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Pablo Mosquera
Sábado, 19 de Febrero de 2022 Tiempo de lectura:

Hace 20 años

¡Cómo pasa el tiempo! Por estas fechas, en 2002, estaba en Vitoria. Formaba parte del primer Gobierno constitucionalista que era el de la Diputación Foral de Álava. Por fin habíamos logrado situar al PNV como parte del problema y fuera de la solución. Pero habíamos perdido la confrontación entre Mayor Oreja e Ibarreche. El Pacto de Estella se había impuesto al Pacto de Ajuria Enea. Jáuregui se marchó a Madrid. Yo iniciaba mi venida a Galicia, que hubo de retrasarse por una moción de censura, hasta el final del verano en 2002. En cualquier caso, había tomado la decisión de abandonar la política vasca. Necesitaba vivir en libertad. No quise regresar a mi tierra como político, me bastaba hacerlo como médico.

 

La política era y sigue siendo un campo de minas. Pero las más peligrosas no son las del enemigo, son las del denominado fuego amigo. Y si alguien lo duda, hoy una vez más cuando los socialistas deberían estar analizando la bofetada que se han dado en Castilla y León, les basta con abrir los informativos con la batalla entre el PP de Madrid y el de la calle Génova. ¡Tan oportunos como siempre! Pero esta vez no está Don Manuel para imponer su paz, su orden y su refundación.

 

Ayuso no es Hernández Mancha. En Génova no hay líderes con empaque para evitar la lucha cainita que se avecina por el poder congresual. Ni Aznar tiene el carisma de Fraga para imponer la 'pax romana'. Aunque todas las miradas se van a dirigir hacia Feijóo. ¡Qué bien para los sanchistas y que bien para Vox! Los primeros han logrado salirse del foco de la derrota en las última elecciones. Los segundos, pueden decir, alto y claro, lo de la derechita cobarde, inoportuna, más dedicada a sus cuitas con espionajes que a ser una alternativa creíble frente al sanchismo-podemita.

 

Pero volviendo a los motivos que me llevaron a dejarlo todo en política y venirme a mi Galicia natal para ejercer como médico experto en gestión asistencial hospitalaria. Y es que al menos pude mostrar las cuestiones que siempre tuve muy claras. El tiempo de hacer política debía ser limitado, coyuntural e independiente de mi carrera profesional. Nunca necesité de la política para vivir. Me dediqué a la política por estar en una tierra dónde la dignidad y la libertad del ser humano requería ponerse el traje de partisano para ser un activo frente al fascismo nacionalista vasco. Hoy puedo decir alto y claro que formé parte de una aventura en la que me jugué la vida por defender otra manera de vivir. Y que si en vez de ir al País Vasco desde Barcelona, lo hubiera hecho a otra región de España, probablemente nunca me habría dedicado a la política. Tenía bastante con mis conocimientos y méritos sanitarios. Había ido a la ciudad del Zadorra para poner en marcha un Hospital como fue Txagorritxo- febrero de 1978-. Por cierto a los mandarines de Osakidetza se les ha olvidado la gesta y sus autores.

 

La pregunta que me han hecho muchas personas en esta mi tierra gallega. ¿Por qué desde AP?. Por la postura socialista de acercamiento al PNV. Por la postura artificial de la UCD que nace y vive como un experimento posfranquista. Por ser los únicos que se les entendía lo que buscaban y querían para la nueva España que iniciaba su etapa democrática. Pero tuve el disgusto de comprobar cómo mientras España se descentralizaba creando un Estado de las Autonomías, los partidos políticos eran formaciones centralistas controladas por mandarines con sede en Madrid. Es posible que en estos momentos los motivos últimos de la reyerta entre Ayuso y García Egea, vuelva a ser más de lo mismo. La partidocracia es un régimen centralista que no tolera éxitos a inventario propio de quien lo logra, que además aspira a que su modelo se extienda.

 

Hace veinte años tuve que aguardar el resultado de la moción de censura que me puso el PNV por hacer un convenio con la Base Militar de Araca, para el uso de sus instalaciones para el deporte de los alumnos del denominado "campus en autobús" que desde Vitoria se desplazaban por Altube hasta Lejona, ya que aun el campus de Vitoria no se había desarrollado como lo está en estos momentos. Cierto que los del PNV comenzaron a reparar en mi modesta "cartera gubernamental" cuando vieron el número descomunal de Campeonatos de España que el deporte foral les trajo a Vitoria. Incluso un intento de lograr que la selección española de futbol que dirigía Camacho, jugara en Mendizorroza, y así cerrar el círculo que usaba el deporte como fórmula para la integración de Álava en España, al igual que se hizo con la Copa del Rey de Baloncesto.           

 

Fueron veinticinco años en tierras de Álava, en esa ciudad que fue sede entre clérigos y soldados, de la voluntaria entrega a Castilla en el 1332 por las campas de Arriaga. Allí nacieron mis dos hijos. Allí completé mi historial profesional. Allí traté de servir a mi país en la doble condición de gestor sanitario y político constitucionalista.

 

En estos veinte años, al menos la banda terrorista ETA ha dejado de matar. No creo que el nacionalismo radical haya adjurado de sus principios racistas y secesionistas. Como tampoco creo que aquellos "gudaris del tiro en la nuca" estén arrepentidos de su conducta. Pero como de costumbre, el fin justifica los medios. Para regresar como héroes a sus pueblos y así reintegrarse a la vida civil, han tenido que asegurar como mero formulismo que estaban arrepentidos de sus "hazañas". Lavaron sus imágenes a fin de alcanzar la reinserción. Y en el barullo hasta apoyan al sanchismo para que se mantenga en el poder, que les augura la conquista para sus aspiraciones, entre otras la progresiva euskaldunización de Navarra y su acercamiento a Euskal Herría.   

 

De la guerra entre PP's sólo puede salvarlos otra guerra. La que nos tiene en vilo. Esa posible invasión de Ucrania por Rusia. Mientras se pegan, se acusan de espionajes, se enzarzan como perros furiosos, se arrancan las banderas y se hieren, el pueblo sigue buscando alguien que le defienda, pero volvemos a lo de siempre; estos paladines de la milonga usan del pueblo para defender o conquistar su estatus privilegiado, el que les permite ponerse a salvo de las crisis económicas que sufren los autónomos, los contratos basura que les ofrecen a los jóvenes antes de tomar las maletas y ser parias emigrantes, o esa cruel desigualdad que toleran con gesto pomposamente serio al negarle una pensión digna a las viudas.

 

¡Todavía quieren que les votemos!. Paren, que me bajo... Por eso me bajé hace veinte años y no pienso en volver a subirme.

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