Los fantasmas que viven entre pasillos
Me da igual si el edificio está en la calle Ferraz o en la de Génova. Son castillos con olor a pactos del Medievo. Sólo los que adivinan quién ganará la batalla propia del cainismo mantendrá la túnica y la corona como cónsul de Roma.
Y todo ello es tan viejo como aquella imagen en la que Julio Cesar es apuñalado a las puertas del Senado, por los que hasta entonces le saludaban con el ¡Salve César!. O le hacían creer que Roma y su imperio necesitaba mano dura y un único pensamiento para mandar a las legiones por calzadas, campamentos y puentes.
Viejas cuitas entre los varones de Aznar. Uno de ellos, Miguel Ángel Rodríguez, ex ministro y portavoz. Hombre que supo colocar en el poder de Castilla y León primero, luego en La Moncloa, a José María Aznar. Hábil estratega y, como hemos vivido, conocedor del denominado tacticismo del judoca, que aprovecha el ataque del contrincante para hacerle caer en la lona. Ahí están los hechos. Cuando aparecía que la Presidente de Madrid estaba cercada por los mandarines con mando desde Génova, da la vuelta a la situación y termina por derribarlos con la colaboración de aquellos "mequetrefes" que le habían jurado lealtad a Casado, y que han sido los primeros en apuñalarlo.
La política es cruel, injusta y cainita. Tanto como para impedir a personajes de prestigio en la sociedad civil acudir al servicio de la democracia, pues para emprender tal justa causa primero deben esquivar el fuego amigo. Y es que suele haber más lealtad en los contrincantes ideológicos que en los "hermanos" de sangre partidaria.
Tanto socialistas como conservadores han sufrido miserables experiencias. A Sánchez le prepararon un sábado de cuchillos largos y tuvo que irse. A Pablo Casado le cercaron la sede próxima a la Plaza de Colon. Y trató de resistir por dignidad hasta que el próximo extraordinario Congreso coloque a un nuevo inquilino en la planta séptima del edificio cuyos balcones han sido plataforma para saludar triunfos o llorar derrotas.
Lo que sucedido con Casado algunos ya lo hemos vivido. Recuerdo cómo maltrataron a Antonio Hernández Mancha. O cómo Manuel Fraga organizó una refundación para entregarle el partido a un sólo aspirante, José María Aznar. Creo que un modelo así, casi a la búlgara, es lo que desea Núñez Feijóo. Para evitar bandos fratricidas. Y es que en el PP les gusta ser presidentes por aclamación y así dar una imagen para mostrar unidad.
Conociendo al personal, mediocre, abrazafarolas, badulaques, que hacen de la política representativa con escaño institucional, arte y actividad profesional, sin más mérito que saber poner las langostas a tiempo en el plato del señor, entendimos esas imágenes de la reunión en torno al muchacho repeinado con sonrisa eterna y apoyo chulesco en cualquier barra para local de moda en la calle Serrano de Madrid, y esa regata por alcanzar la puerta dejándolo en la soledad más absoluta mientras gritan " ¡yo no he sido, así que me dejen libre en culpas!".
Ver a jóvenes con chaqueta azul y camisa blanca, abandonar la sala o filtrar a la prensa la que se estaba liando en el despacho del edificio donde un día hubo que romper a martillazos los discos duros de ciertos ordenadores, era un sainete o uno de esos capítulos televisivos de Aquí no hay quien viva.
Mientras la lideresa ofendida se daba un baño de multitudes en el estadio del Wanda Metropolitano, en una clara alusión para que el Madrid castizo supiera que, como las Manolas de Goya, estaba en la pradera de San Antonio cerca del pueblo llano.
Espero, deseo, suplico, a Núñez Feijóo que, a toda esa banda de pijos/as con carrera profesional desde las Nuevas Generaciones, en cuanto pueda, los ponga a trabajar o hacer oposiciones, por su bien y por el bien ejemplarizante a la juventud de los españoles. No se puede vivir del cuento, la traición, el peloteo o el aplausómetro con entrada de sombra en plaza de toros mientras el diestro hace una faena taurina al morlaco con los cuernos debidamente afeitados.
Hasta le vi generoso al presidente Sánchez. Por el trato al decapitado. Por su alocución perdonando la vida a la bancada popular al asegurarles que no aprovechará la coyuntura para convocar elecciones generales ya que lo que importa es el momento que vive España o quizá Europa occidental.
Dicen los que cierran las puertas y apagan las luces del edificio en la calle Génova, que tras la marcha de aquellos/as patricios del PP, las sombras de Don Manuel Fraga y otros hombres de carácter salieron de entre los despachos con harta indignación al comprobar el frágil material humano del que estaban compuestas las nuevas mesnadas del partido que habían refundado.
Quién les iba a decir a la varonía conservadora que su conflicto iba a quedar tapado por otro mucho más preocupante. Este vez para toda la humanidad. La guerra que Rusia desencadena contra Ucrania. Y es que cualquier situación por mala que sea, siempre es susceptible de empeorar.
Ahora los españoles viven mucho más pendientes de los tanques y aviones, explosiones y muertos, que amenazan la paz mundial, que por otro conflicto entre políticos de ambiciones inconfesables, pues se habían creído el ombligo del mundo, cuando éste puede y así lo hace, dar noticias que empequeñecen las tragedias, mostrando como no hay mayor desgracia para la humanidad que volver a percibir el galope de ese caballo rojo que junto a sus otros tres hermanos, describió San Juan, en el libro del Apocalipsis.
Me da igual si el edificio está en la calle Ferraz o en la de Génova. Son castillos con olor a pactos del Medievo. Sólo los que adivinan quién ganará la batalla propia del cainismo mantendrá la túnica y la corona como cónsul de Roma.
Y todo ello es tan viejo como aquella imagen en la que Julio Cesar es apuñalado a las puertas del Senado, por los que hasta entonces le saludaban con el ¡Salve César!. O le hacían creer que Roma y su imperio necesitaba mano dura y un único pensamiento para mandar a las legiones por calzadas, campamentos y puentes.
Viejas cuitas entre los varones de Aznar. Uno de ellos, Miguel Ángel Rodríguez, ex ministro y portavoz. Hombre que supo colocar en el poder de Castilla y León primero, luego en La Moncloa, a José María Aznar. Hábil estratega y, como hemos vivido, conocedor del denominado tacticismo del judoca, que aprovecha el ataque del contrincante para hacerle caer en la lona. Ahí están los hechos. Cuando aparecía que la Presidente de Madrid estaba cercada por los mandarines con mando desde Génova, da la vuelta a la situación y termina por derribarlos con la colaboración de aquellos "mequetrefes" que le habían jurado lealtad a Casado, y que han sido los primeros en apuñalarlo.
La política es cruel, injusta y cainita. Tanto como para impedir a personajes de prestigio en la sociedad civil acudir al servicio de la democracia, pues para emprender tal justa causa primero deben esquivar el fuego amigo. Y es que suele haber más lealtad en los contrincantes ideológicos que en los "hermanos" de sangre partidaria.
Tanto socialistas como conservadores han sufrido miserables experiencias. A Sánchez le prepararon un sábado de cuchillos largos y tuvo que irse. A Pablo Casado le cercaron la sede próxima a la Plaza de Colon. Y trató de resistir por dignidad hasta que el próximo extraordinario Congreso coloque a un nuevo inquilino en la planta séptima del edificio cuyos balcones han sido plataforma para saludar triunfos o llorar derrotas.
Lo que sucedido con Casado algunos ya lo hemos vivido. Recuerdo cómo maltrataron a Antonio Hernández Mancha. O cómo Manuel Fraga organizó una refundación para entregarle el partido a un sólo aspirante, José María Aznar. Creo que un modelo así, casi a la búlgara, es lo que desea Núñez Feijóo. Para evitar bandos fratricidas. Y es que en el PP les gusta ser presidentes por aclamación y así dar una imagen para mostrar unidad.
Conociendo al personal, mediocre, abrazafarolas, badulaques, que hacen de la política representativa con escaño institucional, arte y actividad profesional, sin más mérito que saber poner las langostas a tiempo en el plato del señor, entendimos esas imágenes de la reunión en torno al muchacho repeinado con sonrisa eterna y apoyo chulesco en cualquier barra para local de moda en la calle Serrano de Madrid, y esa regata por alcanzar la puerta dejándolo en la soledad más absoluta mientras gritan " ¡yo no he sido, así que me dejen libre en culpas!".
Ver a jóvenes con chaqueta azul y camisa blanca, abandonar la sala o filtrar a la prensa la que se estaba liando en el despacho del edificio donde un día hubo que romper a martillazos los discos duros de ciertos ordenadores, era un sainete o uno de esos capítulos televisivos de Aquí no hay quien viva.
Mientras la lideresa ofendida se daba un baño de multitudes en el estadio del Wanda Metropolitano, en una clara alusión para que el Madrid castizo supiera que, como las Manolas de Goya, estaba en la pradera de San Antonio cerca del pueblo llano.
Espero, deseo, suplico, a Núñez Feijóo que, a toda esa banda de pijos/as con carrera profesional desde las Nuevas Generaciones, en cuanto pueda, los ponga a trabajar o hacer oposiciones, por su bien y por el bien ejemplarizante a la juventud de los españoles. No se puede vivir del cuento, la traición, el peloteo o el aplausómetro con entrada de sombra en plaza de toros mientras el diestro hace una faena taurina al morlaco con los cuernos debidamente afeitados.
Hasta le vi generoso al presidente Sánchez. Por el trato al decapitado. Por su alocución perdonando la vida a la bancada popular al asegurarles que no aprovechará la coyuntura para convocar elecciones generales ya que lo que importa es el momento que vive España o quizá Europa occidental.
Dicen los que cierran las puertas y apagan las luces del edificio en la calle Génova, que tras la marcha de aquellos/as patricios del PP, las sombras de Don Manuel Fraga y otros hombres de carácter salieron de entre los despachos con harta indignación al comprobar el frágil material humano del que estaban compuestas las nuevas mesnadas del partido que habían refundado.
Quién les iba a decir a la varonía conservadora que su conflicto iba a quedar tapado por otro mucho más preocupante. Este vez para toda la humanidad. La guerra que Rusia desencadena contra Ucrania. Y es que cualquier situación por mala que sea, siempre es susceptible de empeorar.
Ahora los españoles viven mucho más pendientes de los tanques y aviones, explosiones y muertos, que amenazan la paz mundial, que por otro conflicto entre políticos de ambiciones inconfesables, pues se habían creído el ombligo del mundo, cuando éste puede y así lo hace, dar noticias que empequeñecen las tragedias, mostrando como no hay mayor desgracia para la humanidad que volver a percibir el galope de ese caballo rojo que junto a sus otros tres hermanos, describió San Juan, en el libro del Apocalipsis.