UPN y su fervor constitucional
Hace unos días el Alcalde de Pamplona presidió el “bautismo” de la nueva Plaza de la Constitución. Hasta aquí, parece un simple acto protocolario como otros tantos. Pero a si a esa ecuación le añadimos que Enrique Maya es el cargo público institucional más importante de UPN, este acto pasa a tener mayor enjundia política. Ya no estaríamos hablando de un simple acto institucional (aunque el poder nunca hace actos protocolarios sin carga política) sino que se trata de un mensaje muy claro que se envía al conjunto de los navarros: UPN es un partido fervientemente constitucionalista.
A los más jóvenes les parecerá normal que UPN se dedique a ensalzar la Constitución de 1978. Pero a los más veteranos y aquellos estudiosos de lo acaecido hace ya casi una generación biológica no dejará de sorprenderles (como a mí, no tanto por estudioso sino por veterano). Si se repasan las crónicas se verá que UPN se funda al hilo de la abstención en el referéndum constitucional de diciembre de 1978. Abstención que se justificaba en la consagración en la Disposición Transitoria 4ª de la Constitución de una amenaza quinquenal a la existencia de Navarra como comunidad política. Regulación absolutamente excepcional y que bajo la excusa de la democracia y de lo que hoy llamamos “derecho a decidir” (cuantos crímenes se cometen en nombre de la democracia), Navarra tendría que estar cada cinco años planteándose su existencia como parte de una Comunidad Autónoma o como Comunidad propia. Que este disparate incorporado a la Constitución para poder incorporar al PNV a la oligarquía de partidos (el consenso es la manifestación de una oligarquía) no se haya hecho realidad no deja de ser un milagro. Ahí sigue en la norma suprema y aunque algunos propagandistas dicen que no está vigente porque el proceso autonómico está cerrado (¿en serio que está cerrado?) mi sexto sentido me dice que no puedes fiarte mucho de una clase política y de una norma suprema que te encierra en casa sin consecuencias para los autores de tamaña fechoría.
Esa frialdad con la Constitución (con cualquiera de ellas) también respondía a una manera de hacer las cosas propia de los fueristas navarros. La Constitución como norma que consagra la soberanía nacional única crea una tensión con el origen foral del autogobierno. Las doctrinas fueristas conllevaban la existencia de una Constitución como una de las exigencias de la “unidad constitucional de la Monarquía” y del arreglo foral de la Ley Paccionada de 1841. Pero en el fondo se entendía que poner el énfasis en la Constitución implicaba un refuerzo de la soberanía única y una cierta deslegitimación del autogobierno foral.
Hoy en día, tal como lo muestra el añadir al callejero una Plaza de la Constitución, UPN no solo ha efectuado un cambio generacional, sino que ha cambiado la lista de sus afectos. Se nos presenta como foral, sí. Pero ahora muestra un entusiasmo constitucional que no tenía en sus orígenes. Las razones de esta mimetización con el PP –también son un partido de extremo-centro en muchas cosas– pueden tener muchas causas, como pudiera ser el fiar toda la foralidad a la Disposición Adicional de la Constitución, confundiendo causa y efecto, a la necesidad de confrontar al nacionalismo cayendo en el error de asumir irreflexivamente todas las posiciones que más les irritan o la desorientación que produce la pérdida del poder tras muchos años en la moqueta. Creo que no me corresponde a mi explicar este giro sino a la propia UPN.
Lo que sí me intriga son las consecuencias que puede tener este cambio de afectos, sustituyendo o poniendo en sordina la defensa de nuestro autogobierno por una declaración de fe en la Constitución.
UPN nació como un instrumento para que la sociedad navarra defendiese la foralidad navarra en las instituciones públicas (de hecho, en las primeras convocatorias electorales, en municipios no se presentaba como tal para respetar la autonomía municipal). La justificación de su existencia no era una nación oprimida por un Estado colonizador, ni el sentimiento de emulación con otros partidos que conseguían más prebendas, ni una plataforma para el medro personal de sus dirigentes, sino que el hecho singular del autogobierno foral necesitaba un vehículo para expresarse. Que lo hayan hecho o no y en qué medida sería cuestión de otro escrito.
A modo de conclusión, tengo la impresión de que al vaciarse el sentimiento foral y ser sustituido por un sentimiento constitucional, la existencia de una organización política de ámbito exclusivamente navarro pierde toda justificación. Si no se trata de una organización que busca la independencia (a plazos o de golpe), si no se trata de una plataforma para el medro de sus dirigentes, la única justificación sería la de servir de plataforma de intereses localistas al estilo de Teruel Existe, es decir, convertirse en un fenómeno anómalo propiciado por la falta de representación política. Pero para hablar de esas cosas es mejor dejarlo para otro momento.
Hace unos días el Alcalde de Pamplona presidió el “bautismo” de la nueva Plaza de la Constitución. Hasta aquí, parece un simple acto protocolario como otros tantos. Pero a si a esa ecuación le añadimos que Enrique Maya es el cargo público institucional más importante de UPN, este acto pasa a tener mayor enjundia política. Ya no estaríamos hablando de un simple acto institucional (aunque el poder nunca hace actos protocolarios sin carga política) sino que se trata de un mensaje muy claro que se envía al conjunto de los navarros: UPN es un partido fervientemente constitucionalista.
A los más jóvenes les parecerá normal que UPN se dedique a ensalzar la Constitución de 1978. Pero a los más veteranos y aquellos estudiosos de lo acaecido hace ya casi una generación biológica no dejará de sorprenderles (como a mí, no tanto por estudioso sino por veterano). Si se repasan las crónicas se verá que UPN se funda al hilo de la abstención en el referéndum constitucional de diciembre de 1978. Abstención que se justificaba en la consagración en la Disposición Transitoria 4ª de la Constitución de una amenaza quinquenal a la existencia de Navarra como comunidad política. Regulación absolutamente excepcional y que bajo la excusa de la democracia y de lo que hoy llamamos “derecho a decidir” (cuantos crímenes se cometen en nombre de la democracia), Navarra tendría que estar cada cinco años planteándose su existencia como parte de una Comunidad Autónoma o como Comunidad propia. Que este disparate incorporado a la Constitución para poder incorporar al PNV a la oligarquía de partidos (el consenso es la manifestación de una oligarquía) no se haya hecho realidad no deja de ser un milagro. Ahí sigue en la norma suprema y aunque algunos propagandistas dicen que no está vigente porque el proceso autonómico está cerrado (¿en serio que está cerrado?) mi sexto sentido me dice que no puedes fiarte mucho de una clase política y de una norma suprema que te encierra en casa sin consecuencias para los autores de tamaña fechoría.
Esa frialdad con la Constitución (con cualquiera de ellas) también respondía a una manera de hacer las cosas propia de los fueristas navarros. La Constitución como norma que consagra la soberanía nacional única crea una tensión con el origen foral del autogobierno. Las doctrinas fueristas conllevaban la existencia de una Constitución como una de las exigencias de la “unidad constitucional de la Monarquía” y del arreglo foral de la Ley Paccionada de 1841. Pero en el fondo se entendía que poner el énfasis en la Constitución implicaba un refuerzo de la soberanía única y una cierta deslegitimación del autogobierno foral.
Hoy en día, tal como lo muestra el añadir al callejero una Plaza de la Constitución, UPN no solo ha efectuado un cambio generacional, sino que ha cambiado la lista de sus afectos. Se nos presenta como foral, sí. Pero ahora muestra un entusiasmo constitucional que no tenía en sus orígenes. Las razones de esta mimetización con el PP –también son un partido de extremo-centro en muchas cosas– pueden tener muchas causas, como pudiera ser el fiar toda la foralidad a la Disposición Adicional de la Constitución, confundiendo causa y efecto, a la necesidad de confrontar al nacionalismo cayendo en el error de asumir irreflexivamente todas las posiciones que más les irritan o la desorientación que produce la pérdida del poder tras muchos años en la moqueta. Creo que no me corresponde a mi explicar este giro sino a la propia UPN.
Lo que sí me intriga son las consecuencias que puede tener este cambio de afectos, sustituyendo o poniendo en sordina la defensa de nuestro autogobierno por una declaración de fe en la Constitución.
UPN nació como un instrumento para que la sociedad navarra defendiese la foralidad navarra en las instituciones públicas (de hecho, en las primeras convocatorias electorales, en municipios no se presentaba como tal para respetar la autonomía municipal). La justificación de su existencia no era una nación oprimida por un Estado colonizador, ni el sentimiento de emulación con otros partidos que conseguían más prebendas, ni una plataforma para el medro personal de sus dirigentes, sino que el hecho singular del autogobierno foral necesitaba un vehículo para expresarse. Que lo hayan hecho o no y en qué medida sería cuestión de otro escrito.
A modo de conclusión, tengo la impresión de que al vaciarse el sentimiento foral y ser sustituido por un sentimiento constitucional, la existencia de una organización política de ámbito exclusivamente navarro pierde toda justificación. Si no se trata de una organización que busca la independencia (a plazos o de golpe), si no se trata de una plataforma para el medro de sus dirigentes, la única justificación sería la de servir de plataforma de intereses localistas al estilo de Teruel Existe, es decir, convertirse en un fenómeno anómalo propiciado por la falta de representación política. Pero para hablar de esas cosas es mejor dejarlo para otro momento.