Aquellos tiempos del terror
La primera vez que tuve conocimiento de una amenaza fue tras las elecciones de 1991, cuando una noche un colega de profesión llamó por teléfono a mi casa para decirme que había un comando de ETA en Vitoria con el objetivo de atentar contra mí.
De inmediato llamé a dos amigos de la Brigada de Información. Nos presentamos en su casa. ¡Menudo susto le dimos! Y le convencimos para que nos diera toda la información sobre el particular. Le había llegado a través de una amiga con la que mantenía relaciones y que se movía en el mundo abertzale. Ni que decir que estábamos seguros que tan pronto como lo dejáramos, además de curarse el susto, llamaría a sus "colegas". Esta vez, pude comprobar que la autodefensa era el mejor instrumento para evitar "sorpresas".
La segunda vez fue un aviso de la policía. Habían pinchado los teléfonos de un músico y un profesor de periodismo. La conversación era muy clara. Hartos de mí y mis actividades políticas, informaron en el sur de Francia. Desde allí dieron orden de darme un "hostiazo" en la consulta de mi casa. Tuve que dejar la actividad de peritaje para incapacidades. Y me pusieron escolta de la Policía Nacional. Gentes con las que llegué a tener una entrañable relación. Al ganar las elecciones de 1994, en la fiesta del Hotel Álava, aparecieron el hermano del etarra Macario y otro sujeto del mismo pelaje. Fueron hábilmente interrogados. Lo que me confirmó cómo ETA había reparado en el daño ideológico que suponía un partido que aspiraba a la salida de Álava de la Euskadi nacionalista que impulsaba la teoría de la construcción nacional de un Estado Vasco.
¿Qué motivos tengo para escribir sobre este asunto?. Cada enero rememoro aquel de 1995. Cuando un lunes en la sobremesa sonó el teléfono para señalarme que habían asesinado a Goyo Ordoñez en el bar "La Cepa" del casco viejo en San Sebastián. A partir de ese día, cambió mi vida. Y mucho más, cuando tras las exequias del líder donostiarra, un oficial de inteligencia vino a mi domicilio y a las claras me dio tres coordenadas. El primero de los asesinado por ETA -socialización del terror- tenía que haber sido yo, en el Hospital Santiago Apóstol de Vitoria, donde trabajaba como jefe de servicio. Me libré aquel diciembre de 1994 por unas vacaciones con viaje a Londres. La información que tenían los comandos de ETA en la que mi vida "les pertenecía". Tomar las medidas draconianas para seguir viviendo en Euskadi, sin darle facilidades a los asesinos.
Tuve un ataque de pánico que me duró dos meses. Apenas salía de casa. Había tomado una clara decisión. O superaba el miedo o me marchaba. Logré lo primero. Nunca más volví a tener miedo. Me tomé mi autodefensa como un objetivo primordial. En la medida que me preparé para vivir en aquella batalla fui ganando confianza en mí mismo y trasladando a mis enemigos que vendería muy cara mi piel. Y así lo recogían los informes que otros comandos hicieron sobre mi persona, forma de vivir, y actitud para defenderme de cualquier incidente por grave que fuera.
A partir de aquellos inolvidables momentos de rabia y dolor, me tomé los acontecimientos como una cuestión personal. Había que enfrentarse a una banda de asesinos, que necesitaban informes de chivatos y acercarse al máximo para poder descerrajar un disparo de pistola en la cabeza de una víctima indefensa. Por lo tanto, ni se podía estar indefenso, ni se podía facilitar la proximidad de aquella chusma cobarde y enaltecida con la sangre de seres humanos a los que habían declarado como enemigos del pueblo vasco. Ese pueblo de aldea profunda, miserable, retrógrado, que había sustituido la historia por los mitos de unos paranoicos.
No podía devolverle la vida a mi compañero de Parlamento Vasco. Es más. Al 'gudari' Josu 'Ternera' tuve que insultarlo desde la tribuna cuando comprobé que se había sentado en el escaño de Goyo Ordoñez. Aun recuerdo aquel incidente. Atucha me obligó a retirar los insultos que le había dedicado. Y yo lo hice, pero a mi manera. "Retiro lo dicho, ya que el oficio más antiguo de la humanidad, nada tiene que ver con la calaña del sujeto que se ha sentado en el escaño de Ordoñez".
Tras aquel aciago enero, hubo muchos intentos de eliminarme. El terror formaba parte del ambiente habitual. Cuando salías de casa, tu gente nunca sabía si regresabas o una llamada les pondría sobre aviso del atentado. De una forma muy cruel lo vivieron mis padres desde Galicia. Pero siempre recordaré las palabras de mi progenitor cuando le comuniqué el asesinato de Goyo. "Espero que cumplas con tu deber". Y así lo hice. Hasta el año 2002 en que decidí dejar Euskadi, la política y los cargos públicos, fui un español que vivía en libertad vigilada, con escoltas y con medidas que limitaban las libertades de movilidad propia de una ciudad civilizada.
Cada vez que entraba un 'comando' en alguna de las tres ciudades vascas, la policía me informaba de que uno de sus objetivos era mi persona. Pero tanto mis escoltas como yo, éramos piezas muy codiciadas y al mismo tiempo muy difíciles de cobrarse, pues estábamos dispuestos a todo, incluido defender nuestras vidas con las armas.
Tratan en la actualidad de componer que hubo una "guerra" en Euskadi. Limpia por parte de ETA y sucia por parte de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. Nunca fue así. El nacionalismo con dos caras, la democrática, incluso cristiana, y la más radical dispuesta a eliminar a quienes ejercían la disidencia con la doctrina de la construcción nacional del Estado Vasco.
Tratan en la actualidad de componer una paz con perdón. Y en tal ambiente justificar que los etarras eran 'soldados' de una de las partes del conflicto, que exponían sus vidas y que sufrieron persecución. Todo ello era una patraña. Por eso, no puedo aceptar que se estén tendiendo puentes para que los asesinos regresen a sus domicilios, y además no logro creerme su arrepentimiento, y de ahí, las fórmulas con las que son recibidos en sus lugares de procedencia. En ningún momento ha visto actos de auténtico perdón ante las tumbas de los asesinados. En ningún momento he visto al PNV escenificar de forma pública un acto de perdón, ya que eran los que construyeron el discurso que sirvió a la vanguardia para emprender el camino del terror.
La primera vez que tuve conocimiento de una amenaza fue tras las elecciones de 1991, cuando una noche un colega de profesión llamó por teléfono a mi casa para decirme que había un comando de ETA en Vitoria con el objetivo de atentar contra mí.
De inmediato llamé a dos amigos de la Brigada de Información. Nos presentamos en su casa. ¡Menudo susto le dimos! Y le convencimos para que nos diera toda la información sobre el particular. Le había llegado a través de una amiga con la que mantenía relaciones y que se movía en el mundo abertzale. Ni que decir que estábamos seguros que tan pronto como lo dejáramos, además de curarse el susto, llamaría a sus "colegas". Esta vez, pude comprobar que la autodefensa era el mejor instrumento para evitar "sorpresas".
La segunda vez fue un aviso de la policía. Habían pinchado los teléfonos de un músico y un profesor de periodismo. La conversación era muy clara. Hartos de mí y mis actividades políticas, informaron en el sur de Francia. Desde allí dieron orden de darme un "hostiazo" en la consulta de mi casa. Tuve que dejar la actividad de peritaje para incapacidades. Y me pusieron escolta de la Policía Nacional. Gentes con las que llegué a tener una entrañable relación. Al ganar las elecciones de 1994, en la fiesta del Hotel Álava, aparecieron el hermano del etarra Macario y otro sujeto del mismo pelaje. Fueron hábilmente interrogados. Lo que me confirmó cómo ETA había reparado en el daño ideológico que suponía un partido que aspiraba a la salida de Álava de la Euskadi nacionalista que impulsaba la teoría de la construcción nacional de un Estado Vasco.
¿Qué motivos tengo para escribir sobre este asunto?. Cada enero rememoro aquel de 1995. Cuando un lunes en la sobremesa sonó el teléfono para señalarme que habían asesinado a Goyo Ordoñez en el bar "La Cepa" del casco viejo en San Sebastián. A partir de ese día, cambió mi vida. Y mucho más, cuando tras las exequias del líder donostiarra, un oficial de inteligencia vino a mi domicilio y a las claras me dio tres coordenadas. El primero de los asesinado por ETA -socialización del terror- tenía que haber sido yo, en el Hospital Santiago Apóstol de Vitoria, donde trabajaba como jefe de servicio. Me libré aquel diciembre de 1994 por unas vacaciones con viaje a Londres. La información que tenían los comandos de ETA en la que mi vida "les pertenecía". Tomar las medidas draconianas para seguir viviendo en Euskadi, sin darle facilidades a los asesinos.
Tuve un ataque de pánico que me duró dos meses. Apenas salía de casa. Había tomado una clara decisión. O superaba el miedo o me marchaba. Logré lo primero. Nunca más volví a tener miedo. Me tomé mi autodefensa como un objetivo primordial. En la medida que me preparé para vivir en aquella batalla fui ganando confianza en mí mismo y trasladando a mis enemigos que vendería muy cara mi piel. Y así lo recogían los informes que otros comandos hicieron sobre mi persona, forma de vivir, y actitud para defenderme de cualquier incidente por grave que fuera.
A partir de aquellos inolvidables momentos de rabia y dolor, me tomé los acontecimientos como una cuestión personal. Había que enfrentarse a una banda de asesinos, que necesitaban informes de chivatos y acercarse al máximo para poder descerrajar un disparo de pistola en la cabeza de una víctima indefensa. Por lo tanto, ni se podía estar indefenso, ni se podía facilitar la proximidad de aquella chusma cobarde y enaltecida con la sangre de seres humanos a los que habían declarado como enemigos del pueblo vasco. Ese pueblo de aldea profunda, miserable, retrógrado, que había sustituido la historia por los mitos de unos paranoicos.
No podía devolverle la vida a mi compañero de Parlamento Vasco. Es más. Al 'gudari' Josu 'Ternera' tuve que insultarlo desde la tribuna cuando comprobé que se había sentado en el escaño de Goyo Ordoñez. Aun recuerdo aquel incidente. Atucha me obligó a retirar los insultos que le había dedicado. Y yo lo hice, pero a mi manera. "Retiro lo dicho, ya que el oficio más antiguo de la humanidad, nada tiene que ver con la calaña del sujeto que se ha sentado en el escaño de Ordoñez".
Tras aquel aciago enero, hubo muchos intentos de eliminarme. El terror formaba parte del ambiente habitual. Cuando salías de casa, tu gente nunca sabía si regresabas o una llamada les pondría sobre aviso del atentado. De una forma muy cruel lo vivieron mis padres desde Galicia. Pero siempre recordaré las palabras de mi progenitor cuando le comuniqué el asesinato de Goyo. "Espero que cumplas con tu deber". Y así lo hice. Hasta el año 2002 en que decidí dejar Euskadi, la política y los cargos públicos, fui un español que vivía en libertad vigilada, con escoltas y con medidas que limitaban las libertades de movilidad propia de una ciudad civilizada.
Cada vez que entraba un 'comando' en alguna de las tres ciudades vascas, la policía me informaba de que uno de sus objetivos era mi persona. Pero tanto mis escoltas como yo, éramos piezas muy codiciadas y al mismo tiempo muy difíciles de cobrarse, pues estábamos dispuestos a todo, incluido defender nuestras vidas con las armas.
Tratan en la actualidad de componer que hubo una "guerra" en Euskadi. Limpia por parte de ETA y sucia por parte de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. Nunca fue así. El nacionalismo con dos caras, la democrática, incluso cristiana, y la más radical dispuesta a eliminar a quienes ejercían la disidencia con la doctrina de la construcción nacional del Estado Vasco.
Tratan en la actualidad de componer una paz con perdón. Y en tal ambiente justificar que los etarras eran 'soldados' de una de las partes del conflicto, que exponían sus vidas y que sufrieron persecución. Todo ello era una patraña. Por eso, no puedo aceptar que se estén tendiendo puentes para que los asesinos regresen a sus domicilios, y además no logro creerme su arrepentimiento, y de ahí, las fórmulas con las que son recibidos en sus lugares de procedencia. En ningún momento ha visto actos de auténtico perdón ante las tumbas de los asesinados. En ningún momento he visto al PNV escenificar de forma pública un acto de perdón, ya que eran los que construyeron el discurso que sirvió a la vanguardia para emprender el camino del terror.