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Pablo Mosquera
Domingo, 26 de Diciembre de 2021 Tiempo de lectura:

Hace treinta años: Teníamos razón

Todos los años, por Navidad, José Luís Añua, me obsequia con los mejores polvorones del mundo: "Felipe IIº". Y tenemos una conversación que recorre el pasado. Nos sigue importando Álava. Nos sigue doliendo la falta de sensibilidad. Nos sigue conmoviendo el humanismo cristiano, que se refuerza cada año por estas fechas.

 

1991. Unidad Alavesa estaba presente en el Parlamento Vasco. Queríamos ser el partido de Álava. Habíamos difundido de forma creativa los problemas que se vivían en la sociedad alavesa. Y es que el voto a UA era diferente. Se trataba de buscar a gentes del pueblo que supieran la verdad y la defendieran en las Instituciones. Las soluciones nunca eran para el partido, eran para el tejido social.

 

Ya entonces el concepto y contenido del término libertad estaba presente en nuestros debates y reflexiones con la sociedad. No sólo hablábamos de libertad frente al nacionalismo radical que estaba practicando un genocidio con los disidentes a la construcción nacional del Estado vasco. Libertad era un espacio que limitaban cultura y trabajo. Y al llegar a la juventud, predicábamos un programa para formación, independencia, integración y participación sin alienación revolucionaria abertzale.

 

UA impulsó la identidad de una provincia que desde 1332 elegía voluntariamente al rey de Castilla como señor y garante de sus Fueros. Por lo tanto, los alaveses siempre tuvieron más apego con Castilla que con Vascongadas. De hecho, y aun cuando lo intentaron ocultar, Álava tuvo romanización -Iruña de Oca y puente romano de Totórica en Llodio-  el idioma para comunicarse, por tanto de uso social desde siempre era el castellano, las Juntas Generales un Parlamento para gobernar el territorio. Y todo ello, antes de la contienda incivil, por tanto sin que el carlismo franquista fuera causa y motivo para gozar de privilegios o derechos forales.

 

Ya hace treinta años, UA planteaba la necesidad de reconsiderar el tamaño del aparato administrativo, que era directamente proporcional al voto clientelar de los partidos políticos. También era el momento de autocrítica. No podía sostenerse un Estado de las autonomías dónde se duplicaban funciones, cargos y sueldos, y se perdía agilidad en la solución de problemas, aquella teoría de la administración subsidiaria, o la ventanilla única próxima al ciudadano eran nuestra contrapartida a los deberes fiscales de la vecindad.

 

Y así, en las elecciones de aquella primavera, UA logró 12 escaños. Ganamos en la circunscripción de Vitoria. Pudimos haber cambiado el rumbo gubernamental en Diputación Foral y Ayuntamiento, si los socialistas hubieran querido, pero una vez más estaban más cómodos al lado de los nacionalistas. Era teoría equivocada que cualquier cambio en la Euskadi de las páginas de los sucesos y el contencioso con el Estado español, requería de la colaboración con PNV. Aún tardarían muchos años en darse cuenta que tal partido no podía formar parte de la solución porque era parte fundamental del problema. Con el paso de los años y las terribles consecuencias del conflicto, se desarrollaría muy acertadamente la teoría de quienes eran los que movían el árbol y quienes recogían las nueces.

 

Toda España hablaba de lo que acontecía en Álava. En medio de un grave conflicto terrorista vasco, unos españoles habían abandonado la senda de la política oficial, que practicaban socialistas y populares, para hacer frente al nacionalismo radical en sus ideas y más aún en sus fórmulas violentas para imponer sus doctrinas. Éramos héroes rebeldes que habíamos conectado con la sociedad alavesa, a la que los grandes pensadores y tácticos habían mezclado con el fenómeno socio-cultural vasco, sin más, sin detenerse a valorar cómo se había formado aquella comunidad de ciudadanos alaveses tras la llamada de la industria, los movimientos migratorios y la conquista del territorio por el PNV.

 

Mi presencia en Álava tuvo tres componentes. Pertenecía a una familia empoderada. Tenía un magnífico historial profesional. Fui a darles un Hospital público y a cambiarles el viejo sistema de asistencia sanitaria, por el moderno que había aprendido en Cataluña. Lo lógico habría sido, una vez cumplida la misión, y visto el panorama, cambiar el rumbo y acudir a otro lugar de España, para disfrutar del éxito y continuar mi carrera de gestor sanitario.   

 

Está mal que hable de mí. Casi resulta una presunción obscena. Pero fui el Director de Hospital más joven de España, y había puesto en marcha el último gran hospital del INP en tiempo record. Desaproveché la oportunidad y nadie me lo agradeció. Por eso, cuando regreso del primer destierro por Castilla, Canarias y Cataluña, y consigo por oposición ser jefe de salud laboral en el prestigioso Hospital Santiago Apóstol de FASVA en Vitoria, debía haberme dedicado a mi profesión, olvidar las inquietudes políticas y pasar desapercibido en la contienda que se estaba viviendo en España con el problema vasco.

 

Supongo que carácter y compromiso público conformaban mis rasgos, y me jugaron una mala pasada, así sin tener motivo alguno, entré en el espacio, sucio, cruel y peligroso, de la política. Primero me hizo sufrir. Para luego darme la inmensa alegría de triunfar. Y ahí quedé definitivamente enganchado.

 

Los éxitos de 1991, los pagaría con el tiempo, corriendo graves riesgos y quitándole tiempo y dedicación, tanto a mi profesión como a mi familia.  Hoy, en 2021, con lo que he aprendido, visto y pensado, no le recomiendo a nadie con historial personal y modo de vida asegurado que haga lo que yo hice. Y posiblemente, por estas y otras razones similares, a la política, como a la conquista del Nuevo Mundo, sólo van los segundones de las familias con pedigrí o los aventureros que necesitan hacer fortuna.     

 

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