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Carlos X. Blanco
Domingo, 20 de Febrero de 2022 Tiempo de lectura:

Aulas digitales: la muerte del maestro

Aunque ha cambiado mucho a lo largo de los siglos, la figura del maestro y del profesor ha sido esencial en la historia de Europa y, por extensión, en el desarrollo de la civilización occidental y del mundo entero. Depositario del saber de la Humanidad, transmisor no ya de datos y habilidades sino de esos valores fundamentales que son los pilares de una cultura, el maestro de Primaria así como el profesor de Enseñanza Media y Universidad, son figuras que se van desvaneciendo, convertidas en meros “trabajadores de la enseñanza”, que no maestros de nada para nadie. Son para la sociedad unos pobres diablos que van conociendo procesos acelerados de proletarización y sometimiento ideológico.

 

El capitalismo digital ha decidido que ya no existan profesores. Siguiendo las consignas de la UNESCO y de otros foros económico-sociales y educativos internacionales, palabras como “maestro” y “profesor” se ven arrinconadas en la sociedad tecnocrática. Ya llevábamos décadas de ataque y erosión, de vaciamiento de su noble significado, en España de forma muy acusada a partir de 1991 con la nefasta LOGSE, ley que fue causa inmediata de todas las nefastas leyes educativas posteriores (y de los nuevos engendros legislativos que están por venir). Ahora el profesor se debe presentar como un “mediador” en el “proceso de enseñanza-aprendizaje”, un “dinamizador” de los “itinerarios formativos”, y “gestor” de contenidos, emociones y dinámicas de aula… Todo lo que uno quiera inventarse salvo “maestro” que, dominando un oficio (que implica numerosas lecturas y experiencias con personas) puede y debe enseñar al que no sabe.

 

Dar de beber al sediento, dar de comer al hambriento, y ofrecer saber al que no sabe: ¿habrá ocupación más noble que enseñar?

 

Pero este capitalismo digital ha decidido que el maestro debe desaparecer. El paso previo ha consistido en destituirle de toda autoridad. En teoría, quien domina una materia, ha aprobado una oposición, posee titulación superior para enseñarla, conoce lo que hay que impartir, cómo y cuándo, etc. tiene derecho a exigir respeto a su persona, a sus decisiones relativas a la disciplina, a la evaluación y a la marcha de las clases. Pero la legislación “democrática” impide que esto sea así. El profesor es hoy un “pringado” cuyos actos y decisiones están permanentemente en la picota. Cualquier indocumentado, bajo los distintos roles de alumno, padre, inspector, directivo, etc. le puede impugnar, en un momento dado, lo que él como docente ha decidido que es mejor para el alumno, la clase y la convivencia. Este proletario de la enseñanza, cuestionado desde todos los ángulos, y sometido a la más abstrusa normativa legal, creada expresamente para que le puedan colar los goles desde cualquier lado, tiene además los días contados con el auge de las aulas virtuales y la enseñanza digital.

 

La erosión de su autoridad, tanto la disciplinaria como la evaluativa, tendrá que ir acompañada de la erosión de su nivel previo de formación. Así, el Estado, a su vez monaguillo de la gran ceremonia globalista, no hallará en estos proletarios “mediadores” de la enseñanza-aprendizaje a ningún rebelde, díscolo y vanidoso “academicista”. Ya no tendrá ni siquiera los conocimientos mínimos para cuestionarse cuál debería ser su verdadera misión. No hablaremos ya de la “formación permanente” surrealista en la cual el doctorado de un docente otorga menos puntos que un cursillo de “risoterapia” o de “TICS” impartido por los centros de formación de profesores. Hablemos de las oposiciones mismas. A partir del presidente José Luis Rodríguez Zapatero, las “amnistías” en materia de oposiciones se han sucedido sin parar. Ahora, con muchos miles de votos agradecidos a la vista, la etapa de Pedro Sánchez significará la entrada masiva de interinos que no han aprobado un examen de acceso en su vida. Opositores que sacan un cero en las pruebas de acceso a la función pública docente pretenderán, no obstante, evaluar a alumnos de primaria, secundaria y bachillerato. Mete al gañán a controlar gañanes y verás qué panorama se le presenta a esta España nuestra.

 

Aunque, bien mirado, mucha formación académica previa, mucho temario de oposiciones ¿para qué? Si la directiva globalista, que directivos e inspectores ya aplican a rajatabla es esta: que todos los muchachos, haraganes o no, aprueben. “Haz que pase” fue el lema del doctor Sánchez. Y, desde luego, los agujeros del colador nacional se hacen grandes, inmensos.

 

Pero es que el propio oficio de enseñante muere. Ahora, tras años de experiencia en las aulas, y con una formación superior a la requerida, dado el nivel desplomado con el que vienen los chicos a clase, los docentes tienen que pasar por una farragosa y larga formación digital. Incluso les van a exigir un nivel de competencia de acuerdo con los estándares europeos que certifican el dominio de los idiomas (por ejemplo un “B1” en competencia digital). Dejando a un lado la poca legalidad que tiene coaccionar a un profesor de esa manera, obligándole a formarse a él, un funcionario que ya ha ganado su plaza y ha demostrado durante décadas su competencia, se presenta la duda esencial sobre las bondades de tales métodos digitales.

 

No existe la más mínima prueba científica de que las aulas virtuales, la digitalización de la enseñanza, la imposición de móviles y tabletas en clase, etc. cause un beneficio en el alumno y en la calidad de la enseñanza. Más bien todo lo contrario: fomento de la tecnodependencia, hiperactividad, agresividad, trastornos atencionales, miopía, sedentarismo, pérdidas de memoria, insociabilidad, adicción al juego electrónico y al porno, intolerancia a la frustración y una devastadora “demencia digital” (Dr. M. Spitzer) en niños y jóvenes.

 

Mientras tanto, se eliminan los libros en papel, se reduce la comprensión lectora de la población, bajan los niveles intelectuales y de autonomía personal, y se crían nuevos esclavos para la GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft). Las grandes compañías tecnológicas están detrás de la agenda digitalizadora impuesta. Ellas van a monopolizar y privatizar la enseñanza, con el aplauso de administraciones, padres y profesores.

 

Los propios profesores van a desaparecer. En cuanto virtualicen sus aulas, los programas de inteligencia artificial registrarán todas las interacciones alumno-docente, especialmente las que conciernen a la evaluación y corrección de errores y, con tales inmensas estadísticas, sustituirán el saber hacer del maestro por la autocorrección de la máquina.

 

De la misma manera que la empleada de mi oficina bancaria me enseñó a usar la banca online para, meses más tarde, perder ella su puesto de trabajo presencial y “humano”,  tenemos hoy el harakiri de los profesores con su sumisa entrega a la virtualización. Entran al juego de formarse y poner en práctica unos métodos que, tarde o temprano, destruirán su rol de maestro, le harán superfluo y, con ello, destruirán las bases mismas de la cultura. Para mayor gloria de los bolsillos de las GAFAM.

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