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Pablo Mosquera
Domingo, 30 de Enero de 2022 Tiempo de lectura:

¿Dónde está lo normal?

Será la manipulación. Será la guerra fría. Será la pobreza de muchos. Será el fracaso del modelo económico. Será la dependencia energética de imperialistas. Serán las cifras de muertes que cada día nos muestran la disociación entre optimismo político y preocupación sanitaria, ante una pandemia que representa mucho más de lo que nos cuentan para hacer normal lo que nunca será normal: la enfermedad, sus secuelas y la muerte.

 

Una tarde en Vitoria, alguien que fue corresponsal de El País en Sarajevo me contaba que en tal maldito lugar aprendió dos experiencias. Por una parte que cualquier país de la vieja Europa se podía transformar y manipular para que sus habitantes desencadenaran una guerra como la que se estaba dando en los Balcanes. De otra parte, que aquella ciudad que había sido poco antes cita para Olimpiada de invierno, culta, turística, era núcleo de una sangrienta contienda en la que los señores de la guerra vendían armas a los dos bandos, mientras la población se había acostumbrado a tal miseria, hasta tal punto que esperaban el término del bombardeo diario para salir y hacer compras o visitar locales de ocio.

 

Hace dos años, cuando la autoridad competente decidió declarar el Estado de Alarma, con aquellas comparecencias grandilocuentes, prohibiciones y avisos que mostraban como nuestro país debió enfrentar una pandemia con sus camas hospitalarias colapsadas y los cementerios saturados por las víctimas que son cifras espeluznantes, sentíamos desde nuestras casas el terror por la presencia del virus. Se hacía muy difícil aceptar que Occidente, el norte de Benedetti, podía verse asolado como una nación ignorada del continente africano -el sur de Benedetti- .

 

Vistas las consecuencias de las medidas sanitarias contra la pandemia, consistentes en limitar los contactos y la movilidad, impactando sobre una economía de consumo en el ocio y la sociabilidad, que casi nos cuesta la ruina, se decide aguantar las oleadas víricas, con sus mutantes, fabricar con prisas vacunas, asumir que los anticuerpos vacunales apenas duran seis meses, que hay revacunaciones con negacionistas, y desde luego, se atiende al grito desgarrador de quienes dependen, para seguir viviendo, del turismo y el ocio.

 

Estamos a punto de iniciar otro febrero como aquel en el que la OMS nos avisaba sobre la pandemia. Y una vez más, los mandarines tratan de contaminar nuestros pensamientos vendiendo como normal algo que si lo valoramos nunca será normal. En dos meses llevamos cuatro mil muertos por el virus. Eso sí, para que nadie caiga en la desesperación, anuncian la presencia de un antivirus que fabrica uno de los colosos de la industria farmacéutica americana. Las grageas de color naranja, administradas al precio de 700 euros el tratamiento, desde los hospitales, pueden ser el fármaco que evite el exitus letalis.  

 

Mientras, llegan las confrontaciones electorales. Castillas y León inician su campaña. Se volcarán los voceros de todas las formaciones presuntamente democráticas. Prometerán inversiones y trato igualatorio como el que se dispensa a la España rica, urbanita y poblada, aunque salga pelín contestaría hasta amenazar con actitudes secesionistas. Y es que cuando miro atrás descubro que normal es ganarse a los malos e ignorar a los buenos. Y es que tras muchos años peleando por la dignidad de ser y ejercer como español en aquella Euskadi con olor a sangre, goma dos y "kale borroka", no puedo entender que ahora sea normal escuchar, pactar, abrazar, a quienes no se sientes hispanos, reniegan de nuestra historia y amenazan con montar otro proceso independentista.

 

Normal será que gane las elecciones el centro derecha en Castilla y León. Pero tengo mucha curiosidad por ver cómo les va a esos partidos pequeños, provincianos, representantes de la España harta de verse vaciada. Y mucho más si sus representantes se hacen necesarios para constituir mayorías estables en las Cortes de Castilla. Puede ser como un cornetín que llame a otros ciudadanos para emprender el mismo camino y así obligar a que les atiendan en sus legítimas necesidades, en un Estado cada vez más "normalmente" asimétrico.

 

Mientras en Cataluña y Euskadi la presencia del Estado se rechaza y se esconde, la leal Castilla sigue siendo cuna del castellano, tierra de hidalgos que presumen de ser españoles, leales, callados y sufridos ciudadanos de aquellos pueblos que cantaba Paco Ibáñez en el Olimpia de París.

 

No consigo entender y aceptar que el socialismo español fomente la desigualdad entre tierras y gentes de España. No logro aceptar la moral progresista de quienes nos hacen trampas en el mensaje sociocultural para que aceptemos como normal acuerdos bastardos con los enemigos de España a cambio de poltronas y mantenerse en el poder. La indignidad de hacer posible lo imposible no puede ser parte del ejercicio normal en la política.

     

Tras Castilla y León, será Andalucía. Y todo indica el cambio de ciclo. Lo que se consideraba como el granero normal del socialismo, ahora y tras muchos escándalos al más puro estilo caciquil como en aquellos tiempos cuando el Conde de Romanones, ofrecía un duro y un puro por cada voto, las gentes le han dado la espalda a las izquierdas. Y es que esta izquierda roja o morada, no es normal.

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