Olentzero: ¿residuo pre-cristiano o intelectual orgánico?
![[Img #21203]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/12_2021/5563_olen.png)
A pesar de las restricciones sociales derivadas del Covid, Olentzero se ha dejado ver, abundantemente, por nuestros barrios, pueblos y ciudades. Si bien los desfiles más multitudinarios fueron desconvocados por sus organizadores, otros muchos han deambulado con su estilo de siempre: formando ruidosas e idiosincráticas kalejiras, siendo recibidos por pancartas en favor de los “presos” (de los terroristas, digámoslo sin tapujos), acompañados de abundante cartelería afín de Sare, Etxerat, Sortu, Ernai. Más de lo mismo… ¡Y luego nos querrán convencer de que se trata de una sana y neutra tradición popular!
No obstante, aunque parezca que nos viene acompañando desde siempre, Olentzero es un invento muy reciente.
Así, Emilio Xabier Dueñas, presidente de la Sección de Folclore de la Sociedad de Estudios Vascos, declaró a la agencia Reuters en diciembre de 2013: «Pudo ser a finales de los años 80, principios de los 90 [del pasado siglo XX], cuando posiblemente desde las escuelas, la televisión, algún comercio y las instituciones se propuso a Olentzero, y como no había un personaje con características identitarias propias simbolizando la Navidad y encargado de traer los regalos a los niños, el icono triunfó en el País Vasco». Dicho de otro modo: Olentzero es un instrumento privilegiado, de ingeniería social, al servicio de la “construcción nacional”; un mito movilizador identitario, nada inocente, por cierto.
Para tamaña empresa –la generación de una conciencia colectiva y cosmovisión propia-, los pioneros del vasquismo cultural encontraron entusiastas compañeros de viaje que les facilitaron las cosas; caso, por ejemplo, de la pamplonica Juventud de San Antonio, quien se empeñó en trasladar, desde el norte navarro, tan oscura como discutible tradición… ¡en pleno franquismo! Posteriormente se le incorporarían, al sucio carbonero, las connotaciones consumistas del Santa Claus anglosajón con sus regalos; facilitándole su arraigo entre muchos, por mera deriva oportunista: así los niños pueden disfrutar de sus juguetes sin esperar al tardío 6 de enero.
Veamos lo que de verdad se sabe de Olentzero. A principios del siglo XX, la costumbre del Olentzero apenas sobrevivía en unos pocos pueblos del norte de Navarra (entorno de Lesaca) y algún otro de Guipúzcoa. En Roncal y Baztán, por remitirnos a valles de hablas vascas, no existía rastro alguno de este presunto benefactor de la niñez.
Los diversos personajes que se unificarían en Olentzero, tampoco tenían las mismas características: joven disfrazado de carbonero de aspecto burlón, en unos pueblos; personaje temible y todopoderoso en otros. Una especie de “hombre del saco”, o “sacamantecas”, tan común en nuestra cultura de la piel de toro.
Sobre su origen no existe unanimidad científica. Pero, dado el confeso nacionalismo cultural de la mayoría de sus primigenios investigadores, las conclusiones son un tanto parecidas. Era inevitable: si arrancas de unas premisas determinadas, difícilmente se llegará a conclusiones que se aparten de su lógica interna. Por ejemplo, el nacionalista y republicano Fernando Mikelarena, en la actualidad, entiende que se trataría de un caso excepcional de pervivencia de un mito pre-cristiano; un caso de resistencia pagano-popular frente a las imposiciones dogmáticas del catolicismo ortodoxo de Trento. En realidad, tan moderno propagandista hace propias las conjeturas de los viejos patriarcas del panvasquismo; caso del padre Barandiarán, quien ya pergeñó tal hipótesis al calor del potente resurgir, por entonces, de los mitos ario-germánicos en los que se educó y en los que tanto se apoyó en sus investigaciones. De ahí que Barandiarán lo relacionara con las fiestas precristianas del Yule germánico… pero también con el Tió catalán.
Los primeros estudios del Olentzero apenas tienen un siglo: son los realizados por el capuchino donostiarra José Antonio Donostia y por el mencionado José Miguel de Barandiarán. ¡Qué casualidad!, dos guipuzcoanos pontificando sobre las cosas navarras… ¡jamás sucedió cosa igual!
Veamos, ahora, las características etnológicas y mentales de los olentzeros, más o menos compartidas, según el criterio de estos expertos. Se trataría de un personaje que vive al margen de la sociedad, aislado en el bosque, elaborando carbón vegetal, comiendo y bebiendo generosamente. En unas representaciones sería borrachín, sucio y tonto. En otras, temible cortador de cabezas de niños que se portan mal… Y, en fechas próximas al solsticio de invierno, bajaría a los pueblos para su visita anual. Su origen sería, ¡cómo no!, anterior al cristianismo. Pero, en realidad, no hay soporte alguno que avale esta teoría, que, ciertamente, es la aceptada y recogida por Wikipedia, y múltiples webs y cuentas de redes sociales, que proporcionan al lector tal hipótesis como del todo establecida.
Por no existir certezas, no la había, un siglo atrás, siquiera en torno al propio término: olentzero, orantzaro, onentzaro, etc. Tampoco por lo que respecta a sus significados respectivos.
Estrictamente hablando, la palabra olentzero designa a todas las canciones de cuestación que se entonaban desde Nochebuena hasta la noche de Reyes en aquellas localidades; muy diversas en textos, escenografía, características del personaje si existía, etc. De hecho, algunas ya se rastrean en documentos de principios del siglo XVI; pero, evidentemente, sin los símbolos y significados atribuidos hoy.
Con la unificación dialectal de las hablas vascuences, se impuso, también, la de las costumbres, proporcionándose al moderno Olentzero estas características que hoy todos identificamos. Una mixtura supuestamente pre-cristiana, con elementos copiados del Papá Noel europeo, a la que se ha atribuido diversas connotaciones resistencialistas: supuesto obrero rural del carbón enemigo de la industrialización; guardián de la ikurriña y las esencias vascas; gudari emboscado que alienta a lo “mejor del pueblo vasco” (los terroristas, de nuevo, al decir de sus amigos).
Y como no dan puntada sin hilo, y les encanta ir a la última, para evitar “discriminación de género”, recientemente se le ha incorporado una figura femenina, Mari Domingi; a modo de novia o esposa. Pero dado su papel secundario, a muchas feministas no les ha hecho ninguna gracia…
Como no podía ser de otra manera, también se le han buscado “primos” entre otras “culturas reprimidas” por el “férreo centralismo español”, caso del pederasta gallego Apalpador; quien tras tocar las barrigas de los niños, les regala castañas...
En Pamplona, el primer desfile –sin el carbonero- tuvo lugar en 1957, si bien los jóvenes de San Antonio lo habían intentado un año antes; lo que no permitió el Sr. Gobernador por entenderlo ajeno a las tradiciones locales... Pero poco después cedió: no se resistió mucho a las pías pretensiones de los jovencitos del Ensanche, ciertamente. El muñeco del carbonero fue autorizado ya en 1959, copiando fielmente el de Lesaca.
En Estella lo implantó la ikastola Lizarra en 1971. También aquel año desfilaría en Sangüesa de la mano del grupo Scout local. En Tudela se mostró ya en 1972 gracias al entusiasmo de los miembros de la peña La Teba.
Motor de su implantación en Navarra han sido, además de muchos píos católicos de entonces, las vanguardistas ikastolas; hoy, también, los ayuntamientos controlados por los progresistas-socialistas-nacionalistas. Y es que lo tenían fácil: te cargas la pesada espera navideña impuesta por los fascistas, españoles y católicos Reyes Magos, y los niños jugarán todo la vacación con sus euskal-regalos…
Menos mal que los niños no son tontos y siguen exigiendo lo que es auténtico y verdadero: ¡pues que vengan, también, los Reyes Magos!; quienes, por muy desconocidos que resulten hoy en su significado originario, parecen bonachones, generosos y majetes. Y multiculturales, y un tanto exóticos, y limpios. Además, me temo, mis queridos mutiles y neskitas, que Olentzero es… ama y aita.
A pesar de las restricciones sociales derivadas del Covid, Olentzero se ha dejado ver, abundantemente, por nuestros barrios, pueblos y ciudades. Si bien los desfiles más multitudinarios fueron desconvocados por sus organizadores, otros muchos han deambulado con su estilo de siempre: formando ruidosas e idiosincráticas kalejiras, siendo recibidos por pancartas en favor de los “presos” (de los terroristas, digámoslo sin tapujos), acompañados de abundante cartelería afín de Sare, Etxerat, Sortu, Ernai. Más de lo mismo… ¡Y luego nos querrán convencer de que se trata de una sana y neutra tradición popular!
No obstante, aunque parezca que nos viene acompañando desde siempre, Olentzero es un invento muy reciente.
Así, Emilio Xabier Dueñas, presidente de la Sección de Folclore de la Sociedad de Estudios Vascos, declaró a la agencia Reuters en diciembre de 2013: «Pudo ser a finales de los años 80, principios de los 90 [del pasado siglo XX], cuando posiblemente desde las escuelas, la televisión, algún comercio y las instituciones se propuso a Olentzero, y como no había un personaje con características identitarias propias simbolizando la Navidad y encargado de traer los regalos a los niños, el icono triunfó en el País Vasco». Dicho de otro modo: Olentzero es un instrumento privilegiado, de ingeniería social, al servicio de la “construcción nacional”; un mito movilizador identitario, nada inocente, por cierto.
Para tamaña empresa –la generación de una conciencia colectiva y cosmovisión propia-, los pioneros del vasquismo cultural encontraron entusiastas compañeros de viaje que les facilitaron las cosas; caso, por ejemplo, de la pamplonica Juventud de San Antonio, quien se empeñó en trasladar, desde el norte navarro, tan oscura como discutible tradición… ¡en pleno franquismo! Posteriormente se le incorporarían, al sucio carbonero, las connotaciones consumistas del Santa Claus anglosajón con sus regalos; facilitándole su arraigo entre muchos, por mera deriva oportunista: así los niños pueden disfrutar de sus juguetes sin esperar al tardío 6 de enero.
Veamos lo que de verdad se sabe de Olentzero. A principios del siglo XX, la costumbre del Olentzero apenas sobrevivía en unos pocos pueblos del norte de Navarra (entorno de Lesaca) y algún otro de Guipúzcoa. En Roncal y Baztán, por remitirnos a valles de hablas vascas, no existía rastro alguno de este presunto benefactor de la niñez.
Los diversos personajes que se unificarían en Olentzero, tampoco tenían las mismas características: joven disfrazado de carbonero de aspecto burlón, en unos pueblos; personaje temible y todopoderoso en otros. Una especie de “hombre del saco”, o “sacamantecas”, tan común en nuestra cultura de la piel de toro.
Sobre su origen no existe unanimidad científica. Pero, dado el confeso nacionalismo cultural de la mayoría de sus primigenios investigadores, las conclusiones son un tanto parecidas. Era inevitable: si arrancas de unas premisas determinadas, difícilmente se llegará a conclusiones que se aparten de su lógica interna. Por ejemplo, el nacionalista y republicano Fernando Mikelarena, en la actualidad, entiende que se trataría de un caso excepcional de pervivencia de un mito pre-cristiano; un caso de resistencia pagano-popular frente a las imposiciones dogmáticas del catolicismo ortodoxo de Trento. En realidad, tan moderno propagandista hace propias las conjeturas de los viejos patriarcas del panvasquismo; caso del padre Barandiarán, quien ya pergeñó tal hipótesis al calor del potente resurgir, por entonces, de los mitos ario-germánicos en los que se educó y en los que tanto se apoyó en sus investigaciones. De ahí que Barandiarán lo relacionara con las fiestas precristianas del Yule germánico… pero también con el Tió catalán.
Los primeros estudios del Olentzero apenas tienen un siglo: son los realizados por el capuchino donostiarra José Antonio Donostia y por el mencionado José Miguel de Barandiarán. ¡Qué casualidad!, dos guipuzcoanos pontificando sobre las cosas navarras… ¡jamás sucedió cosa igual!
Veamos, ahora, las características etnológicas y mentales de los olentzeros, más o menos compartidas, según el criterio de estos expertos. Se trataría de un personaje que vive al margen de la sociedad, aislado en el bosque, elaborando carbón vegetal, comiendo y bebiendo generosamente. En unas representaciones sería borrachín, sucio y tonto. En otras, temible cortador de cabezas de niños que se portan mal… Y, en fechas próximas al solsticio de invierno, bajaría a los pueblos para su visita anual. Su origen sería, ¡cómo no!, anterior al cristianismo. Pero, en realidad, no hay soporte alguno que avale esta teoría, que, ciertamente, es la aceptada y recogida por Wikipedia, y múltiples webs y cuentas de redes sociales, que proporcionan al lector tal hipótesis como del todo establecida.
Por no existir certezas, no la había, un siglo atrás, siquiera en torno al propio término: olentzero, orantzaro, onentzaro, etc. Tampoco por lo que respecta a sus significados respectivos.
Estrictamente hablando, la palabra olentzero designa a todas las canciones de cuestación que se entonaban desde Nochebuena hasta la noche de Reyes en aquellas localidades; muy diversas en textos, escenografía, características del personaje si existía, etc. De hecho, algunas ya se rastrean en documentos de principios del siglo XVI; pero, evidentemente, sin los símbolos y significados atribuidos hoy.
Con la unificación dialectal de las hablas vascuences, se impuso, también, la de las costumbres, proporcionándose al moderno Olentzero estas características que hoy todos identificamos. Una mixtura supuestamente pre-cristiana, con elementos copiados del Papá Noel europeo, a la que se ha atribuido diversas connotaciones resistencialistas: supuesto obrero rural del carbón enemigo de la industrialización; guardián de la ikurriña y las esencias vascas; gudari emboscado que alienta a lo “mejor del pueblo vasco” (los terroristas, de nuevo, al decir de sus amigos).
Y como no dan puntada sin hilo, y les encanta ir a la última, para evitar “discriminación de género”, recientemente se le ha incorporado una figura femenina, Mari Domingi; a modo de novia o esposa. Pero dado su papel secundario, a muchas feministas no les ha hecho ninguna gracia…
Como no podía ser de otra manera, también se le han buscado “primos” entre otras “culturas reprimidas” por el “férreo centralismo español”, caso del pederasta gallego Apalpador; quien tras tocar las barrigas de los niños, les regala castañas...
En Pamplona, el primer desfile –sin el carbonero- tuvo lugar en 1957, si bien los jóvenes de San Antonio lo habían intentado un año antes; lo que no permitió el Sr. Gobernador por entenderlo ajeno a las tradiciones locales... Pero poco después cedió: no se resistió mucho a las pías pretensiones de los jovencitos del Ensanche, ciertamente. El muñeco del carbonero fue autorizado ya en 1959, copiando fielmente el de Lesaca.
En Estella lo implantó la ikastola Lizarra en 1971. También aquel año desfilaría en Sangüesa de la mano del grupo Scout local. En Tudela se mostró ya en 1972 gracias al entusiasmo de los miembros de la peña La Teba.
Motor de su implantación en Navarra han sido, además de muchos píos católicos de entonces, las vanguardistas ikastolas; hoy, también, los ayuntamientos controlados por los progresistas-socialistas-nacionalistas. Y es que lo tenían fácil: te cargas la pesada espera navideña impuesta por los fascistas, españoles y católicos Reyes Magos, y los niños jugarán todo la vacación con sus euskal-regalos…
Menos mal que los niños no son tontos y siguen exigiendo lo que es auténtico y verdadero: ¡pues que vengan, también, los Reyes Magos!; quienes, por muy desconocidos que resulten hoy en su significado originario, parecen bonachones, generosos y majetes. Y multiculturales, y un tanto exóticos, y limpios. Además, me temo, mis queridos mutiles y neskitas, que Olentzero es… ama y aita.