo, a medida que han ido pasando los años, algunos pacientemente hemos ido recopilando en entrevistas, libros de memorias, testimonios junto a distintos y distantes indicios, que ponen en duda el papel de ETA.
Tal como ha señalado María José Grech en su excelente análisis de este suceso, en el cual tuve el honor de colaborar, publicado en Libertad Digital dentro del Proyecto Inmemorian, lo más probable es que los miembros de la banda “fueron simples sicarios de alguien que los utilizó para conseguir unos fines determinados”.
Quien suscribe considera que visto como cada vez que se iba a producir la identificación o incluso detención de miembros del comando, tenía lugar una maniobra que lo frustraba, la opción más probable es la colaboración de alguna de las familias políticas del régimen franquista en el magnicidio de un personaje incómodo para muchos y que por si aún tenía pocos enemigos, se embarcó después del verano de 1973 en una campaña contra la corrupción generalizada en el ámbito de la Administración franquista.
De esta campaña ya informó en su libro Servicio Especial el organizador del SECED José Ignacio San Martín. Su existencia queda refrendada por un sorprendente artículo que el periodista Luis María Ansón publicó el 21 de noviembre de 1973 en ABC sobre este tema hasta entonces completamente prohibido y tabú, titulado “Corrupción a gran escala”, donde incluyen unas palabras proféticas: “…gran río de corrupción en el que pueden desovar no pocas desgracias futuras… una de las tareas esenciales con las que se enfrenta el nuevo Gobierno, presidido por uno hombre de integridad bien probada, es decir ¡basta! y reducir la corrupción” [1] . Al final no le dejaron decir ¡basta!, y su sucesor dejó las cosas como estaban y es que, como se dice popularmente, con las cosas de comer no se juega.
Madrid 1974. Nadie se cree que sólo sea una conspiración de ETA
Desde el primero momento en los mentideros políticos de Madrid ya se apunta a que había algo más que ETA. El periódico madrileño Nuevo Diario con motivo del tercer mes desde el asesinato de presidente Luis Carrero Blanco publicó el 20 de marzo un editorial, con el estilo tradicional de la prensa franquista de acusaciones alambicadas, tirando la piedra y escondiendo la mano junto un fingimiento de escándalo o desaprobación. Así aludía “a un rumor que se atribuía a una alta personalidad y que se unían a otros”. No eran “escasos” los que se preguntaban cómo el magnicidio había dado ocasión “para tantos y tantos cambios” en los distintos niveles de la Administración española. No era ilegítimo, pero “la apariencia de las cosas” hacía que no pocos ligaran “innecesariamente esos cambios a un hecho que de ningún modo puede ser su justificación y mucho menos su causa”. Tampoco eran “escasos” los que se preguntaban “si su esclarecimiento se iba a sumar a enigmas como los asesinatos de Prim y Kennedy”, finalizando con una solicitud de más información sobre los “hombres cuyas fotografías publicó la prensa”.
¿Quién podía estar detrás de esta denuncia? Fue señalado Laureano López Rodó, ya que era conocida la relación de él y su círculo más cercano con el medio. Es decir, se ratifica la existencia de una dura lucha de poder entre las familias franquistas con veladas acusaciones. Por supuesto que esto no demuestra nada. En un contexto de enfrentamiento podían hasta inventarse los rumores o aprovecharse de ellos, pero ello no puede hacer perder de vista que este es el enésimo indicio que apunta en la misma dirección y que hasta ahora estaba inédito pasando desapercibido.
Otro elemento es cómo coinciden los dos periodistas que publican este año libros sobre el magnicidio, entrevistando a multitud de personas en el momento ideal, cuando todo está fresco. El 6 de junio, Joaquín Bardavío, autor de la primera obra La crisis: historia de quince días, en una entrevista en La Gaceta del Norte, sin negar la intervención de elementos de ETA, afirmó que no creía que esta fuera la autora como organización. Julio Merino, durante la presentación el 10 de julio Los pecados del poder sobre los asesinatos de presidentes de Gobierno, en lo referente a Carrero afirma “perfecto, demasiado perfecto. Todavía hay gente que se pregunta cómo pudieron prepararlo tan bien”, afirmaba “no se por qué mataron al presidente Carrero… Acaso porque estorbaba a alguien”. De ETA, sólo dice que fue la mano ejecutora y pidió que por la dignidad de España el magnicidio no quedara impune.
Hay que ser realistas: nunca sabremos que ocurrió. Algo tan grave no genera esos documentos de los que dependemos los historiadores. Por nuestra formación tendemos a pensar que lo no está escrito no existe y no siempre es así: las decisiones más importantes se suelen tomar sin luz ni taquígrafos. Los testimonios que hubieran sido decisivos, las periciales fundamentales y el resto de investigaciones útiles hubo que hacerlas en las semanas siguientes al asesinato. Años después, conseguir el papelito clave ya es tarea casi imposible.
Es significativa la denuncia que en 1983 hizo el que fuera juez instructor José Luis Arredondo. Nombrado por el Tribunal Supremo el 9 de enero de 1974, es decir nada más ocurrir el crimen y en un momento procesalmente decisivo, cada vez que intentaba dar un paso para aclarar el magnicidio chocaba con un muro de silencio, cuando no de zancadillas realizadas desde la propia Administración franquista.
Otra vía serían los testigos decisivos, pero a estas alturas ya han fallecido. Testigos como el director general de Seguridad, Eduardo Blanco, señalado por Pilar Urbano como la persona que llama al teniente coronel Aguado de la Guardia Civil para ordenar que no entraran en el piso de la calle Mirlo donde se refugiaba el comando de ETA y que desmantelaran todo el dispositivo de control, porque “ya lo llevaban ellos”. Esto no es una especulación o rumores. Aguado, que era entonces el máximo jefe de la unidad en la provincia de Madrid, narró en Antena 3 Televisión con detalle cómo tenían localizado el piso y “alguien” le llamó ordenándole que se fueran. Si atendemos al funcionamiento normal de una organización jerarquizada, la orden sólo podía venir de sus superiores directos en el cuerpo, coronel y el general jefe de la Primera Zona o de la dirección general de Seguridad. Dado el profundo corporativismo que siempre ha regido en la Benemérita, y más en aquellos años, si la orden hubiera venido del alto mando del cuerpo, nunca lo hubiera citado. Por tanto, no quedan muchas más opciones que la señalada por Urbano.
Para intentar aclarar un poco lo ocurrido, hay que ir acumulando indicios, que la RAE define como “cosa material, señal o circunstancia que permite deducir la existencia de algo o la realización de una acción de la que no se tiene un conocimiento directo”.
En este artículo, además de los testimonios ya citados, aporto novedades inéditas sobre dos de los aspectos que hay en torno al caso: la visita del secretario de Estado de los EEUU, Henri Kissinger, y los explosivos utilizados.
El amigo americano: lo que no nos han contado de la visita de Kissinger a Madrid
Desde el primero momento se señaló a la CIA como responsable. El hecho de que se produjera tan cerca de la Embajada de Estados Unidos y que el día antes hubiera habido una visita oficial, llamó la atención de todos. ¿Cómo actúan tan cerca de ese centro oficial y el dispositivo de vigilancia fracasa a la hora de detectar algo tan sospechoso como los escultores de la calle Claudio Coello 104?
Anna Grau revisó los informes desclasificados de la agencia secreta americana en su obra Como la CIA eliminó a Carrero Blanco y nos metió en Irak, explicando cómo no había el menor indicio de la intervención americana en el suceso. ¿Caso cerrado? Entiendo que no. Primero, porque las operaciones más sucias son realizadas por otras unidades dentro del cuerpo o incluso otras agencias, con documentación que sigue permaneciendo secreta. En segundo lugar, la señora Grau olvida que presuntamente los etarras tendrían la protección de altos cargos del régimen, con lo que los americanos no tenían que dirigir y comandar nada, sólo dejar hacer y si acaso hubieran intervenido como apuntan algunas informaciones, sería algo muy puntual, que no necesitaría dejar ningún rastro documental. Y, finalmente, contamos el memorándum secreto, afortunadamente desclasificado, que Kissinger remite al presidente Nixon felicitándose de la muerte del presidente.
En la literatura del caso se cita la visita del secretario de Estado americano como si fuera una visita normal, con el único trasfondo del conflicto originado cuando Carrero prohíbe el uso de las bases americanas para rearmar el Ejército de Israel en la guerra del Yom Kippur. Esta prohibición fue pública y en la propia prensa de la época se recoge la complicación logística que supuso la actitud española, obligando a un desvío por Alemania. Aquello fue una humillación pública para un país, Estados Unidos, que desde 1957 estaba actuando en España con total impunidad, incumpliendo los propios pactos y con la soberbia que le ofrecía la absoluta dependencia del Ejército español del material americano.
Lo que no se ha contado y aparece perfectamente representado en los periódicos de otoño de 1973 es cómo el viaje se realiza en un contexto de alarma antiterrorista que casi podríamos calificar de histérico.
Estaba previsto que llegara el día 21 de diciembre, pero el viaje se adelantó, llegando a Barajas a las 17,15 horas del día 18 procedente de Lisboa. Era una escala más de un largo periplo por Europa, África y Oriente Medio relacionado con la crisis desatada por la guerra del Yom Kippur y el posterior embargo de petróleo de los países árabes, aunque también trató sobre asuntos bilaterales, en especial la renovación del convenio de cesión de bases militares.
Un aspecto que se destacó fueron las grandes medidas de seguridad, en especial tras la intensa irritación del mundo árabe con los Estados Unidos al que acusaban de haber salvado a Israel del desastre con su masivo envío de aviones y pertrechos militares. El día 11 de diciembre, Washington informa que los servicios secretos habían descubierto un proyecto de asesinato de Kissinger, tras lo cual se reforzó aún más la seguridad. A modo de ejemplo, se informó de que durante la escala en Londres, se movilizaron más medios de protección que en la visita del presidente Richard Nixon. La masacre del 17 de diciembre en el aeropuerto Fiumiccino, Roma, con 34 muertos a manos de terroristas palestinos, llevó a la sicosis de atentado al extremo.
En Madrid, el aeropuerto estuvo literalmente tomado y se cerraron las terrazas, alejándose al público. En todas las alturas de las calles por las que discurrió la comitiva, se desplegaron a agentes con armas largas. En el hotel Palace, donde se habían reservado dos plantas completas, la grúa retiró vehículos estacionados y se restringió la información sobre desplazamientos y visitas que iba a hacer.
Respecto a las relaciones bilaterales, al margen de las declaraciones protocolarias y los buenos deseos expuestos, el trasfondo era de fuerte tensión. La negativa de España a utilizar las bases en el gran puente aéreo para rearmar a Israel, había irritado a los norteamericanos. Desde España, el exembajador en la ONU y conocido periodista oficialista Manuel Aznar, publicó en La Vanguardia el día 16 un extenso artículo donde hace un análisis muy crítico del Convenio de Amistad y Cooperación, centrándose en los “condicionamientos precautorios” para usar la ayuda militar recibida y la práctica extraterritorialidad de las bases que oficialmente eran de utilización conjunta. El artículo fue reproducido por numerosos periódicos en los días siguientes y por la personalidad de su redactor podía considerarse que reflejaba la posición oficial, mostrando una hostilidad inédita del Gobierno español con los Estados Unidos.
La visita acaba el día 19. A las 10,30 horas Nixon se reunió en el palacio de la Presidencia del Gobierno, calle Castellana, 3 con el presidente Luis Carrero Blanco. Estuvieron además del Ministro de Asuntos Exteriores, los dos embajadores, el secretario adjunto para asuntos europeos norteamericano y el director general de América del Norte y Extremo Oriente. La reunión duró una hora. Tras ello fue al museo del Prado, donde lo visitó durante tres cuartos de hora y a mediodía, en la Embajada de los Estados Unidos mantuvo un almuerzo de trabajo con el ministro Laureano López Rodó, en el que estuvieron diversos cargos de Exteriores, así como el jefe del Alto Estado Mayor del Ejército, teniente general Manuel Díez-Alegría Gutiérrez por parte española y diversas autoridades por la norteamericana. Tras ello marchó al aeropuerto para salir hacia París. Se firmó un comunicado conjunto, en el que se hacía la promesa de que el nuevo acuerdo para renovar el convenio bilateral en 1975 tuviera unas características similares a las de otras naciones europeas.
Sí, han leído bien. Kissinger comió en la Embajada, a menos de cien metros del túnel repleto de explosivos, con Laureano López Rodo, el mismo que desde Nuevo Diario inspira oficialmente las primeras dudas sobre la autoría en exclusiva de ETA. ¡Vaya casualidad!
Es decir, en contra de cómo nos lo suelen presentar, no fue un viaje normal con el sistema de seguridad ordinario y rutinario.
Reconozco que en los periódicos que he consultado y todavía faltando varios de Madrid, no he encontrado referencias a rastreos en los portales de viviendas de las zonas por donde pasaría. Sabemos que en otros casos, tanto en viajes de mandatarios extranjeros como en actos oficiales, rutinariamente los agentes revisaban las casas de las cercanías y sobre todo preguntaban a los porteros. [2] Los jóvenes no lo entenderán, pero los que ya tenemos unos añitos sabemos perfectamente la importancia de estos empleados y su profundo conocimiento sobre los inquilinos de las viviendas. Hay un dato que suele pasar desapercibido. Según relata Juan Luis Cebrián en el libro Golpe Mortal, en Claudio Coello, 104 regentaban la portería un policía armado con su mujer, algo habitual entonces, ya que los sueldos eran bajos y no existían normas de incompatibilidades.
¿Es posible que con tal histeria antiterrorista no se hicieran rastreos a cien metros de la Embajada donde el 19 iba a comer Herri Kissinger?
¿Es posible que si se hicieron esos rastreos no hablaran con el policía armado o su mujer y estos no citaran a los jóvenes escultores que habían adquirido poco antes un sótano, haciendo un ruido enorme de golpes y ocasionando un olor nauseabundo que había causado protestas de otros vecinos?
Posible, sí es posible este descomunal fallo de seguridad. En este contexto y con un despliegue gigantesco donde a los agentes españoles se sumaron una cantidad enorme de especialistas norteamericanos que podemos estar seguros actuaron de forma conjunta, dejo a juicio del lector si se sostiene la hipótesis de un error.
Una reflexión final sobre algo que también olvidan los ETA-conspirativos. Hablamos de Henri Kissinger. Sí, Henri Kissinger. El mismo que no tuvo el menor problema ni cargo de conciencia en incitar y finalmente provocar tres meses antes un golpe de Estado en Chile, de cuya intervención, debido a lo complejo de la tarea, sí ha quedado rastro en los archivos norteamericanos consultable. ¿Podemos quitar de la ecuación a alguien con nulos escrúpulos en su gestión? Por cierto, cuando escribió sus memorias no hizo la menor alusión al asesinato de Carrero: entrevistarse con un presidente del Gobierno y que 20 horas después éste fuese asesinado no le pareció que fuera algo reseñable.
Los explosivos. El incómodo testimonio de Zumalde “El Cabra”.
En 1973, la técnica química estaba lo suficientemente avanzada para conocer qué tipo de explosivo había estallado en un lugar. Se podía distinguir si era dinamita, cloratita o explosivo militar. Una de las peculiaridades de la investigación es que en el sumario no figuran análisis químicos del cráter que se formó con la explosión. Lo que hay es una analítica realizada por la empresa ERT en Galdácano de una carga, aparecida días después en el maletero del Morris 1300 que se había aparcado en doble fila para obligar a pasar el coche de Carrero sobre el lugar preciso para ser alcanzado por la onda explosiva. En ella se dictaminó que era Goma 2 EC.
Es decir, se dedujo qué explosivo se había utilizado analizando algo que estaba fuera del lugar de la explosión. Curioso, ¿no? La cosa sorprende. Desconozco los protocolos que regían en 1973, pero es difícil pensar que ese mismo día la Policía Científica no estuviera sobre el terreno tomando muestras y luego analizándolas.
Pilar Urbano recogió un testimonio, desgraciadamente como es habitual en ella no identificado, que indica que el SECED [3] sí hizo un análisis, encontrando restos de explosivo militar C4 de origen norteamericano. ¿Es veraz? Lo ignoro, pero no deja de ser sorprendente todo lo ocurrido, porque si este dato hubiera llegado al sumario, el problema era muy gordo: ETA carecía de explosivos militares.
Hay que partir de un hecho. En 1973, esta banda terrorista era técnica y logísticamente una nulidad. En el análisis que he realizado sobre los atentados realizados por la banda este año y el anterior, de 58 acciones, 18 de ellas, un tercio del total, lo fueron mediante el “sofisticado” uso de gasolina y líquidos inflamables. Con este método se destruyeron oficinas públicas, viviendas, coches y hasta una librería en Galdácano. El resto de sus acciones fueron mediante bombas activadas con el clásico y simple método del reloj. Sólo en una ocasión intentaron algo más complejo y fue el intento de voladura del nudo de Loyola y que fue frustrado el 8 de octubre de 1973 ¡por un niño!
En resumen, con el crimen de Carrero Blanco y sus acompañantes, ETA estrena el método de la activación de explosivos a distancia contra un objetivo móvil. Para ser unos novatos, hay que reconocer que el resultado fue de una perfección impresionante.
Con esta introducción podemos comprender y valorar el testimonio de Xabier Zumalde "El Cabra" en su libro Las botas de la guerrilla. Cuando llegamos al apartado relativo al atentado de Carrero, nos explica que en aquella ETA renacida después de la “opa amistosa” que realizó EGI-Batasuna, desconocían prácticamente todo sobre el uso de los explosivos. Les instruyó personalmente, dándoles un manual que había elaborado y que él mismo reconoce era "muy primitivo y bastante artesanal". Tan primitivo y con unos objetivos de actuaciones tan simples, que no incluyó el aviso de que los detonadores que se usaban en las canteras eran de retardo, con lo que ello suponía de problema para atentar contra un objetivo en movimiento. Además, Zumalde ofrece otro dato decisivo: entonces ETA sólo disponía de material explosivo, empezando por los detonadores, producto de robos en canteras. Lo cierto es que revisadas todas las notas informativas sobre desarticulación de comandos, el material incautado coincide con esta afirmación.
De este testimonio que hasta ahora había pasado desapercibido, es inevitable la pregunta: ¿Cómo pudieron atentar contra un coche que se movía si no tenían el material adecuado?
Conclusión. La importancia del testimonio de Zumalde.
Hay que reconocer que hasta ahora casi todos los indicios sobre el papel de ETA como simple sicario que hizo el trabajo sucio de otros procedían de gentes ligadas de una manera u otra, incluyendo la de la oposición al régimen.
Ante esta evidencia cabe pensar que ante el éxito resonante de un pequeño grupo de terroristas actuando de forma audaz y valiente en plena guarida del lobo, acabara con el que supuestamente iba a ser el personaje decisivo en la continuación de la dictadura, se generara un ambiente conspiranoico para tapar semejante humillación. Como no sería admisible esto, se difunden rumores para explicar que los etistas (así se les llamaba entonces), habrían tenido unas oscuras ayudas para conseguir su objetivo. En cierto modo una forma de rebajar y diluir el éxito de ETA y salvar, siquiera parcialmente, a los servicios de seguridad de su descomunal fallo.
Además de dos referencias indirectas [4], sólo contábamos con el fallecido Iñaki Pérez Beotegui “Wilson”. Inicialmente recogido en el sumario, lo que supuso el primer indicio firme de que algo se salía de la versión oficial, fue ratificado en la entrevista que Matías Antolín grabó mediante micrófono oculto: la entrevista del Hotel Mindanao. Reconoció la existencia de la reunión, que efectivamente aquel individuo entregó el sobre con las rutinarias costumbres de la víctima, que su declaración no fue producto de torturas y que al ver sorprendido que los policías no creían, como pensaba él, que aquel individuo fuera integrante de la oposición antifranquista, siguió hablando del tema pensando que ello le beneficiaba. “Wilson” nunca destacó por su inteligencia, más bien lo contrario. La Brigada de lo Social de Madrid conocía perfectamente quiénes eran los opositores “de corbata” de la capital, con lo que algún dato les debió ofrecer que apuntaba directamente al Régimen. Cuando este dato transcendió, la lectura que se hizo en los círculos políticos de la capital fue exactamente la misma: la conspiración interna.
Ahora ya tenemos otro testimonio directo. Que además apunta a otro aspecto que en su momento quedó sin resolver, el material explosivo utilizado por la carencia o desaparición de las periciales imprescindibles. Aspecto además que apuntalaría la teoría expuesta por El Cisne, que José María de Areilza habría calificado de real.
Nunca tendremos la prueba clave, pero en este puzle tenemos las piezas suficientes para que podamos afirmar que sabemos que fue ETA, pero que su “éxito” tuvo otros padres.
[1] Está reproducido en La Gaceta del Norte, 23 de noviembre de 1973, página 9. Está accesible para todos en la Hemeroteca Digital de la Diputación de Vizcaya.
[2] En los años ochenta, el que suscribe fue cartero de Correos en el centro de Madrid y puedo dar fe, que en el contexto de la búsqueda del comando Madrid, varios porteros me comentaron que pasaban policías preguntando por los inquilinos y pidiendo ver los garajes. Es decir, en aquella época estaba protocolizada la entrevista a los empleados de fincas urbanas.
[3] El SECED fue el primer servicio secrete dependiente de Presidencia de Gobierno, luego llamado CESID y en la actualidad es el CNI.
[4] Una es del infiltrado El Lobo y la otra de un inspector de Policía en sus memorias, que están recogidas en el ya citado artículo de Libertad Digital