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Pedro Chacón
Domingo, 30 de Enero de 2022 Tiempo de lectura:

Sabino Harana: fundador del nacionalismo vasco

Aprovechamos que esta semana los nacionalistas vascos celebran, con la entrega de los llamados Premios Sabino Arana, el nacimiento del susodicho personaje (un 26 de enero de 1865, que, junto con la fecha de fundación del partido un 31 de julio, San Ignacio, y la de fallecimiento un 25 de noviembre, conforman la tríada de festividades con las que honran durante todo el año a su fundador), para dar cuenta de un próximo evento editorial.

 

Vaya por delante que el poner Sabino Harana en el título de este artículo responde a una cuestión de mera lógica lingüística y apellidística en la que hasta hace poco no habíamos reparado. Como los seguidores de Sabino Arana dicen que su primer apellido significa valle, está claro que tienen que cambiar la grafía del mismo y sustituirlo por Harana. Y si no quieren cambiarla, están en su derecho, pero deben saber que desde 1979, por acuerdo de Euskaltzaindia, que se puede ver en el libro de Luis Villasante (entonces presidente de la entidad) titulado La H en la ortografía vasca y luego recogido por todos los diccionarios de eusquera, “arana” significa ciruela o ciruelo.

 

El nacionalismo, y en particular el vasco que es el que mejor conozco, representa el problema por antonomasia de la época contemporánea en España, el problema que cuestiona la unidad y el ser mismo de la nación española a la que me siento tan unido y de la que me considero tan fiel. A pesar de todo. Y digo “a pesar de todo” porque España, desde sus élites, es la principal responsable, si no del origen, sí del desarrollo y perduración de los nacionalismos en España. Porque esas élites le compraron desde casi el primer momento a esos nacionalismos el relato de que representaban a sendas naciones que habían estado oprimidas a lo largo de la historia, cuando nunca, decimos bien, nunca hasta la aparición de esos nacionalismos, nadie había echado en falta en España una nación vasca o una nación catalana, tal como las entienden sus defensores.

 

Los nacionalismos en España están mal explicados desde el principio por parte de todos los historiadores que se han ocupado de ellos, quitando aparte, claro es, los propios nacionalistas metidos a historiadores, de los que hay pocos, porque hay que tener valor para defender lo que defienden, además de que no tienen remedio y son irrecuperables. Pero los historiadores españoles en general han comprado los discursos nacionalistas para explicar lo que estos entienden por su nación y su propia historia nacional. Y por tanto nos han contado que ahí había un sentimiento que tardó en florecer, pero que estaba latente desde hacía tiempo. Y entonces buscan antecedentes a lo largo de la historia que corroboren esa idea. Y, sobre todo, creen que el nacionalismo responde a la existencia previa de una nación, bien vasca o bien catalana. Cuando en realidad el proceso es justo al revés: que los movimientos nacionalistas han creado sus naciones respectivas y las han hecho proceder desde tiempos inmemoriales.

 

En realidad, los nacionalismos son simple y llanamente movimientos que surgen al unísono de la presencia de migrantes llegados al País Vasco y Cataluña de otras partes de España y surgen precisamente para rechazar esa presencia de los recién llegados que tanto les molestan. Los nacionalismos son un problema en España porque surgen de personas que tienen sentimientos destructivos, aversivos, asociales, cuando no supremacistas, como se dice ahora. Los nacionalismos están formados por españoles que han decidido apropiarse de una parte del territorio español y expulsar o discriminar de él a quienes no comparten su ideario. Los nacionalismos son profundamente desleales y traicioneros con el resto de españoles, porque cuando le iba bien a España a lo largo de su larga historia, eran los primeros en considerarse españoles y después, cuando no le fue tan bien, quisieron abandonar el barco los primeros y llevándose todo lo que consideraron suyo, sin reparar en que eso que consideraban suyo era producto de muchos siglos de historia compartida con el resto de españoles.

 

Los nacionalistas, en definitiva, no surgieron para defender una nación o un sentimiento nacional sino para rechazar la presencia, en un territorio que consideran de su exclusiva incumbencia, de españoles que no son ni quieren ser como ellos. Los dos principales movimientos nacionalistas en España (y vuelvo a repetir que aquí me guío por mi conocimiento del vasco, pero no hay que ser muy avispado para comprender que en Cataluña ocurre lo mismo) surgen a la contra, como forma de excluir a otros españoles de la prosperidad que se va creando en esas dos regiones desde la última parte del siglo XIX, por una serie de circunstancias aleatorias y concurrentes.

 

En resumidas cuentas, y por más vueltas que le demos, solo hay una explicación para el surgimiento de los nacionalismos en España, que está íntimamente relacionada con la exclusión de los otros españoles que acudieron a esos territorios donde prendió el nacionalismo cuando empezaron a experimentar un desarrollo industrial fulgurante y diferenciado del resto de España. Por lo que se puede decir que en España el nacionalismo es sinónimo perfecto de antimaquetismo en País Vasco y de anticharneguismo en Cataluña. Y luego, lo más curioso e inexplicable de todo, es que es la propia España, por parte de sus élites políticas e intelectuales –que no tienen ni idea de lo que es convivir en una parte del territorio nacional junto con otros compatriotas que se sienten superiores a los demás que allí llegan–, la que contribuye decisivamente a que ambos nacionalismos prosperen durante el primer tercio del siglo XX hasta la Guerra Civil y que luego, a partir de 1978, acaben de completar la jugada durante el último cuarto del siglo XX hasta hoy.

 

La gran favorecedora de esos dos momentos de bonanza para los nacionalismos en España, hasta la aprobación de la constitución de 1931 y durante la Segunda República y desde la aprobación de la Constitución de 1978 hasta hoy, es, obviamente, la izquierda española en todas sus formas. No hay una izquierda buena en España, no hay una izquierda patriota y española, salvo quizás una rama minoritaria, socialdemócrata, presente en algunos de sus personajes aisladamente, pero no en el grueso de sus cuadros y su militancia. Lo que hay es una izquierda resentida, sin modelo de país, sometida a los nacionalismos y provocando constantemente la reacción contraria y airada (con razón) de cierto sector de la derecha y consiguiéndolo la mayoría de las veces.

 

Sabino Arana es el iniciador del nacionalismo vasco. No estoy de acuerdo con los que dicen que, si no hubiera existido este personaje, otro hubiera ocupado su lugar. Creo en las personas más que en los movimientos o en las ideas, porque todo surge de las personas, de las personas concretas, con sus particularidades y manías. Y en el País Vasco tenemos un individuo muy particular y maniático que es el fundador del nacionalismo vasco. No ha hecho falta nadie más. Por eso es tan importante estudiarlo y sobre todo desmitificarlo.

 

Este artículo sirve para anunciar que próximamente publicaré con Ediciones La Tribuna del País Vasco un libro recopilatorio de todos mis artículos sobre el personaje aparecidos tanto en prensa como en revistas durante los últimos diez años por lo menos. La idea es tener reunidas en una sola obra todas las miserias y la profunda capacidad de pervertir la realidad y de cavar una trinchera entre vascos y vascos y entre vascos y resto de españoles que tuvo este hombre que apenas vivió 38 años. Sus seguidores viven de él, y muy bien además. Han conseguido que el Estado les garantice una buena vida a base de despreciar a ese mismo Estado y a todas las personas que viven en dicho Estado, sobre todo y directamente a las que conviven con ellos en el territorio que consideran propio y que no son parte de su movimiento.

 

Lo que practica España (el Estado español, sus élites dirigentes) respecto de los nacionalismos surgidos en su seno (el vasco y el catalán) es el fenómeno de masoquismo político más evidente que se puede conocer hoy probablemente en toda Europa y no digo en todo el mundo porque me faltan datos, pero ahí le andará. Un movimiento político que desprecia profundamente al Estado al que vampiriza y del que vive estupendamente bien, y que progresa y lleva la iniciativa política con el objetivo manifiestamente declarado de que con el tiempo se acabarán separando de él (o de la parte que quede de él cuando ellos se vayan, se entiende). ¿Pero no ven que es metafísicamente imposible esa separación, que separar es destruir en este caso? ¿No ven que nunca se podrán separar de España porque lo que quedara, tras la separación, ya no sería España, sino una quimera sin nombre ni historia?

 

Titularemos el libro con el nombre de Sabino Harana así escrito, porque vamos a devolverle al movimiento político que fundó su propia medicina normalizadora lingüística. Desde 1979 Arana significa ciruela según Euskaltzaindia. Pero sus seguidores dicen que no, que significa valle, como significaba antes de esa fecha, cuando Euskaltzaindia no había intervenido todavía en el régimen del empleo de las haches en eusquera. A partir de entonces se dictaminó que para decir valle en eusquera había que escribir “harana” y para decir ciruela o ciruelo “arana”. Pero los nacionalistas vascos, que han obligado a todo el mundo, desde el poder político que controlan, a escribir todo con grafía eusquérica, siempre se han negado a tocar el apellido de su fundador. Pero nosotros, como no tenemos que honrar a este señor ni tenemos por qué seguir lo que digan sus seguidores, le vamos a hacer caso a Euskaltzaindia, que es lo que tendrían que haber hecho también ellos, y vamos a escribir ese nombre con el significado que sus seguidores dicen que tiene, que es valle. Y por tanto lo escribiremos Sabino Harana. Si en el fondo les hacemos un favor, aunque eso sea lo último que quieran ellos (y nosotros, claro).

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