Ensayo
El fin de la pandemia y el fin de la democracia
![[Img #21412]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/02_2022/8745_screenshot-2022-02-10-at-17-30-54-truckers-canada-busqueda-de-google.png)
Aunque muchos no quieran admitirlo todavía, la crisis del Covid ha terminado. En toda Europa, las medidas más diversas, en vigor desde hace dos años, se están reduciendo gradualmente o aboliendo por completo, de modo que muchos países han vuelto a una situación completamente normal, como Gran Bretaña o Dinamarca. Solo en España, Francia, Alemania y Austria las máscaras aún no se han caído, pero es probablemente solo cuestión de tiempo antes de que las regulaciones totalmente surrealistas se eliminen gradualmente y por fin se establezca cierta normalidad. E incluso si la amenaza de que es necesario prepararse para nuevas mutaciones mortales esperadas para el próximo otoño e invierno todavía puede legitimar las medidas actuales durante algún tiempo, a largo plazo, Francia y Alemania no podrán defenderse contra la presión cada vez mayor desde dentro, ni contra la comparación con el mundo exterior. Lo que estamos presenciando actualmente es, por lo tanto, solo una última ráfaga de unos pocos políticos, periodistas y expertos que quieren salvar su cara a costa de toda la sociedad, disfrutar durante algún tiempo más de sus usurpadores poderes especiales y devolver algunos últimos favores a los diversos ‘lobbies’ a los que se han unido, todo ello antes de que la fuente de dinero tan lucrativa del Covid deje de manar.
Por lo tanto, ya es hora de aprender las primeras lecciones que pueden extraerse de lo sucedido a lo largo de estos dos últimos años.
La primera lección tiene que ver con la ciencia. Pocas veces los llamados "expertos" han hecho tanto el ridículo como a lo largo de estos dos últimos años, cuando ejércitos enteros de "virólogos" e investigadores de salud pública, reales o transformados en tales por los medios de comunicación, han demostrado su manifiesta incapacidad para discutir objetivamente y sin prejuicios posiciones y tesis divergentes y, si es posible, para refutarlas, en lugar de simplemente desacreditarlas con argumentos siempre políticos. La peligrosa proximidad entre los “expertos” y la élite política, que ha formado un nuevo bloque de poder, también es muy preocupante, ya que, por un lado, ha sustituido la formación democrática de la opinión por un conjunto de medidas supuestamente "sin alternativa" y, por otro lado, ha abandonado la investigación sin prejuicios en favor de la aprobación a posteriori de determinadas posiciones políticas. Al final de esta crisis, podemos ver, por lo tanto, una profunda desconfianza de una parte creciente de la población hacia la famosa "ciencia", supuestamente infalible y apolítica, cuyos análisis y consejos diferían diametralmente no solo de un país a otro, sino incluso dentro del mismo instituto de investigación, al tiempo que reclamaban en todas partes una validez absoluta e inhabilitaban a todos aquellos que cuestionaban sus respectivas afirmaciones denominándoles como “covidiotas” o “negacionistas”. Las consecuencias de esta pérdida de confianza en el mundo académico, sin duda, se sentirán durante mucho tiempo, especialmente cuando llegue el momento de superar crisis que pueden ser mucho más graves que la del coronavirus.
La segunda lección es que cualquier observador atento y crítico habrá perdido el poco respeto que le quedaba por estos medios de comunicación que se han convertido en auxiliares de una política que ciertamente fluctúa constantemente, pero que espera en todo momento una obediencia sin contradicción, y que, con sus excesivas polémicas contra todos aquellos que no comparten su opinión, son en gran parte responsables de la polarización extrema de nuestra sociedad.
Sin duda, ha quedado claro, incluso para una audiencia masiva, que no será posible reconstruir ninguna verdadera solidaridad nacional o europea sin cuestionar radicalmente el funcionamiento actual de los medios de comunicación, no solo reexaminando la creciente dependencia de los medios privados de los subsidios estatales y de la publicidad politizada sino también sacando finalmente las consecuencias de la incapacidad manifiesta de los medios públicos para cumplir su verdadera misión de neutralidad política. También es difícil ignorar que no se trata solo de los principales medios de comunicación, sino también de las redes sociales, que han utilizado con verdadero entusiasmo, a través de dudosas verificaciones de hechos, algoritmos manipulados y técnicas despiadadas de censura que se engarzan con la esencia misma de la manipulación totalitaria que Europa se había enorgullecido de haber superado durante décadas.
Una tercera lección que puede extraerse de la crisis pandémica hace referencia a la peligrosa disposición del ‘establishment’ político a restringir masivamente las libertades de los ciudadanos y a desmantelar el Estado de derecho sin mucho debate, o incluso sin el más mínimo rastro de percepción de lo que está en juego, y no solo en la fase de preocupación legítima que experimentamos en los primeros meses de la pandemia sino también a lo largo de toda ésta. Quienes están dispuestos, sin mucho debate democrático y sin tan siquiera consultar al Parlamento, a someter derechos fundamentales como la libertad de reunión, la libertad de expresión o la libertad de prensa a restricciones masivas y a estigmatizar a cualquier opositor a la política gubernamental como un "enemigo de la democracia" y someterlo a múltiples represiones, probablemente no entiendan mucho sobre los fundamentos intelectuales de un sistema liberal y democrático.
La aterradora brutalidad y rapidez con la que mecanismos ideológicos que no se conocían desde el fin de los totalitarismos han vuelto a ser aceptables auguran de nuevo lo peor cuando se piensa en las crisis del futuro, ya sean éstas reales (como la crisis económica que se avecina o el enfrentamiento con la China emergente), o imaginarias (como la “crisis climática”, la "lucha contra la derecha" o la implementación de las más diversas cuotas sociales). El hecho de que ya no se pueda confiar en la política, y no solo con respecto a una u otra preferencia ideológica secundaria, sino también a cuestiones fundamentales como la preservación de la integridad del cuerpo, la libertad de expresión o de propiedad, probablemente ha sido una experiencia traumática para muchas personas que serán disuadidas permanentemente de participar en la vida política con un mínimo de confianza.
Una cuarta lección es la creciente influencia del transhumanismo, enraizada en parte en el pensamiento elitista del liberalismo y en parte en el enfoque socioconstructivista de la izquierda. Considerado durante mucho tiempo un mero delirio distópico, se ha convertido en pocos meses en la base última de la acción política en el mundo occidental. La idea de que el sufrimiento y la muerte no son bloques de construcción de la vida, sino accidentes que deben evitarse absolutamente; la sustitución de la imagen divina del hombre por su deficiencia fundamental; el sueño de la perfectibilidad ilimitada del cuerpo; la falta de escrúpulos para convertir naciones enteras en laboratorios de experimentación; la peligrosa fusión entre el sistema de salud y una lógica cada vez más orientada al lucro; la reducción mecanicista de la salud a una serie de procesos que pueden ser controlados por medios médicos y cuyos inevitables efectos secundarios terminan haciendo que todo el organismo dependa de sustancias extrañas; en definitiva, la reducción del hombre únicamente a su cuerpo y, por tanto, la incapacidad de comprender nociones trascendentes como la libertad, el honor, la dignidad o la fe, se han vuelto omnipresentes, y es poco probable que nos liberen voluntariamente de sus garras. Se trata, por lo tanto, de reconocer en toda su importancia el peligro de este pensamiento transhumanista y de oponerse radicalmente a él.
Un quinto y último punto: es aterrador ver con qué entusiasmo no solo las élites, sino también las personas bastante "normales", que no pudieron beneficiarse inmediatamente de ello, se han unido a la caza colectiva de los nuevos "marginados": los “corona-escépticos”. Abandonada por los medios de comunicación, los políticos y los expertos, esta llamada "minoría" (que a menudo representa a más de la mitad de la población) fue presentada como un parásito peligroso y corrosivo, siendo discriminada y deshumanizada ante el aplauso de las grandes masas, que vieron en ella no solo un peligro potencial para su propia salud sino también un enemigo fundamental que no merecía ni respeto ni derechos civiles ni humanos. Es significativo que en Alemania y en otros países, en cualquier caso, la deshumanización de los llamados "covidiotas" y "antivacunas" se haya combinado con su asociación sistemática con la "derecha" política, efecto construido con un gran esfuerzo por los medios de comunicación y los políticos, con el fin de crear una imagen distorsionada, casi infrahumana, del enemigo final de nuestra sociedad supuestamente abierta. Cada vez está más claro dónde estarán las fallas sociales del futuro y a qué comportamientos, que se creía que habían desaparecido hace mucho tiempo, se dejan arrastrar muchos de nuestros semejantes voluntariamente cuando la impunidad, la gratuidad y el sadismo se combinan con la lucha por el llamado "bien común".
Después de que la pandemia haya comenzado a debilitarse, y cuando la mayoría de las medidas represivas se van retirando gradualmente, el mundo occidental ha ganado un breve, y tal vez último, respiro. Lo que viéndolo con perspectiva se asemeja a un ensayo general para la implementación sistemática de una distopía autoritaria y transhumanista no será un capítulo aislado en nuestra historia reciente: más bien, es de esperar que los reflejos colectivos y los paquetes de medidas políticas bien establecidas puedan convertirse en una base fácilmente reactivable para nuevos intentos de transformar y de esclavizar a nuestra sociedad. Es muy dudoso que todavía se pueda llevar a cabo una limpieza interna del mundo occidental en el poco tiempo que nos queda; es más probable que vivamos un último respiro antes de que la próxima crisis, ya sea impuesta por circunstancias externas o provocada conscientemente por objetivos ideológicos libremente elegidos, nos imponga un nuevo capítulo en la historia del aparentemente inevitable "Gran Reinicio". Por lo tanto, se trata de aprovechar bien este tiempo y de profundizar en una labor sustantiva que puede garantizar la supervivencia de los valores fundamentales de nuestra civilización, incluso en condiciones incomparablemente menos favorables.
En los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial, muchos Estados se prepararon para mantener viva su identidad tradicional, incluso bajo el régimen comunista, creando, con gran sacrificio, importantes redes que pudieron ejercer una acción beneficiosa durante más de dos generaciones y emprender esta erosión interna de la dictadura sin la cual su derrocamiento probablemente no habría sido posible. Es hora de retomar los grandes clásicos de la resistencia interior y poner en práctica sus enseñanzas, siempre y cuando las personas que no quieren someterse a la coerción todavía puedan disfrutar de algunos restos de la libertad tradicional.
Aunque muchos no quieran admitirlo todavía, la crisis del Covid ha terminado. En toda Europa, las medidas más diversas, en vigor desde hace dos años, se están reduciendo gradualmente o aboliendo por completo, de modo que muchos países han vuelto a una situación completamente normal, como Gran Bretaña o Dinamarca. Solo en España, Francia, Alemania y Austria las máscaras aún no se han caído, pero es probablemente solo cuestión de tiempo antes de que las regulaciones totalmente surrealistas se eliminen gradualmente y por fin se establezca cierta normalidad. E incluso si la amenaza de que es necesario prepararse para nuevas mutaciones mortales esperadas para el próximo otoño e invierno todavía puede legitimar las medidas actuales durante algún tiempo, a largo plazo, Francia y Alemania no podrán defenderse contra la presión cada vez mayor desde dentro, ni contra la comparación con el mundo exterior. Lo que estamos presenciando actualmente es, por lo tanto, solo una última ráfaga de unos pocos políticos, periodistas y expertos que quieren salvar su cara a costa de toda la sociedad, disfrutar durante algún tiempo más de sus usurpadores poderes especiales y devolver algunos últimos favores a los diversos ‘lobbies’ a los que se han unido, todo ello antes de que la fuente de dinero tan lucrativa del Covid deje de manar.
Por lo tanto, ya es hora de aprender las primeras lecciones que pueden extraerse de lo sucedido a lo largo de estos dos últimos años.
La primera lección tiene que ver con la ciencia. Pocas veces los llamados "expertos" han hecho tanto el ridículo como a lo largo de estos dos últimos años, cuando ejércitos enteros de "virólogos" e investigadores de salud pública, reales o transformados en tales por los medios de comunicación, han demostrado su manifiesta incapacidad para discutir objetivamente y sin prejuicios posiciones y tesis divergentes y, si es posible, para refutarlas, en lugar de simplemente desacreditarlas con argumentos siempre políticos. La peligrosa proximidad entre los “expertos” y la élite política, que ha formado un nuevo bloque de poder, también es muy preocupante, ya que, por un lado, ha sustituido la formación democrática de la opinión por un conjunto de medidas supuestamente "sin alternativa" y, por otro lado, ha abandonado la investigación sin prejuicios en favor de la aprobación a posteriori de determinadas posiciones políticas. Al final de esta crisis, podemos ver, por lo tanto, una profunda desconfianza de una parte creciente de la población hacia la famosa "ciencia", supuestamente infalible y apolítica, cuyos análisis y consejos diferían diametralmente no solo de un país a otro, sino incluso dentro del mismo instituto de investigación, al tiempo que reclamaban en todas partes una validez absoluta e inhabilitaban a todos aquellos que cuestionaban sus respectivas afirmaciones denominándoles como “covidiotas” o “negacionistas”. Las consecuencias de esta pérdida de confianza en el mundo académico, sin duda, se sentirán durante mucho tiempo, especialmente cuando llegue el momento de superar crisis que pueden ser mucho más graves que la del coronavirus.
La segunda lección es que cualquier observador atento y crítico habrá perdido el poco respeto que le quedaba por estos medios de comunicación que se han convertido en auxiliares de una política que ciertamente fluctúa constantemente, pero que espera en todo momento una obediencia sin contradicción, y que, con sus excesivas polémicas contra todos aquellos que no comparten su opinión, son en gran parte responsables de la polarización extrema de nuestra sociedad.
Sin duda, ha quedado claro, incluso para una audiencia masiva, que no será posible reconstruir ninguna verdadera solidaridad nacional o europea sin cuestionar radicalmente el funcionamiento actual de los medios de comunicación, no solo reexaminando la creciente dependencia de los medios privados de los subsidios estatales y de la publicidad politizada sino también sacando finalmente las consecuencias de la incapacidad manifiesta de los medios públicos para cumplir su verdadera misión de neutralidad política. También es difícil ignorar que no se trata solo de los principales medios de comunicación, sino también de las redes sociales, que han utilizado con verdadero entusiasmo, a través de dudosas verificaciones de hechos, algoritmos manipulados y técnicas despiadadas de censura que se engarzan con la esencia misma de la manipulación totalitaria que Europa se había enorgullecido de haber superado durante décadas.
Una tercera lección que puede extraerse de la crisis pandémica hace referencia a la peligrosa disposición del ‘establishment’ político a restringir masivamente las libertades de los ciudadanos y a desmantelar el Estado de derecho sin mucho debate, o incluso sin el más mínimo rastro de percepción de lo que está en juego, y no solo en la fase de preocupación legítima que experimentamos en los primeros meses de la pandemia sino también a lo largo de toda ésta. Quienes están dispuestos, sin mucho debate democrático y sin tan siquiera consultar al Parlamento, a someter derechos fundamentales como la libertad de reunión, la libertad de expresión o la libertad de prensa a restricciones masivas y a estigmatizar a cualquier opositor a la política gubernamental como un "enemigo de la democracia" y someterlo a múltiples represiones, probablemente no entiendan mucho sobre los fundamentos intelectuales de un sistema liberal y democrático.
La aterradora brutalidad y rapidez con la que mecanismos ideológicos que no se conocían desde el fin de los totalitarismos han vuelto a ser aceptables auguran de nuevo lo peor cuando se piensa en las crisis del futuro, ya sean éstas reales (como la crisis económica que se avecina o el enfrentamiento con la China emergente), o imaginarias (como la “crisis climática”, la "lucha contra la derecha" o la implementación de las más diversas cuotas sociales). El hecho de que ya no se pueda confiar en la política, y no solo con respecto a una u otra preferencia ideológica secundaria, sino también a cuestiones fundamentales como la preservación de la integridad del cuerpo, la libertad de expresión o de propiedad, probablemente ha sido una experiencia traumática para muchas personas que serán disuadidas permanentemente de participar en la vida política con un mínimo de confianza.
Una cuarta lección es la creciente influencia del transhumanismo, enraizada en parte en el pensamiento elitista del liberalismo y en parte en el enfoque socioconstructivista de la izquierda. Considerado durante mucho tiempo un mero delirio distópico, se ha convertido en pocos meses en la base última de la acción política en el mundo occidental. La idea de que el sufrimiento y la muerte no son bloques de construcción de la vida, sino accidentes que deben evitarse absolutamente; la sustitución de la imagen divina del hombre por su deficiencia fundamental; el sueño de la perfectibilidad ilimitada del cuerpo; la falta de escrúpulos para convertir naciones enteras en laboratorios de experimentación; la peligrosa fusión entre el sistema de salud y una lógica cada vez más orientada al lucro; la reducción mecanicista de la salud a una serie de procesos que pueden ser controlados por medios médicos y cuyos inevitables efectos secundarios terminan haciendo que todo el organismo dependa de sustancias extrañas; en definitiva, la reducción del hombre únicamente a su cuerpo y, por tanto, la incapacidad de comprender nociones trascendentes como la libertad, el honor, la dignidad o la fe, se han vuelto omnipresentes, y es poco probable que nos liberen voluntariamente de sus garras. Se trata, por lo tanto, de reconocer en toda su importancia el peligro de este pensamiento transhumanista y de oponerse radicalmente a él.
Un quinto y último punto: es aterrador ver con qué entusiasmo no solo las élites, sino también las personas bastante "normales", que no pudieron beneficiarse inmediatamente de ello, se han unido a la caza colectiva de los nuevos "marginados": los “corona-escépticos”. Abandonada por los medios de comunicación, los políticos y los expertos, esta llamada "minoría" (que a menudo representa a más de la mitad de la población) fue presentada como un parásito peligroso y corrosivo, siendo discriminada y deshumanizada ante el aplauso de las grandes masas, que vieron en ella no solo un peligro potencial para su propia salud sino también un enemigo fundamental que no merecía ni respeto ni derechos civiles ni humanos. Es significativo que en Alemania y en otros países, en cualquier caso, la deshumanización de los llamados "covidiotas" y "antivacunas" se haya combinado con su asociación sistemática con la "derecha" política, efecto construido con un gran esfuerzo por los medios de comunicación y los políticos, con el fin de crear una imagen distorsionada, casi infrahumana, del enemigo final de nuestra sociedad supuestamente abierta. Cada vez está más claro dónde estarán las fallas sociales del futuro y a qué comportamientos, que se creía que habían desaparecido hace mucho tiempo, se dejan arrastrar muchos de nuestros semejantes voluntariamente cuando la impunidad, la gratuidad y el sadismo se combinan con la lucha por el llamado "bien común".
Después de que la pandemia haya comenzado a debilitarse, y cuando la mayoría de las medidas represivas se van retirando gradualmente, el mundo occidental ha ganado un breve, y tal vez último, respiro. Lo que viéndolo con perspectiva se asemeja a un ensayo general para la implementación sistemática de una distopía autoritaria y transhumanista no será un capítulo aislado en nuestra historia reciente: más bien, es de esperar que los reflejos colectivos y los paquetes de medidas políticas bien establecidas puedan convertirse en una base fácilmente reactivable para nuevos intentos de transformar y de esclavizar a nuestra sociedad. Es muy dudoso que todavía se pueda llevar a cabo una limpieza interna del mundo occidental en el poco tiempo que nos queda; es más probable que vivamos un último respiro antes de que la próxima crisis, ya sea impuesta por circunstancias externas o provocada conscientemente por objetivos ideológicos libremente elegidos, nos imponga un nuevo capítulo en la historia del aparentemente inevitable "Gran Reinicio". Por lo tanto, se trata de aprovechar bien este tiempo y de profundizar en una labor sustantiva que puede garantizar la supervivencia de los valores fundamentales de nuestra civilización, incluso en condiciones incomparablemente menos favorables.
En los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial, muchos Estados se prepararon para mantener viva su identidad tradicional, incluso bajo el régimen comunista, creando, con gran sacrificio, importantes redes que pudieron ejercer una acción beneficiosa durante más de dos generaciones y emprender esta erosión interna de la dictadura sin la cual su derrocamiento probablemente no habría sido posible. Es hora de retomar los grandes clásicos de la resistencia interior y poner en práctica sus enseñanzas, siempre y cuando las personas que no quieren someterse a la coerción todavía puedan disfrutar de algunos restos de la libertad tradicional.