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David Márquez
Jueves, 13 de Enero de 2022 Tiempo de lectura:

Compatriotes

Un o una compatrioto/ta, por ceñirnos al mandato de la Real Academia y, paralelamente, a mi particular código sarcástico, es alguien que no mea en la acera, ni él, ni elle, ni la perrita de ambos/as/es, alguien que no deja el motor encendido media hora, en doble fila, que no abandona mascarillas en la vía pública, ni mea fuera de taza en baño público, ni mantiene dos móviles, tres tablets, cuatro televisores y seis aires acondicionados conectados al wifi veinticuatro horas (aunque esto pertenece a otro debate, pero lo suelto). Un compatriota es alguien que, más allá de sus obligaciones laborales, y como, por otra parte, le manda su código ético-constitucional (bien visible en toda comisaría), no te para en mitad de la calle y regala una multa por no-posesión de mascarilla, mucho menos en base a un Estado de Alarma y menos aún a un confinamiento justamente declarado inconstitucional. No. Un compatriota sabe distinguir, discriminar y sintetizar hasta lo justo, coherente, sano y ético, qué digo, ¡hasta lo legal!, más allá de lo “mandado” por altas esferas, reyezuelos o golpistas (sin distinción) por instigación de invisibles expertos.

 

Un profesional de la salud compatrioto jamás se limitará a llamarte y dejar la cosa ahí, con un “la analítica ha salido bien”, especialmente si acumulas ochenta años y te sientes francamente mal y así se lo haces saber. Un legislador compatrioto no insulta a sus compatriotas, no los maltrata manteniendo la obligatoriedad de usar mascarilla en trabajos tan estresantes y agotadores como el de reponedor o cajera de supermercado, llevando al personal a estados de agobio innecesarios, injustificados, gratuitos, y menos entre plantillas vacunadas, supuestamente inmunizadas, seguras, compatriotas y responsables. No. Una compatriota no per-mi-te que millones de niños (y-ni-ñas) se vean obligados a usar mascarilla durante el curso 2022 porque sí; y un compatriota con evidencias médicas, científicas y lógicas del daño que esta práctica conlleva, no se calla, junto a sus compañeros y compañeras correspondientes, allá en los despachos y consultas correspondientos/tas, para salvar su culo y llamarse compatrioto y recibir la medalla correspondienta.

 

Un compatriota es capaz de saltarse la ley cuando es injusta, no cuando le conviene a su culo o a los de sus niños/as o primos. Por eso hubo y habrá tanto compatriota desobediente, ilegal, procesado y quemado, y tanto sumiso en su plaza, de intachable expediente y anclada evolución. Intelectualmente, este último sigue en el escenario de su infancia, frente a la pizarra del cole, anotando los nombres de sus compañeros disidentes (descarriados compatriotas), aguardando fiel el retorno postmeada del profe, soñando con la condecoración: “benemérito delegado de clase”.

 

Siempre que un político abre la boca surge la necesidad de reinterpretar el diccionario al completo, de cazar cuanto antes el mensaje implícito. La palabra “compatriota”, en este caso, anuncia sacrificio, principalmente de corte económico, para ti, que has leído hasta el final, y para los falsos compatriotas; al mismo nivel, sin distinciones.

 

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