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Sábado, 05 de Febrero de 2022 Tiempo de lectura:

Soberanistas e identitarios en las elecciones francesas de 2022

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El próximo mes de abril tendrán lugar las elecciones presidenciales en Francia, de las que se habla mucho, pero no hay que olvidar que, en el mes de junio, tendrán lugar también las elecciones legislativas para escoger los 577 escaños de la Asamblea Nacional. Ambos procesos electorales se desarrollan en dos vueltas y están relacionados ya que, quien gane las presidenciales, obtiene una ventaja en las legislativas que le suele permitir aplicar sus políticas sin necesidad de pactos.

 

Ante el descalabro de la izquierda clásica, el radical-progresismo y el ecologismo, el mayor interés de estas elecciones está en lo que suceda en el campo soberanista e identitario. En los últimos meses, varios medios han venido anunciando un posible cambio de tendencia.

 

Un artículo publicado en Le Monde en marzo de 2020 ya señalaba el «auge del nacional-populismo intelectual y mediático», en el que describía todas las iniciativas «que habían salido del gueto». El autor, Nicolas Truong, lo veía como una verdadera ofensiva ideológica: libros, revistas y debates contra la corrección política progresista, el feminismo posmoderno, la tiranía de la ideología de género o el islamo-izquierdismo, por no citar más que los temas principales. Y concluía que ese dominio en la esfera mediática y audiovisual podría convertirse algún día en el programa político de un poder real.

 

Por otra parte, en un artículo publicado en junio de ese mismo año en Challenges, Maurice Szafran explicaba cómo se estaba intentando «fabricar» un candidato populista y soberanista que se presentara a las elecciones de 2022. El objetivo sería deshacerse a la vez de Le Pen y de Mélenchon, pues se estimaba que ambos eran incapaces de vencer al candidato «del sistema». Para acelerar este proceso, el filósofo Michel Onfray habría lanzado en junio de 2020 una revista llamada Front Populaire, para tratar los temas de actualidad en el campo del soberanismo. El objetivo sería «federar a soberanistas de derecha, izquierda y, sobre todo, de otros horizontes, es decir, a aquellos que no se reconocen en el juego político bipolarizado y, por tanto, maniqueo». El artículo terminaba valorando la transformación de este discurso en influencia ideológica y peso electoral significativo.

 

Candidaturas más visibles

 

Según Martin Peltier, periodista que publicó un libro sobre la figura de Éric Zemmour ¡en 2004!, este candidato tiene la valentía de decir algunas evidencias sobre la sociedad francesa que el poder político no quiere escuchar, en temas como la inmigración, la ideología de género y la educación. Sin embargo, a pesar de tener un proyecto basado en la identidad y la historia, la concepción de Francia que Zemmour tiene en la cabeza es la de la República. Las dos grandes figuras de referencia de Zemmour son Napoleón y De Gaulle, pero hablar de identidad remitiéndose solo al sistema republicano se queda corto a ojos de muchos franceses, para los que la nación se remonta a otros siglos y otros símbolos. Parece que lo que viene a salvar Zemmour no es a Francia, sino al sistema republicano, muy debilitado en los últimos años y con una desconfianza creciente reflejada en las tasas récord de abstención electoral. La plataforma-partido que ha creado se denomina Reconquista: un proyecto sobre todo intelectual, en opinión del también periodista Pierre Le Vigan, quien duda de que los franceses se reconozcan en un nombre semejante.

 

[Img #21387]En cuanto a Marine Le Pen, casi no ha levantado cabeza desde el debate fallido contra Macron en la segunda vuelta de las elecciones de 2017. Ocupada desde hace años en «desdiabolizar» su partido, Agrupación Nacional, ha estado ausente en las grandes cuestiones de los últimos tiempos, como la crisis sanitaria. Su discurso es tan vacío que incluso los portavoces no saben cómo comunicar unas ideas que otros defienden con más radicalidad y valentía. Hace pocos meses, durante un debate con el Ministro del Interior, afirmó que el islamismo es una ideología que no tiene nada que ver con la religión y que no se debía estigmatizar a los musulmanes; también propuso abrir su futuro gobierno a personalidades de izquierda que quisieran unirse a su proyecto; por otro lado, ya no habla ni del euro ni de salir de la UE. Además, su centralismo «a la jacobina» se diferencia de los partidos identitarios defensores de las particularidades regionales. Con este panorama, el problema de Le Pen es que ya no representa una alternativa: cada día se parece más a una alternancia. El punto fuerte de su programa es que tiene más propuestas que otros candidatos para apoyar a las capas modestas de la población.

 

Florian Philippot se marchó del partido de Le Pen en 2017, cuando renunciaron a contemplar la salida de la UE y del euro. Fundó su propio partido, llamado Los Patriotas, que ha pasado en poco tiempo de tener dos mil afiliados a más de treinta mil, gracias a su trabajo sin descanso desde hace dieciocho meses contra el recorte de libertades inducido por la crisis covidiana. El proyecto de Philippot consiste en superar la división derecha/izquierda y reunir la Francia de los «chalecos amarillos», la del mundo rural y la de los pequeños empresarios. Es un proyecto radical-populista contra la oligarquía, solo realizable si Francia sale de todas las instancias supranacionales en su Frexit particular. Su proyecto es un Estado fuerte que proteja la economía, asegure la justicia social y no tenga que aceptar obligaciones que vengan de fuera del país, especialmente en materia de inmigración.

 

Si se presentara Nicolas Dupont-Aignan en estas elecciones, ya sería la tercera vez. Es el presidente del partido euroescéptico Francia, en pie, que fundó en 2014 a partir de una corriente creada en su partido de origen (centroderecha liberal UMP). Se define como gaullista y republicano, ni del Sistema ni de los extremos. No defiende la salida de la UE, sino apoyar solo lo que convenga a Francia. En materia de inmigración, defiende el control de las fronteras y la reducción de los flujos migratorios. Se podría decir que la llegada de Zemmour le ha comido el terreno que podía haber entre él y Marine Le Pen.

 

Jean-Frédéric Poisson es otro candidato que viene del centroderecha y que hoy preside el partido demócrata-cristiano denominado VIA, el camino del pueblo. Defiende la soberanía de Francia y la descentralización y, en lo que respecta a la UE, no quiere la salida sino la búsqueda de soluciones deseables para su país. Se ha pronunciado por el rechazo a la sociedad multicultural y a la acogida sistemática de inmigrantes. El problema que tiene es que no dispone de medios humanos ni financieros, por lo que ha terminado uniéndose a la candidatura de Zemmour.

 

François Asselineau fundó en 2007 el partido Unión Popular Republicana. Es quien mejor conoce el funcionamiento de la burocracia de Bruselas. No se define como euroescéptico sino «euro-ateo», por lo que desearía activar el artículo 50 del Tratado de la UE para que Francia salga de esta institución y también del euro (y ya puestos, de la OTAN). El tema de la inmigración no es una de sus prioridades, lo que le diferencia de todos los demás.

 

Viejas y nuevas divisiones

 

Una cuestión que también se ha venido discutiendo es si la vieja división entre izquierda y derecha sigue existiendo o si ha sido sustituida por la más reciente entre identitarios y globalistas. La primera estaría representada por Zemmour, que ha insistido en perseguir la «unión de las derechas», y la segunda por Le Pen, cuyo partido siempre ha tenido por lema «ni de izquierda, ni de derecha».

 

Según el analista político Jerôme Sainte-Marie, el electorado francés estaría dividido entre un bloque elitista beneficiado por el globalismo (burguesía liberal de derecha e izquierda) y, por otro lado, un bloque populista que reuniría a los partidarios del soberanismo. La crisis sanitaria ha demostrado que esta fractura sigue vigente entre los primeros, que apoyan las medidas tomadas desde el poder para frenar la pandemia, y los segundos, quienes se resisten a someterse a coacciones y recortes de libertades inauditos en las sociedades occidentales.

 

Lo cierto es que, como dice Alain de Benoist en un artículo reciente de Boulevard Voltaire, además de las diferencias de personalidad, lo que sucede es que los dos principales candidatos del campo nacional no tienen ni el mismo electorado ni la misma estrategia. Le Pen se apoya sobre todo en las clases populares, es decir, en quienes se preocupan no solo por su inseguridad cultural o identitaria sino también por su inseguridad social y económica. Se trata de quienes apoyaron a los «chalecos amarillos», la Francia periférica víctima de la precariedad y la falta de ayudas. Sin embargo, el electorado que apoya a Zemmour parece estar entre la burguesía conservadora que no tiene problemas para llegar a fin de mes.

 

Otra diferencia que señala Alain de Benoist es que Zemmour busca restablecer la ya comentada división entre derecha e izquierda, al erigirse en representante de una derecha sin complejos que ya no se deja imponer el marco moral de la izquierda. Con esta idea, espera seducir a las clases populares, en desacuerdo con los dogmas del progresismo, y también a la burguesía patriota. Pero será difícil que pueda convencer a las primeras de que sus intereses son los mismos que los de los habitantes de los mejores barrios. Sin embargo, el proyecto de Le Pen tiene como base un proyecto social transversal, que busca unir a soberanistas de derecha e izquierda.

 

Para afrontar el periodo electoral, la buena idea habría sido formar un bloque patriótico con los partidos contrarios al globalismo, puesto que tan importante es presentar un candidato a las presidenciales como tener el máximo de diputados en las legislativas que llegan poco después. De esta forma, habría una candidatura única en el campo patriota que fuera trabajando, ya desde la campaña, con la mirada puesta en el largo plazo. Pero Zemmour no contempla en absoluto esta posibilidad: su objetivo es sustituir a Le Pen; no formar equipo con ella. Pero el riesgo es que debilite su perfil sin tener la garantía de ganarle en la primera vuelta, con lo que no pasaría ninguno de los dos a la segunda. Tampoco está claro que se vayan a apoyar si cualquiera de los dos consigue superar la primera etapa. Las consecuencias de esta división serían desastrosas para el campo nacional. Lo siguiente que cabe preguntarse es: ¿a quién le interesa más esta falta de entendimiento?

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