Adelanto Editorial
Jean Raspail: el visionario que adelantó las crisis migratorias
Jean Raspail se fue a explorar la última tierra, un sábado 13 de junio, a la edad de 94 años, desde un hospital parisino.
Nacido el 5 de julio de 1925 en Chemillé–sur–Dême, en Indre–et–Loire, no duda en recordar que sus antepasados proceden de los visigodos que se instalaron al pie de las Cevenas. Así, hace decir al narrador de La Hache des steppes (1974) que “mi familia es de Languedoc. Departamento del Hérault. Languedoc Oriental, Narbonnaise de Roma, Septimanie del Bajo Imperio”. A diferencia de muchos monárquicos franceses que denigran a Europa, Jean Raspail no duda en afirmar que pertenece a la civilización europea de la expresión francesa como monárquico y católico tradicional.
A la fábula constantemente repetida de un Hexágono históricamente mezclado, explica en su prefacio de 2011 al Campamento de los Santos, que “Francia es el producto de una mezcla soberbia y beneficiosa, sobre un fondo galo–romano, de francos, borgoñones, vikingos, visigodos, germanos, luego alsacianos, vascos, catalanes, judíos de Alsacia y Lorena y del Comtat Venaissin, corsos, flamencos, bretones, provenzales, escoceses, saboyanos, occitanos y, finalmente, italianos, españoles, polacos y portugueses, pero fue Europa la que se invitó a sí misma a su casa. Nada más que Europa. ¡Aquí están, los nativos franceses! Desde hace mucho tiempo, es mucha gente, pero nada que permita, en todo caso, con el pretexto de que son diversos, calificarlos de mestizos y justificar así el verdadero mestizaje, el que se define en estos términos: cruce, mezcla de razas diferentes” (pp. 25–26). En 1999, cuando los aviones de la OTAN arrasaban Serbia con bombas de uranio empobrecido, firmó la petición Les Européens veulent la paix (Los europeos quieren la paz) lanzada por el Collectif Non à la Guerre (No a la guerra) dirigido por Charles Champetier, Arnaud Guyot–Jeannin y Laurent Ozon.
Ganador de una veintena de premios, entre ellos, en 2004, el Premio Daudet otorgado por la audiencia de Radio Courtoisie, y autor de más de cuarenta libros, Jean Raspail ha viajado por toda América, Asia y África. Fascinado por la Tierra del Fuego, el Cabo de Hornos, el accidentado terreno del Estrecho de Magallanes y la Patagonia, descubrió la increíble y desafortunada epopeya de Orélie–Antoine de Tounens, rey de la Araucanía y la Patagonia a principios de la década de 1860. Su alma monárquica, libre de todo apego a cualquier pretendiente, le invita a levantar el estandarte del lejano reino del sur. A partir de 1981, Jean Raspail asumió el cargo de Cónsul General de la Patagonia. La búsqueda de un absoluto geográfico se unió entonces a los campos de la mística, el sueño y la política.
En Le jeu du roi (1976), relaciona la realeza patagónica en el exilio con el mito indoeuropeo del rey oculto (el rey Sebastián de Portugal, el emperador alemán Federico II de Hohenstaufen dormido en una montaña del centro de Alemania, el verdadero Dimitri ruso, el rey Arturo convaleciente en Avalon, el Gran Monarca francés e incluso el duodécimo imán oculto del chiismo iraní). En vísperas de la deletérea generalización de las redes sociales en Internet, que facilitan el exhibicionismo social, advierte en Sire (1991) que “lo sagrado tiene todas las de perder frente a los medios de comunicación occidentales”.
La fama de Jean Raspail se remonta a El campo de los santos (1973), “un libro impetuoso, furioso, vigorizante, casi alegre en su angustia, pero salvaje, a veces brutal y repugnante con respecto a las bellas conciencias que se multiplican como una epidemia”, escribe en El gran otro. Este es el primer libro para el público en general que hace sonar la campana de la identidad. “El presente contiene el futuro”, insiste en este prefacio notablemente redactado. Lo anuncia. Ahora bien, “durante la noche del 20 de febrero de 2001, un carguero no identificado, lleno de un millar de emigrantes kurdos, encalló voluntariamente con toda la velocidad de sus viejas máquinas, en un montón de rocas emergidas conectadas a tierra firme, y precisamente en... Boulouris, a unos cincuenta metros” del lugar donde se escribió esta novela supuestamente sulfurosa, polémica y controvertida en 1971–1972.
Jean Raspail vuelve a explicar en Big Other que un libro así ya no sería posible hoy en día. Ya no encontraría editor por miedo a ser demandado por racismo inventado. Otro disidente de las letras francesas, Jean Cau, se preguntó en su momento “si Raspail, con Le Camp des Saints, no era ni un profeta ni un novelista visionario, sino simplemente un implacable historiador de nuestro futuro”. El autor de Les Yeux d'Irène (1984) y Les Royaumes de Borée (2003) comprendió muy bien el proceso mortal de desmantelamiento mental de Occidente, de ahí el antídoto de Le Camp des Saints, encarnado en Hamadura, un francés de Pondicherry de origen dravídico, que se incorpora a la “última plaza”: “Ser blanco, en mi opinión, no es un color de piel. Es un estado de ánimo. En las filas del Sur, sea cual sea la época y el país, siempre había negros que no sentían vergüenza por luchar en el bando equivocado. En un momento en el que la ideología victimista multiculturalista triunfa en el circo mediático, no se puede sino acoger esta pertinente respuesta”.
Un agente del correo privado de los Pikkendorff acaba de traer una misiva. Jean Raspail llegó al Septentrión (1978), donde fue recibido calurosamente por Michel Déon, Jean Cau, Jean Mabire y Dominique Venner.
Este artículo es un extracto del libro Ellos pensaron Europa de Georges Feltin–Tracol publicado por Letras Inquietas
Jean Raspail se fue a explorar la última tierra, un sábado 13 de junio, a la edad de 94 años, desde un hospital parisino.
Nacido el 5 de julio de 1925 en Chemillé–sur–Dême, en Indre–et–Loire, no duda en recordar que sus antepasados proceden de los visigodos que se instalaron al pie de las Cevenas. Así, hace decir al narrador de La Hache des steppes (1974) que “mi familia es de Languedoc. Departamento del Hérault. Languedoc Oriental, Narbonnaise de Roma, Septimanie del Bajo Imperio”. A diferencia de muchos monárquicos franceses que denigran a Europa, Jean Raspail no duda en afirmar que pertenece a la civilización europea de la expresión francesa como monárquico y católico tradicional.
A la fábula constantemente repetida de un Hexágono históricamente mezclado, explica en su prefacio de 2011 al Campamento de los Santos, que “Francia es el producto de una mezcla soberbia y beneficiosa, sobre un fondo galo–romano, de francos, borgoñones, vikingos, visigodos, germanos, luego alsacianos, vascos, catalanes, judíos de Alsacia y Lorena y del Comtat Venaissin, corsos, flamencos, bretones, provenzales, escoceses, saboyanos, occitanos y, finalmente, italianos, españoles, polacos y portugueses, pero fue Europa la que se invitó a sí misma a su casa. Nada más que Europa. ¡Aquí están, los nativos franceses! Desde hace mucho tiempo, es mucha gente, pero nada que permita, en todo caso, con el pretexto de que son diversos, calificarlos de mestizos y justificar así el verdadero mestizaje, el que se define en estos términos: cruce, mezcla de razas diferentes” (pp. 25–26). En 1999, cuando los aviones de la OTAN arrasaban Serbia con bombas de uranio empobrecido, firmó la petición Les Européens veulent la paix (Los europeos quieren la paz) lanzada por el Collectif Non à la Guerre (No a la guerra) dirigido por Charles Champetier, Arnaud Guyot–Jeannin y Laurent Ozon.
Ganador de una veintena de premios, entre ellos, en 2004, el Premio Daudet otorgado por la audiencia de Radio Courtoisie, y autor de más de cuarenta libros, Jean Raspail ha viajado por toda América, Asia y África. Fascinado por la Tierra del Fuego, el Cabo de Hornos, el accidentado terreno del Estrecho de Magallanes y la Patagonia, descubrió la increíble y desafortunada epopeya de Orélie–Antoine de Tounens, rey de la Araucanía y la Patagonia a principios de la década de 1860. Su alma monárquica, libre de todo apego a cualquier pretendiente, le invita a levantar el estandarte del lejano reino del sur. A partir de 1981, Jean Raspail asumió el cargo de Cónsul General de la Patagonia. La búsqueda de un absoluto geográfico se unió entonces a los campos de la mística, el sueño y la política.
En Le jeu du roi (1976), relaciona la realeza patagónica en el exilio con el mito indoeuropeo del rey oculto (el rey Sebastián de Portugal, el emperador alemán Federico II de Hohenstaufen dormido en una montaña del centro de Alemania, el verdadero Dimitri ruso, el rey Arturo convaleciente en Avalon, el Gran Monarca francés e incluso el duodécimo imán oculto del chiismo iraní). En vísperas de la deletérea generalización de las redes sociales en Internet, que facilitan el exhibicionismo social, advierte en Sire (1991) que “lo sagrado tiene todas las de perder frente a los medios de comunicación occidentales”.
La fama de Jean Raspail se remonta a El campo de los santos (1973), “un libro impetuoso, furioso, vigorizante, casi alegre en su angustia, pero salvaje, a veces brutal y repugnante con respecto a las bellas conciencias que se multiplican como una epidemia”, escribe en El gran otro. Este es el primer libro para el público en general que hace sonar la campana de la identidad. “El presente contiene el futuro”, insiste en este prefacio notablemente redactado. Lo anuncia. Ahora bien, “durante la noche del 20 de febrero de 2001, un carguero no identificado, lleno de un millar de emigrantes kurdos, encalló voluntariamente con toda la velocidad de sus viejas máquinas, en un montón de rocas emergidas conectadas a tierra firme, y precisamente en... Boulouris, a unos cincuenta metros” del lugar donde se escribió esta novela supuestamente sulfurosa, polémica y controvertida en 1971–1972.
Jean Raspail vuelve a explicar en Big Other que un libro así ya no sería posible hoy en día. Ya no encontraría editor por miedo a ser demandado por racismo inventado. Otro disidente de las letras francesas, Jean Cau, se preguntó en su momento “si Raspail, con Le Camp des Saints, no era ni un profeta ni un novelista visionario, sino simplemente un implacable historiador de nuestro futuro”. El autor de Les Yeux d'Irène (1984) y Les Royaumes de Borée (2003) comprendió muy bien el proceso mortal de desmantelamiento mental de Occidente, de ahí el antídoto de Le Camp des Saints, encarnado en Hamadura, un francés de Pondicherry de origen dravídico, que se incorpora a la “última plaza”: “Ser blanco, en mi opinión, no es un color de piel. Es un estado de ánimo. En las filas del Sur, sea cual sea la época y el país, siempre había negros que no sentían vergüenza por luchar en el bando equivocado. En un momento en el que la ideología victimista multiculturalista triunfa en el circo mediático, no se puede sino acoger esta pertinente respuesta”.
Un agente del correo privado de los Pikkendorff acaba de traer una misiva. Jean Raspail llegó al Septentrión (1978), donde fue recibido calurosamente por Michel Déon, Jean Cau, Jean Mabire y Dominique Venner.
Este artículo es un extracto del libro Ellos pensaron Europa de Georges Feltin–Tracol publicado por Letras Inquietas