Matar la industria política para hacer brotar la sociedad civil
Decía recientemente Javier Benegas en un brillante artículo que España carece de sociedad civil. Su muy bien articulado pensamiento se puede resumir en que la Transición se hizo desde el poder institucionalizado que provenía del régimen anterior y se canalizó a través de partidos también institucionalizados, desde los cuales dirigir el cambio político sin riesgos de confrontación. Una vez conseguida la Transición, los dos partidos únicos se alternaban en el poder con el apoyo ocasional de los partidos nacionalistas, éstos también institucionalizados. Cualquier intención de la sociedad civil de hacer surgir un movimiento o reivindicación inmediatamente era canalizado por estos partidos a través del apoyo mediático y del régimen de subvenciones, de modo que se ahogaba cualquier iniciativa que no estuviera auspiciada o respaldada, de un modo u otro, por los propios partidos políticos. Esto proporciona una sociedad civil anestesiada.
Tiene toda la razón. Si analizamos los partidos políticos que componen el panorama político español no encontramos ni uno que haya surgido de la sociedad sino que todos han brotado del poder y nos han sido impuestos, lo que seguramente es la principal causa de que haya una división abismal entre tales partidos y los intereses de la sociedad a la que dicen representar.
Analicemos uno a uno a los principales partidos y comprobaremos que el panorama político español es deprimente, cuando no abiertamente contrario a los intereses de la nación y de los ciudadanos.
Bildu, del que nadie puede negar que es la continuación obvia de ETA, fue ilegalizado a principios de siglo y sólo la actuación prevaricadora de los tribunales bajo la orden de José Luis Rodríguez Zapatero volvió a reflotarlo para la vida civil. Las causas todos las conocemos y han sido analizadas en otro lugar, pero esto demuestra que es un partido que ha sido impuesto desde el poder. Cierto que tenía una base de apoyo social, pero también lo tiene la pena de muerte y no se crea ningún partido que la apoye. Por tanto, lo que surgió como un grupo terrorista minoritario se convirtió pronto en un movimiento social auspiciado por los que luego recogieron las nueces cuando el otro partido independentista vasco, más hipócrita pero no menos desleal, fue legalizado.
El PNV, ahogado durante cuarenta años, volvió a ser reconocido desde el principio como interlocutor válido antes incluso de su propia institucionalización a través de las primeras elecciones autonómicas vascas. Lo mismo que ocurrió con CIU, correa de transmisión de grupos de poder institucionalizado antes incluso de conseguir el poder autonómico. Otro tanto podemos decir de ERC, también próximo al fascismo y al nazismo en su momento, como el PNV, y que fue reconocido inmediatamente como representante cualificado sin contar aún con el respaldo electoral. Se reconoció una legitimidad en base a su preexistencia durante la II República, no en virtud de los votos obtenidos en unas elecciones que sólo se celebraron a posteriori. Cabe preguntarse qué hubiera pasado sin ese reconocimiento institucional en origen y si, compareciendo en igualdad de condiciones con otras formaciones que se estaban formando entonces, no hubieran sido éstas las que hubieran contado con mayor apoyo popular. Lo que sí sabemos es que se las impuso desde el poder por una más que discutible legitimidad histórica (legitimidad histórica que no debería existir en política pues la única legitimidad ha de ser la de los votos). Con ello se consiguió, además, un efecto perverso, cual era el dar continuidad a la "legitimidad" instaurada por la Segunda República cuarenta años después, cuando es sabido que si algo no tenía legitimidad democrática era la Segunda República, pues los resultados de las elecciones de entonces eran producto de un pucherazo en las elecciones de 1936 y porque la sociedad no era la misma. Se dio preferencia, por tanto, a una legitimidad proveniente de un régimen prosoviético o profascista sin tener en cuenta a la sociedad.
No debe olvidarse que contar con esa legitimidad de origen suponía una desigualdad evidente con los otros partidos nacientes. Durante la Transición hubo infinidad de nuevas formaciones políticas que no pasaron el corte precisamente por esta desigualdad, ya que se dio visibilidad sólo a los mencionados y por las razones indicadas. Tal vez de no haberse actuado así los partidos que surgieron de esas primeras elecciones autonómicas no fueran los que ahora pervierten constantemente la política española. Tal vez no fueran mejores pero posiblemente no serían los mismos.
En los últimos años se ha insistido mucho en que Podemos sí es el resultado de un incontenible movimiento popular formado por ciudadanos de una acrisolada honradez indignados por la corrupción y la desigualdad. Es mentira. Posiblemente muchos de los que se acercaron a este movimiento así lo sentían, pero el movimiento ni fue espontáneo ni fue honrado. Los que auspiciaron tal movimiento no eran sino activistas pagados con dinero venezolano. La permanencia del movimiento 15-M en la Puerta del Sol fue permitida arteramente por el póstumamente blanqueado Rubalcaba con la intención de minar la que era una evidente próxima victoria del PP en las siguientes e inmediatas elecciones. Si el PSOE en ese momento en el poder hubiera evitado, como era su obligación para mantener el orden público, las quedadas en la Puerta del Sol, el movimiento no hubiera pasado de ser una excursión más de los ninis estudiantes de Letras, Derecho y Ciencias Políticas. Si el PSOE no hubiera facilitado la cobertura de sus medios afines el movimiento se hubiera diluido en poco tiempo. Del mismo modo que, si tras llegar el traidor Rajoy al poder, no hubiera ordenado a los mismos medios afines siempre al poder una cobertura masiva con la supuestamente inteligente táctica de dividir a la izquierda (¡cuando el PSOE estaba en 110 escaños!) Podemos tampoco hubiera alcanzado las cotas de poder que hoy cercenan libertades y prosperidad en España a pasos agigantados.
Podemos, por tanto, no es el producto genuino de una iniciativa de la sociedad civil sino que es posiblemente la consecuencia de intrigas de servicios secretos extranjeros aliados con activistas comunistas españoles (que pretenden acabar con España y tener una avanzadilla de sus posiciones neocomunistas en Europa) con la colaboración inestimable de los principales partidos, PSOE y PP.
Por lo demás, ¿qué ofrece Podemos a la sociedad española? Ya analizamos en los anteriores artículos el programa de Podemos y sus coincidencias enormes con programas fascistas, y vimos que sus recetas políticas no son sino el más rancio socialismo que ha fracasado en Cuba o Venezuela, que arrasa la sociedad y la empobrece y crea una casta de políticos totalitarios. Sus modos de conducta no engañan a nadie. Pablo Iglesias acaba de reconocer que él "como ya no es político puede decir la verdad". Esta es su forma de entender la política, aunque sea mentira que no sea político y sea mentira que ahora dice la verdad. Surgir presuntamente del dinero del narcotráfico es la mayor corrupción posible; la hipocresía al hacerse ricos a costa de la política; la mentira y el embudo; la vulneración constante de los principios constitucionales y de los derechos de los ciudadanos; las medidas económicas destinadas a arruinar a la población; la división de la sociedad en grupos y el fomento del odio entre ciudadanos, éstas son las recetas que venden a su electorado. Increíble que en pleno siglo XXI sigan teniendo público, lo que demuestra a las claras que avanzan los tiempos y gran parte de la sociedad continúa anclada en sus prejuicios y en sus religiones arcaizantes.
También analizamos recientemente el programa del PSOE y creo que las coincidencias básicas que señalábamos en su programa y en su forma de actuación deja bien claro que se trata de un partido fascistoide sin disimulos, muy lejos de cualquier concepto de socialdemocracia europea. ¿Qué pueden esperar los españoles del PSOE? Lo mismo que hasta ahora: una gestión criminal de la pandemia; una gestión económica incompetente; la adopción de medidas destinadas a arruinar a sectores completos de la economía española; decretos liberticidas; privilegios constantes y en incremento para la casta política socialista: intolerancia a cualquiera que no se pliegue a sus propuestas; ausencia de respeto por cualquier otra opción política que no le sea necesaria para mantenerse en el poder; incremento de la desigualdad entre españoles; sometimiento del poder judicial y de todas las instituciones del Estado a su voluntad política; favorecimiento político, económico y mediático de las opciones que pretenden dividir y destruir España, apoyando el golpe de Estado permanente desde Cataluña y también desde el País Vasco y fomentando una educación abyecta que comienza a crear antiespañoles en otras regiones del país y, sobre todo, corrupción. El PSOE es el partido más corrupto de la historia de Europa. Nadie ha robado más y mejor que el PSOE. Y continúa siendo el partido más corrupto como demuestran los miles de millones gastados durante la pandemia y de los que no hay noticia; como demuestra que se niegue a dejar que otros partidos o instituciones metan la nariz en el reparto de los fondos europeos o como hace sospechar su relación con el régimen venezolano. El PSOE pretende llevar al extremo el clientelismo y convertir a España en una Argentina (sus afinidades con el peronismo son obvias) o en un México en el que ellos serían el PRI, es decir, formas de empobrecimiento deliberado de la población para mantenerse en el poder a través del clientelismo, manteniendo una fachada de aparente democracia devaluada. Ya hemos comentado en otros artículos que el modo socialista de gobernar es un modo muy parecido al carácter mafioso. Esto es el PSOE.
Si hay algo peligroso en una sociedad avanzada es el pijo-progre, esto es, Ciudadanos. Es un elemento urbano que tiene un gran concepto de sí mismo, que presume de haber intentado una acción política moderna y avanzada que, en realidad, no ha consistido en otra cosa que asumir las políticas socialdemócratas. Bajo la pátina de liberalismo que Rivera se inventó de buenas a primeras sin cambiar una coma de su programa electoral (creía que para ser liberal basta con bajar impuestos) no dejó nunca de ser un partido de progres que veían con malos ojos la turbiedad del PSOE. No en vano nacieron de una escisión del PSC. Su posicionamiento centrista no es más que contemporizar con el PSOE o con el PP según convenga. Se intentará decir que han sido útiles, pero lo cierto es que el mismo C's que ahora se presenta más aseado en el gobierno de Andalucía es el que se sostuvo a Susana Díaz en el poder sólo una legislatura atrás y no se sabe que hiciera nada relevante para acabar con la corrupción y el clientelismo en Andalucía. Su programa político no añade nada nuevo ni distinto a la política en España. Su relativo éxito tuvo mucho más que ver con la corrupción de PSOE y PP que con sus méritos, que no los ha tenido, o sus propuestas, que nunca fueron realmente interesantes para una sociedad avanzada del siglo XXI.
Sus modos de actuación no son ejemplares, precisamente. Basta recordar las traiciones a los gobiernos autonómicos del PP a principios de 2021 para comprobar la pasta de que están hechos. O podemos recordar cómo C's de Andalucía o de Madrid han tratado a VOX como los nazis a los judíos, para percatarse de que no son más que otros progres con distinto collar. Las recientes declaraciones de Toni Roldán comparando a Vox con Bildu muestran la catadura moral de los que se pretenden mejores que los demás y no dejan de ser sino unos progres a los que les preocupa más la opinión del panfleto El País que la realidad. C's no es más que un socialismo más aseado que no ofrece nada nuevo ni diferente a los españoles: cambiaron de opinión respecto a la ley de violencia de género sólo por conveniencia política, cuando dicha ley es uno de los orígenes de la devaluación democrática que sufre España por gracia de Zapatero y cobardía de los jueces de un TC sin el menor prestigio.
En suma, C's es un solar del que sólo se puede decir que ha podido ser útil en cuanto que ha mostrado las corrupciones y contradicciones de los grandes partidos durante un tiempo, pero que no ofrece la menor esperanza a los españoles de un cambio real de las políticas que mantienen a nuestro país en una situación de desolación política y futura y próxima ruina económica.
El PP actual arrastra dos problemas enormes que lo condicionan. El primero, que sus actuales dirigentes son todos hijos de la Industria Política. Al igual que el PSOE, está dirigido por gente que nunca ha estado fuera de la política ni ha tenido carrera ni trabajo fuera del partido. Como decimos, esto también ocurre en el PSOE que, como lleva ventaja, tiene unos cuadros aún menos competentes y de un nivel bajísimo. Cierto que el nivel general del PP es mucho mejor (lo que no es difícil) y que sus gobiernos son mucho más homologables a los europeos al no tener el lastre de una ideología totalitaria. El segundo problema es la herencia de Rajoy, que ha sido un cáncer en el modo de entender la política desde la derecha limitándose sólo a una gestión económica aseada, pero cediendo en todo lo demás a la dictadura progre.
El actual PP padece ambos problemas y lo cierto es que al Casado que ilusionó en su discurso de candidatura a la presidencia del partido frente a Soraya Sáinz de Santamaría se le está poniendo una cara de Rajoy ya indisimulable. Por sus actos los conoceréis y la renuncia a defender sus propios proyectos ideológicos es innegable. El PP, si bien gobierna con sensatez el aspecto económico de las autonomías a su cargo, lo cierto es que en lo demás es totalmente inoperante: no ha revocado ningún protocolo en las cuestiones de la vil y mal llamada violencia de género y favorece tales políticas; no ha modificado una coma de las leyes de memoria histórica en la medida de sus posibilidades; no ha adelgazado las administraciones públicas a su cargo; no se ha cargado los chiringuitos y empresas públicas creadas por las administraciones socialistas en su momento; no lucha contra la inmersión lingüística cuando tiene opciones de hacerlo (más allá de algunos gestos cuando no hay más remedio por miedo a la opinión de su propio electorado); la asunción de la Agenda 2030 es una aceptación de los principios socialistas; traiciona a su electorado cada vez que teme una crítica demasiado dura de los medios que sostienen el poder socialista, se pliega a las presiones de tales medios y ha cedido instituciones al poder totalitario de Sánchez como la incomprensible cesión del Tribunal de Cuentas (lo que hace pensar que el CGPJ será cuestión de tiempo); no modifica en esencia las políticas socialistas e, incluso en lo económico, sus políticas se parecen más a las de los partidos socialdemócratas razonables, como el alemán, que a las de un partido liberal. Cierto que el PP ha sido en gran parte más un partido demócrata cristiano (la versión socialista de la derecha) que liberal, pero su mayor esplendor ha sido cuando ha asumido la bandera liberal (aunque siempre sólo en pequeña medida), como demuestran los ejemplos de Aznar y de Ayuso.
A todo ello se une su torpeza estratégica: su pertinacia en políticas y gestos de cara a la galería progre (la reciente propuesta animalista de una vicepresidenta del Parlamento de Andalucía es bochornosa) y la inveterada traición a sus votantes o, aún más evidente, intentar cortarle los pies a Ayuso tras su apabullante éxito en un gesto mitad infantil mitad suicida. En lugar de subirse a la ola la han atacado de modo tan ostensible que ha costado varios puntos en las encuestas.
Las elecciones en Castilla y León y en Andalucía, probablemente muy exitosas, les servirán de coartada para asumir un éxito que no hubiera sido posible sin la actitud y las actuaciones de Ayuso, tomadas, como es sabido, en la mayoría de los casos, en contra de los criterios de Génova. Mañueco, que tanto había criticado a Ayuso, ahora se sube al carro.
Muchos nos tememos que el PP vuelva a traicionar a su electorado en caso de la deseable victoria de Casado en las próximas generales y, en lugar de apoyarse en Vox, lo haga en el PSOE, como apuntan algunos indicios. No es descabellado esperar algo así, pues el temor a Vox es demasiado grande en el PP. Sería un suicidio y su final. Con 11 provincias ya en las que las encuestas dan mayoría a Vox, de no rectificar el PP su actitud puede encontrarse que para las generales no sean 11 sino 22.
De todos los presidentes autonómicos, el único que ha visto, hasta ahora, a Vox como un aliado ha sido Moreno Bonilla. De ahí que siempre lo haya tratado con respeto, no como otros. Su aparente serenidad parece que le sirve para confrontar la realidad con mayor acierto. Un C's reducido a la nada no deja otro posible socio (socio que, además, era el mismo partido hace cuatro días). Otra cosa es que Casado ahora no sepa rectificar el error histórico que supuso la brutal ruptura con Vox desde la Tribuna del Congreso durante la moción de censura. Le costará sudor solventar esa situación cuando gane las próximas elecciones sin mayoría absoluta y con un Vox que no será un mero comparsa pues dispondrá, cuando menos, de la misma fuerza parlamentaria que ahora, si no más.
Acusar a Vox de populismo o, como el anteriormente brillante y actualmente desorientado alcalde de Madrid, de ser semilla del fascismo demuestra una estupidez difícil de entender. En primer lugar porque Vox no tiene un ápice de fascista (para ser fascista primero hay que ser socialista) y porque sobre políticas populistas el PP no puede dar lecciones: no ha quitado ni una subvención o ayuda de las que impuso el PSOE para favorecer su clientelismo, renuncia a promesas electorales como Madrid Central, traiciona su ideario no revocando las leyes de violencia de género o de memoria histórica. El PP también es populista cuando cree que le interesa. Craso error, puesto que tal actitud le ha costado casi cien escaños desde 2011 hasta ahora.
Vox tiene varias ventajas sobre todos los demás: primero, no es producto de la industria política y sus cuadros han tenido vida fuera de la política, algunos de forma brillante. No puede decirse que los orígenes de Abascal sean los mismos que los de otros hijos de la industria política como Casado o Sánchez: éstos son niños bien de Madrid que se inscribieron en grandes partidos y que no han hecho otra cosa en su vida que medrar en ellos; Abascal está en política como fruto de su oposición desde joven a los terroristas que querían asesinar a su padre. Sus orígenes no tienen nada que ver. Desde el punto de vista moral, tampoco: Abascal está fuera del PP, del que se fue voluntariamente, precisamente por preservar sus principios morales; Casado se mantuvo en el PP, aunque parece que no estaba de acuerdo en algunas cuestiones, lo que no le impidió seguir ascendiendo dentro de su estructura (no debió ser muy decidida su oposición).
La segunda ventaja de Vox es que es el único partido con un programa económico decididamente liberal, lo cual es demasiado importante para olvidarlo. Las políticas económicas que podría implementar serían decisivas para acabar de una vez con las crisis económicas que asolan España precisamente por las políticas de PSOE, pero también del PP (recordemos que Rajoy tardó cuatro años en sacarnos de la crisis de 2008). Esas políticas podrían cambiar radicalmente nuestro país para hacerlo más próspero. Vox es el único que ha comprendido que en España no hay más que dos clases sociales: los productores y los parásitos, y propone lo que sería un cambio radical en la política y en la sociedad españolas: retirar las ayudas públicas a partidos y sindicatos. ¿Alguien puede imaginar el bien que supondría que partidos políticos y sindicatos no vivieran a costa de nuestros impuestos? Para empezar, todos los enemigos internos de España dejarían de atacar a nuestro país con nuestro propio dinero. Sería el mejor instrumento para desarmarlos.
La ausencia de complejos de Vox es otra ventaja que ningún otro partido comparte. Dejar a la progresía en ridículo un día sí y otro también es un valor impagable. Es el único partido que realmente entra de lleno en la batalla ideológica, con la excepción de Ayuso, y no les va nada mal a ninguno de los dos. Otros deberían aprender. No hay que hacer una relación de sus planteamientos para referir que se opone a todo lo que huela a socialismo: ni Agenda 2030, ni leyes de violencia de género, ni leyes de memoria histórica. Es el único partido que está determinado a derogar toda la basura legal creada por los gobiernos socialistas, de ahí que sea imprescindible que el PP lo necesite para gobernar, porque obligará a los populares a tomar decisiones y realizar reformas que por sí solo el PP jamás se atrevería a acometer.
Hace otro servicio impagable a la sociedad, cual es el de oponerse frontalmente a la inmigración ilegal. Acusar de fascista esta actitud supondrá acusar también de fascista al gobierno socialdemócrata danés que, por fin, se ha dado cuenta del alto coste económico y social de mantener a generaciones enteras de inmigrantes que desprecian nuestro modo de vida en libertad y que, salvo que seamos hipócritas o estúpidos, hemos de reconocer que suponen un evidente peligro para Europa y las generaciones futuras, dada su prolífica propensión a tener hijos que mantendrán, en la generalidad de los casos, como demuestra el caso francés donde hay zonas no-go ya fuera de todo orden republicano, sus valores por encima de las leyes del país de acogida.
Por otra parte, Vox está haciendo lo que parecía inaudito: quitar voto obrero a la izquierda, como se demostró en Madrid, donde no bajó en votos a pesar del éxito arrollador de Ayuso. La creación del sindicato Solidaridad es otro acierto que puede llevar a muchos trabajadores a convencerse de que la única manera de defender su trabajo y su futura prosperidad es votar políticas no socialistas. Por ello, Vox está calando en sectores de trabajadores del campo y entre los autónomos, pues es el único que les envía el mensaje, que coincide con la verdad, de que están siendo explotados por la industria política.
Por eso estoy convencido de que Vox es lo mejor que le ha pasado a la democracia en España en los últimos veinte años. Otra cuestión es que no es en absoluto un partido perfecto. Asoman indicios de decisiones más partidistas que generosas con el interés de la nación, y su ideario demasiado conservador, incluso rancio en ocasiones, causa un evidente rechazo en mucha gente. Su tendencia a acercarse a líderes de dudoso prestigio solamente porque se oponen también a la agenda socialista es un error estratégico. Más vale estar solo que mal acompañado. Además, la impresión de dime con quién andas y te diré quién eres aún influye mucho y a Vox no le hace ningún favor fotografiarse con los líderes húngaro o polaco o lanzar mensajes cercanos a Putin, un líder autoritario de un país no democrático, sólo porque se opone a la agenda LGTBI. Mensajes como las declaraciones de Buxadé sobre los McDonals y alegando que él también es nacionalista no sólo son una tontada sino que alejan a personas que estarían dispuestas a acercarse al carácter ligeramente libertario que desprende Vox en su política económica y en la libertad radical que predica para las familias en cuestiones esenciales como educación. Deberían cuidar su mensaje para no alejar a jóvenes atraídos por lo libertario y el liberalismo al tiempo que mantienen los mensajes contra la inmigración y a favor de la agricultura y la industria españolas.
Lo cierto es que Vox, por mucho que le apetezca, no podrá negarse a apoyar al PP en cualquier Gobierno, ya sea autonómico o central, porque cualquiera de estos partidos que por su negativa a pactar con el otro entregue poder al Partido Socialista firmará su certificado de defunción.
Éste es el panorama desolador de la política española, de la que se desprende que no se puede confiar en nuestros políticos, salvo que uno sea ingenuo. Esto cambiaría radicalmente de eliminarse la financiación pública de los partidos políticos y organizaciones afines, pues entonces no podría sostenerse un partido político ni aspirar al poder si no tuviera a gran parte de la sociedad tras él. Es falso que no se pueda conseguir y que llegaría la hecatombe de hacerlo. Al contrario, los partidos tendrían que responder a las verdaderas inquietudes de la sociedad, no como ahora, que crean los problemas que luego nos hacen sufrir.
Guillotinemos la industria política y hagamos brotar la sociedad civil. Probemos por una vez. Seguro que no nos irá peor que ahora.
Decía recientemente Javier Benegas en un brillante artículo que España carece de sociedad civil. Su muy bien articulado pensamiento se puede resumir en que la Transición se hizo desde el poder institucionalizado que provenía del régimen anterior y se canalizó a través de partidos también institucionalizados, desde los cuales dirigir el cambio político sin riesgos de confrontación. Una vez conseguida la Transición, los dos partidos únicos se alternaban en el poder con el apoyo ocasional de los partidos nacionalistas, éstos también institucionalizados. Cualquier intención de la sociedad civil de hacer surgir un movimiento o reivindicación inmediatamente era canalizado por estos partidos a través del apoyo mediático y del régimen de subvenciones, de modo que se ahogaba cualquier iniciativa que no estuviera auspiciada o respaldada, de un modo u otro, por los propios partidos políticos. Esto proporciona una sociedad civil anestesiada.
Tiene toda la razón. Si analizamos los partidos políticos que componen el panorama político español no encontramos ni uno que haya surgido de la sociedad sino que todos han brotado del poder y nos han sido impuestos, lo que seguramente es la principal causa de que haya una división abismal entre tales partidos y los intereses de la sociedad a la que dicen representar.
Analicemos uno a uno a los principales partidos y comprobaremos que el panorama político español es deprimente, cuando no abiertamente contrario a los intereses de la nación y de los ciudadanos.
Bildu, del que nadie puede negar que es la continuación obvia de ETA, fue ilegalizado a principios de siglo y sólo la actuación prevaricadora de los tribunales bajo la orden de José Luis Rodríguez Zapatero volvió a reflotarlo para la vida civil. Las causas todos las conocemos y han sido analizadas en otro lugar, pero esto demuestra que es un partido que ha sido impuesto desde el poder. Cierto que tenía una base de apoyo social, pero también lo tiene la pena de muerte y no se crea ningún partido que la apoye. Por tanto, lo que surgió como un grupo terrorista minoritario se convirtió pronto en un movimiento social auspiciado por los que luego recogieron las nueces cuando el otro partido independentista vasco, más hipócrita pero no menos desleal, fue legalizado.
El PNV, ahogado durante cuarenta años, volvió a ser reconocido desde el principio como interlocutor válido antes incluso de su propia institucionalización a través de las primeras elecciones autonómicas vascas. Lo mismo que ocurrió con CIU, correa de transmisión de grupos de poder institucionalizado antes incluso de conseguir el poder autonómico. Otro tanto podemos decir de ERC, también próximo al fascismo y al nazismo en su momento, como el PNV, y que fue reconocido inmediatamente como representante cualificado sin contar aún con el respaldo electoral. Se reconoció una legitimidad en base a su preexistencia durante la II República, no en virtud de los votos obtenidos en unas elecciones que sólo se celebraron a posteriori. Cabe preguntarse qué hubiera pasado sin ese reconocimiento institucional en origen y si, compareciendo en igualdad de condiciones con otras formaciones que se estaban formando entonces, no hubieran sido éstas las que hubieran contado con mayor apoyo popular. Lo que sí sabemos es que se las impuso desde el poder por una más que discutible legitimidad histórica (legitimidad histórica que no debería existir en política pues la única legitimidad ha de ser la de los votos). Con ello se consiguió, además, un efecto perverso, cual era el dar continuidad a la "legitimidad" instaurada por la Segunda República cuarenta años después, cuando es sabido que si algo no tenía legitimidad democrática era la Segunda República, pues los resultados de las elecciones de entonces eran producto de un pucherazo en las elecciones de 1936 y porque la sociedad no era la misma. Se dio preferencia, por tanto, a una legitimidad proveniente de un régimen prosoviético o profascista sin tener en cuenta a la sociedad.
No debe olvidarse que contar con esa legitimidad de origen suponía una desigualdad evidente con los otros partidos nacientes. Durante la Transición hubo infinidad de nuevas formaciones políticas que no pasaron el corte precisamente por esta desigualdad, ya que se dio visibilidad sólo a los mencionados y por las razones indicadas. Tal vez de no haberse actuado así los partidos que surgieron de esas primeras elecciones autonómicas no fueran los que ahora pervierten constantemente la política española. Tal vez no fueran mejores pero posiblemente no serían los mismos.
En los últimos años se ha insistido mucho en que Podemos sí es el resultado de un incontenible movimiento popular formado por ciudadanos de una acrisolada honradez indignados por la corrupción y la desigualdad. Es mentira. Posiblemente muchos de los que se acercaron a este movimiento así lo sentían, pero el movimiento ni fue espontáneo ni fue honrado. Los que auspiciaron tal movimiento no eran sino activistas pagados con dinero venezolano. La permanencia del movimiento 15-M en la Puerta del Sol fue permitida arteramente por el póstumamente blanqueado Rubalcaba con la intención de minar la que era una evidente próxima victoria del PP en las siguientes e inmediatas elecciones. Si el PSOE en ese momento en el poder hubiera evitado, como era su obligación para mantener el orden público, las quedadas en la Puerta del Sol, el movimiento no hubiera pasado de ser una excursión más de los ninis estudiantes de Letras, Derecho y Ciencias Políticas. Si el PSOE no hubiera facilitado la cobertura de sus medios afines el movimiento se hubiera diluido en poco tiempo. Del mismo modo que, si tras llegar el traidor Rajoy al poder, no hubiera ordenado a los mismos medios afines siempre al poder una cobertura masiva con la supuestamente inteligente táctica de dividir a la izquierda (¡cuando el PSOE estaba en 110 escaños!) Podemos tampoco hubiera alcanzado las cotas de poder que hoy cercenan libertades y prosperidad en España a pasos agigantados.
Podemos, por tanto, no es el producto genuino de una iniciativa de la sociedad civil sino que es posiblemente la consecuencia de intrigas de servicios secretos extranjeros aliados con activistas comunistas españoles (que pretenden acabar con España y tener una avanzadilla de sus posiciones neocomunistas en Europa) con la colaboración inestimable de los principales partidos, PSOE y PP.
Por lo demás, ¿qué ofrece Podemos a la sociedad española? Ya analizamos en los anteriores artículos el programa de Podemos y sus coincidencias enormes con programas fascistas, y vimos que sus recetas políticas no son sino el más rancio socialismo que ha fracasado en Cuba o Venezuela, que arrasa la sociedad y la empobrece y crea una casta de políticos totalitarios. Sus modos de conducta no engañan a nadie. Pablo Iglesias acaba de reconocer que él "como ya no es político puede decir la verdad". Esta es su forma de entender la política, aunque sea mentira que no sea político y sea mentira que ahora dice la verdad. Surgir presuntamente del dinero del narcotráfico es la mayor corrupción posible; la hipocresía al hacerse ricos a costa de la política; la mentira y el embudo; la vulneración constante de los principios constitucionales y de los derechos de los ciudadanos; las medidas económicas destinadas a arruinar a la población; la división de la sociedad en grupos y el fomento del odio entre ciudadanos, éstas son las recetas que venden a su electorado. Increíble que en pleno siglo XXI sigan teniendo público, lo que demuestra a las claras que avanzan los tiempos y gran parte de la sociedad continúa anclada en sus prejuicios y en sus religiones arcaizantes.
También analizamos recientemente el programa del PSOE y creo que las coincidencias básicas que señalábamos en su programa y en su forma de actuación deja bien claro que se trata de un partido fascistoide sin disimulos, muy lejos de cualquier concepto de socialdemocracia europea. ¿Qué pueden esperar los españoles del PSOE? Lo mismo que hasta ahora: una gestión criminal de la pandemia; una gestión económica incompetente; la adopción de medidas destinadas a arruinar a sectores completos de la economía española; decretos liberticidas; privilegios constantes y en incremento para la casta política socialista: intolerancia a cualquiera que no se pliegue a sus propuestas; ausencia de respeto por cualquier otra opción política que no le sea necesaria para mantenerse en el poder; incremento de la desigualdad entre españoles; sometimiento del poder judicial y de todas las instituciones del Estado a su voluntad política; favorecimiento político, económico y mediático de las opciones que pretenden dividir y destruir España, apoyando el golpe de Estado permanente desde Cataluña y también desde el País Vasco y fomentando una educación abyecta que comienza a crear antiespañoles en otras regiones del país y, sobre todo, corrupción. El PSOE es el partido más corrupto de la historia de Europa. Nadie ha robado más y mejor que el PSOE. Y continúa siendo el partido más corrupto como demuestran los miles de millones gastados durante la pandemia y de los que no hay noticia; como demuestra que se niegue a dejar que otros partidos o instituciones metan la nariz en el reparto de los fondos europeos o como hace sospechar su relación con el régimen venezolano. El PSOE pretende llevar al extremo el clientelismo y convertir a España en una Argentina (sus afinidades con el peronismo son obvias) o en un México en el que ellos serían el PRI, es decir, formas de empobrecimiento deliberado de la población para mantenerse en el poder a través del clientelismo, manteniendo una fachada de aparente democracia devaluada. Ya hemos comentado en otros artículos que el modo socialista de gobernar es un modo muy parecido al carácter mafioso. Esto es el PSOE.
Si hay algo peligroso en una sociedad avanzada es el pijo-progre, esto es, Ciudadanos. Es un elemento urbano que tiene un gran concepto de sí mismo, que presume de haber intentado una acción política moderna y avanzada que, en realidad, no ha consistido en otra cosa que asumir las políticas socialdemócratas. Bajo la pátina de liberalismo que Rivera se inventó de buenas a primeras sin cambiar una coma de su programa electoral (creía que para ser liberal basta con bajar impuestos) no dejó nunca de ser un partido de progres que veían con malos ojos la turbiedad del PSOE. No en vano nacieron de una escisión del PSC. Su posicionamiento centrista no es más que contemporizar con el PSOE o con el PP según convenga. Se intentará decir que han sido útiles, pero lo cierto es que el mismo C's que ahora se presenta más aseado en el gobierno de Andalucía es el que se sostuvo a Susana Díaz en el poder sólo una legislatura atrás y no se sabe que hiciera nada relevante para acabar con la corrupción y el clientelismo en Andalucía. Su programa político no añade nada nuevo ni distinto a la política en España. Su relativo éxito tuvo mucho más que ver con la corrupción de PSOE y PP que con sus méritos, que no los ha tenido, o sus propuestas, que nunca fueron realmente interesantes para una sociedad avanzada del siglo XXI.
Sus modos de actuación no son ejemplares, precisamente. Basta recordar las traiciones a los gobiernos autonómicos del PP a principios de 2021 para comprobar la pasta de que están hechos. O podemos recordar cómo C's de Andalucía o de Madrid han tratado a VOX como los nazis a los judíos, para percatarse de que no son más que otros progres con distinto collar. Las recientes declaraciones de Toni Roldán comparando a Vox con Bildu muestran la catadura moral de los que se pretenden mejores que los demás y no dejan de ser sino unos progres a los que les preocupa más la opinión del panfleto El País que la realidad. C's no es más que un socialismo más aseado que no ofrece nada nuevo ni diferente a los españoles: cambiaron de opinión respecto a la ley de violencia de género sólo por conveniencia política, cuando dicha ley es uno de los orígenes de la devaluación democrática que sufre España por gracia de Zapatero y cobardía de los jueces de un TC sin el menor prestigio.
En suma, C's es un solar del que sólo se puede decir que ha podido ser útil en cuanto que ha mostrado las corrupciones y contradicciones de los grandes partidos durante un tiempo, pero que no ofrece la menor esperanza a los españoles de un cambio real de las políticas que mantienen a nuestro país en una situación de desolación política y futura y próxima ruina económica.
El PP actual arrastra dos problemas enormes que lo condicionan. El primero, que sus actuales dirigentes son todos hijos de la Industria Política. Al igual que el PSOE, está dirigido por gente que nunca ha estado fuera de la política ni ha tenido carrera ni trabajo fuera del partido. Como decimos, esto también ocurre en el PSOE que, como lleva ventaja, tiene unos cuadros aún menos competentes y de un nivel bajísimo. Cierto que el nivel general del PP es mucho mejor (lo que no es difícil) y que sus gobiernos son mucho más homologables a los europeos al no tener el lastre de una ideología totalitaria. El segundo problema es la herencia de Rajoy, que ha sido un cáncer en el modo de entender la política desde la derecha limitándose sólo a una gestión económica aseada, pero cediendo en todo lo demás a la dictadura progre.
El actual PP padece ambos problemas y lo cierto es que al Casado que ilusionó en su discurso de candidatura a la presidencia del partido frente a Soraya Sáinz de Santamaría se le está poniendo una cara de Rajoy ya indisimulable. Por sus actos los conoceréis y la renuncia a defender sus propios proyectos ideológicos es innegable. El PP, si bien gobierna con sensatez el aspecto económico de las autonomías a su cargo, lo cierto es que en lo demás es totalmente inoperante: no ha revocado ningún protocolo en las cuestiones de la vil y mal llamada violencia de género y favorece tales políticas; no ha modificado una coma de las leyes de memoria histórica en la medida de sus posibilidades; no ha adelgazado las administraciones públicas a su cargo; no se ha cargado los chiringuitos y empresas públicas creadas por las administraciones socialistas en su momento; no lucha contra la inmersión lingüística cuando tiene opciones de hacerlo (más allá de algunos gestos cuando no hay más remedio por miedo a la opinión de su propio electorado); la asunción de la Agenda 2030 es una aceptación de los principios socialistas; traiciona a su electorado cada vez que teme una crítica demasiado dura de los medios que sostienen el poder socialista, se pliega a las presiones de tales medios y ha cedido instituciones al poder totalitario de Sánchez como la incomprensible cesión del Tribunal de Cuentas (lo que hace pensar que el CGPJ será cuestión de tiempo); no modifica en esencia las políticas socialistas e, incluso en lo económico, sus políticas se parecen más a las de los partidos socialdemócratas razonables, como el alemán, que a las de un partido liberal. Cierto que el PP ha sido en gran parte más un partido demócrata cristiano (la versión socialista de la derecha) que liberal, pero su mayor esplendor ha sido cuando ha asumido la bandera liberal (aunque siempre sólo en pequeña medida), como demuestran los ejemplos de Aznar y de Ayuso.
A todo ello se une su torpeza estratégica: su pertinacia en políticas y gestos de cara a la galería progre (la reciente propuesta animalista de una vicepresidenta del Parlamento de Andalucía es bochornosa) y la inveterada traición a sus votantes o, aún más evidente, intentar cortarle los pies a Ayuso tras su apabullante éxito en un gesto mitad infantil mitad suicida. En lugar de subirse a la ola la han atacado de modo tan ostensible que ha costado varios puntos en las encuestas.
Las elecciones en Castilla y León y en Andalucía, probablemente muy exitosas, les servirán de coartada para asumir un éxito que no hubiera sido posible sin la actitud y las actuaciones de Ayuso, tomadas, como es sabido, en la mayoría de los casos, en contra de los criterios de Génova. Mañueco, que tanto había criticado a Ayuso, ahora se sube al carro.
Muchos nos tememos que el PP vuelva a traicionar a su electorado en caso de la deseable victoria de Casado en las próximas generales y, en lugar de apoyarse en Vox, lo haga en el PSOE, como apuntan algunos indicios. No es descabellado esperar algo así, pues el temor a Vox es demasiado grande en el PP. Sería un suicidio y su final. Con 11 provincias ya en las que las encuestas dan mayoría a Vox, de no rectificar el PP su actitud puede encontrarse que para las generales no sean 11 sino 22.
De todos los presidentes autonómicos, el único que ha visto, hasta ahora, a Vox como un aliado ha sido Moreno Bonilla. De ahí que siempre lo haya tratado con respeto, no como otros. Su aparente serenidad parece que le sirve para confrontar la realidad con mayor acierto. Un C's reducido a la nada no deja otro posible socio (socio que, además, era el mismo partido hace cuatro días). Otra cosa es que Casado ahora no sepa rectificar el error histórico que supuso la brutal ruptura con Vox desde la Tribuna del Congreso durante la moción de censura. Le costará sudor solventar esa situación cuando gane las próximas elecciones sin mayoría absoluta y con un Vox que no será un mero comparsa pues dispondrá, cuando menos, de la misma fuerza parlamentaria que ahora, si no más.
Acusar a Vox de populismo o, como el anteriormente brillante y actualmente desorientado alcalde de Madrid, de ser semilla del fascismo demuestra una estupidez difícil de entender. En primer lugar porque Vox no tiene un ápice de fascista (para ser fascista primero hay que ser socialista) y porque sobre políticas populistas el PP no puede dar lecciones: no ha quitado ni una subvención o ayuda de las que impuso el PSOE para favorecer su clientelismo, renuncia a promesas electorales como Madrid Central, traiciona su ideario no revocando las leyes de violencia de género o de memoria histórica. El PP también es populista cuando cree que le interesa. Craso error, puesto que tal actitud le ha costado casi cien escaños desde 2011 hasta ahora.
Vox tiene varias ventajas sobre todos los demás: primero, no es producto de la industria política y sus cuadros han tenido vida fuera de la política, algunos de forma brillante. No puede decirse que los orígenes de Abascal sean los mismos que los de otros hijos de la industria política como Casado o Sánchez: éstos son niños bien de Madrid que se inscribieron en grandes partidos y que no han hecho otra cosa en su vida que medrar en ellos; Abascal está en política como fruto de su oposición desde joven a los terroristas que querían asesinar a su padre. Sus orígenes no tienen nada que ver. Desde el punto de vista moral, tampoco: Abascal está fuera del PP, del que se fue voluntariamente, precisamente por preservar sus principios morales; Casado se mantuvo en el PP, aunque parece que no estaba de acuerdo en algunas cuestiones, lo que no le impidió seguir ascendiendo dentro de su estructura (no debió ser muy decidida su oposición).
La segunda ventaja de Vox es que es el único partido con un programa económico decididamente liberal, lo cual es demasiado importante para olvidarlo. Las políticas económicas que podría implementar serían decisivas para acabar de una vez con las crisis económicas que asolan España precisamente por las políticas de PSOE, pero también del PP (recordemos que Rajoy tardó cuatro años en sacarnos de la crisis de 2008). Esas políticas podrían cambiar radicalmente nuestro país para hacerlo más próspero. Vox es el único que ha comprendido que en España no hay más que dos clases sociales: los productores y los parásitos, y propone lo que sería un cambio radical en la política y en la sociedad españolas: retirar las ayudas públicas a partidos y sindicatos. ¿Alguien puede imaginar el bien que supondría que partidos políticos y sindicatos no vivieran a costa de nuestros impuestos? Para empezar, todos los enemigos internos de España dejarían de atacar a nuestro país con nuestro propio dinero. Sería el mejor instrumento para desarmarlos.
La ausencia de complejos de Vox es otra ventaja que ningún otro partido comparte. Dejar a la progresía en ridículo un día sí y otro también es un valor impagable. Es el único partido que realmente entra de lleno en la batalla ideológica, con la excepción de Ayuso, y no les va nada mal a ninguno de los dos. Otros deberían aprender. No hay que hacer una relación de sus planteamientos para referir que se opone a todo lo que huela a socialismo: ni Agenda 2030, ni leyes de violencia de género, ni leyes de memoria histórica. Es el único partido que está determinado a derogar toda la basura legal creada por los gobiernos socialistas, de ahí que sea imprescindible que el PP lo necesite para gobernar, porque obligará a los populares a tomar decisiones y realizar reformas que por sí solo el PP jamás se atrevería a acometer.
Hace otro servicio impagable a la sociedad, cual es el de oponerse frontalmente a la inmigración ilegal. Acusar de fascista esta actitud supondrá acusar también de fascista al gobierno socialdemócrata danés que, por fin, se ha dado cuenta del alto coste económico y social de mantener a generaciones enteras de inmigrantes que desprecian nuestro modo de vida en libertad y que, salvo que seamos hipócritas o estúpidos, hemos de reconocer que suponen un evidente peligro para Europa y las generaciones futuras, dada su prolífica propensión a tener hijos que mantendrán, en la generalidad de los casos, como demuestra el caso francés donde hay zonas no-go ya fuera de todo orden republicano, sus valores por encima de las leyes del país de acogida.
Por otra parte, Vox está haciendo lo que parecía inaudito: quitar voto obrero a la izquierda, como se demostró en Madrid, donde no bajó en votos a pesar del éxito arrollador de Ayuso. La creación del sindicato Solidaridad es otro acierto que puede llevar a muchos trabajadores a convencerse de que la única manera de defender su trabajo y su futura prosperidad es votar políticas no socialistas. Por ello, Vox está calando en sectores de trabajadores del campo y entre los autónomos, pues es el único que les envía el mensaje, que coincide con la verdad, de que están siendo explotados por la industria política.
Por eso estoy convencido de que Vox es lo mejor que le ha pasado a la democracia en España en los últimos veinte años. Otra cuestión es que no es en absoluto un partido perfecto. Asoman indicios de decisiones más partidistas que generosas con el interés de la nación, y su ideario demasiado conservador, incluso rancio en ocasiones, causa un evidente rechazo en mucha gente. Su tendencia a acercarse a líderes de dudoso prestigio solamente porque se oponen también a la agenda socialista es un error estratégico. Más vale estar solo que mal acompañado. Además, la impresión de dime con quién andas y te diré quién eres aún influye mucho y a Vox no le hace ningún favor fotografiarse con los líderes húngaro o polaco o lanzar mensajes cercanos a Putin, un líder autoritario de un país no democrático, sólo porque se opone a la agenda LGTBI. Mensajes como las declaraciones de Buxadé sobre los McDonals y alegando que él también es nacionalista no sólo son una tontada sino que alejan a personas que estarían dispuestas a acercarse al carácter ligeramente libertario que desprende Vox en su política económica y en la libertad radical que predica para las familias en cuestiones esenciales como educación. Deberían cuidar su mensaje para no alejar a jóvenes atraídos por lo libertario y el liberalismo al tiempo que mantienen los mensajes contra la inmigración y a favor de la agricultura y la industria españolas.
Lo cierto es que Vox, por mucho que le apetezca, no podrá negarse a apoyar al PP en cualquier Gobierno, ya sea autonómico o central, porque cualquiera de estos partidos que por su negativa a pactar con el otro entregue poder al Partido Socialista firmará su certificado de defunción.
Éste es el panorama desolador de la política española, de la que se desprende que no se puede confiar en nuestros políticos, salvo que uno sea ingenuo. Esto cambiaría radicalmente de eliminarse la financiación pública de los partidos políticos y organizaciones afines, pues entonces no podría sostenerse un partido político ni aspirar al poder si no tuviera a gran parte de la sociedad tras él. Es falso que no se pueda conseguir y que llegaría la hecatombe de hacerlo. Al contrario, los partidos tendrían que responder a las verdaderas inquietudes de la sociedad, no como ahora, que crean los problemas que luego nos hacen sufrir.
Guillotinemos la industria política y hagamos brotar la sociedad civil. Probemos por una vez. Seguro que no nos irá peor que ahora.