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Ernesto Ladrón de Guevara
Miércoles, 30 de Julio de 2014 Tiempo de lectura:

“El padrino” como paradigma de la política

La historia de Roma demuestra que los periodos republicanos se alternaban con los autoritarios. Cuando la corrupción infectaba las estructuras de poder político el propio pueblo aclamaba al César de turno para que gobernara con puño de hierro y pasara a cuchillo a las sabandijas que se enriquecían a costa del sustrato popular. La historia de la humanidad, en su conjunto muestra esos movimientos pendulares que alternaban procesos populistas con otros tiránicos.

 

Yo quisiera equivocarme en esta interpretación que no es mía sino de los contundentes hechos probados por el tiempo.

 

Durante el llamado tránsito democrático en España, dejando aparte el relativamente exitoso tiempo de la transición de la dictadura a la democracia, las realidades muestran con pertinaz empeño un hecho incontrovertible: el funcionamiento del Sistema tiene profundas grietas y la corrupción se ha intercalado en sus estructuras de funcionamiento carcomiendo todo su entramado.  No quisiera para mí que se mate al mensajero, que en este caso soy yo, sino que se aborde con la suficiente generosidad y honestidad la causa del problema.

 

¿Y cuál es la causa?

 

No hay una única causa. Hay, sobre todo una, a mi juicio: la Constitución establece como pilar del funcionamiento democrático a los partidos políticos, que, a su vez, determina que son instrumentos democráticos de participación política mediante un funcionamiento interno que lo permita. Todos los que hemos pasado por la experiencia de militancia en algún partido político sabemos que eso no es así, que los partidos políticos ni son participativos ni democráticos en su funcionamiento interno, y que lo que se presenta como presunta participación es un simple simulacro de ello.

 

La corrupción es un simple resultado de ello. Quien no tenga una actitud genuflexa con los jefes simplemente queda laminado y sin posibilidades de hacer una crítica constructiva. Quienes se atrevan a denunciar perversiones políticas quedan relegados a algún rincón oscuro y finalmente expulsado de la estructura partidaria. Quienes, lealmente, pongan en solfa el funcionamiento interno o externo de ese partido pasan al ostracismo permanente. Y no hablemos del mandato imperativo, expresamente prohibido por la Constitución Española en las cámaras parlamentarias. Por mucho que la Constitución reniegue de dicha posibilidad, quien se salga del redil de lo que establezca el Partido, haciendo coherencia entre lo que se cree, se piensa, y se hace, queda simplemente expulsado del sistema. Se puede decir que para ello tiene la posibilidad de irse al Grupo Mixto, pero eso no es lo que establece nuestra Carta Magna que obliga a un funcionamiento democrático, con lo que se demuestra que las leyes se cumplen para lo que interesa. Aún me resuenan en mis oídos las palabras de un famoso dirigente socialista que me decía con énfasis persuasivo: “Todas tus razones pueden ser las mejores del universo, pero no tienes nada que hacer porque no tienes el poder”. Pues así estamos: él con toda su familia bien colocada y yo…

 

Con lo cual, quienes se arrogan la propiedad de facto de esos partidos imitando a los monarcas absolutistas, adquieren la medieval capacidad de “la patente de corso”, buscan los mecanismos de protegerse entre ellos y de echar un tupido velo sobre las más escandalosas corrupciones. Solamente así puede comprenderse el enriquecimiento ilícito, los tres por ciento de mordidas, las evasiones fiscales, etc de los Pujol y compañía, que han dejado a la clase política catalana consternada y el propio proyecto independentista tocado en su línea de flotación. Sospechoso es el silencio -¿cómplice?- de ERC respecto de sus socios de CIU, cuestionados hasta la médula por las andanzas filibusteras de su padre espiritual y político, el honorable Jordi Pujol y su nada ejemplar hijo. Pujol ha convertido la política catalana en una Camorra en versión propia, y él en el propio “Padrino”, que, incluso en su aspecto y compostura imita con precisión milimétrica. Ahora bien, algo de culpa tienen los catalanes en su conjunto –con muy dignas y nobles excepciones-  de ello. Que la familia Pujol no era ejemplo de nada digno era público y notorio y se han escrito libros sobre ello. Ahí tenemos, por ejemplo, el caso de Banca Catalana, muy parecido al de Catalunya Caixa, que nos ha costado a todos los españoles un buen mordisco en nuestro peculio, aunque no se note en el día a día; por no hablar de las famosas comisiones cobradas al estilo valenciano, entre un largo rosario de fechorías que no es cuestión de relatar en este artículo para no convertirlo en una novela de terror. Alguien dijo que pueden engañarte una vez, incluso dos, pero si lo hacen tres veces tienes tú un problema digno de ser analizado. Eso es lo que le ha ocurrido a la sociedad catalana. En esto prefiero no hablar del caso vasco, muy similar aunque, a lo mejor, no tan evidente. Los vascos también tenemos a nuestra Camorra particular. Hemos sufrido, incluso, sus expresiones más violentas.

 

Este tipo de políticos, que son, no lo olvidemos ya pléyade, y para ello basta con hacer la relación de los procesados y condenados en los últimos años para demostrarlo, son el verdadero talón de Aquiles del Sistema. O se regenera esto que llamamos democracia, o poco tiempo faltará para que esa muchedumbre que ha mirado para otra parte ante las corruptelas de sus más próximos, clame por la entronización de un nuevo periodo autoritario que restablezca las condiciones de bienestar colectivo y un mínimo orden social y político.

 

www.educacionynacionalismo.com

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