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Sábado, 05 de Marzo de 2022 Tiempo de lectura:
Autora de "Mejor no contarlo"

María Luisa García-Franco: "Las personas a las que ETA se propuso matar no tuvieron el respaldo institucional que ahora tienen los presos de la banda terrorista"

[Img #21566]Mejor no contarlo, la primera novela de la periodista María Luisa García-Franco, acaba de llegar a las librerías de la mano de Larrad Ediciones. Inspirada en hechos reales, Mejor No Contarlo refleja una época de nuestra historia reciente que la autora vivió muy de cerca por su trabajo durante veinticinco años como corresponsal en el País Vasco, la mayor parte de ellos para el diario ABC.

 

Años en los que convivió con numerosas personas del ámbito de la política, del periodismo y de la empresa amenazadas por ETA y con un sentimiento común: "Mejor no contarlo", ya que, de hacerlo, sabían que la respuesta más probable de sus interlocutores no iba a ser la solidaridad sino la distancia.

 

Un hecho que a María Luisa García-Franco le llamó especialmente la atención fue cómo en el momento de la amenaza masiva contra los jueces y la aparición de un listado de ochenta nombres en poder del comando Buruntza de ETA, esas personas estuvieran tan desprotegidas como el resto de las víctimas de la banda terrorista, a pesar de que, al amedrentar a los jueces, ETA tenía el objetivo de condicionar sus sentencias.     

 

Frente a esa amenaza tan grave para el Estado de Derecho, la mayoría de los jueces y fiscales que ejercían en el País Vasco no recibieron en aquel momento más que recomendaciones, como variar sus itinerarios o girar la cabeza en presencia de un fotógrafo. Aunque los cuerpos policiales habían encontrado en poder de ETA evidencias de la intención de la banda terrorista de matar al menos a un juez de los que ejercían en el País Vasco, no hubo una reacción institucional para protegerles. Fue por esa falta de reacción por lo que la autora decidió novelar esta historia.

 

Mejor no contarlo gira en torno a tres personajes: la jueza a la que ETA pone en la diana, el pistolero etarra que la elige como objetivo y el infiltrado en la banda terrorista que pasa información sobre las intenciones de ETA. Tres protagonistas para un thriller en el que la ficción resulta creíble y lo más inverosímil ocurrió en realidad.

 

Finalista del XVII Premio Fernando Lara, la primera novela de María Luisa García-Franco cuenta con un prólogo del escritor Lorenzo Silva, en el que se afirma que “no hace mucho tiempo entre nosotros se podía morir por simplemente ser lo que alguien consideraba odioso, pensar y decir lo que a alguien molestaba o desempeñar de la manera más pulcra posible un oficio honrado”.

 

También el expresidente del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco, Juan Luis Ibarra, reflexiona así en el epílogo de Mejor no contarlo: “Esta es una aportación en clave simbólica y emocional —tanto o más importante que la que resulte de la investigación académica— a la configuración plural de la memoria de las víctimas. La literatura, esta novela y las que van publicándose, permitirán, a nosotros, pero, sobre todo, a nuestros nietos, explicarnos y comprender, en términos de sociedad civilizada, como pudo pasarnos lo que realmente pasó”.

 

Por su parte José Antonio Zarzalejos, quien fuera director de ABC y El Correo, afirma que Mejor no contarlo supone “una aportación, desde una ficción muy realista, a un vacío narrativo evidente”.

 

[Img #21565]"La idea de escribir Mejor no contarlo fue madurando en mi cabeza mucho tiempo antes de sentarme delante del folio en blanco", explica María Luisa García-Franco. "A lo largo de los veinticinco años durante los cuales fui corresponsal en el País Vasco, los cinco primeros para el desaparecido diario YA y los otros veinte para ABC, conviví con personas de la política, el periodismo o la empresa que estaban amenazadas de muerte, que habían sido advertidas por la Ertzaintza o la Guardia Civil de que ETA tenía en su poder información para atentar contra ellos, y la mayoría optaban por no contarlo, porque lo que cabía esperar en aquellos años de la sociedad vasca no era solidaridad, sino distancia. Ese es el germen de este libro. Pensé que algún día habría que contar lo que tantas personas habían vivido en silencio. Y este es el momento de hacerlo, porque ahora se ve con perspectiva histórica, aunque de historia reciente, que muchos hemos vivido, y el rechazo a que nos recuerden lo que como sociedad admitimos que pasara se ha atemperado un poco".

 

¿Por qué eligió un juez como protagonista?

 

Porque los jueces vivieron de una forma intensa y concentrada en el tiempo la situación que yo había visto vivir a otras personas señaladas como objetivo por ETA. En los últimos meses de 2001 se encontraron en la lista de objetivos del comando Buruntza, desarticulado entonces por la Ertzaintza, los nombres de ochenta jueces y me llamó la atención que ellos quedaran tan abandonados a su suerte como el resto de los objetivos de ETA, a pesar de que al atentar contra ellos se atentaba contra el funcionamiento del Estado de Derecho. No hubo reacción institucional para protegerles, hasta que mataron a uno de ellos. 

             

¿Cuál es el propósito que ha guiado la redacción de Mejor no contarlo?

               

Creo que antes de pasar página hay que contar lo que pasó, sobre todo en un tiempo y un lugar en el que la presencia de una banda terrorista, con apoyo social, hacía imperar la ley del silencio. Mi propósito es contribuir desde la literatura a la memoria que definirá el recuerdo colectivo de lo que se vivió en el País Vasco en un tiempo en el que la banda terrorista ETA mataba, unos apoyaban, otros consentían y muchos miraban para otro lado.   

             

¿Cree que la sociedad vasca quiere olvidar porque, de alguna forma, provoca desasosiego reencontrarse con sus propias vilezas humanas?

               

Todos queremos olvidar, pero especialmente la importante parte de la sociedad vasca que miró para otro lado mientras ETA señalaba a sus enemigos, los presentaba como enemigos del pueblo vasco e intentaba exterminarlos. Porque tenemos que recordar que ETA buscó el apoyo social para sus crímenes, desplegó intensas campañas contra los colectivos o personas que señalaba. Preparaba el camino, de forma que quienes querían saber, aunque la mayoría prefería no enterarse, sabían que iban a matar a jueces o a periodistas. ETA seguía un esquema fijo, predecible, aunque después los comandos no actuaban con tanta rigidez, más bien, cuando ETA decidía matar a una persona, que lo hiciera o no finalmente dependía a veces de la suerte, sobre todo cuando el foco era un colectivo, como el de los jueces. El magistrado al que finalmente mataron no estaba entre los ochenta que habían aparecido en la lista de objetivos de ETA. 

             

Tras estos veinte años desde que ETA abandonó las armas, ¿cómo ve la situación vasca?; ¿refleja algo de esa visión a través de su libro? ¿El libro es la proyección de una inquietud o preocupación por el blanqueamiento de lo que fue ETA y de sus concomitancias con la extorsión y privación de libertades ciudadanas?

                

Los gobiernos español y vasco quieren mirar hacia adelante y en este momento se preocupan de apoyar la reinserción de los presos de ETA. De eso no hablo en mi libro, pero precisamente el actual ministro del Interior, Fernando Grande Marlaska, vivió en directo, como juez destinado entonces en Vizcaya, la historia que cuento en esta novela y que está situada en un momento concreto del tiempo, cuando, a pesar de los indicios policiales de que ETA iba a matar a un juez de los doscientos que ejercían en el País Vasco, nadie hizo nada para impedirlo. Y se veía venir. Los jueces detectaban a los comandos de información de ETA en torno a sus domicilios y tuvieron miedo, hasta el punto de que los presidentes de las Audiencias de Vizcaya, Guipúzcoa y Álava reclamaron amparo al Consejo General del Poder Judicial, pero nadie hizo nada para evitarlo. Si hay una denuncia en este libro, que en realidad tienes que imaginarla, porque es una novela, es que las personas a las que ETA se propuso matar —lo hiciera finalmente  o no— no tuvieron el respaldo institucional que ahora tienen los presos de ETA. Y hay que contar que algunos de quienes ahora negocian con el Gobierno la reinserción de los presos de ETA apoyaron sus crímenes. Eso hay que contarlo, no es justo blanquear su pasado. 

 

¿Podríamos decir que su libro es un clamor por recuperar las bases morales en los comportamientos colectivos de la sociedad vasca?; ¿o algo así como lo que en el sacramento católico de la penitencia se llama contrición y propósito de la enmienda?

 

En esta novela utilizo la literatura para contar lo que pasó y pretendo que la sociedad vasca sea consciente de que mientras la mayoría vivía en un país aparentemente civilizado, otros temían que al arrancar el coche les estallara una bomba, y no estamos hablando de soldados que lucharan en una guerra, sino, por ejemplo, de una juez que iba a llevar a su hijo al pediatra y al meter al bebé en el coche se preguntaba si no le habría puesto precisamente ese día ETA una bomba en los bajos del vehículo. Y se preguntaba cómo es que metía a su hijo en el coche si creía efectivamente que había un riesgo y luego se decía a si misma que había doscientos jueces en el País Vasco, que por qué iban a intentar matarla a ella y al instante siguiente se sentía culpable de llevar a su hijo con ella. Así vivieron personas a las que ETA se propuso matar. A unas, las mató y a otras, no. Las víctimas no llegaron al millar; los que sufrieron por formar parte de los señalados por ETA se cuentan por miles. No sé si puede esperarse un propósito de enmienda de la sociedad vasca, porque realmente creo que no hay sentimiento de culpa, como tampoco lo hay en quienes apretaron el gatillo. La juez protagonista de mi novela se pregunta en el libro, al ver en el banquillo de los acusados a quienes mataron a dos personas en el ataque con cócteles molotov contra la “casa del pueblo” de Portugalete, por qué esos jóvenes mantienen el gesto altivo de quienes se creen luchadores por una causa justa, cuando habían matado a una militante socialista y a un sindicalista que tomaban algo en el bar de la sede del PSE, indefensos, atrapados. La reflexión moral sobre lo que ocurrió es muy compleja, porque la inmensa mayoría de quienes hicieron daño a personas indefensas, incluso niños que dormían en las casas cuartel, no se sienten culpables.  

 

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